En los tiempos de pandemia que nos ha tocado vivir el aspecto de la comunicación pública de la ciencia ha cobrado un papel imprescindible. Y es ahora cuando hay que saber identificar qué discursos son más peligrosos y qué actitud frente al tratamiento de la información tiene sentido [1].
Durante muchos meses, el tratamiento de la información por parte de algunos periodistas, divulgadores y presentadores fue, en general, deficiente en cuanto a su contenido y documentación. Lo mismo aplica a los representes técnicos y políticos. Pruebas hay de sobra en la hemeroteca [2]. Y en este contexto el cuarto poder, es decir la prensa, debe hacer un ejercicio de autocrítica, aunque el poder político también debería hacerlo, y más intenso si cabe. Pero eso es otra historia.
El problema se origina cuando, en medio de estas deficiencias informativas, se cae en discursos falaces en ambos sentidos, es decir, el de negar la evidencia de las alertas previas a la catástrofe o el de exagerarlas después. Y es aquí donde surge la falacia del capitán a posteriori que tanta gente utiliza ahora en las redes sociales y que, en realidad, se utiliza para criticar a los que critican (ya sea de forma argumentada o no).
Hace algunos años la serie de dibujos animados South Park utilizó el personaje del Capitán a Posteriori, que básicamente era un superhéroe que solo se dedicaba a reprochar todo lo que se había hecho mal antes de un accidente o una catástrofe, pero después de la catástrofe. Gracias a este hecho, las redes se han llenado de gente utilizando ese nombre, Capitán a Posteriori, como insulto hacia los que muestran críticas sobre lo que no se debería haber hecho. Y si bien es cierto que a posteriori es fácil hablar (como dirían tres buenos amigos míos, después del terremoto todo el mundo va en moto), también lo es que por una cuestión de vivir en un universo con el factor tiempo entre medias, todos aquellos que hicieron esas críticas a priori ahora se encuentran viviendo a posteriori del evento que criticaron. Y es ahí donde entra en juego documentarse para saber distinguir qué ha pasado.
Los que dicen que esto no se podía prever hacen referencia a una cosa llamada falacia del historiador y que consiste en suponer que en el pasado se tenía la información del presente y eso permitía hacer otra cosa. Por ejemplo, argumentar que el error de Julio César fue ir durante el idus de marzo al senado, pues ese día lo asesinaron. Pero la cuestión clave es si Julio César tenía evidencias de que lo iban a rajar como a un marrano en mitad del senado o, más importante aún, ¿cómo podemos saber qué habría pasado si se hubiera quedado en casa?, ¿no lo habrían matado igual?, ¿habrían pasado a cuchillo además a su familia, sus caballos y sus gallinas? Y así una larga cadena de acontecimientos que no se podían prever. Hasta ahí estamos de acuerdo.
Ahora bien, desde el presente sí se pueden juzgar ciertas cosas que, de hecho, se hicieron mal con todos los avisos sobre la mesa. Así pues, hay famosas chapuzas que han tenido que depurar responsabilidades, o si no la famosa Comisión Rogers —de la cual formó parte el famoso físico y premio Nobel de física Richard Feynman— no habría determinado que el accidente del transbordador espacial Challenger del año 1986 fue a causa de un fallo de una de las juntas tóricas del cohete, que no habían sido diseñadas para operar en las bajas temperaturas en las que se llevó a cabo el lanzamiento. Ni tampoco habrían determinado que se sabía desde 1977 que eso podía ocurrir. Si llegados al momento de la comisión se hubiera caído en la complacencia del quién iba a saberlo a priori, e incluso de acusar a los miembros de la comisión de capitanes a posteriori, es posible que nunca se hubiera alcanzado la verdad y podrían haber ocurrido más accidentes. El análisis de los fracasos es más importante que el de los éxitos.
Por ello hace algún tiempo utilicé la expresión de falacia del Capitán a Posteriori para referirme a los que, sin documentarse, utilizaban el término de Capitán a Posteriori para negar que hubiera evidencias que permitían haber actuado de forma diferente [3]. Y si bien es cierto que en muchos aspectos es así y tienen razón, también es cierto qué, en primer lugar, a la mayoría de gente que no advirtió el peligro no le pagaban por gestionar los recursos sanitarios de un país, cosa que, de hecho, si hacían algunos —sobre todo lo de cobrar— sin la experiencia suficiente. Pero en cambio sí habían informes y datos desde enero que invitaban a tomar medidas, datos que se ignoraron, manipularon e incluso se negaron por parte de autoridades sanitarias y medios de comunicación [4], [5].
Lo desastres muchas veces no son fáciles de predecir, pero hay que saber caminar entre la critica documentada y el revisionismo histórico falaz. Y si bien es cierto que la pandemia seguramente no era evitable, la calidad de las decisiones ha estado influenciada desde el inicio por negar la evidencia, cometiendo errores evitables. Y puedo entender que todos aquellos medios que emitieron información errónea o falsa en momentos en los que se disponía de los datos correctos ahora intenten vender la idea de que todas las críticas actuales de deben a los capitanes a posteriori que pueblan los bares —ahora cerrados— de nuestro ancho país, pero de ahí a creérselo hay una distancia abismal, porque es sencillamente falso.
[1] Reflexiones de un comunicador en tiempos del coronavirus, ULUM
[2] La letalidad de la pandemia del SARS-COV-2, ULUM
[3] Hilo de Twitter Fernando Cervera, Twitter
[4] ¿Estamos contando bien?, Valencia Plaza
[5] El futuro del virus que hace tambalearse al mundo
Fernando Cervera Rodríguez es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó un máster en Aproximaciones Moleculares en Ciencias de la Salud. Su labor investigadora ha estado centrada en aspectos ligados a la biología molecular y la salud humana. Ha escrito contenidos para varias plataformas y es redactor de la Revista Plaza y de Muy Interesante. Ha sido finalista del premio nacional Boehringer al periodismo sanitario y ganador del Premio Literario a la Divulgación Científica de la Ciutat de Benicarló en el año 2022. También ha publicado un libro con la Editorial Laetoli, que trata sobre escepticismo, estafas biomédicas y pseudociencias en general. El libro se titula “El arte de vender mierda”, y otro con la editorial Círculo Rojo y titulado “A favor de la experimentación animal”. Además, es miembro fundador de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas.
Buen trabajo, enhorabuena.
Conclusión, SÍ se podía prever, en la primera ola y en esta. Y había multitud de avisos. Hice también una recopilación, de noticias y de algo curioso, cientos de comentarios de personas anónimas en artículos de prensa, pidiendo medidas.
https://traslaultimasombraroja.wordpress.com/2020/06/12/no-se-podia-prever/