Reflexiones de un comunicador en tiempos del coronavirus

Cuando un político llama patriotas o héroes a un colectivo es que alguien va a morir. Por norma general no serán los políticos quienes mueran, como tendencia universal la prensa dejará de llamarles héroes cuando no les convenga. Por eso, en los tiempos de pandemia que nos ha tocado vivir, hay que saber distinguir la línea que separa el conformismo —e incluso el negacionismo— con el amarillismo, y sobre todo atreverse a emitir informaciones veraces aunque estas sean discordantes con el resto de informaciones imperantes.

Pero en una sociedad que es carne de bulo y donde cada terminal móvil se ha convertido en un amplificador de noticias, con humildad todos aquellos que no sabemos de un tema concreto no deberíamos dedicarnos a difundir información. Como se puede apreciar, las líneas que separan todos estos extremos se tocan y se difuminan. ¿Qué asegura saber de qué? ¿Hay que depositar nuestra confianza en canales de comunicación oficiales que están sesgados y pueden mentir o equivocarse de forma evidente? ¿Y en periodistas que hasta hace dos semanas no sabían la diferencia entre un virus y una bacteria? ¿O en aquellos que sí sabían la diferencia pero a pesar de conocerse algunos datos desde enero los negaron hasta marzo por documentarse mal? ¿O hay que seguir fielmente los consejos técnicos de profesionales que —por cómo funciona la supuesta meritocracia— puede que hayan llegado allí por carambolas del destino? Las respuestas a estas preguntas no son categóricas y hay términos medios, y esa es la diferencia entre el escepticismo mal entendido y el que puede hacernos avanzar como sociedad.

En estos tiempos convulsos en los que setecientos muertos se consideran un buen dato, la responsabilidad social de todos aquellos que nos dedicamos en mayor o menor medida a crear contenidos es más grande que nunca. Por eso hay que agarrarse a la máxima de que el periodismo que no incomoda —sobre todo en estos tiempos— no es periodismo sino propaganda. Y ante todo, que uno debe contar lo que ve, que la historia ya se encargará de contar lo que pasó. Pero lo que puede ocurrir, si no tenemos cuidado, es que por no contar lo que uno ve y contar lo que a uno le gustaría ver, la historia no pueda recordar lo que realmente ocurrió. Y una sociedad que no recuerda comete los mismos errores una y otra vez[1].

Es por ello por lo que me alarma que desde enero algunas personas —entre las que me incluyo— hayamos recibido por parte de otros divulgadores o periodistas supuestas lecciones de alarmismo por contar lo que veíamos. La menor crítica era considerada infundada y daba igual señalar los informes oficiales que ya existían o indicar que algunos datos y comparaciones del gobierno y la prensa eran —y son— sencillamente falsos[2]. Cuando un gobierno miente de forma descarada en el presente, diciendo que hay un cuello de botella por no haber kits de extracción de RNA para hacer los diagnósticos [3], o que el mismísimo presidente haya proclamado en el parlamento que somos uno de los países del mundo que más pruebas ha hecho por número de habitantes [4], y la prensa y los divulgadores no alzan la voz para decir que es mentira, la verdad muerte en un charco de complacencia y falta de espíritu crítico.

Bastaría con verificar en estos dos ejemplos que, a pesar de lo referido por el gobierno, multitud de empresas han ofrecido cientos de kits de extracción de RNA sin recibir respuesta, que hay productos de estas características en stock, que hay decenas de laboratorios que podrían usarse para hacer pruebas y no lo están haciendo o que España es oficialmente —sin contar microestados— el país del mundo con más muertos por millón de habitantes a causa del coronavirus, el 25º país del mundo en número de pruebas diagnóstico por millón de habitantes y el 8º en número total de pruebas [*]. Es decir, que España lo está haciendo mal en cuanto al tema diagnóstico se refiere, lo que hace que actualmente ni se sepa cuántos muertos ni infectados reales hay. Nada hay de lo que estar orgulloso en esos números.

Ambas informaciones —y otras muchas— se han ofrecido a diversos periodistas y divulgadores, sin obtener en la mayoría de casos ni siquiera una respuesta. Es más, a pesar de llevar dos meses intentándolo personalmente, aún no he conseguido una rectificación sobre la gran cantidad de datos falsos o erróneos que han publicado —y siguen publicando— medios de primer nivel o responsables políticos, en cuando a los números ofrecidos a la ciudadanía. Muchos de esos periodistas o divulgadores, sin ni siquiera entender lo que se les decía, incluso han ironizado públicamente sobre el tema. Periodistas que la gente está alabando durante esta crisis por su labor informativa.

Así que cuando escucho a gente utilizar la falacia del capitán a posteriori —básicamente decir que cualquier cosa que pase a día de hoy era imprevisible ayer— pienso en todos esos mensajes y cartas enviados a priori desde enero, en los cuales muchos hemos pedido la rectificación de informaciones que se han ignorado. Y aunque todos cometemos errores y el tiempo hará envejecer lo que digamos, la diferencia es saber adecuarse a lo que se conocía en un determinado momento, tener la valentía de alzar la voz ante las mentiras y los errores —vengan de donde vengan— y no caer en la ausencia de espíritu crítico como alternativa a la crítica indocumentada. Porque abundan las personas que se proclaman paladines del escepticismo ante un enemigo tan fácil como la homeopatía  —y digo fácil con cinco juicios a mis espaldas por difundir la idea cierta de que las pseudoterapias matan—, pero no ante uno tan peligroso como las mentiras y la incompetencia en temas científico-técnicos por parte de las autoridades. De hecho, se corre el riesgo de pensar que son autoridades competentes durante una pandemia los mismos organismos a los que se ha intentando convencer durante 10 años de que la energía mística qi, proyectada mentalmente sin tocar al enfermo, no puede curar el cáncer. O los mismos colegios de médicos que no expedientan a colegiados por imponer imanes para curar el cáncer o mediar con los extraterrestres para curar enfermedades. Ambos casos reales.

Detrás de esta pandemia no hay héroes, hay personas que necesitan guantes y mascarillas para trabajar, hay médicos y científicos precarios que necesitan sueldos y condiciones dignas, empresarios y autónomos que no pueden pagar sus facturas, en definitiva, profesionales que hacen su trabajo lo mejor pueden. Gente que necesita que la sociedad conozca no los vídeos de los enfermos dando palmas en hospitales al ritmo de la música, sino los casos de médicos que no tienen guantes a su disposición  —y no para dar palmas sino para proteger su vida— o el de los científicos que trabajan a contrarreloj para hacer los diagnósticos sin que les amplíen el personal o las instalaciones.

Así que a todos los periodistas y comunicadores que dentro de un mes se vean tentados de decir que no se podía saber que las autoridades han dado hoy datos falsos, les animo a hacer hoy su trabajo y a no repetir los mismos errores otra vez. Porque si no el periodismo dejará de ser el cuarto poder para convertirse en una herramienta más del único poder.

 

[*] Nota: Hay que tener en cuenta que los datos de análisis para España no se han actualizado desde el 21 de marzo. Aún así, suponiendo una cifra de 20 000 al día como anunció el 09/04/2020 Pedro Sánchez, incluidos fines de semana y festivos como activos, y eliminando microestados, darían una cifra actualizada de 735 000 pruebas para España. Obviando el retraso en la actualización de datos para el resto de países, esto aún situaría al país como el cuarto de Europa en número de pruebas. Y midiéndolo como 15 658 pruebas por millón de habitantes, sería el 8º del mundo, y todo ello a pesar de ser el primero a nivel mundial en muertos por millón de habitantes.

[1] The effect of public health measures on the 1918 influenza pandemic in U.S. cities

[2] Datos reales de letalidad para la pandemia

[3] Salvador Illa – kits de extracción

[4] Intervención Pedro Sánchez – Minuto 35:10

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