La conquista de Georovia III. El cisma

Texto escrito por Julián Chaves

La conquista de Georovia I. El gran éxodo

La conquista de Georovia II. Polvo, sudor y lágrimas

La conquista de Georovia III. El cisma

La conquista de Georovia IV. El precio de la paz

La conquista de Georovia V. La solución final

Salieron del infausto precipicio, desgarrados por el dolor de las pérdidas en las mismas puertas del averno. Rijka observó a los setenta troncaros supervivientes y recordaba con amargura las abarrotadas calles de Evimeriópolis, así como la alegría que impregnaba el ambiente en los días festivos de su pequeña localidad natal. Pensaba que se le desgarraba el alma y lo peor de todo podría estar por venir, la incertidumbre le carcomía las entrañas al no saber qué se encontraría al otro lado del collado, lugar que ahora casi podía tocar con las manos. Echó de menos al joven Castka, quizás la persona a la que más cariño tenía de todos los desaparecidos, y se sintió mortalmente culpable.

Aquella maldita estrella comenzaba a decaer, la noche empezaba a adueñarse de la montaña y la niebla cubría las cumbres apenas sin cruzar a la vertiente desértica. Parecía como si hasta la niebla tuviese miedo del desierto. Se cobijaron poco más delante de la salida del desfiladero y decidieron partir hacia el collado a primera hora de la mañana, era importante llegar a la otra vertiente antes del mediodía pues habían podido observar como la niebla solía comenzar a cubrir las cimas a partir de ese momento. Probablemente porque se establecía un régimen de vientos marítimos a partir de esa hora debido al mayor calentamiento de la superficie terrestre con respecto a la marítima. El aire caliente sobre la tierra ascendía y su lugar lo ocupaba aire húmedo procedente del mar, el cual se iba condensando conforme ganaba altura en la cordillera. También podría estar sucediendo cualquier otra cosa, después de todo tan solo llevaban en aquel planeta seis días y se daban cuenta de que apenas sabían nada.

Arriba, la estampa era superlativa. Ante ellos se presentaba una abrupta ladera, que aunque árida tenía ciertas connotaciones que la hacían distinta de la vertiente desde la que llegaban. Más abajo, se extendía un inmenso mar de nubes que ocultaba con recelo el terreno subyacente. A izquierda y derecha la larga cordillera parecía no tener fin, y sobre ella se observaban imponentes cimas que competían en altura y prepotencia a la que se alzaba justo a la izquierda del collado. Atrás dejaban aquel desierto infernal, dándose cuenta desde aquella atalaya, de que tuvieron suerte de caer en un de sus extremos. Unos kilómetros más hacia el sur y todo se habría acabado para ellos. Decidieron comenzar a bajar, a tal altura el aire era difícil de respirar y el frío era notable. Preska fue abriendo la ruta como era habitual, y después de ir bajando placenteramente se encontraron de lleno con la zona de niebla, dándose cuenta de que en esa jornada esta no había subido hasta las cimas como en días anteriores. Había que extremar las precauciones, se adentraban de repente en un profundo bosque, estaba oscuro a pesar de que era pleno día, había bastantes rocas, escalones y raíces, se abrían paso cortando los matorrales, la humedad les calaba los huesos y muchos no lograban mantener el equilibrio ante el resbaladizo terreno que atravesaban. Para su sorpresa, a pesar de haber descendido muchos metros, hacía bastante más frío que en las inmediaciones de la cima. Conforme bajaban iban observando cómo pequeños hilos de agua iban formando pequeños regueros que tenían que ir atravesando; se mojaban, tenían frío, la vegetación les cerraba el paso a cada metro y no había rastro de aquella maldita estrella. Las penurias parecían no tener fin en el que tenía que ser, por necesidad, su nuevo hogar.

Sintieron alivio cuando por fin dejaron atrás la espesura de la niebla, y por primera vez sintieron alegría al asomarse al ventanal que se abría en aquel recodo. Ante ellos dominaban los colores verdosos, torrentes y arroyos brotaban por las laderas para confluir con el río que se veía mucho más abajo, para que después este regalara mansamente sus cristalinas aguas al mar. Se oían ruidos, podrían ser animales autóctonos del Georovia, aquella bendita estrella iluminaba sin abrasar, luciendo espléndida entre las nubes que más arriba conformaban la niebla. El ambiente parecía idílico.

Rijka se apresuró a no dejarse llevar por esa sensación, después de todo allí no se podían quedar, habría que buscar un lugar mejor. La zona costera no parecía demasiado alejada, quizás treinta o cuarenta kilómetros, el problema era que aquella vertiente parecía muchísimo más pronunciada que la del desierto y eso, a pesar de que el ambiente ahora parecía más propicio, le generaba preocupación e incertidumbre.

­­—Perdone mi capitán —preguntó Borrak intentando que nadie más le escuchara— ¿sabemos exactamente hacia dónde queremos ir?, ¿qué es exactamente lo que buscamos? No podemos estar andando eternamente.

—Sí, yo también estoy cansado de andar teniente. Yo también quisiera saber dónde vamos. En principio la idea era llegar hasta el punto idóneo que habían marcado nuestros análisis previos pero ya ve usted que eso va a ser imposible. Deberíamos encontrar pronto un lugar donde asentarnos, al menos a descansar y dejar un tiempo para que nuestros técnicos y científicos evalúen las cosas del entorno que se pueden utilizar o no. Si el entorno es viable en lo básico podemos asentarnos en tal lugar un tiempo y ver después la conveniencia de permanecer allí. El problema es que de momento tenemos que seguir buscando tal sitio, aún estamos encaramados a la montaña.

—Por último capitán, mi pregunta viene porque creo que algunos se empiezan a impacientar. La gente está muy cansada de padecer y andar perdida, y aunque ellos sepan que hay pocas soluciones quieren que usted las encuentre. Además, sabe usted que hay ciertas personas que no nos tienen mucho aprecio. Acuérdese de ese tal Timka y todos los conflictos que tuvimos con sus compinches antes de la Gran Invasión.

—Gracias teniente —dijo Rijka dando una palmada en la espalda de Borrak y estrechándole la mano con fuerza en señal de máxima gratitud.

Siguieron bajando, pensando en buscar un lugar donde acampar. Rijka pensaba mientras tanto que aunque era urgente instalarse temporalmente en un lugar adecuado ahora tenían menos prisa, pues después de la desgracia del desfiladero había muchas menos bocas que alimentar. Sintió náuseas de sí mismo por haber tenido ese pensamiento tan egoísta e intentó apartarlo de su mente observando el maravilloso paisaje montañoso, entre tanto vio a Preska subir ladera arriba a toda prisa. Pensó que ese chaval era todo un portento físico y que sin duda traía noticias de interés.

—Mi capitán— dijo Preska mientras recuperaba la respiración— creo que he visto un lugar bastante apto para instalarnos provisionalmente.

— ¡Cuéntame hijo! —exclamó Rijka con un entusiasmo poco habitual en él— soy todo oídos, ¿Cómo es tal sitio?, ¿hacía donde está?

—Capitán, un poco más abajo, siguiendo este valle hay una pequeña loma que comunica fácilmente con el valle contiguo. Dicho valle es prácticamente plano en su fondo y por él circula un río más o menos caudaloso. Hay abundante vegetación y parece un lugar fértil. Y por último, el final del valle es muy abrupto, y aunque no lo he visto con mis propios ojos diría que el río cae hasta las zonas bajas de la cordillera por una gigantesca cascada.

— ¡Gracias Preska! —exclamó Rijka, otra vez mostrando entusiasmo, seguramente exteriorizándolo a causa del cansancio y las ganas de asentarse en algún lugar— es curioso pensar que ese valle pueda ser de origen glaciar con este calor y esta humedad. No perdamos más tiempo, ¡en marcha!

Bajaron un poco más y llegaron a ese valle de fondo plano. Rijka, Borrak decidieron dar un paseo por los alrededores de aquel lugar, para obtener así una impresión general. Ordenaron al resto de la gente que permaneciera junto al río y llamaron a Tubek, el científico de mayor entidad que había sobrevivido al desfiladero. Les gustaba la zona, era suficientemente amplia y a tenor de la vegetación y el suelo que observaban podría hacer germinar las semillas que transportaban y alimentar a los pocos animales supervivientes. Quizás algunas de aquellas plantas fueran comestibles, también había suficiente amplitud para los setenta supervivientes e incluso podían pensar en cierta expansión futura. Estaban cansados de vagar por ese mundo y querían asentarse de una maldita vez, así que acordaron que pasarían la noche allí y al día siguiente comenzarían a construir pequeñas cabañas, explorarían los alrededores en profundidad, y el equipo científico comenzaría a determinar qué y cómo podían usar aquellos recursos. Se parecía a Troncara, pero a la vez era muy diferente y era imperativo acotar las incertidumbres.

Todos parecían contentos con estar allí, después de haber sobrevivido a todo un infierno. Todos menos Timka, que odiaba a Rijka y a Borrak con toda su alma. Se había plegado a sus directrices durante todo el viaje, pues no le quedaba más remedio. Muchos de sus camaradas habían muerto durante la Gran Invasión y se había quedado bastante solo, además él había sido un mercenario toda su vida y no hubiera podido sobrevivir sin los conocimientos científicos de los líderes de la expedición. No mostraba ningún agradecimiento por haber tenido la oportunidad de subir a aquellas naves, él había participado en el golpe frustrado contra las instituciones gubernamentales troncaras, las cuales, a pesar de ser un enemigo declarado le habían permitido formar parte del éxodo. Y es que en esos momentos prevaleció el hecho de ser troncaro, pensando que así se acabarían las rencillas entre los diversos grupos ante un enemigo común y muy superior a ellos. Pero ahora ya no había vastopronianos y Timka no estaba dispuesto a aceptar lo que dijeran sus antiguos enemigos. Ahora prefería morir antes de plegarse a las órdenes de los mandos, y es por eso que aprovechó la breve ausencia de Borrak, Rijka y Tubek. Tenía poco tiempo, si no lograba convencer a nadie o ellos volvían antes de tiempo estaba acabado.

— ¡Escuchadme! —dijo intentando aparentar cierta autoridad— no les hagáis caso, solo buscan su propio interés. ¿Por qué creéis que murieron todos los demás en el desfiladero? Ellos lo provocaron para tener más comida y no dudarán en hacer lo mismo con lo demás cuando llegue el momento. Además, ¿qué clase de sitio es este para los nobles troncaros? Aquí, en medio de estas condenadas montañas nunca podremos construir un verdadero país, tal y como nos merecemos. Bajemos a los llanos y construyamos una verdadera patria, dejémosles aquí con su egoísmo y sus patrañas. Ellos nos prometieron llegar a un lugar perfecto y mirad a vuestro alrededor, todo era mentira, ¡nos engañaron! Y es más, estoy seguro de que saben muchas cosas que no nos han contado. ¡Bajemos a los llanos! ¡Construyamos una patria! Yo estoy dispuesto a morir antes de vivir con estos tiranos mentirosos, ¿quién está conmigo?

Mientras lo decía pensaba que realmente no sabía dónde ir, pero para él cualquier cosa era mejor que estar allí con ellos. Además, se estaba erigiendo como un líder, cuando toda su vida fue un simplón subordinado, y eso le llegaba a excitar. Él, Timka, excombatiente en varias milicias de diversa ideología y siempre al servicio del mejor postor,  se podría alzar como un gran líder, como padre fundador de una nueva patria que se regiría por su propio concepto de orden y justicia. Solo esperaba que alguien se le uniera y no quedar como un completo papanatas.

Entre los presentes alguien le contestó que era muy ingrata su actitud, aunque otros muchos ni siquiera lo entendieron al no saber nada de aquella antigua sublevación. Otro comentó que a tenor de la temperatura y la humedad reinantes las zonas bajas deberían ser probablemente  zonas pantanosas, muy proclives a enfermedades y a inundaciones, y otro le espetó que no pensaba que él tuviese conocimientos suficientes para determinar qué sitio era mejor. La tensión se mascaba en el ambiente, y todo parecía en contra de Timka cuando vio que unos veinte hombres se le acercaban mostrando interés por su mitin. No había tiempo, robaron como pudieron algunas provisiones, algo de agua y unos pocos sacos de semillas, sin mirar muy bien qué especies eran y corriendo campo a través para no ser linchados por los demás. Timka se había preocupado de dar su mitin justo por delante de donde estaban depositados los víveres. No sabría de ciencia ni de gratitud, pero era de sobra espabilado.

Cuando Rijka, Borrak y Tubek volvieron el revuelo era máximo, fueron informados y tuvieron sentimientos encontrados. Por un lado, les alegraba deshacerse de Timka, pues pensaban que gente como él debería de haber sido pasado a cuchillo por los vastroponianos. El odio era recíproco, pero hasta entonces se debían al deber supremo de salvar a todo troncaro. Por otro lado, no tenerle controlado les generaba cierta incertidumbre aun pensando que nunca más le volverían a ver, ni a él ni a los imbéciles que le habían seguido.

Timka y los suyos acamparon no muy lejos del valle, se habían dado cuenta de que nunca construirían un imperio sin mujeres. Timka se regocijaba con la idea de tener poder y miles de acólitos obedeciendo aún sin tener claro donde pasaría la noche siguiente. Para cumplir el plan necesitaría que nacieran niños, y con un discurso patriótico y exaltado convenció de tal necesidad a los que ahora eran sus compinches, todo a pesar del sucio plan que planteaba. Se apostaron en las inmediaciones del valle, esperando al alba, justo el momento en el que se repartían tareas y el grupo se separaba un poco. Timka era especialista en situaciones de este tipo y explicó a tres de los suyos como procederían; bajaron con sigilo, por separado, y esperaron los momentos adecuados. Cuando se reunieron de nuevo en el punto convenido tenían consigo a cuatro mujeres. El secuestro había salido perfecto. Borrak y Rijka no tardaron demasiado en percatarse de la situación, pero ya era demasiado tarde. Una vez más se sintieron desgarradoramente culpables, se habían confiado en exceso y bajo la creencia de haberse liberado del majadero de Timka habían perdido a cuatro habitantes de Troncara. Lloraron a escondidas durante horas y la sombra del luto ennegreció el verdoso y alegre valle.

Continuara….

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