La conquista de Georovia IV. El precio de la paz

Texto escrito por Julián Chaves

La conquista de Georovia I. El gran éxodo

La conquista de Georovia II. Polvo, sudor y lágrimas

La conquista de Georovia III. El cisma

La conquista de Georovia IV. El precio de la paz

La conquista de Georovia V. La solución final

Diez años después, Rijka y los suyos vivían con alegría. El capitán se hacía mayor y nada le gustaba más que aquella tranquilidad, además, podía tener una gran confianza en el teniente Borrak, quién de un tiempo a esta parte era el que organizaba y dirigía mayormente los trabajos, con una eficiencia sublime por cierto. Rijka cada vez tenía un papel más cercano al de filósofo de referencia que al de dirigente militar y civil. Era algo que le encantaba y le hacía feliz, y tan solo deseaba que los suyos vivieran en paz y prosperidad.
Ya conocían a grandes rasgos toda la botánica local, habían nacido niños, los que lo fueron antaño ahora ya eran hombrecillos, vivían tranquilos, sin lujos pero sin molestias. Habían cultivado el fondo del valle, habían construido edificios a partir de las piedras y troncos extraídos en los montes cercanos, habían conseguido criar algunos animales de granja que habían sobrevivido milagrosamente a los primeros días. Además, recientemente habían encontrado la forma de construir herramientas y útiles metálicos. Habían identificado una zona con abundancia de un mineral al que llamaron Tula, este al ser sometido a altas temperaturas se reducía, produciendo una masa fundida a la cual se le podía dar forma, para posteriormente dejarla enfriar y obtener así un material duro y resistente. Esto se conseguía mediante unos hornos de adobe construidos al efecto, alimentados por leña de los bosques circundantes y suponía el avance más importante de los troncaros desde que llegaron al planeta. Vapla, como llamaban los vecinos al poblado por aquello de estar en un valle plano, solo tenía un potencial problema, se quedaría sin espacio en pocos años. El valle era fértil y el clima más o menos benigno a pesar de la altitud, pero no dejaba de ser un valle de alta montaña y su superficie era lo bastante limitada para comprometer la deseada expansión demográfica. Habría que construir más edificios, reduciendo la superficie fértil a la par que aumentaban las bocas para alimentar, y aunque construir en las laderas podía ser una solución, esto entrañaba varios inconvenientes; dificultad de construcción, generar graves problemas de erosión y posibilitar ser arrastrados durante una tormenta. Quizás en un futuro habría que instalarse en otro lugar con mayor potencial para la prosperidad.
Por otra parte, Timka intentaba imponerse en aquel nuevo poblado. El lugar donde se localizaban era extremadamente fértil, constituido por una gran llanura aluvial y a los pies de un grandioso rio. Allí el clima era realmente bueno, aunque a veces el calor era asfixiante y los mosquitos hacían verdaderas carnicerías. Le hubiera gustado tener el mar más cerca, pero desistió de la idea al ver las tierras pantanosas que se habrían un poco más debajo de su poblado. Forzosamente habían nacido algunos niños, pero estos no podían trabajar todavía y eran pocas las fuerzas laborales con las que contaban. Trabajaban duro y cada vez Timka instaba a que se cultivaran nuevas tierras, nunca tenía suficiente. El problema era que cultivaban mucho más de lo que necesitaban y además, sin herramientas y con pocos conocimientos sobre explotación agrícola. Timka, que siempre llevaba la voz cantante, se dio cuenta de que no podían seguir trabajando a ese ritmo, en primer lugar por que en algún momento su liderazgo quedaría en entredicho y lo abandonarían, y en segundo lugar porque reventarían de tanto trabajar. Desde luego, abandonar su ilusión de construir un pequeño imperio desde la nada no era ninguna opción y urgía tejer un plan, una idea que le reafirmara como jefe y mejorara un poco las condiciones de su pequeño poblado. Sobre todas las cosas tenía que encontrar la forma de poder trabajar más y más tierras, pues era un paso esencial para cimentar esa pequeña comunidad llamada a ser imperio, imperio del cual él sería padre, y aunque no llegase a poder ver su magnánimo esplendor, su imagen siendo reverenciada por los siglos de los siglos le excitaba más que nada en el mundo.
Pasaron los días, Timka seguía dándole vueltas a la cabeza tratando de elaborar un plan; construir acequias, desecar zonas pantanosas, trabajar más horas o raptar a gente en la comunidad de Rijka y convertirlas en esclavos, eran algunas de las cosas en las que andaba pensando si bien no sabía muy bien cómo implementar todos esos pensamientos. Entre todo ese burbujeo mental vio algo que le llamo poderosamente la atención, una columna de humo justo en la dirección donde se encontraba Vapla, a las horas esta gran columna de humo cesó para volver a reaparecer durante los días siguientes. Desde que abandonaron aquel valle ninguno de ellos se había preocupado de saber qué ocurría en el lugar de sus compatriotas, pero ahora estaba claro que allí sucedía algo y él necesitaba saberlo. Sabía que en Vapla habitaban muchas gentes de saber, y vio claro que para entonces podrían haber realizado ciertos avances a los cuales ellos eran totalmente ajenos. Esto podría ser un duro golpe para sus expectativas. Apartando la rabia que le producía sentirse inferior llamó disimuladamente a Castka, ese joven que parecía haber muerto en el incidente del precipicio pero que sin embargo quedo aislado por el derrumbe, ya que iba muy por detrás cuidando de que nadie se quedase rezagado. Vagó durante varias semanas por las montañas, valiéndose de sus capacidades físicas y su adaptación a la montaña, hasta que avistó el poblado de Timka y los suyos. Llegó allí en una situación lamentable; mojado, hambriento, enfermo y al borde de la muerte. Cualquier otro no habría resistido ni la mitad. Ellos le salvaron la vida y por ello Castka se sentía en deuda con Timka.
—Castka, tengo para ti una misión vital para nuestro poblado—dijo Timka intentando que nadie más supiera de aquello— has de subir a las montañas, allá donde se ven las columnas de humo que es donde viven esos sucios fanáticos de Rijka y averiguar qué están tramando. Ese humo significa algo importante y debemos saberlo. Si no, nos quedaremos rezagados en la conquista de este planeta. Saber cómo viven nos otorgará cierta seguridad a la hora de actuar.
—Por supuesto jefe. Saldré mañana al alba.
Vapla no estaba especialmente lejos del Gran Aluvial, pero tampoco estaba cerca. El camino era duro y Castka notaba que había perdido facultades.
—¡Uff!—resopló— con tanto trabajo en el llano mi condición física es lamentable. Menos mal que el que algo tuvo…
Aunque algo cansado, por fin llegó a la cresta que delimitaba el valle de Vapla. Era casi de noche, así que tendría que esperar hasta el día siguiente para realizar sus pesquisas y observar con detalle la actividad del poblado. Antes de quedarse dormido comenzó a recordar los viejos tiempos; a todos los lugares a los que había ido con Preska en Troncara, los primeros días siendo vitales para la exploración, al capitán Rijka y su comportamiento paternal hacia él. La nostalgia y la melancolía le invadieron en aquella estrellada noche justo antes de quedarse profundamente dormido.
Aquella maldita estrella apareció de entre las montañas, era la hora de observar. Vio que tenían cultivos, pero intuía que tan solo habían podido cultivar decentemente tres o cuatro especies, y que además estas eran de menor tamaño que las que tenían en Gran Aluvial. Allí además de más grandes, habían sido viables al menos doce variedades distintas de tubérculos y otras plantas forrajeras, todo ello a pesar de que no sabían tantas cosas como aquí arriba. Por el contrario aquí ya tenían unos cuantos árboles cultivados, cosa que había sido imposible en su poblado. Parecía que tenían un ganado mayor que el suyo, aunque no llegaba a contabilizar bien cuantas cabezas y que especies tenían, pues observó que muchos andaban pastando por las laderas. Vio grandes cuadrúpedos a los que llamaban burkos, cuya carne era excelente y además proporcionaban leche y material, también vio pequeñas aves a las que en Troncara conocían como prispis. En general concluyó que la organización aquí arriba era muy superior. Sin embargo Gran Aluvial era una tierra fértil y agradecida que no necesitaba grandes métodos para producir excelentes cosechas. Llegó el momento clave, la hora del humo. Había observado como por la ladera opuesta iban y venían personas cargadas de sacos de piel de burko, andando penosamente hasta llegar a una construcción cuadrangular, donde parecían depositar el contenido del saco y volver de nuevo ladera arriba, para desaparecer e ir donde quiera que consiguieran lo que traían. Tras una mañana de idas y venidas, comenzó a salir humo por la parte superior de la construcción. Castka supo que estaban fabricando algún tipo de material, lo había visto hacer en Troncara y al parecer aquí estaban utilizando un método similar pero más primitivo. Se acercó un poco más, y vio como comenzaban a sacar unas barras oscuras que aparentemente no tenían mucha utilidad. Decidió ir a ver dónde estaba el lugar de donde extraían aquellas piedras. No era fácil, calculó que la ruta que utilizaban ellos supondría unos tres o cuatro kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, con el añadido de situarse en una zona escarpada del valle contiguo. Por supuesto él recorrió una distancia muy superior. Allí apostado, pudo ver como la extracción tampoco era nada fácil, utilizaban arcaicas herramientas de madera y piedra, y aunque sin duda estaban trabajando en mejorar ese aspecto aquel trabajo le pareció extenuante.
Timka fue informado de aquello y se sintió amenazado. Si ellos estaban camino de poseer herramientas podrían cultivar más y mejor, podrían bajar a las llanuras y cultivar mucha más tierra que ellos, podrían tener más ganado, mejores viviendas y podrían construir armas. No podía consentir aquello.
—Camaradas—dijo con solemnidad ante todos sus vecinos— aquellos prepotentes de las montañas están pensando en conquistar nuestras tierras y aniquilarnos. Gracias al compañero Castka, que se ha jugado la vida en una misión de alto riesgo, somos conscientes de la gran amenaza a la que estamos expuestos. Han pasado los años y todavía no han aceptado nuestras ansías de liberarnos de su yugo, de ser dueños de nuestro propio destino. Ellos, con el capitán Rijka a la cabeza, están deseando eliminarnos y apropiarse de estas fértiles tierras donde tanto sudor hemos derramado, puesto que las suyas, frías y baldías, no tienen ningún valor, tal y como yo os dije aquel buen día en el que nos independizamos de esos erudítos de pacotilla.
Su mensaje había calado y el público se hallaba exaltado. Intuía que en Vapla no se hablaba para nada de ellos y que su alejamiento había sido todo un alivio. Ni se acordarían de ello si no fuese por el rapto de las mujeres. Pero eso no importaba nada, lo importante aquí era que no podía quedarse rezagado en sus ilusos planes de expansión y lo cierto es que ahora se daba cuenta de que iba muy por detrás. Ser el padre de una patria iba a ser más duro de lo que pensaba. Dar rienda suelta a su odio por Rijka y Borrak también iba a ser más duro de lo que pensaba.

Quince de ellos, guiados por Castka, avanzaron con el objetivo de llegar a las minas. Solo quedaron en Gran Aluvial, los niños, las tres mujeres y cinco de ellos, en calidad de guardianes. Ya habría tiempo para trabajar la tierra. En las minas no había ninguna fuerza de seguridad y la idea era clara. Había que raptar a algunas personas para impedir que se explotara la mina, sería un ataque rápido, no bajarían todos juntos para no dar pistas de su número y tendrían que irse rápido, pues si se quedaban mucho tiempo vendrían refuerzos, estaban en inferioridad y además podrían tener armas. La idea era atemorizar y desincentivar el uso de la mina, y quizás en un futuro poder explotarla con la información que obtuvieran de los secuestrados.

Comenzó la escaramuza y consiguieron capturar a ocho personas, si bien encontraron mucha más resistencia de la esperada y eso complicó la situación. Dos obreros murieron a manos de los atacantes, que dirigidos por los conocimientos en la materia del propio Timka actuaban con una organización perfecta. Los atacantes corrieron entre el bosque con los secuestrados, y los demás obreros se apresuraron a llegar a Vapla para informar de lo sucedido.
Borrak montó en cólera, estaba fuera de sí. Desde luego no se esperaban algo así y por supuesto esta sería la última pues no pensaba dejar títere con cabeza. Buscó a Rijka y le expuso sus pensamientos.
—Capitán, esto es el colmo. No podemos permanecer estáticos ante esta amenaza. Pienso que ya fuimos bastante pasivos cuando decidimos no perseguirlos el día que huyeron y raptaron a las mujeres. Si hubiésemos perseguido a esas ratas y los hubiésemos eliminado viviríamos en paz, completamente en paz, pero preferimos no complicar las cosas. No es que me arrepienta, pero pienso que ahora nuestra actitud tiene que ser bien diferente. Propongo militarizar el poblado y destruirlos completamente lo más rápido posible. De esa forma acabaremos con esos bastardos, y además podremos hacernos con las tierras bajas. Ahora que hemos conseguido producir Tula, seremos capaces de instalar poblados, producir más alimentos y elaborar otros bienes. Solo veo ese camino para poder vivir en paz y fomentar la prosperidad de nuestro pueblo. ¿Qué opina capitán?

—Adelante. Solo una cosa Borrak, ¿Por qué perpetrarían esta acción? Si a ellos les faltan materiales, a nosotros nos faltan más tierras y con mayor potencial, podríamos haber comerciado, hubiese sido una forma de cooperar y llevarnos bien. No le veo sentido, pero en el discurso que dio antes de huir de aquí, se dijo que Timka había mencionado la idea de construir una patria. ¡Ya bastante tenemos con sobrevivir! No puedo creer que alguien tenga la idea de construir una patria a parte cuando ni siquiera sabemos cómo vamos a sobrevivir, ¡y siendo cuatro gatos! No, eso no puede ser, ha debido de ser otra cosa, pero tampoco sé qué otra cosa podría motivar una acción de estas características con diez años después de un olvido mutuo por medio.

—Ese hombre ha sido siempre un mercenario, un ser violento, odioso y muy listo. Usted lo sabe, y ya sabemos que es capaz de cualquier cosa. Siempre ha sido un don nadie y ahora, por primera vez, se ve con cierto poder. Repito, cualquier cosa es esperable de él y de la pandilla de ignorantes que le rodean.

—Disponga todo lo necesario. Vamos a terminar con el problema a su manera, quizás la única manera.
Al día siguiente comenzó la instrucción militar de los cuarenta y cinco habitantes adultos de Vapla, hombres y mujeres, comenzó a construirse una empalizada alrededor del poblado, también de la mina y se establecieron turnos de vigilancia y patrulla, y además se comenzó a transformar en armas aquellas barras de tula que salían del horno. En unos cuantos días, treinta de ellos, saldrían del valle con rumbo al Gran Aluvial con el único objetivo de destruir y acabar con Timka y sus secuaces, buscando con ello sentar las bases de una civilización basada en la paz y el progreso. El precio de la paz estaba siendo muy caro.

Continuara…

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