Si bien el mundo de la ciencia ficción está plagado de inteligencias extraterrestres, no es menos cierto que hay multitud de formas de enfocar el asunto. A ese respecto y sin ánimo de querer parecer un experto en el tema —ya que no lo soy—, bajo mi punto de vista hay cuatro formas de afrontar la existencia de aliens en la ciencia ficción.
Con aliens y a loco
En primer lugar, muchos autores optan por fomentar la idea de los extraterrestres como seres malvados que vienen a nuestro planeta para robarnos algún recurso, invadirnos o aniquilarnos por algún extraño motivo. Ejemplos de este tipo en la literatura son La guerra de los mundos (1898, Herbert George Wells), donde la Tierra se ve invadida por unos marcianos a principios del siglo XX, El juego de Ender (Orson Scott Card, 1985) donde la humanidad mantiene una guerra a muerte con unos extraterrestres, o ya en el terreno fílmico tenemos películas como Independence Day (Roland Emmerich, 1996) donde unas malvadas naves atacan la Casa Blanca, o Mars Attacks! (Tim Burton, 1996) donde unas malvadas naves atacan la Casa Blanca —si hay algo que odian mucho los aliens, es la Casa Blanca—.
La segunda forma de afrontar la existencia de seres transplanetarios es de modo paternalista, es decir, como si fueran inteligencias bondadosas y éticamente superiores que, al mismo tiempo, se preocupan de nuestro bienestar. Uno de los más grandes creadores de aliens paternalistas fue un escritor que brilló haciendo ciencia ficción poética, Arthur C. Clarke. Algunas de sus obras que mejor reflejan ese modo de afrontar la existencia de extraterrestres son El fin de la infancia (1953), donde unos seres de rostro misterioso llegan a la Tierra para ayudarnos a ser mejor especie; o la saga que comienza con 2001: una odisea espacial (1968). Y bueno, aunque no contenga extraterrestes simpáticos, no puedo dejar de recomendar del mismo autor uno de mis favoritos, Cánticos de la lejana Tierra (1986) —creedme, no os arrepentiréis de leerlo—. Pero nada, volviendo al tema que nos trae aquí, otro autor que narró inteligencias paternalistas fue Carl Sagan, en su única obra de ficción, Contact (1985), que también cuenta con una versión fílmica del año 1996. También destaca Ted Chiang en una de sus historias narradas en Stories of Your Life (1998) y que recientemente fue llevada a la pantalla bajo el nombre de La llegada. Ahora bien, si nos vamos a la gran pantalla, los aliens bondadosos venden menos que los aliens malévolos, al menos en las películas para adultos (E.T. y compañía también serían buenos ejemplos), pero tenemos algunos casos de aliens bondadosos en la película The Abyss (James Cameron, 1989) en la que viajamos a los fondos oceánicos para hacer ese primer contacto, o Cocoon (Ron Howard, 1985), donde un grupo de ancianos serán los que se darán cuenta de que no estamos solos en este universo.
Otro modo de afrontar la existencia de extraterrestres en la ciencia ficción es presentarlos como si fueran humanos. Y no me refiero a que sean humanoides, sino a razas con sus virtudes y sus defectos, capaces de hacer el bien y el mal, y con sentimientos altamente antropoides, como pueden ser el honor, la envidia, el amor, la lealtad, el odio, etc. Es decir, como nosotros pero tal vez un poco más verdes, feos y con un par de antenas (por poner un ejemplo, pero entiéndase cualquier otra descripción por estrafalaria que nos parezca). Ejemplos de este tipo de aliens los encontramos en la saga iniciada por Frederik Pohl y que comienza con Pórtico; el libro escrito por Larry Niven y Jerry Pournelle llamado La paja en el Ojo de Dios (1975), o Enemigo mío, escrito en 1985 por Barry B. Longyear y que contó con una adaptación cinematográfica, donde podemos ver una guerra entre los humanos y una raza de extraterrestres, y donde el protagonista descubrirá que no es tan diferente de su enemigo. En el terreno cinematográfico, tenemos la adaptación del libro Una princesa de Marte (Edgar Rice Burroughs, 1917) y titulada John Carter, donde podemos ver a un humano del salvaje oeste teletrasportado a Marte, en mitad de una guerra entre varias facciones humanoides y un grupo de marcianos verdes con cuatro brazos, los tars. También tiene un lugar en mi memoria Stargate (Dean Devlin y Roland Emmerich, 1994), donde unos militares y un egiptólogo viajan a través de una puerta que genera agujeros de gusano hasta un planeta donde una especie alienígena ejerce el control sobre la población civil, que vive esclavizada. Y bueno, ejemplos clásicos de este tipo de aliens los encontramos en cualquier película de las sagas de Star Wars o de Star Trek.
Por último, nos encontramos con el modo de representar a los extraterrestres que catapultó a la fama de la ciencia ficción al escritor Stanislaw Lem: como entidades a veces indiferentes y siempre extrañas, donde incluso el más mínimo contacto se hace prácticamente imposible por las diferencias psicológicas entre la inteligencia humana y cualquier otro tipo de inteligencia, incluso cuando hay voluntad por ambas partes. Es una visión pesimista, pero altamente realista, donde se nos presentan algunas realidades. Por ejemplo, ¿qué hacer ante la imposibilidad de un contacto? Y es que la ciencia ficción y la especulación científica nos han acostumbrado a pensar que la comunicación con extraterrestres será fácil (Cristina Bosó, en su artículo, nos habló de la famosa ecuación de Drake), pero la realidad podría ser más compleja. En multitud de películas se nos hace ver que mandando unos cuantos números primos y unos cuantos códigos al espacio, encontraremos a alguien que entenderá el mensaje y lo responderá, pero la realidad es mucho más complicada: ¿y si quien nos escucha no tiene un sentido matemático igual que el nuestro? Es más, tal vez los números primos se la traigan al pairo. Pero podría existir una realidad aún más desconcertante: tal vez no tengan las ganas o la curiosidad para interesarse por un contacto con otras inteligencias, y no porque sean tecnológicamente superiores o altamente avanzados y les parezcamos primitivos, sino que les de igual cualquier otra forma de vida inteligente y no miren a las estrellas para preguntarse si están solos en el universo. Este tipo de aliens son más raros de encontrar, tanto en la ciencia ficción escrita como en las películas, pero Stanislaw Lem hizo suya esa forma de ver el asunto, y algunos de los mejores ejemplos los encontramos en dos libros de este escritor: Fiasco (1986) y Solaris (1961), esta última con tres adaptaciones a la gran pantalla —Nikolái Nirenburg en 1968, Andrei Tarkovsky en 1972 y Steven Soderbergh en 2002—, aunque las películas se centran más en la parte humana que veinte años más tarde exploraría Philip K. Dick en su libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (conocida por su adaptación fílmica Blade Runner), a saber, ¿son nuestros recuerdos, a pesar de que podrían no ser reales, los que nos hacen humanos?.
¿Qué es un extraterrestre en la ciencia ficción?
Como definición exacta, un ser vivo extraterrestre sería algún tipo de vida procedente de un lugar fuera de la Tierra, pero aquí estamos hablando de vida inteligente, y además que no proceda, por ascendencia, de la Tierra (un humano nacido en la Luna podría ser considerado extraterrestre).
Ahora bien, más allá de la definición formal, los extraterrestres de ciencia ficción no dejan de ser parte de una literatura, por lo que en realidad un extraterrestre puede significar cualquier cosa. Para algunos autores, son metáforas utilizadas para explorar la naturaleza humana. Así pues, cuando el libro Enemigo mío nos muestra extraterrestres, en realidad nos habla de cómo el ser humano hace bandos idealizados para pelearse por recursos, cuando en realidad puede que estemos matando a alguien que podría haber sido nuestro mejor amigo —terrible invento el de la guerra—. Cuando, por ejemplo, unos malvados aliens quieren robarnos nuestros recursos y masacrarnos, puede que el autor no esté haciendo otra cosa que reflejar nuestros miedos en la figura del extraterrestre, o cuando Carl Sagan nos asombró en su libro Contact con esos aliens tan paternalistas, puede que esa civilización no fuera más que una metáfora de la conciencia de la humanidad, que nos juzga de forma benévola por lo que podemos llegar a ser y no por lo que somos ahora. Y finalmente, cuando Stanislaw Lem ofrecía su visión de los extraterrestres, tal vez buscaba de forma más clara lo que antiguamente se llamó una novela de anticipación: es decir, intentar plasmar de forma exacta lo que la realidad futura podría depararnos. Aunque tal vez, en los extraterrestres de Lem, también encontramos otra gran metáfora: la de que dos inteligencias tecnológicas e inteligentes no puedan llegar a entenderse, del mismo modo que la arrogancia y las diferencias sociales no nos permiten a veces entendernos entre nosotros.
No podemos negar que la humanidad tiene la pulsión de buscar significados en el firmamento, ya que lo primero que hicieron nuestros antepasados fue alzar la vista a las estrellas e imaginarse qué habría sobre ellas. Y es que anhelamos una compañía y comprensión cósmica más allá del universo, y las historias de búsqueda de otras inteligencias no dejan de ser el reflejo de una de nuestras herencias evolutivas como seres sociales: la de evitar la soledad.
Fernando Cervera Rodríguez es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó un máster en Aproximaciones Moleculares en Ciencias de la Salud. Su labor investigadora ha estado centrada en aspectos ligados a la biología molecular y la salud humana. Ha escrito contenidos para varias plataformas y es redactor de la Revista Plaza y de Muy Interesante. Ha sido finalista del premio nacional Boehringer al periodismo sanitario y ganador del Premio Literario a la Divulgación Científica de la Ciutat de Benicarló en el año 2022. También ha publicado un libro con la Editorial Laetoli, que trata sobre escepticismo, estafas biomédicas y pseudociencias en general. El libro se titula “El arte de vender mierda”, y otro con la editorial Círculo Rojo y titulado “A favor de la experimentación animal”. Además, es miembro fundador de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas.