Texto original en català en este enlace.
Uno de los reportajes ganadores del World Press Photo de este año es de una serie hecha en un campo de recuperación de orangutanes. Como los orangutanes tienen los brazos tan largos, puedes jugar a adivinar de quien son las manos que salen en la foto. El autor es Tim Laman y el lugar es Sumatra, en Indonesia. El juego consiste en responder de quien es la mano que acaricia la cara gris del orangután que está más cerca de la cámara. Podría ser del mismo orangután como de otro, del que se sienta en la segunda fila de la carretilla. En el centro de recuperación de primates, cada tarde llevan a pasear a los pequeños. En otra fotografía, un voluntario del centro lleva en brazos a otro orangután más pequeño, con pocos pelos en la mano y en la cabeza. También hay otra mano debajo, pero humana. La serie de fotografías recibió el primer premio dentro de la categoría Naturaleza y tiene como título Tough times for orangutans.
En medio de imágenes que congelan el corazón, hay un momento para un respiro, aunque sean tiempos difíciles también para los animales: las instantáneas del centro de recuperación, la lengua pegajosa y multiforme del camaleón, el relámpago entre el río de humo y fuego que sale de un volcán. Imágenes cubiertas de otras imágenes descorazonadoras de ciudades que mueren bajo un espeso velo de contaminación, de trabajadores exhaustos, de refugiados y padres que salvan hijos del gas lacrimógeno.
Los orangutanes forman parte de nuestra familia. Menos parecidos a nosotros que los chimpancés, pero sin embargo, muy parecidos. La mano de la segunda fotografía, la humana, podría haber sido de un orangután si no fuera por el pelo, dice una amiga cuando continuamos con el juego. Claro que es de un humano. Nuestra especie no está en peligro de extinción a pesar de que la mayoría de personas viven en condiciones terribles; los orangutanes sí que están en peligro de extinción. Pueden llegar hasta los cuarenta o los cincuenta años. Nosotros podemos vivir más años, pero en muchos países hay la misma esperanza de vida, cuarenta.
Gorilas, humanos, chimpancés y orangutanes. La familia de los homínidos.
En el 2013, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos retiró 310 chimpancés de la investigación. Esta medida estaba de acuerdo con un informe realizado por la actual Academia Nacional de Medicina. El informe decía que mayoría de experimentos biomédicos usan los chimpancés como animales de experimentación. Más tarde, el Servicio de Estados Unidos para los peces y la vida salvaje, la FWS, catalogó los chimpancés cautivos en peligro, y así cortaba, de raíz, los experimentos invasivos contra estos animales. Invasivo incluye todo aquello que dañe el animal.
El NHS se quedaba animales: eran chimpancés que pertenecían al instituto federal, y que sólo se usarían (qué verbo) en caso de emergencias sanitarias. Virus, pandemias, guerras bacteriológicas. Pero, un tiempo después, noviembre de 2015, el director del NHS anunció que también protegerían estos últimos chimpancés a los santuarios, por, y cito textualmente, una completa falta de interés en la experimentación con estos animales.
El año 2013 Karen Joy Fowler escribe We are all completely besides ourselves, traducido al castellano como Fuera de Quicio, y en el libro, la chimpancé Fern y su gemela celebran juntas el anuncio del NHS.
«El 15 de diciembre de 2011, el New York Times publicó la noticia que el Instituto Nacional de Salud había suspendido todas las ayudas a los estudios biomédicos y conductuales con chimpancés. En adelante, los estudios con chimpancés solo percibirían subvenciones si la investigación es necesaria para la salud humana y no hay absolutamente ningún otro medio de realizarla.
Se señalaban dos posibles excepciones a esta prohibición: las investigaciones sobre imnulogía en curso y las de la hepatitis C, pero la conclusión fundamental del reportaje era que la mayor parte de la investigación con chimpancés es totalmente superflua.»
Esta medida también vino acompañada de algunas voces discordantes, y hasta de defensores del bienestar animal. Volver a cambiar de hábitat, podría causarles, otra vez, más estrés. ¿Están perdidos para siempre? Los de Peta clasifican las investigaciones según las secuelas para el animal: traumas físicos, traumas mentales, adicciones a drogas, infecciones. También hay dos categorías más, muy perturbadoras: chimpancés que usan como bioreactores y otros donantes de órganos. Más sombras. En su web, se quejan de la poca transparencia sobre los datos. Hablan de prisiones y si miras las jaulas donde viven, la palabra es adecuada. Los chimpancés han estado en peligro porque se nos parecen. Por eso, en una de tantas investigaciones, separaban a los bebés chimpancés de las madres para ver como reaccionaban. Otra vez, el estrés. Se ha comprobado que después de estos experimentos, los animales sufren igual que las personas delante de situaciones de confinamiento o guerra. Se arrancan el cabello, tienen alterado el ciclo de sueño y vigilia. Están perdidos, ¿son recuperables?
Si hablamos de evolución, compartimos una categoría taxonómica. Es la tribu Hominini. Pero seguramente tendríamos que compartir un nombre más, un cajón por encima de tribu, o por debajo, según como miremos el árbol filogenético: el que va justo antes de especie, el que comparten el coyote y el lobo, el género. En otras especies, una vez descodificado su código genético, y hecha la comparación de los genomas, como se hizo con los humanos y los chimpancés, se han reagrupado géneros diferentes con una similitud menor de la que existe entre nosotros. En un experimento clásico para determinar si un animal tiene consciencia sobre si mismo, el chimpancé, como el humano, se reconoce enfrente del espejo.
El 1986, Ursula K. Leguin escribía sobre el libro de Linden (The Legacy of the Ape Language Experiments) y titulaba el artículo Una disculpa a los primates. Durante estos años, y en las décadas precedentes, los psicólogos intentaban averiguar el origen del lenguaje y por eso enseñaron, o lo intentaron, la lengua de signos americana a los chimpancés. Fern, la chimpancé del libro con que comenzó este texto, el espléndido Fuera de quicio, es una de las chimpancés que aprendió la lengua de signos. Después, las investigaciones de este tipo acabaron. Así finaliza el texto de Ursula K. Leguin:
«La investigación acerca de la capacidad lingüística de los animales se volvió casi imposible, y la financiación para la mayoría de proyectos se cortó hace años. Pero los animales participantes en los experimentos no sólo eran emocionalmente susceptibles, muy inteligentes y sensibles, sino también temperamentales, indómitos y formidables; no eran ni mascotas ni salvajes; eran raros, pero además caros y muy valiosos para la experimentación médica. Así que cuando los experimentos sobre comunicación se cerraron, ¿adivináis qué fue de ellos?»
Karen Joy Fowler también escribe sobre experimentación animal:
«Entre los muchos animales robados había un pequeño mocoso llamado Bitches, al que le habían cosido los párpados desde su nacimiento para probar un equipo sónico diseñado para bebés ciegos. El plan era mantenerlo vivo durante tres años en un estado de completa privación sensorial y luego matarlo para ver los efectos producidos en las zonas visual, auditiva y motora de su cerebro.
Yo no deseaba vivir en un mundo donde tuviera que escoger entre bebés ciegos y crías de mono torturadas. Si algo espero de la ciencia, para ser sincera, es que me proteja de tales dilemas, no que me los plantee.»
No es fácil. Las relaciones entre humanos y animales son complejas e incómodas, sin embargo, espero lo mismo de la ciencia. Hay nuevas posibilidades con el avance de la tecnología y los modelos de organismos generados por ordenador. Como la escritora comentaba en una entrevista, no tendríamos que hacer cosas que no seamos capaces de mirar.