Disculpas a los primates

Texto escrito por Ursula K. Le Guin en mayo de 1986. The New York Times

Texto traducido al español por Fernando Cervera

SILENT PARTNERS: The Legacy of the Ape Language Experiments. Por Eugene Linden. 247 páginas.

SOLAMENTE en los reinos pacíficos del arte y el Edén, las relaciones de los seres humanos y los animales son inocentes y armoniosas; aquí y ahora son complejas, incómodas, a menudo crueles y siempre profundas. Los habitantes de la ciudad, entendiéndolos como personas y algún que otro perro o paloma, pueden creer que nada de este mundo les afecta, pero si queremos continuar comiendo o respirando, debemos ser conscientes de que nuestra dependencia del medio ambiente es absoluta e inmediata, aunque esa relación no se comprenda perfectamente. Cuando usamos animales como compañeros de trabajo, comida o para experimentar en laboratorios, la ética sujeta a esas relaciones se vuelve urgente y oscura. Respecto a la utilización de animales en experimentación, algunos extremistas confunden el uso con el mal uso y piden una prohibición total, mientras que otros justifican los fines con los medios y exigen que las atrocidades sean toleradas. Es un tema peliagudo, pero en Silent Partners, Eugene Linden ha elegido un aspecto particularmente enredado pero fascinante de todo esto para explorar lo relacionado con los simios utilizados en experimentos lingüísticos. Sus dos libros anteriores son Apes, Men and Language y The Education of Koto.

En la década de 1970, cuando la ecología era considerada poco más que un obstáculo para ganar dinero rápido, los experimentos sobre las capacidades lingüísticas de los animales —tal cual Linden señala— eran una expresión acertada del temperamento generoso y las ganas de correr riesgos de la época. Eran los intentos de cruzar fronteras, y fueron recibidos con entusiasmo debido a que se realizaron, no como manipulaciones de un sujeto por un experimentador objetivo, sino desde el compañerismo. El lenguaje no es una comunicación unidireccional, es básicamente un intercambio de información, y para llevar a cabo los experimentos los individuos de las dos especies tienen que trabajar juntos, es decir, colaborar. Ciertamente, la enseñanza de un lenguaje y el aprendizaje del mismo no solo requiere colaboración, sino un acuerdo por ambas partes: »nuestros intentos de comunicación menos complejos se caracterizaron por tímidos intentos de escucha y posteriores interpretaciones sobre expresiones incomprensibles —a veces incluso ininteligibles­— de Gillian. De hecho, Gillian mostró la mayor parte de los comportamientos básicos que se han citado como evidencia de que los simios no pueden aprender un idioma: interrumpía los intentos de comunicación, repetía expresiones de manera compulsiva, respondía de manera inapropiada y cambiaba el orden de las palabras”

Gillian no era un chimpancé, sino la hija de 18 meses de Linden. Lo que el científico intenta hacernos comprender es que el proceso normal de adquisición del lenguaje por parte de los humanos no es calmado, metódico y objetivo, sino un desastre basado en las relaciones personales. Los chimpancés y los gorilas son criaturas sensibles con fuertes respuestas emocionales y apegos, así que no es sorprendente que »los resultados más interesantes, aunque desesperadamente inconcluyentes, donde el uso del lenguaje parece más intenso, provengan de experimentos en los que el simio tenía una relación con el experimentador, experimentos en los que el uso del lenguaje era una parte natural del día a día del animal».

Los experimentos y las críticas basadas en el supuesto de que un animal no es más que una especie de máquina, trataron de eliminar la relación sentimental y la recompensa emocional del intento de averiguar si el cerebro del primate podía ser programado para el lenguaje. Los experimentos en los que se premia a un chimpancé con alimento cuando manipula un ordenador correctamente, no tienen más que ver con la capacidad de lenguaje que cualquier espectáculo circense con animales entrenados. Pero la tentación de utilizar el modelo de estímulo-respuesta es fuerte, ya que el único modelo que tenemos para el uso del lenguaje es el humano. Pero no olvidemos que eso es peligroso, porque ¿cómo evitar el antropomorfismo y no llevar la analogía demasiado lejos? Estas preguntas entorpecen todo el campo de estudio, y hacen excitante estudiar la cuestión. Linden conoce esos problemas, y nos guía a través de ellos con inteligencia y un buen humor inagotable. Tal ecuanimidad es un logro, ya que, como el pasaje que acabamos de citar continúa, » fue a partir de este tipo de experimentos cuando aparecieron las afirmaciones más extravagantes sobre el uso del lenguaje en los simios, experimentos con menos controles pero con etólogos comprometidos con el animal de modo pasional. Así que tuvimos una situación perfecta para el debate».

Y lo conseguimos. La creciente actitud defensiva de los experimentadores y la mala fe de algunos críticos, el sensacionalismo y el sentimentalismo de los medios de comunicación. La franqueza y la imparcialidad de Linden contrastaron de manera evidente con los prejuicios y la paranoias. No obstante, él no pretende estar por encima de las críticas; pero su preocupación es ética y urgente. Porque, después de todos los argumentos y contraargumentos, ahora que ya no vemos como inhumanas las fotografías de manos con largos pulgares diciendo »amigo » en el lenguaje de los sordos, o que ya no leemos las declaraciones desdeñosas de las altas esferas académicas, ahora que hemos llegado a mediados de 1980, ¿que ha sido de los experimentadores y sus socios Washoe, Lucy, Nim Chimpsky, Ally y Koko?

La respuesta de Linden a esa pregunta es hasta cierto punto dolorosa y sumamente interesante, aunque sólo sea como drama tragicómico. La personalidad, tanto en humanos como en simios, es de vital importancia en experimentos de comunicación. »Silent Partners» es un gran despliegue de ciencia y a los que les gustó »The Double Helix » podrán obtener el mismo regocijo en él. Pero el coste de estos experimentos ha sido más que intelectual: »Puede ser que los chimpancés que saben utilizar un lenguaje estén sufriendo las consecuencias de haber demostrado que podían hacerlo antes de que el mundo estuviera listo para entenderlo, y los científicos que les enseñaron, la desgracia de haber tenido una buena idea antes de que el mundo estuviera preparado para ello». La investigación acerca de la capacidad lingüística de los animales se volvió casi imposible, y la financiación para la mayoría de proyectos se cortó hace años. Pero los animales participantes en los experimentos no sólo eran emocionalmente susceptibles, muy inteligentes y sensibles, sino también temperamentales, indómitos y formidables; no eran ni mascotas ni salvajes; eran raros, pero además caros y muy valiosos para la experimentación médica. Así que cuando los experimentos sobre comunicación se cerraron, ¿adivináis qué fue de ellos?

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