El caso de Francisco José Ayala

Recientemente, los periódicos de todo el mundo anunciaron que el prestigioso biólogo evolutivo Francisco José Ayala sería cesado de sus cargos y honores en la Universidad de California en Irvin (UCI). ¿El motivo? Las acusaciones de acoso sexual y la investigación interna que ha realizado su propia universidad.

El caso llamó la atención por ser Ayala uno de los científicos españoles más prestigiosos por sus investigaciones en biología evolutiva y el ciclo de reproducción del parásito Trypanosoma cruzi, causante del mal de Chagas. Por si fuera poco, además es miembro de la Academia de Ciencias de EEUU, fue asesor científico del presidente Bill Clinton, doctor honoris causa por más de veinte universidades y ganador del prestigioso Premio Templeton.

Desde que se conoció el caso, muchos han pedido más transparencia. Al fin y al cabo, se estaba echando a una persona a los leones mediáticos y existían algunas dudas sobre por qué la universidad había tomado una decisión tan drástica. Esa petición de transparencia fue tomada en las redes sociales y por algunas personas como una defensa del biólogo. Para otras —siempre deseosas de utilizar causas justas para obtener protagonismo y reconocimiento social inmerecido—, como una defensa del acoso sexual. Se identificaron las cuentas sociales de aquellos que no querían juzgar a una persona sin pruebas, como si fueran acosadores, y se llegaron a proferir insultos y acusaciones de la más baja categoría. Una vez más, las redes sociales mostraron los flujos de odio que nos abocan a una nueva inquisición digital, donde la mera petición de pruebas antes de una condena es equiparada a un delito.

Pero la transparencia llegó y se pusieron las cartas sobre la mesa. Resultó que Francisco José Ayala sí que había incumplido los códigos de conducta de su universidad. Y no solo eso, sino que durante años se le había pedido que dejara de hacerlo. El biólogo no solo no hizo caso, sino que además usó su influencia y su posición para llegar a una situación de abuso de poder, donde muchas mujeres sufrieron un acoso sexual verbal y sistemático. La prestigiosa revista Science [1] hizo público algunos datos del informe [2], respaldado por multitud de testigos, que dejan pocas dudas sobre el comportamiento del científico .

Pero esto nos lleva a una segunda cuestión. El caso de Francisco José Ayala no es único. Y no solo se trata de acoso sexual, sino de acoso laboral. En cada facultad y cada departamento universitario hay abusos de poder, y los becarios y los doctorandos generalmente son el eslabón más débil, sin existir para ellos un mecanismo seguro de denuncia y queja. El caso de Ayala, seguramente, no será el único en los próximos años. Pero entonces, ¿qué hacer después con esos científicos?

La ciencia es una actividad hecha por humanos, y el conocimiento se ha obtenido a lo largo de periodos históricos muy diversos. Muchos de los descubrimientos que cambiaron nuestro mundo fueron realizados en sociedades donde las mujeres no tenían derechos, la esclavitud era una práctica normal o la violencia era algo generalizado. Además, incluso en esas épocas había personajes más oscuros que otros. Fritz Haber ganó el premio Nobel por desarrollar la síntesis del amoniaco, tan importante para fabricar fertilizantes en la agricultura. Pero, además, fue el padre de la guerra química y dirigió a los equipos que desarrollaron gases letales durante la Primera Guerra Mundial para el bando de la Triple Alianza. A su vez, el bando de la Triple Entente contó con Victor Grignard, que también ganó el premio Nobel por sus estudios en la química de los alcoholes mediante la reacción que lleva su apellido. Su función en la guerra también fue desarrollar armas químicas. Incluso para los estándares de su época, ambos personajes fueron muy criticados y poco queridos por su participación en la barbarie humana que supuso la guerra química.

El caso de Ayala es muy diferente y no es equiparable a los dos anteriores, pero vivimos en una sociedad cada vez más concienciada y en contra de los abusos de poder y del acoso sexual, donde las mujeres reclaman su posición y el respeto que merecen por parte de sus compañeros de trabajo, sin tener que caer en viejas costumbres que, de forma tradicional, han creado ambientes tóxicos de trabajo para ellas. En este contexto, los comportamientos abusivos son intolerables. Pero ¿debemos tirar por la borda, junto a su reputación, el reconocimiento ligado a las investigaciones que han realizado estas personas?, ¿debe también serle arrebatado el prestigio ligado a sus aportaciones científicas? Muchos opinan que, a pesar de los malos comportamientos, no deberíamos cambiar el respeto que profesamos por sus logros científicos, que negárselo sería tan grave como ocultar lo que hicieron mal. Otros creen que habría que anatemizar a estas personas por completo. Es un tema complicado y de difícil respuesta, y posiblemente la historia se encagará de juzgar qué opción es la adecuada.

La ciencia es algo más importante que los científicos que la utilizan para ampliar nuestro mundo. Es, a grandes rasgos, una maquina poderosa que utilizamos para construir la catedral del conocimiento. Las personas que han construido esa catedral han sido muy variadas, y en la historia de la ciencia han abundado los personajes oscuros, de dudosa moral incluso para sociedades que hoy en día consideraríamos primitivas. Esto es fácil de explicar: los científicos no son seres bondadosos, buenos per se y con intenciones altruistas. Hay buenos y malos científicos, del mismo modo que hay buenas y malas personas. Y ambas categorías no tienen por qué estar relacionadas.

Tendemos a atribuir dignidad y respeto al hecho de alcanzar la cima científica, y cuando se observa una falta de honorabilidad en esas personas que respetamos, nos sorprende de una manera horrible. Pero hay que acostumbrarse a descubrir que las personas que respetamos por consideraciones científicas no han sido, ni mucho menos, siempre ejemplo de buenas personas.

[1] Enlace a Science

[2] Informe completo sobre Francisco José Ayala

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