Editorial: Chispas de imaginación

De cuando yo era pequeño recuerdo con especial emoción un momento. Durante el verano solía acompañar a mi padre para vender en el mercado, donde él ofrecía productos de droguería. Me quedaba sentado en una silla, leyendo o hablando con la gente que había por allí. También vendía algunas cosas cuando la parada estaba excesivamente llena, cosa que era bastante habitual. En retrospectiva puedo afirmar que aquellos momentos fueron mi segunda escuela: un lugar donde aprender sobre relaciones humanas, ventas y, en definitiva, cosas del mundo de los adultos.

Os voy a pedir que recordéis algunas escenas de La guerra de las galaxias, particularmente cuando, al llegar a un planeta lejano, todo estaba lleno de extrañas criaturas que intentaban vender cualquier objeto imaginable. Esa es la sensación que se quedó grabada en mi memoria, especialmente cuando al levantarme me iba en la furgoneta de mi padre y, después de un rato por la carretera, llegábamos al pueblo donde teníamos que vender ese día. A las pocas horas todo se llenaba de paradas, desde gente que vendía animales hasta sitios que ofrecían comida y juguetes. Recuerdo haber paseado muchas veces por algunos de esos puestos de venta, mirando lo que para mí era algo novedoso y casi mágico.

Si habéis ido a algún mercado ambulante, cosa que espero que hayáis hecho y que practiquéis muy a menudo, os habréis percatado de una cosa interesante. En esas calles, de normal vacías en los días que no hay mercado, todo parece cobrar un especial color durante unas horas. Las panaderías se llenan de gente, las personas van comiendo churros por la calle y, en definitiva, el bullicio y el trasiego de gente son evidentes, fluyendo todo el mundo como si de un río se tratara. No es extraño ver, en los días de verano, a niños recorriendo las calles, comprando chucherías y bebiendo refrescos como refugio ante el calor agobiante. Pues bien, cuando yo era un niño a veces me unía a ese bullicio y también compraba cosas en los kioscos abarrotados de bocas ansiosas de gominolas.

Cuento todo esto para explicar ese momento que recuerdo con especial emoción. Uno de esos días mi padre me dio dinero para ir a comprar algo en un kiosco. Nada más entrar me encontré una cola enorme, así que me puse a mirar las revistas que había en uno de los escaparates. Recuerdo como si fuera ayer una de las que había allí colgadas, era la portada de Newton, siglo XXI. Había coches futuristas y naves espaciales, y el título rezaba así: Los viajes del futuro. Me quedé hipnotizando mirando la revista así que me acerqué a cogerla. Al abrirla vi ilustraciones increíbles, todas ellas cargadas de conceptos potentes que, hasta aquel momento, jamás pensé que podían llegar a ser ciertos en un futuro. Para mí, La guerra de las galaxias o Stargate no eran más que películas que me encantaban, pero las tecnologías allí descritas, pensaba yo, no eran cosas que jamas pudieran existir. Decidí comprar la revista, la cual era bastante más cara de lo que iba a comprarme inicialmente. Al llegar informé a mi padre de lo que me había comprado y de que el cambio era sustancialmente menor al previsto. Él sonrió sorprendido, miró la revista y me dijo “no pasa nada, siéntate si quieres a leer”. Y eso hice. Leí todo el día y gran parte de la noche, no porque me gustara especialmente leer (de pequeño se me daba francamente mal), sino porque la magia contenida en esas líneas no solamente era maravillosa, ¡además también podía llegar a ser cierta!

Fue así como descubrí que la ciencia ficción tiene un gran poder de atracción hacia el mundo de la ciencia, y que en algunas ocasiones para un científico es imposible no usar la especulación con ese fin. Y eso es bueno. No hay nada malo en imaginar cómo será la ciencia del futuro, ni cómo habrán evolucionado las aplicaciones de la tecnología. Con mayor o menor fortuna acertaremos en esas cuestiones, pero el gasto de tiempo habrá merecido la pena, pues especular de forma sensata (y aclarando que se está especulando) no solo tiene el poder de cautivar mentes e interesarlas por la ciencia, sino también el de inspirar posibles experimentos y descubrimientos futuros.

Para terminar, ¿por qué os he hablado de todo esto? Tal vez porque me encanta hablar de mi niñez, pero si he de buscar algo más en toda esta historia sería la siguiente reflexión: si en ULÛM hemos apostado por darle un papel importante a la ciencia ficción es por todo esto, porque sinceramente Dani y yo creemos que la ciencia ficción y la especulación argumentada tienen un gran poder divulgativo. Por ello, cuando nos sentamos para hablar sobré qué contenidos publicar, no dudamos en hacer una sección titulada Las mil y una ciencias, utilizando para ello el nombre del popular libro árabe Las mil y una noches. Queríamos dejar un espacio para la ciencia ficción, el arte, la poesía, la literatura y cualquier herramienta que, bien utilizada, nos sirviera para explicar por qué la ciencia no solo es un camino hacia el conocimiento, sino también un sendero lleno de imaginación.

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