.Texto escrito por Arthur C, Clarke, 5 de noviembre de 1961, The New York Times. Texto traducido por Jesús Contell
Con las dos grandes naciones de la tierra comprometidas en la “Carrera por la Luna”, no hay duda de que veremos aterrizajes en nuestro satélite en los años 70 (o incluso en los 60), y expediciones a otros planetas un poco más tarde. Tales asuntos, como la colonización de la Luna, ya no son temas de fantasía, y en efecto, es surrealista y soñador no examinarlos seriamente.
Es cierto que en este momento, cuando aún ignoramos factores tan básicos sobre nuestros vecinos celestiales, no podemos predecir el tamaño y el destino de nuestras colonias espaciales a unas pocas generaciones vista. Después de todo, ¿cómo podrían haberse imaginado los primeros exploradores polares el Thule actual? [i]
Imagen 1: La tierra cubierta por sus nubes, tal como fue fotografiada por el cosmonauta soviético Titov en 1961[ii]: “Cuando una nave espacial escapa de la Tierra, esta podría viajar indefinidamente”
Sin embargo, podemos subrayar algunos de nuestros problemas y posibilidades, y no hay duda de que, incluso con la tecnología primitiva de ahora, seremos capaces de dejar nuestra huella en el sistema solar.
Ya hemos visto su gran distancia reducida a nuestro tamaño. Los libros viejos de astronomía solían hacer declaraciones del tipo: un tren viajando a cien millas por hora tardaría 3 meses en llegar a la Luna. Bien, el primer cohete necesitó menos de dos días, y la distancia registrada por nuestras sondas espaciales asciende a billones de millas.
La Luna está ahora más cerca, en términos de tiempo de viaje, de lo que estuvo Europa y América cincuenta años atrás. Y aunque los viajes a Venus y Marte serán más largos, naturalmente, que los lunares, solamente consumirán un poco más de combustible. Los planetas más cercanos estarán incluidos en este rango, mucho antes del final de este siglo, ya que cuando una nave espacial sale de la tierra, puede viajar indefinidamente sin usar sus cohetes otra vez. En efecto, pronto será posible construir sondas que puedan salir del sistema solar y alcanzar las estrellas más cercanas, aunque el viaje dure miles de años. En poco tiempo seremos capaces de enviar robots exploradores donde nos plazca, pero que podamos conseguir información útil dependerá de la potencia y fiabilidad de nuestra electrónica.
La exploración espacial tripulada se retrasará, obviamente, hasta que se avance en la exploración con robots. Entre el primer Sputnik y Yuri Gagarin hubo un lapso de tres años y medio, y este intervalo se incrementará conforme las misiones sean más difíciles y de mayor alcance. Sin embargo, si miramos al futuro, podemos decir que el hombre podrá llegar donde lleguen sus máquinas. La primera prueba de esto surgirá en la Luna, durante los próximos diez años. Los vuelos pioneros serán breves incursiones, desconocidas y en territorio hostil, pero reunirán la información que necesitamos para poner a punto una base permanente en nuestro único satélite natural.
Tal base puede ser justificada por docenas de razones científicas. Los físicos y astrónomos serán capaces de dar pasos gigantescos, ya que podrán establecer observatorios lunares y estaciones de investigación. La ausencia de atmósfera es una bendición para el astrónomo que, hasta nuestra época, observaba el universo a través de un velo a veces impenetrable. También hay suficiente trabajo en la Luna para que los geólogos estén ocupados durante siglos; hay esperándoles allí un mundo no más grande que África cuya superficie puede remontarse a la formación del sistema solar. La Luna puede ser también de gran importancia como una base de repostaje para operaciones de larga duración, si se encuentran minerales que contengan hidrógeno o rocas propelentes. Un cohete podría escapar del bajo campo gravitacional de la Luna utilizando una fracción del fuel que utilizaría si la misión comenzara en la Tierra.
Estos argumentos (y muchos otros), hacen probable la necesidad de crear una base permanente en la Luna, pero esto solo sería práctico si hubiera suficiente oxígeno, agua y comida. En la Tierra el oxígeno es gratis, así como normalmente el agua, pero en la luna los ingenieros químicos tendrán que extraer hasta las necesidades más básicas de las rocas de su alrededor. Esto puede hacerse, y ya se han esbozado planes elaborados para construir bases lunares y granjas, donde los cultivos serían cosechados continuamente en atmósferas artificiales, bajo cúpulas totalmente cerradas.
Parece poco probable, en vista del coste y las dificultades técnicas que lo envuelven, que la población humana en la Luna sea alguna vez mayor de unas pocas miles de personas. Sin embargo, es extremadamente peligroso hacer predicciones negativas, y la luna puede volverse un lugar interesante y de gran valor que podría algún día ser colonizada realmente a gran escala.
Si esto sucede, las ciudades presurizadas y selladas que hoy prevemos, crecerán en extensión hasta ocupar la totalidad de la Luna. Mirando más allá, algunos siglos después sería posible crear una atmósfera lunar que nos permitiera prescindir de cúpulas y trajes espaciales.
Imagen 2: Visualización de un artista de un edificio en una base lunar.-Un primer paso hacia la colonización. En la parte superior izquierda, la luz ilumina el lugar más allá de la Tierra.[iii]
Como diana para posibles colonizaciones, Marte parece mucho más atractiva que la Luna, y mucho más interesante, en vista del 90% de probabilidad de existencia de alguna forma de vida. Sabemos que en Marte hay agua en las delgadas capas congeladas de sus casquetes polares, en cambio, en la Luna solo podemos tener pobres esperanzas de que la encontraremos.
Aunque la tenue y desoxigenada atmósfera de Marte es irrespirable, provee protección del vacío espacial, y los primeros exploradores podrían tener más facilidades que en la Luna, a pesar de que su cadena de suministros fuera más larga. Nos haremos una mejor idea del posible viaje preliminar, la base temporal, el asentamiento permanente y las colonias en Marte cuando las sondas Mariner y Voyager empiecen a enviar informes a finales de los años 60.
En el caso de Venus, que será alcanzado aproximadamente a la vez que Marte, todo es más confuso. Las únicas cosas que se saben de nuestro vecino más cercano es que Venus es ligeramente más pequeño que la Tierra, y tiene una atmósfera muy densa. Las medidas del radio han devuelto resultados confusos acerca de la duración del día y las temperaturas que hay al otro lado de su impenetrable capa de nubes.
Venus es, efectivamente, un planeta caliente, muy caliente, con temperaturas de cientos de grados en su superficie. Si es así, no puede haber océanos en el planeta, y toda el agua libre se habrá transformado en vapor, y el clima se asemejará a un baño turco. Sin embargo, las condiciones podrían ser moderadas en regiones polares o montañosas, si existieran.
Se ha sugerido que, si esperamos unos pocos siglos, podríamos modificar las condiciones de Venus por métodos biológicos, hasta que el planeta sea más adecuado para los humanos. Habría amplias cantidades de agua, dióxido de carbono y luz solar, los ingredientes básicos para la vida vegetal. Quizás los organismos podrían ser diseñados para que liberen oxígeno, como hacen las plantas en la Tierra. Durante su crecimiento, eliminarían el dióxido de carbono responsable de la alta temperatura del planeta.
Los problemas y dificultades envueltos en nuestro establecimiento en cualquiera de los tres planetas más cercanos son tan grandes, que cualquier atisbo de duda debe ser resuelta primero. Pero dentro de otros cientos de años, al ritmo actual de progresión técnica, seremos capaces de emprender dichas tareas. Para entonces, manejaremos a la perfección la fusión nuclear, y tendremos fuentes de energía disponibles que nos permitirán hacer grandes cambios en el clima planetario. Sería muy sorprendente que las colonias de la Luna, Marte o Venus estuvieran más distantes en el tiempo que las primeras colonias de los Pilgrims Fathers. [iv]
Normalmente se dibuja un paralelo entre el Nuevo Mundo, cruzando el Atlántico, y los nuevos mundos que están esperándonos en el espacio. Pero aunque la analogía contiene mucha verdad, puede ser engañosa. Ciertamente los planetas podrían no ofrecer ninguna salida para el excedente de población de la Tierra, como algunos optimistas han sugerido ingenuamente. Podría ser más práctico, y mucho más barato, colonizar el Atlántico que la Luna, pero algún día tal vez tengamos que hacer ambas cosas.
Los planetas más distantes, como Jupiter y Saturno, con todas sus lunas, serán visitados por el hombre o por robots antes del fin del próximo siglo. Tan pronto como sea desarrollada una forma de propulsión realmente eficiente, todos los planetas serán igual de accesibles. Incluso Neptuno y Plutón, en la franja más externa del sistema solar, estarán incluidos, aunque alcanzarlos durará bastantes años.
Pero alcanzar tal distancia es una cosa, y colonizar es otra muy diferente. Las dificultades con las que nos toparemos en la Luna o Marte serán mucho más exageradas en planetas donde el Sol es una estrella brillante pero carente de calor; además encontraremos islas flotantes del tamaño de la Tierra desplazándose a través de mares de amonio.
El Sistema Solar ciertamente parece un sitio sin atractivo. Quizás deberíamos tomarnos más en serio la propuesta de Tsiolkovski, pionero ruso de la astronáutica. Hace más de cincuenta años, Tsiolkovski sugirió que, aunque el destino del hombre estaba en el espacio, no sería directamente en los planetas. Estos serían simples fuentes de materias primas; los mundos habitados debían ser totalmente artificiales, arcas espaciales moviéndose en su órbita alrededor del sol.
Necesitaremos dichas arcas si alguna vez vamos a desafiar los abismos que hay entre las estrellas. Aquellos que hablan volublemente de la conquista del espacio no son conscientes de la diferencia entre un mero vuelo entre planetas y viajar a otros soles. El Sistema Solar, con todo su tamaño y grandeza, es como una simple balsa perdida en un océano vacío. Cuando alcancemos Marte no habremos recorrido ni una millonésima parte de la distancia a nuestra estrella más cercana.
Debemos mirar a las estrellas si esperamos encontrar mundos como el nuestro, pero no hay ninguno en nuestro sistema solar. También es verdad que no podemos esperar encontrar inteligencia en los otros planetas de nuestro Sol, aunque seguramente es algo común a lo largo de los cientos de billones de estrellas de la galaxia.
El viaje interestelar, a diferencia del interplanetario, es algo que muchos científicos todavía consideran fantasía. Hay razones fundamentales para asumir que ningún vehículo espacial puede viajar más rápido que la luz, y toda la evidencia reunida hasta ahora lo ha confirmado. La luz viaja a 670.000.000 millas por hora, o aproximadamente un millón de veces más rápido que un jet moderno. Puede alcanzar la Luna en un segundo y medio, y Marte o Venus en pocos minutos. Sin embargo, se tarda 4 años en recorrer los 25.000 millones de millas que nos separan de la estrella más cercana, y al menos 4 billones más para alcanzar la galaxia más lejana que nuestros telescopios pueden ver (algunos radiotelescopios pueden detectarlas incluso más lejanas). ¿Significa esto que estamos confinados al Sistema Solar? No del todo. Los viajes de décadas, e incluso siglos de duración, serían posibles con arcas o planetas móviles artificiales. Nosotros también somos en nuestro mundo viajeros del espacio, del Sistema Solar viajando en dirección a la estrella Vega, aunque nos tomará medio millón de años llegar hasta allí a nuestra velocidad de 40.000 millas por hora. Cuando hayamos explotado la energía nuclear, seremos capaces de alcanzar velocidades mucho mayores, incluso cercanas a la de la luz.
Por esto, las estrellas más cercanas deberían ser alcanzadas, al menos, en lo que dura una vida humana. Cuantos más exploradores estén implicados, como sería en el caso de un planeta móvil, el rango de exploración será ilimitado. Quizás la criogénesis podría ayudar a sobrellevar lo tedioso de los viajes de siglos de duración. Rip Van Winkle podría ser el prototipo del futuro astronauta. [v]
Está claro, entonces, que los vuelos interestelares y la colonización, si se consiguen llevar a término, serán completamente diferentes de las exploraciones planetarias e, incluso, interplanetarias. Será un proceso unidireccional: no habrá vuelta atrás.
Cuando las naves estelares dejen el sistema solar y se dirijan a otros soles, los que estén a bordo de ellas renunciarán a la raza humana como nadie lo ha hecho nunca antes. Deberán sembrar las estrellas con colonias que a su vez enviarán otras expediciones, como una lenta onda expansiva. A pesar de todo esto, la Tierra nunca sabrá nada de ellos, ya que las noticias transmitidas por radio les llegarán siglos después.
A menos que podamos superar la velocidad de la luz, todas las historias de ciencia ficción sobre sociedades e imperios intergalácticos no tienen sentido. En cualquier caso, sería muy presuntuoso para un primitivo bípedo, que descubrió el fuego hace muy pocos ticks del reloj cósmico, soñar con colonizar las estrellas. Podría encontrarse con que ya lo han hecho otros.
Tsiolkovski tenía razón cuando dijo a principio de siglo: La Tierra es la cuna de la mente, pero no puede vivirse en la cuna para siempre. El hombre, un día, vivirá en diferentes mundos, pero aquí, en el primer amanecer de la era espacial, sería una locura adivinar el número total de planetas que habitaremos.
Quizás estemos atrapados para siempre en el Sistema Solar con nueve planetas. Sin embargo, la historia apenas ha comenzado y tenemos millones de años por delante. Podría llegar el momento en que solo unos pocos de nuestros descendientes conocieran la ubicación del legendario planeta Tierra, y menos aún que lo hayan visto junto al Sol.
[i] Nota del editor: En este caso, se hace referencia a la Isla de Thule, también llamada Isla Morrell. Es una de las islas situadas más al sur del archipiélago de las islas Sandwich del Sur. Sus condiciones climáticas son tan adversas que el primer establecimiento humano se realizó en 1955 por la República Argentina.
[ii] Nota del editor: Fecha no incluida en el texto original.
[iii] Nota del editor: Esta fotografía no es la original que incluía el artículo del New York Times, la cual no ha sido encontrada por el equipo de editores de ULÛM.
[iv] Nota del editor: Los Fathers Pilgrims es el nombre dado en Estados Unidos de América a los primeros grupos de ingleses que en el siglo XVII se establecieron en el territorio de Nueva Inglaterra para crear una Nueva Jerusalén.
[v]Nota del editor: Rip van Winkle es un cuento corto de Washington Irving, que también da el nombre al protagonista. El relato ocurre en los días previos a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, cuando un aldeano se escapa de su esposa que lo regañaba por irse al bosque. En una de sus escapadas, se sienta bajo la sombra de un árbol y se queda dormido durante 20 años, tras los cuales regresa a su aldea.
Está genial! parece escrito hace nada. Dan ganas de hacerse astronauta. O apuntarse al proyecto Mars one XD
Por traducciones como esta me encanta ULÛM y es una de mis páginas favoritas. Continuad así 🙂