Editorial escrita por Isaac Asimov. Noviembre de 1980.
Traducida originalmente por Miguel Giménez Sales
.Transcrita para ULÛM por Fernando Cervera Rodríguez
Tanto la palabra latina populus como la voz vulgus la traducimos como pueblo.
Usamos además lo popular y lo vulgar como atribuciones de gente. Podemos, por ejemplo, tener unas elecciones populares, dando a entender que son unas elecciones en las que el pueblo puede votar. Hablamos también del lenguaje vulgar, indicando que nos estamos refiriendo al habla de la calle o de las clases populares y no al de los intelectuales.
Por gente, sin embargo, entendemos o bien a toda la población o solamente a una mayoría, haciendo referencia a la gente vulgar como diferente de la clase elevada, sea por nacimiento, educación o autoestimación.
Si uno posee una mente democrática, usará seguramente estos adjetivos en un sentido favorable, y no devaluará nada que haga referencia a la gente. Pero si uno es snob, probablemente usará tales adjetivos en un sentido desfavorable, y supondrá que lo popular, o sea lo que es de uso, disfrute y dominio de muchos, es de calidad inferior, ya que la cultura es patrimonio del refinamiento.
En el lenguaje inglés (N.E. en castellano sucede lo mismo), hemos diferenciado estos dos significados, y popular representa un aspecto favorable del gusto en general, mientras que vugar representa el aspecto desfavorable. Así, Shakespeare hace que Polonio aconseje a su hijo: Se familiar, pero nunca vulgar.
En francés creo que la diferencia es menos clara. Por ejemplo, a mi me han descrito en francés como dedicado a la vulgarización de la ciencia. Si alguien dijese de mí que soy un vulgarizador de la ciencia, sólo se lo perdonaría si fuese un buen amigo mío y sonriese al decirlo.
Pero no puede dejar de dolerme que para algunos científicos no exista una popularización de la ciencia, sino sólo una vulgarización de la ciencia.
Y todo por una razón muy sencilla: por snobismo.
No es sorprendente hallar científicos que se creen miembros de la aristocracia intelectual. Para alcanzar en cualquier ciencia un nivel de profesionalidad se necesita no poca inteligencia, curiosidad, devoción y un entrenamiento paciente: dotes poco comunes. Y como son poco comunes, existe la manía de creer que son superiores.
Alguno puede pensar que cierto talento confiere al poseedor unas obligaciones especiales (noblesse oblige). De acuerdo con esto, el verdadero caballero que ocupase una posición favorecida en la sociedad, tendría que observar unas normas de conducta no sólo con otros caballeros. Igualmente, el verdadero intelectual que ha alcanzado una comprensión refinada en cualquier sector científico, debe procurar que esa educación esté al alcance de todos y no sólo de los más listos.
Por otra parte, también es posible creer que existe un ancho abismo entre los privilegiados y los menos favorecidos; abismo que no puede salvarse si no es por diferencia de castas, o por un esfuerzo sobrehumano de rehabilitación por parte de la clase inferior.
En este caso, que el favorecido extienda la mano a través del abismo en dirección de los otros es algo vulgar y origina la sospecha de que el que alarga la mano tal vez no es un verdadero miembro de la clase elevada.
Mi propia opinión es la de noblesse oblige, de lo contrario no me habría metido en esta profesión.
Ni tampoco es cuestión de predilección. Para mí, la intelectual noblesse oblige se ha convertido en un asunto de vida o muerte para la sociedad. Consideremos:
1. La ciencia ya no es asunto privado de algunos seres que desean ardientemente penetrar los misterios del Universo por simple curiosidad. La ciencia no puede ser un coto privado mientras dependa del peculio público, como sucede en la actualidad, a través de los impuestos y presupuestos estatales para el apoyo de proyectos científicos.
2. La ciencia ya no está en función del bien público, como sucedía cuando vivía encerrada en una torre de marfil (o se lo imaginaba). El adelanto científico puede producir algo que, queriéndolo o no, sirve para destruir la civilización.
3. La ciencia ya no es una actividad que pueden llevarla a cabo un grupo de espontáneos voluntarios. Cada vez más se necesitan personas especializadas en los diversos niveles científicos, si queremos que la ciencia satisfaga nuestras aspiraciones tecnológicas y tantas necesidades. Pero esos científicos sólo pueden salir del pueblo, y sólo mediante un reclutamiento activo y eficaz.
Entonces, si el público paga por los progresos científicos, tiene derecho a colaborar con el desarrollo del progreso científico, el pueblo merece saber todo lo referente a eso que puede destruirle o salvarle, a fin de que pueda comportarse en consonancia con esa destrucción o salvación.
Y es de entre el público de donde han de salir los científicos y técnicos del futuro. Por lo cual el pueblo ha de saber cuanto sea posible respecto a estas profesiones, para que pueda elegir responsablemente un punto de partida.
Todo científico es parte del pueblo. Paga tasas, cree en la probabilidad de la destrucción o la salvación tecnológica, sufre la posibilidad de un derrumbamiento tecnológico por falta de entrenamiento personal… La popularización científica es, por tanto, tan necesaria a los científicos como a los demás: y si algún científico considera la »vulgarización» científica como algo bajo, es un asno. Y un tipo peligroso, además.
Hace ya veinte años que abandoné el trabajo normal de profesor. Desde entonces me estoy preguntando si lo echo de menos, o si me siento culpable por haber »renunciado» a la enseñanza. Mi respuesta, invariablemente, es no, puesto que ni he abandonado mis clases ni he desertado de la enseñanza. Todavía enseño a través de mis libros y conferencias, y tengo un alumnado mucho más grande en muchos aspectos que en la universidad.
Me pregunto también si lamento no »ser ya un científico». Y la respuesta es igualmente negativa, puesto que soy un científico. En realidad, puesto que dedico todas las horas del día a enseñar aquello que todo el mundo puede aprender, cosa que juzgo el primer deber de cualquier científico cuando no está inmerso en la investigación, creo que ahora soy más científico que antes.
Todo esto puede aplicarse perfectamente a la ciencia ficción. La enseñanza tal vez no sea la función primordial de la ciencia ficción, pero la ciencia que no enseña merece ser anatematizada.
Si uno coge una nave espacial hasta Titán, no hay necesidad de llevar la historia del viaje a un »cuaderno de abordo», ni de sentirse obligado a dar estadísticas del mundo en que se aterriza. Puede hacerse, si uno desea tejer bien una historia, pero no es necesario.
Sin embargo, bajo ningún concepto hay que afirmar que Titán es un satélite de Júpiter (cosa que es mentira) y no de Saturno (que sí es).
Pueden cometerse errores. Los escritores somos humanos. George Scithers también lo es. Incluso yo lo soy. En un número anterior, una ilustración afirmaba que Titán era un satélite de Júpiter, por lo que pedimos disculpas.
No garantizo que no volvamos a cometer nuevas equivocaciones. Seguro estoy de que las cometeremos. Y aún entonces, será a pesar de nuestros mayores esfuerzos.
No nos contamos entre los que dicen: » ¿A quién le interesan las nimiedades científicas? La narración es lo que cuenta. »
Nosotros no estamos aquí para brindar narraciones simplemente, sino narraciones de ciencia ficción. Y no es posible hacer buena ciencia ficción con mala ciencia.
Por lo tanto, amigos aspirantes a autores de ciencia ficción, no necesitáis estar graduados para escribir, pero debéis aprender mucha ciencia si deseáis escribir.