Científicos y sabios

Texto publicado por Issac Asimov el 27 de julio de 1978. The New York Times.

Traducido por Fernando Cervera.

Las conclusiones generales que uno puede tener sobre el universo, o sobre cualquier parte significativa de él, son por lo general muy limitadas, y algunos sabios del mundo —ya pertenezcan al pasado o al presente— afirman que han llegado a todas ellas cerrando los ojos y trabajando con la intuición.

Se deduce, entonces, que cualquier conclusión a la que los científicos llegan acerca de cualquiera cosa, es equivalente a lo dicho sobre esos mismos temas por especuladores orientales, por la mitología celta, el folclore africano o la filosofía griega, ya que parecen iguales.

La implicación, si hacemos esta comparación, es que los científicos están desperdiciando tontamente mucho dinero y esfuerzo en averiguar aquello que los sabios orientales (celtas, africanos o griegos) ya  sabían desde hace tiempo.

Por ejemplo, hay tres cosas que podrían ocurrirle al universo a largo plazo:

1. El universo podría ser inmutable y por lo tanto no tener ni principio ni fin.

2. El universo podría cambiar progresivamente, es decir, solamente en una dirección y por lo tanto tener un principio y un final únicos.

3. El universo podría estar cambiando cíclicamente, de principio a fin, y por lo tanto habría un comienzo después de cada final.

Todos los sabios que han especulado sobre el universo intuitivamente deberían llegar a una de estas tres alternativas. Y, si todas las opciones fueran igual de probables, habría una probabilidad frente a tres de que llegaran a la misma conclusión que podría obtener la ciencia.

En la actualidad, los científicos se inclinan por aceptar la segunda alternativa. El universo parece haber comenzado en una gran explosión y estar cambiando progresivamente para terminar en una expansión infinita y de máxima entropía (con o sin agujeros negros).

Si usted escogiera los versos que contiene la Biblia sobre este asunto, y acto seguido los interpretara con suficiente ingenio, se podría sostener que la Biblia dice lo mismo. Todo lo que usted necesitaría hacer es decidir, por ejemplo, que «Hágase la luz» es la traducción teológica del «big bang», y que seis días del señor no son muy diferentes de 15 mil millones años. Entonces se podría declarar abiertamente que las últimas teorías astronómicas apoyan al Génesis. Lo que caracteriza el valor de la ciencia, sin embargo, no son las conclusiones particulares con las que trabaja. No hay gran número de ellas y están muy limitadas en número, y las conjeturas resultarán ser «correctas» con una mayor probabilidad de la que podríamos encontrar apostando en un hipódromo.

Lo que caracteriza el valor de la ciencia es su metodología, el sistema que utiliza para llegar a esas conclusiones.

Un centenar de sabios, aunque hablaran siempre de forma inteligente, nunca podrían ofrecer nada más convincente que un imperativo «¡cree!”. Pero puede ocurrir que la humanidad crea de forma indistinta a más de un centenar de sabios diferentes, y de hecho hay un sinfín de disputas sobre algunos puntos de sus doctrinas, y como consecuencia la gente ha odiado enérgicamente en nombre del amor y ha asesinado con entusiasmo en nombre de la paz.

Los científicos, por otro lado, comienzan con observaciones y mediciones, después de lo cual deducen o inducen sus conclusiones. Lo hacen a la intemperie, y nada se acepta a menos que las observaciones y las mediciones se puedan repetir de forma independiente. Incluso entonces, la aceptación es sólo provisional, en espera de más, mejores y más extensas observaciones y mediciones. El resultado es que, a pesar de la controversia en las etapas preliminares, se alcanza un consenso con el tiempo.

En consecuencia, lo que cuenta acerca de la ciencia no es que actualmente (y provisionalmente) se haya decidido que hubo una gran explosión; lo que cuenta es la larga cadena de investigaciones sobre la radiación de fondo de microondas que apoyan esta conclusión.

Lo que cuenta no es que la ciencia en la actualidad (y provisionalmente) haya decidido que el universo está cambiando progresivamente a través de una expansión aparentemente sin fin; lo que cuenta es la larga cadena de investigaciones que llevaron a la observación de los desplazamientos hacia el color rojo en los espectros de las galaxias, lo cual apoya esta conclusión.

Que no me digan, pues, que los sabios orientales (celtas, africanos, griegos, o incluso la Bíblia) han hablado de algo parecido al Big Bang o a la expansión infinita. Eso es pura especulación.

Que me enseñen dónde trabajaron esos sabios con la radiación de fondo cósmica, o cómo se dieron cuenta de los desplazamientos hacia el rojo en el espectro galáctico. Que sustenten sus conclusiones sobre algo más que la mera aserción.

No pueden. A ese nivel la ciencia continúa sola.


Isaac Asimov es profesor asociado de bioquímica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston. Su libro número 200 se publicará en febrero.

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