Arrebato dominical contra la educación industrial

En esta entrada no hay datos, el dato soy yo, y también el torrente de pensamientos que se agolpan en la mano que teclea, cuando con gesto agrio, pienso que el sistema educativo actual no cumple su función, o al menos que no es capaz de cumplir las funciones que yo, bajo mi punto de vista, le presupongo, a saber: posibilidad de desarrollo personal, libertad de pensamiento de los individuos, creatividad como motor necesario de la sociedad y el desarrollo de aquellas capacidades que nos permiten crear, construir y mejorar esos elementos sobre los cuales se articulan el funcionamiento de las sociedades. En definitiva, educación para la paz, el amor, para no molestar al prójimo, para no acabar escondiendo dinero en paraísos fiscales, para que vivamos todos mejor, para poder ser independientes y para que no te abrasen los oídos con aquel refrán que rezaba, «las letras con sangre entran», primero porque es una mentira como la catedral de Santa Gadea de Burgos, y segundo, porque aprender puede ser interesante, bonito e incluso te puede subir la líbido.

En una fábrica todos los procesos, desde que entra la metería prima hasta que sale el producto final, están pensados para reducir al mínimo las decisiones que han de tomar los operarios, solo mediante la máxima simplificación se pueden reducir las probabilidades de fallo. Cada cual realiza una función específica, simple y mecánica, donde no hace falta realizar ningún tipo de análisis, ni decidir apenas nada y mucho menos, nada que tenga cierta importancia. Alguien ha pensado mucho para que la mayoría no tenga que pensar a la hora de cumplir su única y exclusiva misión. Esto es muy razonable, pues al final una fábrica tiene que generar un producto, y esta es la forma de llegar a una buena relación entre calidad y costes. Sin embargo, fuera de las puertas de la fábrica me es inevitable pensar que este modelo es extrapolable al funcionamiento global de nuestra sociedad, quizás del mundo entero, pues tengo la sensación de que desde pequeños nos educan en serie para cumplir alguna de las funciones específicas que necesita el mundo industrializado, llevándose por el camino la creatividad y la imaginación que nacen con nosotros, haciendo del aprendizaje algo tedioso y sufrido, una herramienta para poder ser útil al sistema productivo y poder ser algún día, «algo en la vida». Dos ideas con las cuales me muestro en absoluto y frontal desacuerdo.

Recuerdo el colegio con especial cariño, quizás sea por que la infancia suele tener ese toque idílico, pero en relación a la temática de hoy, puedo recordar ciertos juegos, conversaciones, historietas y aventuras de niños que daban cuenta de la gran capacidad de crear e imaginar que todos poseíamos, éramos un folio en blanco, al que poco a poco le iban apareciendo márgenes y renglones que marcaban cual era el único camino correcto. A pesar de los buenos maestros que tuve (y malos también), el plan era rígido y había que cumplirlo burocráticamente, y si dos y dos siempre son cuatro, ¿a quién le importaba, por ejemplo, quien inventó los números? (Gracias Fernando Cervera por aclarármelo décadas después…). Después de aquellos años, pienso que sobreviví bastante bien en aquel principio de encarrilamiento, y es que al terminar esa etapa no hallaba los libros tan aburridos como los encontraban algunos de mis camaradas, quizás sea por que mi casa estaba llena de ellos, y les pude coger cariño fuera de las aulas. La educación no debería ser algo que se quede solo dentro de clase.

Luego llegó el instituto, esa época clave en la que, sin saberlo y envuelto de lleno en la revolución hormonal de la edad del pavo, te juegas tu futuro absolutamente. Puedes finalizar esta etapa como una máquina de engullir conceptos, como un erudito entre los tuyos, también sin pena ni gloria y pidiendo el final del partido, y por supuesto, también fumando porros en el parque, sin oficio, ni beneficio, ni futuro, ni hostias (quizás de estas últimas sí…). No importan las condiciones de entrada, puedes salir de cualquier manera y la verdad, poco o nada se hace sobre eso pues lo importante es aprender esas cosas que te harán tener «un futuro», pero que por supuesto no recordarás el día siguiente al examen. Siempre tendré el recuerdo emocionante de ojear los libros, con su inconfundible olor a nuevo en el mes de septiembre, era bonito pensar que al final de curso sabría todo eso que ahora me parecía dificultoso y desconocido. Pero por desgracia también tengo ese recuerdo de mayo y junio, en los cuales, esas cosas a priori emocionantes, me parecían un coñazo de dimensiones bíblicas, y su estudio solo me hacía pensar en las ganas de que llegara el verano salvador. Todo y a pesar de que ciertamente quería aprender cosas nuevas. Fueron muchos años, y también pasaron muchos profesores, algunos de ellos eran de esos que te marcan para siempre, de los que recuerdas con cariño y a los que te gustaría parecerte un poco de mayor. Pero por desgracia, la rigidez del «programa» los ataba a ellos tanto como a mí, y tenían tantas ganas, o más que yo, de que llegase ese verano que todo lo cura.

Posteriormente llegó la universidad, por supuesto, una vez demostrado que eres bueno escupiendo ristras de conceptos y que conoces las respuestas correctas que te dan permiso legal para acceder a esos edificios, fuentes de la sabiduría moderna. La experiencia se presumía más que prometedora para un chico de pueblo que apenas había visto el mar más que un puñado de veces, aparte de tener que buscarme la vida por mi cuenta y autogestiónarme fuera del nido familiar, entrar en la universidad se planteaba como una oportunidad para aprender en profundidad todo aquello que me interesaba y mucho más, para entrar en laboratorios de verdad, y para descubrir todo un apasionante mundo de cosas desconocidas. Bien, esta etapa constituye la última antes de que pases a ser una pieza más del sistema: y como buen proceso industrial, no puede ser divertido. Los primeros años fueron una total desilusión académica, y transcurrieron entre clases magistrales en las que solo hablaba el profesor, o incluso solo hablaba un profesor mientras leía la diapositiva que había realizado varios cursos antes. Casi nadie interrumpía aquel sopor para preguntar algo, y las clases de «prácticas» podían llegar a ser muy teóricas. En fin, nos topamos de nuevo con el método industrial y con un programa rígido, de imperativo cumplimiento, llevándose consigo la motivación y la curiosidad de muchos, reduciéndola tan solo a salvar el objetivo del aprobado.

Por suerte los últimos años fueron más motivadores, la clases iban tomando un cariz más específico y ya se podía ver la luz al final del túnel, eso siempre anima, pero sin embargo la mayor motivación por seguir estudiando y seguir aprendiendo, y especialmente por el mundo de la ciencia, vino de la mano de Dani Martínez, quién me contagio con su vocación, dedicación y pasión. Tras este punto de inflexión, pude ser capaz de engullir todos esos conceptos necesarios para pasar al siguiente nivel y sobretodo volví a encontrar motivación para descubrir e investigar, a aprender por puro placer, y curiosamente, esto no sucedió en la Universidad de la mano de alguno de esos profesores realmente buenos, a los cuales igual que sucedía en el instituto, tienes todavía en un pedestal a pesar de que el programa y el método los tengan atados: la motivación vino de la mano de un amigo, un piso de estudiantes, un ordenador y ciertamente ganas de llegar a la siguiente pantalla del juego.

Bien, ahora ya tienes una posible función dentro de la cadena de montaje, aunque realmente cuando te llega el título a casa firmado por el Rey (Juanca en mi caso), puedes pensar que te lo mereces, por que ha costado sudores y lágrimas, sintiendo a la vez que tras tantos años no tienes ni idea de como vas a desempeñar esas funciones para las que has sido programado. Puede que te des cuenta de que tanto cumplir programas, al final de la cadena lo que falta es eso exactamente, un programa económico que te ubique. Aquí es cuando tienes la maravillosa idea de hacer un máster, pues piensas que solo la especialización te va a dar ese rango en la cadena que defina claramente para que sirve tu mecanismo, puede que te sientas un tipo, o tipa, de gran nivel, ante el cual se abrirán miles de oportunidades, y es cuando te das cuenta de que vives en el mundo de la «titulitis», donde si no eres Doctor, ni sabes cuatro idiomas perfectamente, por supuesto poseyendo los certificados que así lo acreditan, si no pilotas un avión o no has trabajado para la NASA, eres poco menos que un analfabeto. Llegará el día en el que para hacer un cocido necesitarás el certificado original y cuatro copias compulsadas pertinentemente por el ayuntamiento de tu municipio, de aquellas 60 horas realizadas en el curso acreditativo oficial de «Gastronomía Tradicional», realizado en un pueblo de Soria (y solo allí) y firmado por Chicote, Arguiñano, Merkel y el Pato Donald. Ojo, que yo con mi máster estoy contento, a mi no me estafaron, yo aprendí bastante, me hicieron sudar coca-cola para superarlo e hice muy buenos amigos, y a pesar de que a veces pecó de ambiente demasiado académico y enfocado a la realización de un doctorado, puedo decir que el balance fue bastante positivo. No creo que la mayoría de los que han hecho un máster en tiempos recientes puedan decir lo mismo.

Puede que sea verdad aquello de que mi generación es la mejor preparada de la historia de España, y es que aquí, señores lectores, el más tonto hace relojes y además funcionan. Puede que tengamos los conocimientos técnicos para hacer filigranas, o por lo menos la capacidad para poder entender, comprender y utilizar las herramientas que nos permiten hacer alardes de cierta técnica, somos capaces de responder a muchas preguntas pero no tengo muy claro si somos capaces de hacer las preguntas adecuadas, de ser críticos con los que nos rodea, de poder expresar en público nuestras ideas, no sé si somos capaces de inventar y de crear cosas fuera del marco establecido, dudo de que tengamos ganas irrefrenables de seguir aprendiendo cosas nuevas, dudo que tengamos mucha empatía con los demás y de que seamos lo suficientemente solidarios, dudo de que podamos pensar con total independencia tras tantos años de redil industrial, y también dudo de que dudemos lo suficiente. Desde luego hablo desde mi percepción general de la sociedad, casos individuales hay tantos como personas y yo todavía no conozco a tanta gente. Creo que siempre ha habido, y habrá, por los siglos de los siglos, muchas cosas que cambiar y mejorar, la diferencia es que ahora es a nosotros, la generación «mejor formada», a quién nos toca tomar las riendas y esto ha de ser por necesidad, educadamente, no industrialmente.

Arrebato dominical contra la educación industrial comentarios en «4»

  1. «Quiero decir, con toda seriedad, que la fe en las virtudes del trabajo está haciendo mucho daño en el mundo moderno, y que el camino hacia la felicidad y la prosperidad pasa por una reducción organizada de aquél»

    El señor Russell sabía mucho.

  2. «Puede que sea verdad aquello de que mi generación es la mejor preparada de la historia de España, y es que aquí, señores lectores, el más tonto hace relojes y además funcionan»

    Me ha gustado mucho tu artículo. ¡Muchas gracias por escribir tan bien y compartirlo con los demás!

  3. Buenas tardes, ¿os ha dicho alguien que vuestra web puede ser adictiva? Estoy preocupada, desde que os recibo no puedo parar de mirar todas vuestras sugerencias y estoy muy feliz cuando recibo uno más, sois lo mejor en español, me encanta vuestra presentación y el curre que hay detrás. Un beso y abrazos, MUCHAS GRACIAS POR VUESTRO TRABAJO, nos alegráis la vida.

    Saludos

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