¿Aplicar el escepticismo al escepticismo médico?

Cada cierto tiempo surge un artículo diciendo que hay que ser escéptico con el escepticismo. Generalmente, lo que se pone en duda es la conveniencia de luchar contra las pseudoterapias —a las que consideran un mal menor— y se dice que en su lugar deberían preocuparse de otros problemas más acuciantes. Obviamente, la lista de prioridades propuesta dependerá de la persona que escribe el artículo. Suelen referirse desde a prácticas poco éticas dentro del sector farmacéutico, la sobremedicación o a cómo se gestionan los recursos científico-sanitarios del país. O al cambio climático, la pobreza o los diferentes tipos de violencia. La lista es larga.

Recientemente y gracias a Esther Samper llegué al blog del médico Rafael Bravo, y allí encontré un artículo del médico norteamericano Vinay Prasad [1]. Prasad, desde luego, es una persona con ideas y un currículum interesante. No obstante, en su análisis del supuesto problema en las prioridades del escepticismo hay falacias argumentales igual de interesantes. Por no hablar de los argumentos parciales basados en el desconocimiento que presenta como si fueran hechos.

El tiempo es oro

Uno de los argumentos vacíos que pueden leerse en el artículo de Prasad es que el tiempo es oro. Según el médico, la lucha del movimiento escéptico debería centrarse en problemas que causan un mayor impacto sobre la sociedad porque cada minuto perdido es irreemplazable. Vale, dicho así no parece una tontería. Pero, a la hora de la verdad, la frase está vacía de significado.

Una falacia muy usada contra la investigación aeroespacial ha sido —y lo será por mucho tiempo— que existen problemas más importantes que resolver en la Tierra antes de salir al espacio. Se suele apelar a que todo ese dinero se podría dedicar a los más necesitados o a mejorar los servicios del país. Y aunque esta falacia encierra una parte de verdad —cuando los recursos son limitados hay que priorizar— la realidad es que no se puede reducir todo a una lista y avanzar solo en la cosa que ocupa el primer lugar. El progreso humano y técnico rara vez se consigue así.

Aunque en este caso el dinero sí es un factor a tener en cuenta —concedo ese punto al argumento contrario—, esa misma relación puede hacerse con otras cuestiones, por ejemplo el consumo excesivo en bienes materiales de todos nosotros, el consumo innecesario de carne o el gasto económico de cambiar los muñecos asexuados de los semáforos de Valencia por personas con faldas y pantalones. Y al final no hacer esas cosas no solucionaría el problema real de las personas que mueren de sed.

No obstante, la falacia que utiliza en este caso Prasad es mucho peor, ya que apela al tiempo libre de cada persona como si fuera un recurso de interés público. Y es que la declaración de intenciones del autor no es poca cosa: «quiero ofrecer un marco que lo ayudará a decidir qué merece su ojo crítico frente a lo que puede dejarse en un segundo plano». Me gustaría ver a Prasad intentando convencer a la familia de una persona fallecida a causa de las pseudoterapias de que el problema que mató a su hijo es algo que, en realidad, no merece su tiempo ni su lucha, puesto que hay problemas más importantes. Cada cual decide en qué merece la pena gastar su tiempo, y a no ser que Prasad y los que argumentan como él tengan el don de la omnisciencia, las motivaciones de cada persona para dedicar su tiempo a una lucha son, a menudo, indescifrables. En resumen, todo lo que venga después de un razonamiento de tipo voy a enseñar a alguien que no conozco a cómo invertir su tiempo para hacer del mundo un lugar mejor, por norma general, será una insensatez.

Ahora bien, puede que Prasad no apele al tiempo individual como un recurso, sino que tenga en mente al movimiento escéptico como a un ente organizado y con objetivos claros. En este caso estaría hablando del tiempo que dedica el movimiento escéptico como organización, pero, de nuevo, son palabras vacías.

Coordinar al huracán

Si los que argumentan que el movimiento escéptico debe dedicarse menos a la pseudociencia, lo hacen bajo la creencia de que existe algo real llamado movimiento escéptico, están muy equivocados.

Es cierto que existe una red de personas, más o menos cohesionadas, que se autodefinen como escépticos y hacen actividades diversas a lo largo del mundo, que van desde la mera divulgación al activismo social. Pero, cualquier persona que haya pertenecido a una asociación del ámbito escéptico sabe que no existe uniformidad en las personas que lo forman. Ni mucho menos hay una coordinación fluida entre los cientos de miles de personas que pertenecen a esas comunidades.

A veces hay una interpretación naif del movimiento escéptico bajo la cual existe la posibilidad de implementar una hoja de ruta, ya no solo en un país, sino incluso a nivel global. La diversidad de personas, motivos, entidades e idiosincrasias de cada región hace imposible trazar objetivos comunes. Y no se trata de un problema de coordinación, es que no es posible unir a esas personas bajo un criterio unificado, común y global. De esto tuve conocimiento de causa intentándolo durante la coordinación del primer manifiesto internacional contra las pseudoterapias, publicado en 2020 [2]. Y es que, cuando uno habla con diferentes organizaciones del ámbito escéptico, resulta evidente que las diferencias culturales y motivacionales imposibilitan una visión de conjunto. Jamás podrán tener objetivos totalmente coincidentes una asociación de pacientes afectados por una pseudociencia concreta que una asociación especializada en luchar contra las sectas coercitivas. Y si ya valoramos las diferencias regionales, no puede ser igual la visión de una asociación en un país donde aún se lucha contra la quema de brujas o los sacrificios humanos para evitar la sequía —estoy hablando de India— que la de otro donde esas prácticas solo aparecen en las series de Netflix. Y lo mismo aplica para las diferentes profesiones: las preocupaciones de un fisioterapeuta no pueden ser iguales a las de un médico, ni las de un biólogo a las de un astrofísico. Y si la propuesta es que las personas dejen de lado su historia personal, educación, formación, preocupaciones y motivaciones, para unirse de forma coordinada con personas que no conocen, sin tener una visión total del problema y aunar sus esfuerzos en una lista objetiva de prioridades, por más que sea un sueño bonito, es irreal. Y es que lo mejor aún está por llegar: actualmente no se puede medir de forma objetiva el daño que producen los diversos monstruos contra los que se lucha desde el escepticismo.

Midiendo lo imposible

Una de las propuestas de Prasad es que se midan los diferentes impactos de las pseudoterapias en comparación con otros problemas. Por ejemplo, habla de ver su daño en el ámbito económico (punto 1 de su argumentación), en pérdida de vidas humanas (punto 2), en si el problema puede propagarse (punto 3), en quién paga económicamente por ellas (punto 4) o la capacidad de persuadir a la gente que desconoce el tema (punto 5). Otra vez estamos frente a una lista que parece bien pensada e inteligente. Pero, de nuevo, se trata de palabras vacías.

a) Si atendemos a la repercusión económica de las pseudoterapias, en primer lugar haría falta saber no solo cuánto dinero se pierde en esas prácticas por parte de las personas que pagan por ellas (algo más o menos mesurable), sino también cuánto dinero pierde el estado alargando tratamientos de forma innecesaria por llegar tarde a la medicina científica, o incluso por tratar los daños que producen las pseudoterapias. Este dato se desconoce, pero no solo tenemos ese problema, sino que Prasad llega a afirmar que «la medicina convencional es como la medicina alternativa en términos de impacto presupuestario, pero agregue uno o dos ceros más». Y claro, parece que Prasad ve, en el ámbito escéptico-sanitario, solo dos problemas: las pseudoterapias por un lado y luego todo lo demás. Bajo esta falacia de falsos extremos se puede argumentar cualquier cosa. Por ejemplo, uno podría decir que no hay que dedicar esfuerzos en política a la igualdad de género porque nuestra sociedad tiene dos problemas, por un lado la desigualdad entre hombres y mujeres y por otro todo lo demás.

b) En cuanto a la pérdida de vidas humanas parece que Prasad piensa que la ausencia de evidencia es evidencia de ausencia. Y es que, como vimos hace dos años publicando el Primer informe de fallecidos a causa de pseudoterapias [3], no existen registros ni estadísticas oficiales de cuántas vidas cuestan las pseudoterapias. De hecho, la primera estimación de fallecidos a causa de pseudoterapias en España —y hasta donde sé la primera aplicada a un país— se realizó en ese informe del cual fui coautor junto a Fernando Frías y José Manuel Gómez.

Como bien explicamos en el mismo informe, la estimación de entre tres y cuatro órdenes de magnitud al año de fallecidos por pseudoterapias es verosímil, aunque desconocemos si es veraz. ¿El motivo? Que ningún estado del planeta se dedica a contabilizar o estimar los muertos causados por las pseudoterapias, a pesar de la abrumadora evidencia que indica tasas de mortalidad más altas en usuarios de pseudoterapias ante una enfermedad. O los numerosos casos registrados en prensa o asociaciones como la APETP o el observatorio de pseudoterapias de la Organización Médica Colegial. Así que si alguien desea argumentar que las pseudoterapias casi no causan víctimas mortales, muchos esperaremos las evidencias que puedan aportar, puesto que por ahora no parece ser el caso. Además, deberán aclarar si están comparando las muertes causadas por pseudoterapias con otras causas de mortalidad bien definidas o, como parece que hace de nuevo Prasad, las están comparando falazmente con todo el resto de problemas socio-sanitarios que se pueden abordar desde el escepticismo.

c) Siguiendo con los puntos a medir, Prasad argumenta que «deberíamos prestar especial atención, en igualdad de condiciones, a las prácticas que tienen implicaciones para los demás, como las enfermedades infecciosas». Así pues, su conclusión es que las pseudoterapias no se multiplican, pero en cambio las enfermedades infecciosas sí. No obstante esto es rotundamente falso, y como bien han demostrado desde el ámbito de la memética, las ideas se propagan entre las personas con extremada rapidez.

Por ejemplo, durante la pandemia ocasionada por el SARS-COV-2, la velocidad de expansión del virus solo ha sido comparable a la expansión de falsos remedios como el MMS, produciéndose víctimas mortales por estos hechos. Las ideas se propagan, y cuando estas contienen información falsa que puede matar o afectar a las políticas sanitarias de un país, las pseudoterapias son un enemigo a batir casi igual de peligroso, puesto que un vídeo de un influencer que recomiende beber lejía para curarse puede llegar a millones en cuestión de minutos.

d) En cuando a quién paga por las pseudoterapias, Prasad argumenta que «los individuos son libres de usar su propio dinero como mejor les parezca. Una persona puede gastar dinero en un lujoso automóvil o palos de golf, o incluso en muebles, tapices o decoración. Usar una pulsera de cobre para la artritis o usar una plateada para la belleza son dos cosas que hacemos porque nos hacen sentir mejor». A este respecto, Prasad no es tan quisquilloso en cuanto a cómo deben usar los demás su dinero. Podría parecer que la libertad para gastar billetes es sagrada, algo que por lo visto no aplica al tiempo de las personas, que requiere de un «sesudo» análisis para enseñar a la gente a usarlo bien.

Pero, dejando esa incoherencia aparte, es importante remarcar que el planteamiento de Prasad es falso, y quien así argumenta solo puede hacerlo desde el desconocimiento y la falsa sensación de saber de qué está hablando. Me refiero a que una persona que consume pseudoterapias bajo la creencia de que le van a curar no lo hace de forma libre.

De como manipular las decisiones de los pacientes saben mucho en la Red de Prevención Sectaria y del Abuso de la Debilidad [4], o los afectados por pseudoterapias del ámbito sectario como la bioneuroemoción o la dianética. Pero no es solo que haya pseudoterapias que usan técnicas coercitivas, es que mentirle a un enfermo para quitarle su dinero no puede ser entendido como una decisión libre. Si no y según este argumento de Prasad, no existiría el delito de estafa. Al fin y al cabo, si nadie pone una pistola en la cabeza de otro para que le den su dinero, y aunque sea mediante engaños, los estafados han dado su dinero de forma libre y, en muchos casos, con una sonrisa en sus labios. ¿Por qué debería estar mal?

e) En cuanto a la capacidad de persuadir, Prasad argumenta que «un nuevo medicamento, dispositivo o prueba de detección tiene una gran cantidad de profesionales sanitarios que simplemente no se han pronunciado. Personas que no se han formado una opinión. Una práctica que es de larga duración, arraigada y tiene muchos adherentes obstinados, aunque los aprendices pueden tener todavía la mente abierta. En igualdad de condiciones, nuestro enfoque debería ser los temas con la mayor cantidad de votos indecisos». La primera falsedad obvia del argumento es suponer que las pseudoterapias son prácticas arraigadas y de amplio conocimiento. En primer lugar, cada año surgen nuevas pseudoterapias —yo mismo inventé una junto a Mariano Collantes para demostrar lo fácil que es, se llamaba fecomagnetismo—. En segundo lugar y mucho más importante, la mayoría de personas desconocen qué es una pseudoterapia, o en su defecto desconocen la mayoría de pseudoterapias del mercado. Podría parecer que Prasad cree que las pseudoterapias son una problemática homogénea y estática. Esto, por supuesto, es absolutamente falso. Así que esa supuesta ventaja práctica es algo que suelen creer quienes imparten cátedra sobre pseudoterapias sin saber del tema.

Sí que es cierto que hay un sector de los practicantes y receptores de pseudoterapias para quienes la pseudociencia forma parte de su forma de entender la vida. A ellos, desde luego, no se les podrá convencer y serán refractarios a toda evidencia. No obstante —y esto lo saben aquellos que profundizan algo en el tema— la mayoría de acciones informativas sobre pseudoterapias van dirigidas al gran público mayoritario de personas que cuando consumen pseudoterapias no lo hacen como algo ideológico.

Por otro lado, este argumento sería igualmente válido en la otra dirección. Es decir, no existe prácticamente ninguna causa defendible desde el ámbito escéptico que no vaya a tener un público refractario a la evidencia. A este respecto la propuesta de Prasad no solo está basada en falsedades, si no que no sería útil a no ser que se dedicaran esfuerzos sobrehumanos a determinar, para cada cuestión del ámbito escéptico, para cada región y publico objetivo, qué cantidades de personas refractarias a la evidencia podrías encontrar. Algo que, además, variaría cada mes con toda probabilidad. A no ser que Prasad crea que deben de guiarse de la intuición basada en la creencia para determinar el número de personas refractarias a la evidencia en cada sector del conocimiento.

Conclusión

La argumentación de Prasad —y de muchos otros que argumentan como él— parte de la falsa dicotomía de que hay dos problemas impermeables y no relacionados en el ámbito escéptico: las pseudociencias por un lado y en frente todos los demás problemas del universo.

Por ejemplo, la labor que se realiza en pro de la medicina basada en evidencia ayuda en la lucha contra la medicación excesiva o los excesos de la industria farmacéutica. La lucha contra las pseudoterapias no es solamente la lucha contra un engaño basado en el azúcar o las energías místicas, es la lucha contra el acoso judicial al que se somete a comunicadores científicos por decir la verdad —digo esto con cinco juicios a mis espaldas—; es la lucha contra las farmacéuticas cuando estas engañan de forma deliberada a los enfermos; es la lucha por el concepto de medicina basada en la evidencia, que tanto beneficio puede traer a las arcas públicas ayudando a eliminar falsos tratamientos aceptados como medicina oficial; es la lucha contra los gobiernos que creen legítimo que las industrias puedan no solo mentir a los enfermos, sino que además puedan modificar leyes para manipular la palabra medicamento; es la lucha contra las universidades y colegios de médicos, que piensan que es lícito manipular el conocimiento para obtener lucro económico; es la lucha por hacer justicia social para todos aquellos que perdieron la vida por culpa de las mentiras de aquellos que se quedaron su dinero.

Las pseudoterapias no son un problema de análisis sencillo. Y, sin embargo, al estar de moda hablar de ellas, abundan las simplificaciones de una cuestión altamente compleja y peligrosa. La lucha contra las pseudoterapias es multifactorial y redunda no solo en lo obvio, sino que crea una sociedad mejor en muchos aspectos. Pero, ante todo, huid de aquellos que sin conoceros os explican cómo debéis usar vuestro tiempo y saben mejor que nadie qué causas merecen la pena.

[1] Blog de Rafael Bravo

[2] Manifiesto internacional contra las pseudoterapias – National Geografic

[3]Primer informe de fallecidos por pseudoterapias – Apetp

[4] RedUNE – Web

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