La cultura es la base de nuestra sociedad. Nuestros conocimientos, sensaciones y creencias se traspasan de generación en generación por diversos mecanismos y esto ha sido una de las claves que ha hecho que estemos donde estamos actualmente. Por lo que parece, la acumulación de cultura es específica de nuestro género, algo que sigue siendo un enigma en evolución. En la historia ha habido varios acontecimientos que han mejorado de forma sustancial la transmisión de ésta como son la creación de la escritura o de la aparición reciente de internet.
Por norma general, se cree que aquellas poblaciones con más individuos tienen más ventajas a la hora de transmitir información ya que sufren menos deterioro en el traspaso de la misma y se dan un número mayor de “mejoras” culturales. Asimismo, también se cree que muchas sociedades con un número insuficiente de individuos pudieron colapsar por ineficiencia en la transmisión de esta información. Hace un tiempo salía un pequeño artículo en la revista Nature [1] en el intentan dar cierta evidencia experimental de estas hipótesis mediante dos juegos de ordenador, de diferente dificultad, y con poblaciones con un número dispar de individuos. Según los autores, estos sencillos experimentos permiten corroborar estas hipótesis.
Por lo tanto, este traspaso de conocimientos ha sido y es el motor de las civilizaciones que ha posibilitado tanto el primer fuego encendido, la primera rueda creada, hasta la capacidad de modificar el código genético de organismos o poder llegar hasta la luna. Lo maravilloso de todo esto es que hemos sido capaces de andar este camino ¡en un periodo muy corto de tiempo! Es decir, lo que nos hace poderosos es nuestra capacidad de almacenar, transmitir y entender esta información. De hecho, un experimento mental ciertamente curioso viene de pensar qué pasaría si aisláramos a ciertos individuos de cualquier tipo de educación como “humanos actuales”, algo de lo que ya se tienen referencias como Víctor de Aveyron, un niño que fue encontrado a finales del siglo XVIII cerca de los Pirineos.
Sin embargo, hemos de tener en cuenta que estos individuos siguen siendo humanos, y por lo tanto, tienen la capacidad de ser el próximo Einstein o Darwin. De hecho, hay pruebas maravillosas de lo que la tecnología puede hacer en la educación en un pueblo casi perdido lleno de niños que no habían visto un ordenador en su vida.
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Realmente, todo este post viene de una idea que me surgió mientras leía un par de libros de divulgación, ambos relacionados con las matemáticas (La nueva mente del Emperador, de Roger Penrose, y El cerebro de los matemáticos, de David Ruelle) donde comentaban el clásico último teorema de Fermat. Pierre de Fermat fue un abogado del S. XVII y a su vez fue uno de los mejores matemáticos de su época. En su volumen de Arithmetica de Diofanto, Fermat escribió en un margen su teorema que viene a decir que no existe un número entero n mayor de 2 que cumpla la siguiente proposición:
Éste terminó escribiendo que tenía una demostración “realmente admirable” pero que no cabía en el margen. Al final murió sin haber dado su demostración y no fue hasta 1995 cuando se demostró finalmente por el matemático británico Andrew Wiles.
¿Y qué tiene que ver el teorema de Fermat con lo anteriormente escrito? Realmente es un ejemplo magnífico de lo que puede pasar con la información que no se transmite: que se pierde de forma casi irreversible. Supongamos por un momento que Fermat realmente tenía una demostración verdadera de su teorema, ¿sería la misma que la desarrollada por Wiles? Sinceramente, no lo creo. Así que aquí podemos ver que hemos perdido un trocito de la historia de la humanidad y que puede que nunca consigamos volver a ver la demostración ideada por este señor francés. Algo muy parecido al trágico final de la biblioteca de Alejandría. Así que como dijo uno de los replicantes más famosos de la historia del cine:
Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia
[1] Derex M, Beugin MP, Godelle B & Raymond M. 2013. Experimental evidence for the influence of group size on cultural complexity. Nature. 503: 389 – 391
Daniel Martínez Martínez (@dan_martimarti) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó el máster Biología molecular, celular y genética. Realizó su doctorado a caballo entre el FISABIO (Fundación para el fomento de la investigación Sanitaria y Biomédica) y el IFIC (Instituto de Física Corpuscular). Su labor investigadora está centrada en el estudio de la relación entre la composición funcional y de diversidad de la microbiota humana, y el estado de salud-enfermedad de los individuos. Durante los últimos años ha mantenido una actividad de divulgación científica escrita, además de participar en la organización de eventos como Expociencia. Actualmente trabaja en el Imperial College de Londres.
Muy buenas reflexiones, y la historia del vídeo me ha dejado de piedra.