Texto escrito para la Revista Isaac Asimov, 1980, por Isaac Asimov
Texto traducido para la edición española de la Revista Isaac Asimov, por Miguel Giménez Sales.
Texto transcrito para ULÛM por Fernando Cervera Rodríguez
Uno de los juegos favoritos de todos aquellos que se interesan por la ciencia ficción: escritores, editores, aficionados, lectores, es definir exactamente la ciencia ficción. ¿Qué diablos es? ¿En qué se diferencia de la fantasía y de la literatura en general?
Probablemente, existen tantas definiciones como definidores, y las primeras van desde los exclusivistas extremados, que desean que la ciencia ficción sea pura y firme, a los inclusivistas superextremados que desean que la ciencia ficción lo abarque todo.
A continuación va una definición extremadamente exclusivista de mi colecta:
“La ciencia ficción se ocupa de los científicos que fabrican la ciencia del futuro”
Ahora una definición extremadamente inclusivista de John Cambell:
“Los relatos de ciencia ficción son lo que compran los editores de ciencia ficción”
Veamos otra definición moderada (también mía):
“La ciencia ficción es la rama de la literatura que se ocupa de las respuestas humanas a los cambios efectuados al nivel de la ciencia y la tecnología”
Esto deja en el aire si tales cambios son adelantos o retrocesos, y si con el acento de “las respuestas humanas” es preciso hacer algo más que referirse contemplativamente y sin entrar en detalles a esos cambios.
Para algunos autores, en efecto, la necesidad de discutir de ciencia parece tan mínima que incluso se oponen al uso de la palabra en el nombre del género. Prefieren decir que escriben “ficción especulativa” o S.F.” en abreviatura [1].
Ocasionalmente necesito pensarlo todo nuevamente, y me digo: “¿por qué no abordar la definición histórica?” Por ejemplo…
¿Cuál fue el primer producto de literatura occidental, que guardamos intacta, y que los inclusionistas pueden considerar como ciencia ficción?
La Odisea, de Homero, claro. No trata de ciencia en un mundo en el que la ciencia aún no se había desarrollado, pero sí trata del equivalente de los monstruos extraterrestres, como Polifemo, y de individuos que disponían del equivalente de una ciencia avanzada, como Circe.
Sin embargo, la mayoría de personas opinan que La Odisea es un “relato de viajes”.
Y esto también es verdad. Estas dos opiniones no son necesariamente contradictorias. El “Relato de viajes”, al fin y al cabo, fue la fantasía original, la fantasía natural. ¿Por qué no? Hasta los tiempos contemporáneos, viajar fue un lujo exclusivo de la élite, para los que podían ver lo que la gran masa no podía.
Casi todo el mundo, hasta tiempos muy recientes, vivía y moría en la misma ciudad, el mismo valle, el mismo trecho de tierra, en el que había nacido. Para esa gente, todo lo que se hallaba más allá de su horizonte era fantasía. Podía ser cualquier cosa… y podía creerse todo lo que los viajeros contasen de un país de las maravillas solo distante cien kilómetros. Plinio el Viejo no se mostró demasiado sofisticado al creer las fantasías que le habían relatado de tierras distantes, y durante más de mil años los lectores creyeron a Plinio. Sir John Mandeville no tuvo dificultades en hacer pasar sus relatos de viajes novelescos como sucesos reales. [2]
Y durante veinticinco siglos después de Homero, cuando alguien quería escribir algo de fantasía, escribía una obra de viajes.
Imagínense a alguien que se embarca, llega a una isla desconocida y ve maravillas. ¿No es esto Simbad el Marino y sus narraciones sobre Rukh y el Viejo del Mar? ¿No es lo mismo lo que ocurre en el libro de Lemuel Gulliver y su encuentro con los liliputienses y los brobdingnagianos? En realidad, ¿no es esto también King Kong?
El señor de los anillos, junto con lo que promete ser una enorme cantidad de malas imitaciones, también es un relato de viajes.
Mas, ¿no son esos relatos de viajes unas fantasías y no ciencia ficción? Entonces, ¿dónde empieza la verdadera ciencia ficción?
Pensemos en el primer escritor de ciencia ficción de carácter profesional, el primer escritor que se ganó la vida con la ciencia ficción: Julio Verne. Él no pensó que escribía ciencia ficción, puesto que ese término no estaba inventado todavía.
Durante una docena de años escribió para el teatro francés con escaso éxito. Pero era un viajero frustrado, un buen explorador y, en 1863, alcanzó de pronto la fama con su obra Cinco semanas en globo. Consideró a ese libro como una narración de viajes, pero tenía algo especial, puesto que para viajar los protagonistas se servían de un aparato hecho posible solo gracias al progreso científico.
Verne fue sumando éxitos usando otras máquinas científicas, del presente y del futuro, a fin de conducir a sus héroes cada vez más lejos, en otros “viajes extraordinarios”: a las regiones polares, al fondo del mar, al centro de la Tierra, a la Luna…
La Luna siempre fue un sueño de los narradores de viajes, desde Luciano de Samosanta, en el primer siglo de la Era cristiana. Se pensaba en la Luna como en otra Tierra lejana. Pero en el caso de Verne fue distinto, porque el escritor llevó allí a sus protagonistas por medio de unos principios científicos que aún no se habían aplicado en la vida real (aunque sus métodos, tal como los describió, no darían resultado eficaz).
Después de Julio Verne, otros autores han llevado a sus héroes a Marte y a otros planetas; hasta que, finalmente, en 1928, E.E. Smith, en La alondra del espacio, rompió todos los lazos con su “impulso de inercia”, y condujo a la Humanidad a las estrellas más lejanas.
Y así, la ciencia ficción empezó como una excrecencia de los relatos de viajes, con la principal diferencia de que los medios utilizados no existían, pero podrían existir, si el nivel de ciencia y tecnología alcanzase nuevas dimensiones en el futuro.
Claro está que no toda la ciencia ficción debe considerarse como una narración de viajes. ¿Qué diremos de las historias que suceden en la Tierra, pero que tratan de robots, de desastres nucleares o ecológicos, o interpretaciones nuevas del lejano pasado?
Nada de esto, no obstante, sucede aquí y ahora, en la Tierra. Siguiendo las huellas de Verne, todo lo que ocurre en la Tierra es posible mediante los continuos cambios (usualmente muy avanzados) en el nivel de la ciencia y la tecnología, por lo que la historia tiene lugar siempre en la Tierra del futuro.
Entonces, ¿por qué no escoger esta definición: “Las historias de ciencia ficción son viajes extraordinarios a cualquiera de los futuros concebibles”?
De todo lo cual hay ejemplos en este mismo ejemplar, y en todos los números de nuestra revista.
[1] No me gusta el término “ficción especulativa”, excepto porque podría abolir esa abominable abreviatura “sci-fi”. Aunque ésta podría verse sustituida por “spec-fi”, que todavía es peor. (Nota de Isaac Asimov)
[2] Sir John de Mandeville fue un viajero inglés, de origen flamenco, apodado tal vez Jean de Bourgogne, que en su obra Voyage d’outremer (1357-71) recogió unas supuestas impresiones de Egipto y Palestina, fantásticas en su mayor parte. Se sabe solamente que murió en 1372. (Nota de Miguel Giménez Sales, traductor para la Revista Issac Asimov, 1980)
La ciencia ficción es una metáfora existencial, nos permite contar historias sobre la condición humana. Isaac Asimov dijo una vez «Las historias de ciencia ficción por separado pueden ser vanales para los críticos y filósofos de hoy, pero el núcleo de la ciencia ficción, su esencia, puede ser decisiva para nuestra salvación, si es que vamos a salvarnos».