Puerta al verano: reseña literaria

Puerta al verano es una de las novelas de Robert A. Heinlein  que más potencial tiene para llegar a cualquier lector. Muchos la categorizan como ciencia ficción dura pero bajo mi punto de vista no lo es: sí, los viajes en el tiempo y las tecnologías descritas son altamente avanzadas, más si tenemos en cuenta que se publicó en 1956, pero el mundo imaginado por el autor ha envejecido tan bien que cualquier lector en pleno siglo XXI puede seguir la historia sin problemas y las explicaciones dadas están a la orden del día de cualquier noticiario. Y es que la trama trascurre entre los años 1970 y el año 2000, cuando Dan B. Davis, un ingeniero con un extraño sentido del humor, vive junto a su gato Pet, el cual es aficionado a beber ginger ale, una bebida gaseosa fabricada con agua mineral, jengibre, azúcar y limón que por ejemplo podemos comprar bajo la etiqueta de Schweppes.

El nombre del libro nace de la curiosa mascota del protagonista, quien como buen gato detesta la nieve durante el invierno aunque nunca abandona la esperanza de que al cruzar la puerta será verano de nuevo. Dicho así puede parecer un tanto extraño pero tiene mucho sentido, pues el protagonista se encuentra en una situación parecida: su vida es un completo desastre pues a pesar de que está ganando mucho dinero como inventor de robots resulta que su socio de empresa y su novia acaban de traicionarle para robarle hasta el último centavo. Finalmente Dan, al igual que piensa su gato, creerá que existe una puerta que al cruzarla le llevará a su verano particular: una vida que no deteste. Decide criogenizarse durante 30 años junto a Pet y poner todas sus acciones a buen recaudo, esperando despertar muchos años en el futuro siendo rico y sin lazo emocional alguno.

Esta es una novela plagada de humor y de lectura ágil: no en vano coincido con muchas personas en que su trama detectivesca plagada de situaciones extrañas despliegan esa magia que te impide abandonar un libro. Reto al lector a que intente terminarlo en más de una semana pues le resultará imposible dejar de avanzar y sus 300 páginas no hacen de él un monstruo titánico imposible de terminar.

Esta reseña quedaría incompleta sin hablar brevemente de su autor: si bien Isaac Asimov no perdía ocasión en sus autobiografías para decir que detestaba las ideas de Heinlein —a quien consideraba un derechista, machista y anticuado—, lo cierto es que los lectores le adoraban: durante tres décadas las encuestas realizadas a seguidores de ciencia ficción lo situaban como a uno de los mejores junto a Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, siendo conocidos en su conjunto como los tres grandes de la ciencia ficción. A pesar de que la posteridad los ha tratado de manera desigual, Heinlein  siempre disfrutó en vida de la primera posición de tan preciado ranquin: no en vano es el único autor que ha logrado ganar cuatro premios Hugo por votación popular a la mejor novela de ciencia ficción (Estrella doble en 1956, Tropas del espacio en 1960, Forastero en tierra extraña en 1962 y La Luna es una cruel amante en 1967).

No sé si os he convencido todavía para leer esta novela pero si os gustan las historias de viajes en el tiempo y tenéis sentido del humor, este es un libro que no os podéis perder. Os aseguro que al menos durante bastantes horas podréis escapar de vuestra vida y disfrutar de vuestra particular puerta al verano.

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