Ojos que no ven

La gente necesita ver muertos. Lo digo en serio. Y muchos pensarán que esto es sensacionalismo puro y duro, pero se equivocan. Y me da igual. Es la realidad, y cualquier otra suerte de razonamiento en pos de una decencia pública o un blanqueamiento de los hechos, lleva a que la gente piense que los problemas no van con ellos. A que miles de insensatos, abanderados por el famoso demente de turno, se junten a darse abrazos y besos durante una pandemia. O a que millones de individuos, con medios de prevención a su alcance, se dediquen a juntarse en fiestas y poner en peligro su vida y la de todo aquel que se cruce en su camino.

Recordemos que la pandemia solo acaba de comenzar y ya ha matado a entre 28 000 y 40 000 personas solo en España. Piensen un momento en esa cifra. No solo en las decenas de miles de familias destrozadas, los huérfanos, viudas y viudos, gente que ha perdido todo lo que tenía o podría tener. Piensen en que ni siquiera somos capaces de decir la cifra exacta de miseria humana que ha generado lo poco que llevamos de esta maldita enfermedad. Porque la diferencia entre 28 000 y 40 000 no es poca cosa.

En ese blanqueamiento sistemático a lo flower power que ha ofrecido el gobierno, con la complacencia de organismos sanitarios, se suma la de medios de comunicación que llevan décadas decidiendo que ver las consecuencias gráficas de la guerra, la enfermedad, el abandono o la sin razón, es innecesario y no hay que hacerlo para no herir la sensibilidad de la ciudadanía. Puede que haya un día en que la gente no necesite ver los muertos de una tragedia con sus propios ojos para dejar de poner en riesgo la vida de los demás. Pero hoy no es ese día.

Llevamos meses soportando ataques por exponer con cifras y datos las mentiras de personajes que parte de la comunidad de divulgadores científicos han pretendido deificar. De hecho, algunos comunicadores muy famosos y mediáticos, ante las tergiversaciones y mentiras de entidades y gobiernos, han decidido optar por el silencio o la complacencia, incluso llegando al extremo de ofrecer cifras mal calculadas, ya sea por error o por omisión, dejando de lado una diligencia informativa que llevan años exigiendo a los demás. De hecho, recuerdo tristemente que hace algún tiempo tuve que defenderme de varios comunicadores por hacer críticas racionales, mi argumento era que prefería criticar ahora por cientos de muertos, que criticar después por decenas de miles. Y sigo manteniéndolo, solo que ahora a esa cifra se le han sumado unos cuantos ceros más. Y cuanto más tardemos, peor será.

Así que cuando nos veamos tentados de señalar a los gobiernos nacionales o regionales por el abandono de los ancianos en las residencias, por la acumulación de cadáveres en las morgues, por la inexistente preparación durante los meses posteriores del sistema de salud y la educación pública, hay que pensar que tal vez el silencio es cómplice necesario e imprescindible de la dejadez política.

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