Lágrimas en el corazón

Mira al frente. Va a morir y lo sabe. Levanta los brazos y grita, o al menos lo intenta. El enemigo no tiene rostro, así ha sido siempre en España: constantemente hay alguien que lucha contra ti pero nunca sabes de dónde vienen los golpes. Así retrató Francisco de Goya a nuestro país en su cuadro Los fusilamientos del 3 de mayo, y así se sienten miles de personas ahora, luchando para poder dedicarse a la ciencia sin saber quién se lo impide. Hemos llegado a un punto donde los responsables ya no son solamente personas concretas: la incultura, la incompetencia y el analfabetismo científico, todos ellos cogen las armas que nos apuntan a la cara. Los políticos de nuestro país han abierto las puertas de la pseudociencia y la incultura, una caja de Pandora muy peligrosa.

Los jóvenes huyen, o al menos los que pueden. Otros se quedan aquí con sus camisas blancas y alzando los brazos en la oscuridad. No tienen voz, o al menos no les sirve de nada: los políticos cuestionan la rentabilidad de los centros de investigación científica. Mientras tanto mis amigos buscan un futuro mejor, y en España —para un científico— un futuro mejor significa irse del país.

Tengo un amigo que estudió neurobiología y ahora trabaja en una gasolinera. Los coches necesitan que alguien les ponga gasolina pero creo que un país no educa a un neurobiólogo para eso. Tengo otro amigo que estudia receptores de membrana implicados en la infección por el VIH y, después de rechazar ofertas de trabajo fuera de España le han empezado a pagar seis meses tarde. Otros muchos científicos están en el paro o intentando montar empresas tecnológicas, pero crear un negocio en España es algo muy difícil y hay un mar de burocracia donde se ahogan las esperanzas.

Este país es un barco gobernado con mano dura y tecnología del s. XVIII. Me gustaría poder escribir una historia de esperanza e ilusión pero uno no puede elegir la época que le ha tocado vivir. Jamás he visto un periodo donde ser científico y español no consistiera en renunciar a tantas cosas: dignidad, orgullo, pasión y estabilidad. Para mí, ser científico y español siempre fue sinónimo de llevar lágrimas en el corazón.

En España la ciencia nunca es noticia, da igual lo que hagan los científicos. No obstante ahora sí que lo son los jóvenes que huyen y todo el país menos sus políticos entiende que, la noticia dentro de 20 años, será la España que pudo haber sido pero que nunca jamás sucedió.

Ahora más que nunca ser científico debe de ser sinónimo de hablar de ciencia, y ahora más que nunca hablar de ciencia debe de ser sinónimo de hablar de conciencia, porque solo una nación que habla de sus problemas puede sentir vergüenza, y solo un país avergonzado puede rectificar algún día.

1 comentario en «Lágrimas en el corazón»

  1. Es así, a mí me encantaría poder dedicarme a la ciencia pero hace tiempo que abandoné el camino burocrático que te promete conseguirlo, previendo el fracaso y también por falta del dinero que requiere ese torbellino rutinario de consecución de títulos, que es cada vez más y más caro, si bien hay miles de cosas interesantes y útiles que me gustaría investigar.

    Es muy lamentable también que muchos españoles tienen conciencia de los problemas que suceden pero son realmente muy pocos quienes van a la raíz de esos problemas que les preocupan y que puedan decir qué se puede hacer. Vivir en una dictadura que dio a los españoles el trato de un niño (que es casi peor que te traten así que vivir en una cierta pobreza material) y luego el régimen político que empezó en 1978, donde todo ha sido hipocresía, corrupción y pérdida de soberanía, nos han dejado en esta península en una situación de ruina a muchos niveles, que sigue agravándose.

    Muy lamentable tanto para los que amamos algo como la ciencia como los que tenemos en alta estima esta nación.

    Un saludo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *