La herencia del Sputnik: Globalización

9 de octubre de 1982, The New York Times. 

Por ISAAC ASIMOV. Traducido por Javier Guisado González 

Esta semana se cumplieron 25 años desde que la Unión Soviética pusiera en órbita el Sputnik 1, lo que dio comienzo a la Era Espacial. ¿Cuál es la herencia de este cuarto de siglo?

Si pudiera resumirlo en una palabra, esta sería globalización. Nuestras reacias mentes se han forzado a comprender una visión donde la Tierra y la humanidad se nos presentan como una sola entidad. Esta idea se ha consumado de diferentes maneras:

1. Material: Nos demos cuenta o no de ello, la Tierra se ha convertido sin lugar a dudas en una sola entidad como resultado de los satélites que se han ido lanzando a la órbita terrestre.

La comunicación por satélite ha puesto en contacto a cada parte del mundo con todas las demás, tanto de manera virtual como directa Esto ha facilitado las actividades comerciales y diplomáticas a escala global, de tal manera que es inconcebible volver a la situación anterior al año 1957. Se ha cambiado también la opinión pública con ceremonias de todo tipo, ya sea la boda del Príncipe Carlos o el funeral de la Princesa Grace, que han sentado al mundo entero en frente de sus pantallas mientras veían lo que ocurría. Nos han traído a nuestros salones acontecimientos como guerras y crisis, desde Saigón a Beirut pasando por Teherán. Desde entonces, se ha visto la guerra como una solución menos glamurosa, atractiva y útil a los problemas.

Gracias a los satélites meteorológicos conocemos los esquemas de vientos y de nubosidad en su conjunto, y por primera vez en la historia también podemos seguir cada huracán o cada catástrofe meteorológica. Sería inconcebible regresar al sistema basado en las conjeturas y la esperanza, donde no estar preparado nos hacía perder cantidades incalculables de vidas y bienes materiales.

Otros satélites nos informan sobre los recursos de la Tierra y su estado de tal forma que ninguna otra técnica podría hacerlo. De nuevo, es inconcebible regresar al periodo de la antigua ignorancia.

2. Psicológico: La visión de la Tierra en su conjunto desde la Luna, una esfera planetaria pequeña arrastrada por el cielo, nos obliga a pensar en ella como algo pequeño y frágil. Hace menos lógica la división arbitraria de su superficie en partes, las cuales vemos como algo sagrado, algo que mantener a toda costa, incluso si cuesta la destrucción del planeta.

Las sondas que han viajado más allá de la Luna han revelado puntos planetarios en el cielo que parecen ser otros mundos. Hemos observado fijamente los cráteres de Mercurio, las mesetas de Venus, los volcanes extintos de Marte y los activos de Ío, las tormentas turbulentas de Júpiter y los complejos anillos de Saturno. No podemos observar todo esto sin evitar pensar en la Tierra como una parte de un gigantesco conjunto haciéndonos ver de nuevo, al menos algo más que como lo hubiéramos hecho en otras circunstancias, que repartir la mota de polvo en la que vivimos en varias sub-motas hostiles las unas con las otras es peor que una locura; es una ridiculez.

3. Potencial: El primer cuarto de siglo de la Era Espacial nos ha llevado al umbral de ser capaces de convertir la exploración en asentamiento.

Estados Unidos posee la lanzadera espacial, un vehículo que se puede reutilizar de manera reiterada para poner material en órbita. La Unión Soviética ha mantenido a sus cosmonautas por un periodo de seis meses demostrando que pueden vivir y trabajar sin problemas de salud, y además están planeando una estación espacial que pueda cobijar a una docena de personas.

En el futuro, se podría construir en el espacio estructuras, con plantas de energía solar, grandes telescopios, reflectores ópticos, laboratorios y fábricas. Se podría poner una gran parte de la industria terrestre en órbita para hacer uso de las propiedades poco corrientes del espacio, para construir un nuevo cementerio de residuos contaminantes y para encontrar un hueco para proyectos peligrosos. Una explotación minera en la Luna podría abastecer casi todos los recursos materiales necesarios para ello, mientras que los avances en computarización y en robótica facilitarían su manutención y operatividad. Además, los asentamientos en el espacio podrán proporcionar la presencia humana que se requiera para ello.

Esto no podría llevarse a cabo prudentemente sin la cooperación global, puesto que la exploración espacial es un proyecto de la humanidad en su conjunto, y su desarrollo global puede mostrar aquí su valía.

Podríamos elegir, por supuesto, el localismo y usar así el espacio para satélites espía, rayos láser y bombas nucleares de control remoto.

Sin embargo, el localismo acelerará la tendencia hacia la posible destrucción de la civilización y probablemente de la humanidad. La globalización nos ofrece la esperanza de una civilización mejor y mayor, con más versatilidad y flexibilidad, mediante el uso de amplios recursos y sin estar prisionera en la superficie de un solo planeta.

Si consideramos las alternativas –el localismo y la muerte contra la globalización y la vida– podría ser que uno o dos de nosotros se uniera a la minoría sana y escogiera la vida. Y podría ser que fuésemos los suficientes para que la minoría no fuese minoría y nuestra elección tuviera más peso. Ese sería el legado de la Era Espacial.

 

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