Érase una vez un homeópata que se comparaba con los judíos. Y no es que ser homeópata sea incompatible con ser judío, sino que lo relacionaba con su persecución y exterminio. Es más, también se comparaba con ser negro, discapacitado, mujer u homosexual.
Por lo visto, el hecho de que la sociedad cada vez sea más consciente de que engañar a enfermos con agua azucarada no está bien —en realidad, ni siquiera con agua, pues lo que venden en las farmacias son puros terrones sin líquido alguno—, es comparable con matar a millones de judíos en cámaras de gas de forma sistemática, apalear negros por el mero hecho de serlo, discriminar a alguien por ser mujer o quemar a gente en la hoguera por sus ideas religiosas o científicas.
Captura del artículo Tarjeta roja. ¡Por homeópata!
Es más, el homeópata se llevaba las manos a la cabeza y citaba al mismísimo Gregorio Marañón. ¿Dónde hemos llegado? Se pregunta en su artículo de opinión. La respuesta, por lo visto, es difícil de aceptar para alguien que se gana la vida vendiendo homeopatía, pues es la siguiente.
Hemos llegado a una sociedad donde las farmacias venden falsos medicamentos a enfermos, llevándolos incluso a la muerte. Una sociedad donde desde páginas dedicadas a promover pseudoterapias se compara la falsa libertad de saltarse el código deontológico engañando a los pacientes, con movimientos sociales liderados por personas que luchaban contra el asesinato sistemático por razones de orientación sexual, raza o ideología. A una sociedad que permite la existencia de leyes que benefician económicamente a unos lobbies a costa de la salud de personas que únicamente son culpables de querer una solución a sus problemas. A una sociedad donde algunos padres tienen que perder a sus hijos —o algunos hijos a sus padres— porque no hay nadie que se haga responsable de cumplir un código deontológico que debería proteger a los pacientes. A una sociedad donde muchos utilizan ese mismo código cómo escudo para denigrar la práctica médica.
Mientras tanto, los que se atreven a hablar de estas cuestiones de forma pública acaban en los juzgados [2]. Su supuesto delito, en este caso, es respetar la evidencia científica y atreverse a contárselo a todos aquellos que podrían ser víctimas en potencia. Porque no nos engañemos, las víctimas no son aquellos que venden productos inservibles a los enfermos, sino todos aquellos que depositaron alguna vez sus esperanzas de curación en una práctica que se sabe que no funciona desde hace más de 200 años . Es decir, la homeopatía.
[1] Artículo de Hablando de homeopatía
[2] Artículo de «El periódico».
![Fernando](https://ulum.es/wp-content/uploads/2023/04/fernando_avatar-100x100.jpg)
Fernando Cervera Rodríguez es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó un máster en Aproximaciones Moleculares en Ciencias de la Salud. Su labor investigadora ha estado centrada en aspectos ligados a la biología molecular y la salud humana. Ha escrito contenidos para varias plataformas y es redactor de la Revista Plaza y de Muy Interesante. Ha sido finalista del premio nacional Boehringer al periodismo sanitario y ganador del Premio Literario a la Divulgación Científica de la Ciutat de Benicarló en el año 2022. También ha publicado un libro con la Editorial Laetoli, que trata sobre escepticismo, estafas biomédicas y pseudociencias en general. El libro se titula “El arte de vender mierda”, y otro con la editorial Círculo Rojo y titulado “A favor de la experimentación animal”. Además, es miembro fundador de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas.
En fin mentiras más mentiras..
Ante la falta de aergumentos solo les queda ese victimismo desvergonzado.
Curioso que cite a Marañón. En los años 1950 daba la homeopatía como una creencia pasada de moda. Alertaba no obstante, que la excesiva autoestima médica podía dar como consecuencia el auge de una «nueva homeopatía». Vamos, alucinaria con el auge o proliferación de pseudoterapias y pseudociencias.