Si alguien quiere hacerse una buena impresión de su prójimo,
debe hacer lo que hago yo: molestarlo con cartas.Charles Darwin, 6 de marzo de 1868
Charles Darwin fue un escritor compulsivo de cartas. Algunas de ellas las escribió desde su apacible casa del Condado de Down [1], pero otras desde los lugares mas variados. Durante décadas esa fue su forma de discutir ideas y recopilar hechos que le permitieron desarrollar y apoyar sus teorías, que forman hoy parte del conocimiento básico de las ciencias naturales y la historia de la ciencia. Así pues, no es de extrañar que existan cientos de cartas del naturalista desperdigadas por el mundo. Algunas contienen diagramas y dibujos, observaciones personales, fotografías y algún que otro espécimen.
Durante su vida iba quemando las respuestas conforme se iba quedando sin espacio, algo parecido a lo que hacemos hoy en día borrando las conversaciones y fotografías de nuestro móvil. No obstante, como hacemos todos, también fue guardando las de sus amigos, familiares o aquellas que, por algún motivo que jamás sabremos, decidió no quemar. Ahora bien, conforme fue madurando, y sobre todo a partir de 1860 —es decir, veintidós años antes de su muerte— fue conservando la mayor parte de ellas, de las cuales sobreviven unas 15000 en el Archivo Darwin de la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, ya sean las originales o copias conservadas en otras partes del mundo, y son consultables desde la web del archivo [2].
Cientos de los escritos corresponden a los documentos que intercambió con Joseph Dalton Hooker —si no habéis visto la película La duda de Darwin, os la recomiendo para ponerle cara [3]—. Muchas de las cartas que enviaba Darwin también se conservan en el mismo archivo y se pueden ir siguiendo las conversaciones entre ambos, que se prolongan por cuarenta años. Y lo mismo con otros muchos naturalistas y amigos.
El elogio de los hombres como usted es la única, aunque suficiente,
recompensa que espero o deseo obtener por mis obras.
Charles Darwin a Ernst Dieffenbach, 2 de octubre de 1843
Si de algo sirve «espiar» las cartas de alguien es para hacerse una idea del tipo de persona que las escribía. Darwin publicó más de 20 libros durante su vida, y poder acceder a sus cartas nos permite saber cómo cambiaron sus planes de publicación con el tiempo, quien le ayudó con ciertas ideas, qué les explicó a sus amigos sobre su trabajo o incluso sus opiniones sobre las reacciones que generaban sus escritos.
Pero, este archivo nos permite ir mucho más allá del científico y conocer al hombre. Por ejemplo, se conserva con fecha del 23 de abril de 1851 una carta a Emma Darwin, en la cual le comunica la muerte de su hija, uno de los eventos más traumáticos para la familia y que reforzó el desapego hacia las ideas religiosas que el naturalista ya tenía. A ese respecto —ideas religiosas— también se conserva una carta de febrero de 1839 donde Emma le cuenta sus opiniones y dudas sobre las posiciones teológicas de su marido. Y así un largo etcétera.
Las cartas de un gran hombre, y también las de un gran científico, nos ayudan a surcar por historias que ocurrieron hace docientos años y que han marcado nuestro mundo. Nos permiten visitar los pensamientos y diálogos, como si estuviéramos allí mismo. Pues no hay que olvidar que, en el caso de las cartas, no existe un tono perdido en las brumas del tiempo, sino que sus emisores y destinatarios recibieron exáctamente las mismas palabras y en el mismo formato que podemos visitar hoy en día, gracias a la labor imprescindible de historiadores de la ciencia que se han dedicado a recopilar y analizar estos documentos tan valiosos. Así que os invito, lectores de esta revista, a entrar en la web del Darwin Correspondence Project y elegir alguna carta al azar, para dejaros sorprender por la magia de una historia del pasado que ha marcado tan profundamente nuestro presente.
[1] Casa de Charles Darwin – Artículo de ULUMs
[3] La duda de Darwin – Película
Fernando Cervera Rodríguez es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó un máster en Aproximaciones Moleculares en Ciencias de la Salud. Su labor investigadora ha estado centrada en aspectos ligados a la biología molecular y la salud humana. Ha escrito contenidos para varias plataformas y es redactor de la Revista Plaza y de Muy Interesante. Ha sido finalista del premio nacional Boehringer al periodismo sanitario y ganador del Premio Literario a la Divulgación Científica de la Ciutat de Benicarló en el año 2022. También ha publicado un libro con la Editorial Laetoli, que trata sobre escepticismo, estafas biomédicas y pseudociencias en general. El libro se titula “El arte de vender mierda”, y otro con la editorial Círculo Rojo y titulado “A favor de la experimentación animal”. Además, es miembro fundador de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas.