Homo Problematicus I: Desertificación
Homo problematicus II. Contaminación atmosférica
Homo problematicus III. El mañana no existe
Homo Problematicus IV. Agua potable, el milagro de la buena vida
Texto escrito por Julián Chaves
No, de ninguna manera, me niego a aceptar que el ser humano se esté cargando el planeta, que está acabando con la naturaleza y con el medio ambiente. Por favor, no seamos prepotentes, la humanidad no podrá acabar nunca con la madre Tierra por mucho que talemos bosques y arrojemos nuestros despojos deliberadamente al océano. Esto no sucederá nunca porque antes acabaremos con nuestro hábitat y en consecuencia con nosotros mismos, mientras que la naturaleza continuará, ahí, evolucionando y transformándose como lo lleva haciendo millones de años, sin importarle lo más mínimo el destino de la humanidad. Solo somos un renglón en el gran libro de la Tierra.
Este introducción me sirve para presentaros una nueva saga que surge en ULÛM, motivada por la multitud de impactos que podemos observar sobre nuestro hábitat, y la desconexión existente entre la sociedad y la naturaleza, una sociedad que parece en ocasiones vivir de espaldas a la fuente de todos sus recursos, sus bienes y en definitiva la raíz de su supervivencia. De hecho ocurre que vivimos en un completo despropósito desde el momento en el que el objetivo de la gran mayoría de países es obtener un crecimiento económico continúo: esto no tiene ningún sentido sabiendo que los recursos naturales, motor inicial de la economía, son limitados. Todo esto tiene una implicación directa en los procesos que transforman nuestro hábitat, en nuestra calidad de vida y por supuesto en la de las futuras generaciones. Comenzaremos hablando de un problema ambiental llamado desertificación, una verdadera amenaza para la seguridad alimentaria mundial.
Habitualmente se define la desertificación como el conjunto de procesos que conllevan a la degradación de tierras fértiles en zonas áridas, semiáridas o subhúmedas secas y que son consecuencia de actividades humanas tales como incendios forestales, talas y prácticas agrícolas poco adecuadas, y que desembocan en una reducción drástica de la capacidad productiva, ecológica y económica del terreno. Es importante conocer que los procesos que conllevan a los estados degradativos avanzados son la erosión hídrica y la erosión eólica, generados fundamentalmente por la eliminación de la cubierta vegetal, lo cual conduce a una fragrante desprotección del suelo y que es posteriormente arrastrado en grandes cantidades cuando las lluvias aparecen, siendo una característica inherente al conjunto de zonas anteriormente citadas que estas se produzcan de forma torrencial. Estos arrastres conducen en última instancia a la formación de Badlands, tierras totalmente improductivas y que a escala humana suponen una pérdida irreversible, llevando asociados otros problemas como el incremento del riesgo de avenidas, la colmatación de embalses o el descenso y salinización de los acuíferos.
Este ha sido históricamente el concepto utilizado de desertificación, sin embargo en la actualidad la tendencia es a no solo considerar aquellas zonas con cierta aridez, pues existe otro tipo de degradación de las tierras fértiles a partir de procesos físicos y químicos que no necesariamente han de producirse en este tipo de lugares, pudiéndose perder la fertilidad del suelo mediante otros mecanismos como la compactación, la salinización o la contaminación, y además también podría considerarse como desertificación la dificultad de recuperación de los suelos tras la tala de los bosques ecuatoriales.
Puede parecer algo ajeno para aquellos que viven en países industrializados del norte o para quienes viven en grandes ciudades, lugares ambos donde se produce con mayor ahínco esa desconexión con el medio del que hablaba en el encabezado, pero lo cierto es que en la actualidad alrededor de un tercio de la superficie terrestre está amenazada por estos procesos (unas 4.000 millones de hectáreas) en los que desaparecen cada año unas 24.000 millones de toneladas de suelo fértil, casi 1.500 millones de personas viven en zonas amenazadas y el 42 % de las personas más pobres del mundo sobreviven en zonas gravemente desertificadas. Es evidente que el desierto trae consigo la miseria, llevándose con él la posibilidad de obtener alimentos vegetales, de alimentar al ganado e incluso la posibilidad de encontrar una gota de agua para calmar la sed. Y por si fuera poco, la escasez de recursos tan básicos como estos provoca la disputa por los pocos que quedan convirtiendo estas zonas en algunas de las más conflictivas del mundo. Probablemente existan muchos otros factores y no haya una clara relación causa-efecto, pero el hecho es que suele darse tal caso y se vaticina que este tipo de disputas se incremente en el futuro si sigue aumentando la población y disminuyendo los recursos primarios.
Quizás la zona más afectada por estas circunstancias es la zona del Sahel, y aunque existen otras con graves problemas como en Chile, Bolivia o Perú, es al sur del gran desierto del Sáhara donde más evidente y más grande es su impacto, primero por la grandísima área a la que afecta y segundo por el enorme número de personas que la sufren. Además pobreza y desertificación son conceptos que se retroalimentan, pues tenemos la sangrante situación de que estos países tienen importantes recursos naturales pero la ausencia de democracia en el reparto de los mismos y la situación de corrupción generaliza generan una enorme desigualdad y miseria en sus gentes, cuya necesidad de supervivencia les fuerza a presionar más y más a un ecosistema muy frágil para así poder conseguir alimento y energía. Entonces es cuando el equilibrio se rompe y esa intrínseca fragilidad de la zona sucumbe al desierto, que avanza engulliendo tierras que antaño eran fértiles y convirtiéndolas en sitios yermos e improductivos. Las personas se ven forzadas a emigrar a otros lugares y la miseria se recrudece todavía más, y por supuesto se ven obligadas a forzar las posibilidades de su entorno, una vez más.
Aunque esto pueda parecer lejano, el área mediterránea es un zona muy amenazada, siendo España de todos los países ribereños de Europa el que mayores riesgos presenta. El desierto llama a nuestra puerta, y por ello espero que os acordéis de este post el día 17 de junio, día internacional de la lucha contra la desertificación.
Fuentes:
Programa de Acción Nacional contra la Desertificación (PAND)
Podéis encontrar el resto de la saga a tan solo un click de distancia.
Julián Chaves Naharro. Licenciado en Ciencias Ambientales en la Universidad de Valencia, Máster en Ingeniería hidráulica y medio ambiente por la Universidad Politécnica de Valencia y especializado en la gestión, restauración y conservación de cuencas hidrográficas, donde realizó una tesina sobre el cálculo de emisiones de gases de efecto invernadero en incendios forestales. Comenzó su actividad divulgadora con su blog personal “El Ambientoblog”. Deportista, agricultor, divulgador, montaña en vena, muy energético, algo subversivo y ciudadano del mundo.
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