Otros mundos II: Mercurio, el mensajero de los dioses

Otros mundos I: La fragua de Vulcano

Otros mundos II: Mercurio, el mensajero de los dioses

Estuvo cuatro meses y veintiséis días navegando, pacientemente, para llegar a su destino —más del doble de lo invertido por Cristobal Colón para llegar a América—. De hecho, fue la primera nave de su tipo en salvar una misión gracias al uso de la vela, y también en utilizar la fuerza de la gravedad como fuente de energía para continuar con su viaje. Porque estamos hablando del año 1974 y, a diferencia de la Santa María, esta nave no estaba hecha de madera, cuerda y tela, sino de metal, circuitos y paneles solares. Se trataba de la Mariner 10, y su nombre (como el de todas las naves hermanas que la precedieron) hacía honor a los primeros viajes de descubrimiento de otros mundos —esta vez terrestres—. Y no es para menos, porque este marinero de las estrellas cartografió el 40% de Mercurio. Y por si eso fuera poco, después se acercó hasta las nubes densas y brumosas del planeta Venus, y al poco tiempo perdió su rumbo, quedando a la deriva alrededor del Sol, donde aún sigue en la actualidad.

La historia de la Mariner 10 es solo la de una sonda espacial más de la innumerable lista que ha poblado el Sistema Solar —y seguirá haciéndolo— gracias a la exploración espacial. Pero, de los dos únicos visitantes que ha recibido Mercurio hasta la actualidad, el que tenía un nombre más curioso era el Mercury Surface, Space Environment, Geochemistry and Ranging, que formaba el conveniente acrónimo por el cual es más conocido, Messenger. Y es que Mercurio era, según la mitología grecorromana, el mensajero de los dioses. Y a modo de mensajero, la nave se acercó al planeta de hielo y fuego —entre el día y la noche puede variar su temperatura de los 350°C a los -170ºC—, y lo investigó durante varios años, hasta morir aplastada en su superficie el 30 de abril de 2015. Entre medias, tomó 250 000 fotografías, demostró la existencia de compuestos orgánicos y vulcanismo en Mercurio, y por si eso fuera poco, continuó con los experimentos de la Mariner 10 y utilizó de manera intencionada la primera vela solar especialmente diseñada para esa función. Pero ¿qué es una vela solar? Básicamente, consiste en un método de propulsión para naves espaciales que capta empuje de fuentes externas —como si de viento se tratara—, en este caso la presión lumínica producida por el propio Sol. La Mariner 10 se vio obligada a utilizar sus paneles solares a modo de vela para poder continuar con la misión, pero la Messenger fue la primera nave en utilizar una auténtica vela solar.

Representación de la Messenger utilizando sus velas solares. NASA.

Un mensajero entre los dioses

Nabu era el hijo de Marduk, el dios supremo la mitología babilónica. Entre otras cosas era el señor de la escritura, y por eso era considerado como el patrón de los escribas. Su poder sobre los humanos era enorme, pues en sus manos estaba escribir el destino de cada persona en copiosas tablillas de arcilla —los babilonios no conocían el papel— que eran almacenadas en la biblioteca de los dioses. Es decir, en sus manos estaba la vida y la muerte, la felicidad o la desdicha. Más valía tener contento a Nabu.

Como todas las culturas, los babilonios observaron las estrellas. Y entre ellas —como no— encontraron los planetas. Para ellos eran puntos de luz que se movían de forma diferente. No podían sospechar que, en realidad, se trataba de otros mundos como la Tierra. Mercurio fue descubierto por esta civilización en el primer milenio antes de Cristo, es decir, hace unos 3 000 años. Recibió el nombre del dios Nabu, y el testimonio más antiguo de su existencia se encuentra en la tablilla de arcilla conocida como mul.apin, que es el primer catálogo de estrellas y observaciones astronómicas que conserva la humanidad.

 

Tablilla mul.apin, primer catálogo estelar de la humanidad. Época babilónica.

Los griegos también observaron al planeta. No obstante, al principio pensaban que se traba de dos astros diferentes. Al primero de ellos le llamaron Apolo, al segundo Hermes, que era el mensajero de los dioses. Ya sea por casualidad histórica o por influencia, tanto Apolo como Hermes son considerados en muchos aspectos equivalentes al dios Nabu de la cultura babilonia. Fue Pitágoras quien propuso que, en realidad, ambos planetas eran el mismo.

Pero no fueron los babilonios y los griegos las únicas culturas en detectar a Mercurio. Al otro lado de atlántico, para los mayas, el planeta se representaba con un búho, quien hacia también de mensajero, pero esta vez del inframundo. En la antigua China lo asociaban con el sistema de creencias de las cinco fases, algo así como la teoría de los cinco elementos en occidente, pero con un toque más feng shui. Mercurio simbolizaba para ellos el agua. De hecho, en muchas culturas asiáticas —incluyendo a China y Japón— aún se le conoce hoy en día como la estrella del agua. Y también lejos de occidente, los hindúes se referían a él como al dios Saumya, hijo de la Luna. Tenían que honrarlo todos los miércoles, y otra vez la casualidad hizo que el dios nórdico Odín también estuviera relacionado con Mercurio y con los miércoles. De hecho, el nombre real de Odín era Woden y en su honor se bautizó al miércoles en inglés (Wednesday), sueco (Onsdag) y neerlandés (Woensdag).

Para nosotros Mercurio no es un mensajero ni un día de la semana. Y mucho menos un búho. Pero es innegable que en la superstición de la astrología, Mercurio también ha tenido un papel importante en los sueños y pesadillas de las personas. Y al igual que los babilonios temían a Nabu por su habilidad para escribir el destino de los hombres, algunas personas en la actualidad siguen creyendo que Mercurio tiene la habilidad de afectar a su destino —y de vender periódicos gracias a las secciones del horóscopo—. Por lo visto, hay cosas que nunca cambian.

Bievenido a Mercurio: el mundo de los amaneceres dobles

Ya en nuestra época, durante un tiempo se pensó que Mercurio siempre mostraba la misma cara al Sol, es decir, algo parecido a lo que ocurre con la Luna y la Tierra, y lo cual supondría, entre otras cosas, que en la mitad del planeta sería siempre de día y en la otra mitad siempre de noche. Esto solo podría ocurrir si su periodo de rotación fuera igual que su periodo de traslación, pero al final resultó que Mercurio sí tenia noche y día, y duraban el equivalente a 58,7 días terrestres. El año, por el contrario, tenía 88 días. La fracción entre ambos números da de manera muy cercana la proporción 2/3, en lo que se conoce como un fenómeno de resonancia orbital, que es muy común en los sistemas planetarios.

Mercurio es uno de los cuatro planetas rocosos que tiene nuestro Sistema Solar. Posee un diámetro de 4879 km en el ecuador, es decir, es más pequeño que la Tierra. En cambio, tiene la segunda densidad planetaria más grande del Sistema Solar. De hecho, solo está por debajo de la Tierra.

Nuestro planeta, al ser más grande, comprime sus materiales por la fuerza de su propia gravedad, haciéndola más densa. Entonces, ¿por qué es tan denso Mercurio si es más pequeño? Porque la proporción de sus materiales es ligeramente diferente. De todos estos datos se ha deducido que su núcleo ocupa la gran parte del mismo, siendo el manto muy fino. De hecho, se estima que el núcleo ocuparía el 42% de su volumen total. La Tierra, en comparación, solo llega a un mísero 17%. Además, como Mercurio posee campo magnético, se sabe que el núcleo tiene que tener una parte fundida, como ocurre en nuestro planeta.

Ahora que sabemos que Mercurio tiene un gran núcleo, ¿por qué es tan pequeño su manto? La explicación más aceptada es que un meteorito enorme golpeó al planeta, lanzando al espacio gran parte de su superficie. Una violenta explosión que habría ocurrido hace muchos millones de años.

Pero Mercurio tiene muchos misterios recientes que ofrecer. Por ejemplo, la cuenca de Caloris, cuya formación se remonta a las épocas más tempranas del Sistema Solar, y que consiste en uno de los cráteres más grandes que conocemos. Entonces, ¿dónde está el misterio? En las grietas que lo acompañan, conocidas como la araña de mercurio, y cuyo origen aún no está del todo claro [1].

Formación de la araña, Mercurio.

Otra de las sorpresas de Mercurio es que las evidencias actuales indican que podría haber agua en forma de hielo en el fondo de algunos cráteres, bien lejos de la luz del Sol y las temperaturas abrasadoras. Aunque aún falta por aclarar si se trata realmente de agua o existe alguna explicación alternativa. Mercurio, a muchos niveles, sigue siendo un misterio inexplorado.

Pero lo que sí sabemos de Mercurio es igualmente sorprendente, por ejemplo, los amaneceres dobles. Y es que, en algunos puntos de Mercurio, el Sol sale —parece que sale, ya sabemos que el Sol no se mueve dentro del Sistema Solar—, pero entonces se detiene, se esconde y vuelve a salir por el mismo lugar. Algo así como si el Sol se arrepintiera de haber amanecido, diera media vuelta pero luego se lo pensara mejor. Una escena digna de la película surrealista Amanece que no es poco.

En otros puntos del planeta lo que se observa es que el Sol se detiene y gira. Tanto los amaneceres dobles como este otro fenómeno ocurren porque cuatro días antes de alcanzar el punto de la órbita más cercano al Sol —que recibe el nombre de perihelio—, la velocidad angular orbital del planeta se iguala con la velocidad angular rotatoria, es decir, que al final parece que el movimiento del Sol respecto al observador dentro del planeta se detenga. Luego, cuando llega al perihelio, la velocidad angular orbital supera a la rotatoria, y cuatro días después el Sol vuelve a moverse con normalidad. A veces, al imaginar este fenómeno, uno no puede evitar pensar en cómo lo habrían explicado en la Tierra —de ocurrir algo similar— desde un punto de vista geocentrista y en la Edad Media.

Historias de mensajeros

La historia de la exploración espacial nos ha dejado maravillas como el conocimiento de lo que ocurre en planetas distantes. Para ello, el ser humano ha volado —literalmente— fuera de sus horizontes. Ahora bien, esta época de exploración espacial está más allá de las capacidades físicas humanas, así que hemos poblado nuestro Sistema Solar con pequeños mensajeros que, de forma laboriosa, compilan datos, redactan mapas de otros planetas y nos informan desde la lejanía. Son, de algún modo, la avanzadilla de la humanidad para la futura colonización de otros mundos.

A ojos de un babilonio que hubiera escuchado hablar de Nabu, las historias de la Messenger y la Mariner 10 le habrían parecido igual de fantasiosas. Aunque puede que en este caso los mitos y las leyendas tengan razón, y finalmente el destino de nuestra especie sí que esté en manos de pequeños mensajeros que pueblan las estrellas.

[1] Lectura recomendada sobre la formación de la araña: Mercurio, el panteón y su constructor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *