Texto escrito por Héctor Carceller
Cuando alguien nos habla sobre el sistema nervioso o del cerebro, generalmente hay una palabra que aparece en nuestra mente: neurona. Pensamos sobre ellas y nos fascina como a partir de algo tan simple como es la generación y coordinación de pulsos de electricidad (potenciales de acción para los que están en el gremio) y su transmisión, son capaces de formar procesos tan sumamente complejos como la visión, la memoria o la propia conciencia. No obstante, las neuronas de nuestro sistema nervioso están acompañadas de una serie de tipos celulares que se agrupan bajo el término glía. Aunque generalmente se relega a un segundo plano o directamente se ignoran, conforma el 90% de las células que hay en un cerebro humano. Se trata de células vitales para el correcto funcionamiento de las neuronas y por tanto de nuestra capacidad para interaccionar con el entorno. Este post pretende ser un pequeño homenaje a todas ellas.
La palabra “glía” proviene del término griego “γλία”, que significa literalmente “pegamento”. Y es que desde que fuera descubierta a mitad del siglo XIX por el patólogo Rudolf Virchow, la glía fue considerada durante muchas décadas justamente como eso, una especie de pegamento celular. Se trata de células que no son capaces de generar y transmitir impulsos eléctricos como lo hacen las neuronas así que la única función que se les atribuyó fue la de proporcionar un marco estructural, un apoyo a las neuronas para que éstas pudieran establecerse correctamente en circuitos. Así, atendiendo a su tamaño se dividieron en microglía y macroglía y se guardaron en un cajón como células poco interesantes. La experiencia y el tiempo han demostrado justo lo contrario, las células gliales desempeñan gran cantidad de papeles vitales para el correcto funcionamiento del sistema nervioso. Atendiendo a su función dentro del sistema nervioso, la glía puede dividirse en células que potencian la transmisión del potencial de acción(células de Schwann y oligodendrocitos), otras que se encargan de proteger al sistema nervioso frente a cualquier tipo de agresión invasiva (microglía) y finalmente un pequeño cajón de sastre que agrupa aquellas células cuya misión es mantener el correcto funcionamiento de las neuronas (astrocitos) o incluso dar lugar a ellas y guiarlas durante el desarrollo (glía radial).
Las autopistas de la información neuronal
Son dos tipos de células gliales las encargadas de formar unas vainas membranosas (denominada de forma genérica mielina) alrededor de los axones de las neuronas. Por un lado las células de Schwann envuelven los axones del sistema nervioso periférico, formado básicamente por los nervios y que se encarga de hacer llegar los impulsos nerviosos producidos por la interacción de nuestro cuerpo con el ambiente y de transmitir las respuestas desde el encéfalo. Y por otra parte los oligodendrocitos en el sistema nervioso central, formado por el encéfalo (tejido nervioso protegido por el cráneo) y la médula espinal (tubo nervioso incluido dentro de la columna vertebral). De esta forma permiten a las neuronas acelerar exponencialmente la velocidad de transmisión de las señales eléctricas, con el consiguiente aumento en la eficiencia y el correcto funcionamiento del procesamiento neuronal. Por poner un ejemplo de la importancia de la mielina en nuestro organismo, una de las enfermedades más generalizadas que afecta a la envoltura de mielina de los axones es la esclerosis múltiple, enfermedad en la que el propio cuerpo ataca a las envolturas de mielina y daña los axones provocando síntomas como la descoordinación motora y la rigidez muscular entre otras.
Los defensores del sistema nervioso
Cuando nuestro cuerpo sufre algún tipo de ataque por parte de virus, bacterias, protozoos o simplemente nos hacemos un rasguño, el sistema inmune es el encargado de detener a toda costa esa agresión e intentar restablecer el correcto funcionamiento de los tejidos dañados. No obstante, tanto el cerebro como la médula espinal se encuentran parcialmente “aislados” del resto del organismo por una barrera física muy selectiva denominada barrera hemato-encefálica, de esta forma se dificulta mucho el paso de patógenos, aunque esporádicamente alguno puede colarse, como los causantes de la rabia o la meningitis. Cuando esto ocurre, las células que defienden el resto de nuestro organismo no pueden pasar, precisamente por la existencia de la barrera protectora. En ese momento debe actuar la microglía, el representante del sistema inmune dentro del sistema nervioso. La microglía se encarga de buscar y eliminar cualquier patógeno o molécula que sea clasificada como intrusa y que sea capaz de entrar en el sistema nervioso central.
Las “madres” de las neuronas
Las neuronas constituyen un tipo celular extremadamente especializado cuya función básica es la de procesar pequeños impulsos eléctricos en función de lo que ocurra a nuestro alrededor. Tal es su grado de especialización que su metabolismo necesita ser extremadamente simple, de forma que su única forma de obtener energía para seguir funcionando es utilizando el lactato, un producto derivado de metabolizar glucosa (de ahí que se considere al cerebro como el órgano más “goloso” del organismo). En ese proceso entran los astrocitos, células que captan la glucosa del torrente sanguíneo, la transforman en lactato y la ceden gustosamente a las neuronas para que puedan seguir funcionando. Los astrocitos están implicados en múltiples procesos. Regulan la composición de la matriz extracelular, el espacio que hay entre las células; ayudan a formar las sinapsis, que son los puntos de comunicación entre dos neuronas distintas; participan en la regulación de los neurotransmisores que son las moléculas que usan las neuronas para comunicarse entre si; así como la cantidad de riego sanguíneo que llega al cerebro en función de sus necesidades amén de muchas otras funciones, todas relacionadas con mantener el correcto funcionamiento de las neuronas.
Además la glía también es ,literalmente, la madre de las neuronas. En las fases más tempranas del desarrollo del sistema nervioso se forma la glía radial, que da lugar a las neuronas mediante su división y que además sirve como guía para el proceso de migración que éstas realizan a través del cerebro embrionario.
Todo el conocimiento sobre las células gliales conseguido mediante investigación básica está generando nuevas estrategias terapeúticas aplicadas. Prueba de ello son los múltiples ensayos clínicos en marcha en los que se ésta probando el transplante de oligodendrocitos en la médula espinal para intentar potenciar la reparación de lesiones medulares. También se estan generando nuevas aproximaciones para abordar patologías con un componente de neuroinflamación como el Alzheimer mediante la inactivación de la microglía. Parece pues, que la glía aún tiene mucho que contarnos sobre como funciona nuestro sistema nervioso y qué estrategias podemos usar para intentar repararlo.