Margaret Hamilton y el viaje a la Luna

Tras varias horas de vuelo, el Apolo XI sobrevuela la Luna, acercándose cada vez más a su yerma y gris superficie. Es 20 de Julio de 1969, una fecha recordada por muchos aún, e impresa a fuego en gran parte de los libros de historia modernos. Faltan unos pocos minutos para alunizar, Neil Armstrong sentiría los nervios previos al ser el primer humano que pisaba algo que no fuera nuestra Tierra, mientras Michael Collins pasaba al modo de manejo manual. A falta de menos de 5 minutos para el descenso final, una estridente alarma empieza a sonar en el sistema informático de la nave y una frase totalmente ‘shakesperiana’ aparece en pantalla: to land or not to land. Rápidamente, desde la base Terrestre, les gritan la radio a los astronautas: Go! Go!, completando el posado suave sobre la Luna y dando así lugar a esos primeros pasos de Neil Armstrong junto a su archiconocida frase.

A pesar de la pequeña dramatización que me he tomado la libertad de hacer, ¿quién no conoce la interesantísima historia de este hecho? El hombre dejaba de ser finalmente alguien meramente terrestre y alzaba la vista a los cielos con la idea de que ya no estaban tan lejos. Todo el mundo conoce las palabras de Armstrong, todo el mundo conoce también a Buzz Aldrin y a Michael Collins. Lo que no todo el mundo conoce es ese gran número de héroes silenciosos que hicieron posible esta proeza de la humanidad, y la de esta entrada es la responsable de esa alarma del sistema informático, tan oportuna como relevante en los acontecimientos del Apolo XI.

Margaret Hamilton fue la responsable de la sección de informática que hizo todo el código de pilotaje del Apolo XI, ahí es nada. Licenciada en Matemáticas por la Universidad de Michigan, entró a trabajar en el MIT en calidad de programadora bajo la supervisión de Edward Lorenz, alguien de quien ya hemos hablado en esta página al referirnos a sistemas caóticos. Qué pequeño es el mundo. Pero bueno, lo importante de todo esto es que Margaret no aprendió a programar en la carrera sino de forma totalmente autónoma, ya que la programación de software era vista de una forma mucho menos útil en ese entonces que en la actualidad. De hecho, viendo el gran potencial que tenía esta disciplina, Margaret Hamilton fue la primera en acuñar el término de “Ingeniería de Software”, dando la importancia que se merecía este campo. Obviamente tuvo innumerables críticas ya que el diseño de software se consideraba casi más un aspecto artístico que científico, de ahí a que ella juntase ingeniería y software en un mismo título.

Así pues, la NASA contactó con su grupo del MIT, y se puso manos a la obra a desarrollar el código que iba a estar en el cerebro del Apolo XI. Al tener que hacer algo tan complejo y cuyas opciones de fracaso eran tan altas, recurrieron a una tecnología muy novedosa en ese entonces: el uso de chips para almacenar la información. Eran endemoniadamente caros, pero al menos ofrecían la ingente cantidad de 64 Kb para almacenar las necesarias instrucciones. Desde luego, tras el éxito de la misión e imagino que una buena visión comercial, los chips empezaron a ser algo más del día a día, pero eso es otra historia. El asunto importante es la calidad del trabajo que hicieron Margaret y su equipo. El código, abajo representado en la foto, es tan sólido que fue utilizado como base para futuras misiones durante varios años. En las tropecientas (número válido por el Sistema ULÛM-Internacional) páginas de código que veis abajo, no había ni un solo bug. Un bug en informática es un fallo en el código que puede ser más o menos evidente. A veces te olvidas de una coma y el programa ni siquiera funciona, pero hay otras veces en que son más sutiles y solo salen cuando hay cosas raras y el código tiene que utilizar vías que normalmente no usa.

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Margaret Hamilton posando con la pila de folios que contenía el código que se usó en la misión del Apolo XI, en 1969

Gracias al buen hacer de esta gente, cuando hubo un fallo en la nave a pocos minutos de alunizar, el sistema fue lo suficientemente inteligente como para pausar las tareas secundarias en ese punto de la misión, y darle más capacidad de procesamiento a las importantes. Gracias al código de error que apareció tanto en la cápsula como en la central terrestre, la gente sabía perfectamente qué era lo que estaba pasando, y cómo tenían que actuar. Todo gracias a un código bien escrito, estructurado, y preparado para cuando aquello que podía pasar, pasara finalmente. Tal como dice la propia Margaret Hamilton, “sólo teníamos una oportunidad”.

Si estoy hablando de esta mujer es por varias cosas. Lo primero de todo, a mí me parece una historia fascinante, uno de esos héroes en quien nadie se fija pero que son fundamentales en la historia. Cuántos habrá así, cuántas historias nos estaremos perdiendo porque al final siempre aparecen los ganadores o aquellos con más visibilidad. Segundo, estoy hablando de ello porque el día 22 de noviembre de este año, 2016, le otorgaron la Medalla Presidencial de la Libertad en la Casa Blanca, reconociendo una vez más su importancia fundamental en todo el proceso. Por último, porque es mujer, y como tal, tuvo que pelear contra más elementos que los que hubiera tenido que pelear yo como hombre, seguramente. No nos engañemos ni por un segundo, si hoy en día estamos aún bastante lejos de la igualdad, en ese entonces lo estaban incluso más. Gracias a pequeños pasos como los de esta mujer, algún día podremos hacer de esta sociedad algo justo.

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