Un año terrestre no dura 365 días, es un poco más largo. Si añadimos un 29 de Febrero cada 4 años estamos sumándole 6 horas, pero, aún así, sigue sin ser del todo exacto. Una vuelta de la Tierra alrededor del Sol tarda 365 días, 5 horas, 48 minutos y 56 segundos. En consecuencia, cada translación nos atrasamos 11 minutos y 14 segundos, es decir: 18 horas y 43 minutos cada 100 años o, lo que es lo mismo: 16 días desde que se instauró el calendario juliano. ¿A dónde ha ido a parar todo ese tiempo?
Esta es una historia que se remonta a la antigüedad, más concretamente a los tiempos de Julio César y Cleopatra. La medida del tiempo en el Imperio Romano era muy inexacta y había ido acumulando un gran desfase con el paso de los años. Debido a ello, el emperador decidió encargarle a un astrónomo llamado Sosígenes la elaboración de un nuevo sistema más preciso. El resultado fue el calendario Juliano, llamado así en honor del César. Este era muy similar al que usaban los egipcios, con 365 días y un año bisiesto de cada cuatro. Sin embargo, existía otro problema. Para solucionar la anomalía temporal y coincidir con las medidas de los egipcios fue necesaria una acción un tanto drástica: alargar aquel año hasta hacerlo durar 455 días, convirtiendo al 46 a. C en el más largo de la historia.
No obstante, como ya habíamos comentado, este nuevo calendario no solucionaba el problema, solamente lo reducía. Por consiguiente, en el siglo XVI ya volvía a haber una diferencia de más de 12 días. Esto produjo que la Pascua, regida por la primera luna llena de primavera, fuera cayendo cada vez más pronto, y ya se sabe, con la iglesia hemos topado. Por ello, aunque no como único motivo, en el año 1582, el papa Gregorio XIII instauró un nuevo calendario: el Gregoriano. Esta nueva forma de medir el tiempo fue ganando popularidad, tanto que hoy es el más utilizado en todo el mundo, aunque su implantación fue progresiva. En España lo adoptamos inmediatamente, pero algunos países como Rusia o Grecia no lo usaron hasta bien entrado el siglo XX.
Por supuesto, su instauración tampoco fue sencilla. Otra vez se hubo de subsanar el desajuste temporal. Así pues, aquel año se convirtió en el más corto de la historia occidental, pues del jueves 4 de octubre se pasó al viernes 15 de dicho mes. Hubo diez días que nunca ocurrieron. Esto ha creado situaciones curiosas como que Santa Teresa de Jesús fuera enterrada 10 días después de fallecer, cuando solo llevaba 24 horas muerta, o que, actualmente, en Rusia se celebre la Revolución de Octubre en Noviembre. Pero, ¿cómo modificaron el calendario para evitar perder esos 11 minutos y 14 segundos anuales?
El único cambio que hizo falta fue hacer que todos los años múltiplos de 100 dejaran de ser bisiestos, excepto aquellos que fueran divisibles entre 400. Con estos cambios, el calendario tampoco es exacto, pero el error se ha reducido a menos de medio minuto anual. O lo que es lo mismo, un muy asumible día cada 3300 años.