El título de este artículo contiene varias inexactitudes. En primer lugar el Mar de Aral no es un mar sino uno de los lagos más grandes del mundo. En segundo lugar no ha muerto: ha sido asesinado. Esta historia es catalogada por muchos como el mayor desastre medioambiental de la historia, pero dejaré que el lector lo juzgue por él mismo.
El Mar de Aral está localizado en Asia Central, en concreto su costa bañaba Kazajistán y Uzbekistán. Este gigantesco lago era el cuarto más grande del mundo con una superficie de 68.000 kilómetros cuadrados. Y digo era porque actualmente el Mar de Aral tiene menos del 10% de su tamaño original, además de haber aumentado su salinidad y contaminación de manera drástica. La realidad es que, el que fuera el cuarto lago más grande del mundo, ahora es en comparación un pequeño lodazal salado y contaminado. Pero, ¿cómo hemos llegado aquí? Antes de continuar os pondré unas imágenes comparativas para que podáis ver en unos segundos la magnitud del problema.
Figura 1. Imagen comparativa del Mar de Aral en diferentes años
En estas fotografías tomadas desde el espacio podemos ver el Mar de Aral en diferentes momentos de la historia. La imagen a) pertenece al año 1977, la f) al año 2013 y el resto a momentos intermedios. Las imágenes hablan por sí mismas, encontrando que a finales del 2013 el lago se había separado en unas cinco masas de agua más pequeñas. No obstante, la situación ha empeorado este último año.
Figura 2. Mar de Aral en 2014
Si vemos esta imagen tomada por el satélite Terra de la NASA, podremos ver que en verano de 2014 el lóbulo oriental del lago se había secado completamente, cosa que jamás había pasado hasta hoy. Es decir, lo que antaño fue uno de los lagos más grandes del mundo ahora es un lecho seco en más de un 90%.
Pero, ¿por qué el cuarto lago más grande del mundo en ahora un desierto donde los camellos buscan sombra junto a barcos abandonados? Todo comenzó en los años sesenta cuando la URSS decidió hacer varios transvases en los ríos Amu Daria y Sir Daria, que alimentaban principalmente a este gigantesco lago. El objetivo de esta gran obra de ingeniería era irrigar grandes masas secas para poder sembrar y producir alimentos. Cierto es que desde 1930 se trasvasaba agua de los ríos a otras zonas, pero en 1960 se usaron aproximadamente 50 kilómetros cúbicos. Entre los años 1961 y 1970, el nivel del agua bajó a un ritmo de unos 20 centímetros al año, pero en los años setenta ese ritmo se aceleró hasta los 60 centímetros anuales. Todo esto produjo que en el año 1987 el lago se dividiera en dos, casi a modo bíblico. Así nacieron el Mar de Aral Norte y el Mar de Aral Sur. En esa época los dos lagos juntos habían descendido hasta ser el octavo lago más grande del mundo. En 2001, como si de un charco secándose se tratara, el Mar de Aral Sur se dividió en dos lóbulos más, el oriental y el occidental. Y ahora lo que se conocía como lóbulo oriental se ha secado para siempre.
Además de todo esto la salinidad del agua ha aumentado, ya que al irse evaporando se han acumulado las sales disueltas. Actualmente llegamos a encontrar algunas zonas con 98 gramos de sal por litro de agua. Como no es de extrañar los peces presentes en el lago murieron, arruinando todo el sector pesquero de la zona. Además, es altamente probable que se hayan extinguido muchas especies que tal vez fueran endémicas del lago, ya que los estudios sobre la biodiversidad original del lugar son escasos antes del año 1960.
Hay mucha gente que opina que la situación se agravó en 1991 tras la caída de la URSS, ya que a partir de la descentralización del poder soviético, Kazajistán y Uzbekistán se disputaron los derechos de explotación del lago con Kirguizistán y Tayikistán, que son los territorios donde se hacen gran parte de los trasvases que han secado el lago. Estos enfrentamientos han hecho que se haya primado el interés particular de las zonas antes que el interés global por mantener el lago.
Por si todo esto fuera poco, el uso de fertilizantes y pesticidas en las cosechas cercanas han supuesto un incremento sin precedentes en los niveles de contaminación del lago.
Como conclusión quisiera comentar una realidad bien conocida: el ser humano es una plaga para la Tierra. Ante la inmensidad de los recursos tendemos a pensar que son inagotables, pero la realidad es que hemos alcanzado un nivel de perfección técnica que nos permite consumir casi sin límites. Si no paramos esa tendencia pronto seremos la especie dominante de un desierto, y cuando lleguemos a ese punto no habrá vuelta atrás. De hecho ya hemos llegado demasiado tarde para algunas cosas, aunque aún estamos a tiempo de elegir si queremos vivir en un mundo aún peor.
Fernando Cervera Rodríguez es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó un máster en Aproximaciones Moleculares en Ciencias de la Salud. Su labor investigadora ha estado centrada en aspectos ligados a la biología molecular y la salud humana. Ha escrito contenidos para varias plataformas y es redactor de la Revista Plaza y de Muy Interesante. Ha sido finalista del premio nacional Boehringer al periodismo sanitario y ganador del Premio Literario a la Divulgación Científica de la Ciutat de Benicarló en el año 2022. También ha publicado un libro con la Editorial Laetoli, que trata sobre escepticismo, estafas biomédicas y pseudociencias en general. El libro se titula “El arte de vender mierda”, y otro con la editorial Círculo Rojo y titulado “A favor de la experimentación animal”. Además, es miembro fundador de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas.