La biología se ha nutrido del naturalismo durante gran parte de su historia como rama científica. La descripción de aquello que vemos, y de sus características particulares, es un suceso natural debido a la curiosidad del ser humano junto con lo provechoso que es saber que un lobo te va a atacar si tiene hambre, o que ciertas plantas se pueden comer. Una vez observados los elementos que tenemos alrededor de nosotros, la mente humana empieza a querer organizarlo todo en bloques más discretos. Al fin y al cabo, aunque es fácil saber que un cuervo y una alcachofa no son lo mismo, clasificar sobre una gradación continua de caracteres ya es más complicado.
Hagamos un pequeño ejercicio mental. Sabemos que un cuervo es un organismo que se mueve, mientras que nuestra amiga alcachofa no tiene esa capacidad. ¡Bueno! Ya tenemos una primera gran diferencia que nos permite dividir a los organismos en dos clases: los que se mueven, y los que no. Obviando algunos ejemplos por ambas partes, si apuntamos un par de características más, tenemos claro que el cuervo pertenece a un grupo que llamaremos “animales”, y la alcachofa pertenece a las “plantas”. ¡Bien! Ya tenemos dos grandes grupos definidos. ¿Cómo seguimos? Si vamos por el camino de los animales, sabemos que un cuervo también es realmente diferente de un perro. Aunque ambos tienen algunas similitudes como el número de extremidades, uno tiene pico y garras mientras que el otro tiene pelo y sus crías nacen directamente de la madre. Sin embargo, un cuervo es ciertamente similar a un pato, a una golondrina, o también a una cigüeña. Un perro, en cambio, se parece más a un gato, a un oso, y oye, hasta a nosotros. Así pues, definimos el primer conjunto como “aves”, y el segundo como “mamíferos”.
Imagino que en este punto de esta introducción estaréis ya cansados de leer cosas que hoy todo el mundo sabe. Pero daos cuenta de un detalle interesante, ¿cómo organizamos esta clasificación de una forma en la que no nos volvamos locos? Los caracteres de los seres vivos tienen un gran rango de variación y, aunque distinguir un perro de una cebra sea fácil, no lo es tanto cuando intentas distinguir si un pastor alemán y un caniche pertenecen a la misma especie. Y aquí ya he dado un salto gigantesco respecto al panorama anterior, ¡he dicho especie! Antes nos movíamos por los dominios de la clasificación donde no es muy difícil situar a los organismos, aunque fuera de una forma un poco chapucera, pero conforme vamos siendo más específicos, la cosa cambia. Antes de que os perdáis en lo que os quiero decir, tened claro que clasificar las cosas en grandes grupos es, normalmente, sencillo. Pero sistematizar todas las normas que te permiten tener un sistema de clasificación robusto es muy complicado. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que se empezó a adoptar un sistema sólido que permitiera un estudio serio de la biosfera, y eso tuvo que pasar primero por la creación de niveles dentro de la vida. Así que el resumen hasta aquí es: clasificar es muy complicado y necesitamos agrupar los objetos en grupos lógicos y estables.
Uno de los pasos más importantes para que esto fuera posible en biología se debe a la creación de la noción de género. Con género nos estamos refiriendo a esa categoría que engloba diferentes especies relacionadas entre sí, como pueden ser los perros y los cotoyes. Si uno se pone a ver las características de ambos animales, podemos encontrar un gran número de similitudes, así como algunas diferencias, por lo que al final sabemos que son elementos muy parecidos salvando alguna diferencia fundamental. ¿Y qué se considera una misma especie? Este es un tema tan complejo, y con tantas vertientes y posibilidades, que lo dejamos para otro día. Pero de forma muy simple (y simplista), podemos decir que una especie en animales es aquella en la que sus individuos son capaces de tener descendencia entre ellos. Aceptemos pulpo como animal de compañía. Como decía, la noción de género ha sido muy importante en la historia de la biología, y fue gracias a ella por la que se pudo empezar a sistematizar la clasificación de organismos vivos. Daos cuenta, queridos lectores, que esto exige un cierto grado de abstracción en el pensamiento, pues estamos interpolando una buena cantidad de información para definir un nivel dentro de la vida que a priori no es muy directo.
Uno de los pioneros en la definición de género fue, sin duda, el botánico Joseph Pitton de Tournefort, nacido en una región llamada Aix en Provenza, al sur de Francia, en 1656. Aunque en sus inicios iba destinado a ser monje bajo la presión de su padre, Tournefort siempre tuvo un fuerte impulso naturalista además de una gran atracción por las plantas, que hizo que nunca estuviese muy convencido de su camino a la espiritualidad. De hecho, su padre murió cuando él tenía 21, lo que le liberó de la presión familiar por el estudio del espíritu en pos del estudio de su verdadera pasión: las plantas. Así pues, durante dos años se encargó de recolectar una buena cantidad de individuos. Este afán recolector le acarreó algún susto, como el que casi lo mataran a pedradas debido a que pensaban que era un ladrón, cuando “solamente” estaba entrando a coger unas plantas en una propiedad privada [1]. Salvado de ese temible fin, quizá algún tipo de castigo divino por no seguir el camino de Dios, Tournefort realizó un curso de botánica que desencadenó en su primer viaje como botánico. Este viaje fue, nada más y nada menos, a la zona de Cataluña, en la compañía de Jaume Salvador Pedrol, una de las personas más influyentes en su carrera académica de los primeros años. Un poco de off-topic. Jaume fue un cuasi-centenario y notable botánico de Barcelona que completó sus estudios naturalistas bajo la tutela de Pierre Mangol, el mismo profesor que tuvo Tournefort en ese curso de botánica. Aunque no publicó ninguna obra, su labor fue fundamental en el asentamiento de Tournefort como botánico, y fue a su vez, el impulsor en España del método de clasificación que posteriormente fabricó nuestro apóstata botánico francés [2].
Más tarde se trasladó a Montpelier, donde cursó los estudios de medicina. A pesar de la naturaleza de sus estudios, fue nombrado profesor del Jardin des Plantes en París en 1683. Durante los siguientes años, Tournefort fue un incansable viajero que visitó una gran cantidad de lugares, entre los que se encuentra la zona de Cataluña y Valencia un par de veces; Oxford; varias localizaciones portuguesas entre las que destacan Oporto, Lisboa, Coímbra o Braga; así como viajes a Grecia o Turquía en sus últimos años de vida. Por terminar con su andanza vital antes de nombrar su obra, es interesante mencionar que murió atropellado por un carruaje en 1708, lo que hizo que muchas de sus obras se publicaran tras su muerte. Hoy en día, la calle de París donde su vida llegó a su fin, se llama Rue de Tournefort en su honor [3].
Resumen de los viajes que hizo Tournefort durante su vida. Extraída de Wikipedia
Durante sus primeros viajes, Tournefort se hizo con una colección inmensa de plantas, que le permitió abordar la que fue su mayor obra tanto en vida como en muerte, Elemens de botanique ou métode pour connaître les plantes, producida en 3 volúmenes en 1694. La obra recoge la descripción de un total de 10146 especies diferentes, bellamente ilustradas por Claude Aubriet, el que fuera después pintor del rey Luis XIV. Más abajo tenéis una imagen de una página de su obra para que veáis la calidad del dibujo [4]. Lo interesante de este tratado es que, además de ese montón de especies, Tournefort describió 698 géneros, siendo la primera clasificación seria de este tipo hecha hasta el momento. Si bien es cierto que otros botánicos como el suizo Gaspar Bauhin ya usaron nomeclatura dicotómica con cierta semejanza a la que después usó Lineo, no fue hasta la llegada de Tournefort cuando se realizó un compendio serio de géneros descritos con cierto rigor. Esto abrió las puertas a que los siguientes autores, como el mencionado Lineo, desarrollaran mucho más estas ideas eliminando algunos de los errores de mayor calado que hizo Tournefort en su obra. Entre estos errores podemos encontrar, por ejemplo, negar la diferencia ya constatada por otros botánicos anteriores entre espermatófitos, plantas vasculares que producen semillas (como un olivo, por ejemplo) y las plantas criptógamas, que no producen semillas (los musgos, por ejemplo). De todas formas, su obra estaba tan bien explicada, que aun a pesar de estos fallos fue el sistema de clasificación que imperó en botánica durante las siguientes décadas, todo un logro.
Páginas del Volumen I de su obra más significativa. Extraída de la referencia 4.
Sin embargo, lo importante no es centrarse en sus errores, que los hubo y los habrá en toda obra científica. Lo que hay que valorar sin duda es su repercusión en la sistemática, en la forma en la que clasificamos a los seres vivos. Este conjunto de ideas tiene, además, una relevancia muy importante que no se nos puede pasar de largo, y es que al establecer la categoría de género como aquello que engloba especies parecidas, estamos implicando que esas especies están relacionadas entre sí de cierta forma. Esto es, están emparentadas evolutivamente. Como apunte final a este texto, me gustaría comentar que hoy en día se ha avanzado muchísimo en la clasificación de la vida y de las especies que la componen, pero que todavía estamos muy lejos de tener un sistema robusto y perfecto. Sin ir más lejos, la división de especies es algo que acarrea múltiples dolores de cabeza a cualquier científico que se ocupe de ello en cualquiera de los niveles de la vida. Por la parte que me toca, en cuanto a microbiología, el término de especie se diluye cuando tomamos en cuenta la gran cantidad de transmisión horizontal de genes, haciendo que incluso dos cepas de la misma especie puedan tener comportamientos muy diferentes en su medio. De hecho, se está incluso proponiendo ya alguna idea un poco “fuera de tiesto” en la que se pretende hacer ecología teórica sin especies. Pero ya llegaremos a eso en futuras entradas.
Referencias:
[1] http://plants.jstor.org/stable/10.5555/al.ap.person.bm000010179
[2] http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=salvador-pedrol-jaume
[3] https://en.wikipedia.org/wiki/Joseph_Pitton_de_Tournefort
[4] http://gallica.bnf.fr/essentiels/node/5559
Daniel Martínez Martínez (@dan_martimarti) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó el máster Biología molecular, celular y genética. Realizó su doctorado a caballo entre el FISABIO (Fundación para el fomento de la investigación Sanitaria y Biomédica) y el IFIC (Instituto de Física Corpuscular). Su labor investigadora está centrada en el estudio de la relación entre la composición funcional y de diversidad de la microbiota humana, y el estado de salud-enfermedad de los individuos. Durante los últimos años ha mantenido una actividad de divulgación científica escrita, además de participar en la organización de eventos como Expociencia. Actualmente trabaja en el Imperial College de Londres.