Desde que Anton van Leeuwenhoek observara por primera vez los «animáculos», que más tarde pasarían a llamarse bacterias, éstas no han dejado de sorprendernos por varias razones. Su descubrimiento supuso un pequeño cambio de paragidma en cuanto a las formas que la vida podía tomar. Además, el campo de la microbiología supuso varios momentos cumbre en el transcurso de la biología, desde la magnífica y elegante demostración en contra de la generación espontánea por parte de Louis Pasteur, pasando por los trabajos de Robert Koch y sus postulados, tan necesarios en su tiempo como en el nuestro (con alguna adaptación, eso sí).
Conforme se ha ido profundizando más en este curioso conjunto de seres vivos, se ha ido descubriendo que, además de provocar innumerables enfermedades, son capaces de hacer las funciones más variopintas dentro de los sistemas naturales. Además, debido a esta variedad funcional, el rango de hábitats que son capaces de colonizar es prácticamente cualquiera que os podáis imaginar: chimeneas submarinas, fosas abisales, glaciares, zonas con una gran radiación, e incluso algunos tipos han aguantado viajes al espacio y han vuelto para «contarlo». Así que, obviamente, uno de los hábitats que pueden poblar sin mayores dificultades es el propio ser humano. Sí. Nosotros. Desde hace años se sabe que las bacterias convivían en cierto modo con las personas, pero hasta hace poco no se ha empezado a estudiar con un mínimo de profundidad y lo que se ha descubierto hasta el momento es cuanto menos sorprendente.
Imagínate que contamos todas y cada una de las células propias de una persona, es decir, contamos cuántas neuronas tiene, cuántas células epiteliales, óseas… Pues bien, sumando todos los esos números tendríamos en torno a 10^13 células humanas, esto es, un uno seguido de 13 ceros. Pues bien, sorpresa, hay diez veces más bacterias que células propias, es decir, 10^14. Casi nada. Tenemos bacterias viviendo en nuestra piel, en la boca o en el intestino, por poner unos pocos ejemplos. Claro, tanto bicho junto, viviendo en todos estos sitios no solo están de paso sino que normalmente tienen un peso fundamental en nuestro correcto funcionamiento. De hecho, se está comenzando a ver que estas poblaciones bacterianas tienen una gran relevancia en el transcurso de algunas enfermedades, aspecto que iremos desgranando en futuras entradas sobre este interesante tema.
Y bien, ¿cómo es posible estudiar todo este caos? Las técnicas clásicas de estudio en microbiología siempre se han basado en hacer crecer a la bacteria de interés en medios de cultivo más o menos específicos. Pero con estas poblaciones nos topamos con un problema técnico bastante grande, no podemos crecer todo lo que vive de forma aislada. Los motivos son varios, pero entre los principales está el que una gran parte de nuestros inquilinos no toleran muy bien el oxígeno y se empeñan en no crecer, además de otros contratiempos sobre qué darles en el medio de cultivo para que crezcan bien. Por esta razón el estudio de las bacterias que conviven con nosotros siempre se le ha resistido hasta cierto punto a la biología, pero la llegada de una tecnología mucho mejor nos ha dado la llave de entrada para poder estudiar, y con mucha profundidad, el complejo ecosistema que albergamos sobre, y dentro de nosotros. Me refiero a la tecnología de secuenciación masiva, la cual merece otra entrada para sí misma pero que se puede resumir en la capacidad de poder ver qué hay escrito en los genomas de todo lo que vive con nosotros. Con esta información, y con técnicas computacionales, uno puede discernir quién está ahí, e incluso qué está haciendo en un momento determinado. Muy útil como podéis ver.
A toda esta población bacteriana se le ha denominado con el término microbiota, literalmente, el conjunto de especies microscópicas. Pero no hemos de olvidar que, aunque yo solo he hablado de bacterias hasta el momento, existen otros tipos de organismos que conviven con nosotros como son las arqueas, los virus (aceptemos virus como animal de compañía por ahora), y hasta algunos cuantos eucariotas, entre los que se encontrarían varios tipos de levaduras por ejemplo. Además, la composición de especies que forman las diferentes poblaciones en los diferentes sitios del cuerpo, como el intestino, la boca, los genitales (¡incluso ahí tenemos!) o la piel, son ciertamente diferentes entre sí, lo cual da lugar a que las funciones metabólicas que se hace en uno u otro sitio sean completamente diferentes. Porque un aspecto muy importante a tener en cuenta es que realmente no es tan importante «quién está ahí», sino «qué está haciendo toda la población». De hecho, ya se ha considerado a la microbiota como otro «órgano» que tenemos los humanos, algo más difuso en su concepción que un pulmón o un corazón, pero igualmente fundamental. Pero como otras cosas que ya he comentado, se irá viendo en próximas entregas.
Espero que os hayáis hecho una ligera idea de algunos aspectos básicos de la microbiota humana, tan fascinante como desconocida hoy en día. Es un campo de estudio que está en alza desde que se empezó a investigar, y es a lo que estoy dedicando gran parte de mi tesis ahora mismo, por lo que espero ir desgranando estos frentes que he ido abriendo durante el texto junto con otros que seguramente irán apareciendo durante estos años.
Daniel Martínez Martínez (@dan_martimarti) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó el máster Biología molecular, celular y genética. Realizó su doctorado a caballo entre el FISABIO (Fundación para el fomento de la investigación Sanitaria y Biomédica) y el IFIC (Instituto de Física Corpuscular). Su labor investigadora está centrada en el estudio de la relación entre la composición funcional y de diversidad de la microbiota humana, y el estado de salud-enfermedad de los individuos. Durante los últimos años ha mantenido una actividad de divulgación científica escrita, además de participar en la organización de eventos como Expociencia. Actualmente trabaja en el Imperial College de Londres.
Wou, tiene pintaza, es un tema que me encanta y que apunta a ser una de las claves a la hora de estudiar algunas enfermedades de las que se resisten, por no hablar de su función «habitual» en simbiosis (o no) con el cuerpo animal.
A la espera de las siguientes entregas!!!
Me parece que hacéis una muy buena labor en esta web. Espero con impaciencia noticias vuestras.
Gracias por comentar, Román. Dentro de poco saldrá la segunda entrega de este tema, por si te interesa! 🙂
Interesante inicio, voy a leer el resto de los que hay por ahí en la página sobre este tema.