Nazis y revisionismo: los nombres de la ciencia

Recientemente, la Unión Astronómica Internacional decidió que no era apropiado mantener el nombre a dos sistemas de cráteres bautizados en honor a Philipp Eduard Anton von Lenard y Johannes Stark, dos científicos alemanes que apoyaron sin ambages al nazismo y al propio Adolf Hitler. Y cuando digo que lo hicieron sin ambages me refiero a que no estamos hablando de un punto intermedio durante una dictadura, cuando muchos se pliegan ante los deseos del poder para evitar la muerte o la miseria propia y familiar, sino a que en estos dos casos eran personas convencidas de las ideas nacional-socialistas.

Por ejemplo, bastante antes de la instauración del terror, Lenard fue el promotor de lo que él llamaba «física aria», que mayormente consistía en acusar de falsa y de «física judía» a la teoría de la relatividad de Albert Einstein o a cualquier idea pensada por científicos como Werner Heisenberg, a quien consideraba un colaboracionista del sionismo por no oponerse a los judíos. Lenard además llegó a ser consejero personal de Hitler, pero Stark tampoco se quedó atrás, además de defender esa idea de la «física judía», llegó a escribir en la revista de las SS que no solo bastaba con eliminar la sangre judía de la nación, sino que había que erradicar el espíritu judío del pueblo alemán. Dos angelitos, como podéis ver. Y sin embargo ambos ganaron el premio Nobel de física por sus trabajos. Lenard hizo grandes aportaciones al entendimiento de los rayos catódicos y Stark descubrió lo que hoy se conoce como efecto Stark, que se podría resumir como el desplazamiento y desdoblamiento que sufren las líneas espectrales de los átomos y moléculas frente a un campo eléctrico estático. De hecho, este efecto y su fundamento son la base para el uso de los colorantes dependientes de voltaje que se usan en neurobiología para entender el funcionamiento de las neuronas. Una prueba más de que uno puede ser un monstruo y, al mismo tiempo, alcanzar las más altas cotas de entendimiento de fenómenos naturales y hacer avanzar a la humanidad en lo científico.

Ahora viene la pregunta del trillón, ¿está bien borrar de la historia los nombres de científicos porque además de ser muy buenos en algo eran muy malos en otros aspectos de su vida? Estas reflexiones ya las lanzamos en esta revista hace algunos meses cuando saltó a la palestra el caso de Francisco José Ayala, quien perdió gran parte de sus honores por considerarse probado el acoso sexual al que sometía a algunas de sus alumnas, llegando el caso incluso a la prestigiosa revista Science [1]. Y si bien estos casos son completamente diferentes, el fondo de la cuestión es el mismo, ¿dónde está la frontera? Es más, ¿debería existir esa frontera?

Como nos recordaba Carl Sagan en un artículo que tradujimos por primera vez para esta revista [2], los sistemas de nomenclatura astronómicos no están dedicados en exclusiva a la ciencia, por ejemplo, en su día el comité de nomenclatura de Mercurio decidió nombrar los cráteres de ese planeta en honor a compositores, poetas, autores y artistas. Otros mundos, por ejemplo Marte, deben gran parte de su geografía a la mitología. También hay militares y conquistadores en otros mundos —y en el nuestro— que han dejado su nombre a formaciones geológicas. Como podemos ver, la amplitud de la experiencia humana se ve reflejada en la nomenclatura que utilizamos. La pregunta es, ¿cuántos de esos nombres tienen alguna relación con conceptos o actos que nos resultan hoy en día aberrantes? Es más, ¿se podría acusar a la Unión Astronómica Internacional de tener un doble rasero a la hora de decidir quién merece que le quiten un nombre?

Wernher von Braun junto a John Fitzgerald Kennedy, antes de la llegada del hombre a la Luna.

Wernher von Braun fue un destacado miembro de las SS que además utilizó la ciencia para matar a cientos de miles de personas con misiles y utilizó mano de obra esclava con tal fin. Sin embargo, cuando terminó la segunda guerra mundial se entregó a los americanos junto a su equipo, y más tarde sería la cabeza pensante de la NASA, responsable de decenas de proyectos emblemáticos, entre ellos el diseño del cohete que llevó al ser humano a la Luna. En el borde occidental del Oceanus Procellarum de la Luna existe un cráter en su honor, aunque supongo que lo más parecido al perdón cristiano de los pecados durante la segunda guerra mundial era poner los conocimientos de uno al servicio de los ganadores. Así pues, otros destacados científicos nunca tuvieron ese dilema porque estaban en el lado ganador, y sus nombres no han sido puestos en duda por los organismos de nomenclatura internacionales. Por ejemplo, la larga lista de colaboradores necesarios para el asesinato de 300 000 civiles japones en Hiroshima y Nagasaki, entre los que tenemos al propio Einstein como impulsor del Proyecto Manhattan que construiría la bomba atómica, o algunos de los héroes de la física del pasado siglo como Robert Oppenheimer, Enrico Fermi, Leó Szilárd, Niels Bohr, John von Neumann o Richard Feynman, que estuvieron en primera o segunda fila a la hora de traer al mundo un arma que, por su propio concepto de magnitud destructiva, estaba destinada a matar civiles. Y estas asociaciones entre guerra y ciencia podrían remontarse al propio Arquímedes, que dedicó una parte importante de su talento a diseñar máquinas de uso militar. Eso si hablamos de científicos poniendo su conocimiento al servicio de fines aberrantes como el asesinato, ¿pero qué decir del resto de cosas aberrantes o políticamente incorrectas? Y esto no solo aplica a científicos, recordemos que el cosmos está poblado de nombres más allá de ciencia, y si revisamos la lista de cráteres, montes y valles de nuestro sistema solar, hay centenares de ellos que deben su nombre a personas que fueron racistas, asesinos, mercenarios, violadores y así un largo etcétera. Y ya sean nombres de personas reales o de personajes de la mitología, es imposible ocultar una realidad histórica común a todas las culturas de la Tierra: el ser humano es un monstruo, hermoso en cuanto a sus capacidades, pero capaz de los peores crímenes.

Coloquio en el contexto del Proyecto Manhattan. En la primera fila encontramos a Norris Bradbury, John Manley, Enrico Fermi y J. M. B. Kellogg. En la segunda fila, entre otros, a Robert Oppenheimer y Richard Feynman.

En resumen, intentar borrar la huella del terror y de la mezquindad de los nombres que utilizamos nos hace correr el riesgo del olvido. Muchos opinamos que del mismo modo que hoy en día consideramos que el nazismo fue una barbarie injustificable, también lo es el asesinato de cientos de miles de personas, y espero no ver el día en que retiren el nombre de Von Braun o de todos los colaboradores del Proyecto Manhattan de los cientos de monumentos e instituciones bautizados en su honor, personas a las cuales respetamos y admiramos por otras razones ajenas a sus errores. También espero no ver el día en que, más allá de que cuatro personas confundidas ataquen monumentos a descubridores nacidos en la Edad Media, el cráter en honor a Vasco Núñez de Balboa conserve su nombre en honor a una persona que comenzó sus periplos en los mares dentro de un barril como polizón, y acabó siendo el primer europeo en cruzar América a pie hasta el Océano Pacífico. Seguramente asesinó y violó como tantos otros que cruzaron los mares en busca de riquezas y con una espada en sus manos para lograrla, pero tal vez lo más inteligente sea aprender a separar los honores merecidos de los inmerecidos, y que respetemos a las personas por sus logros y no por sus mezquindades, sobre todo cuando su nombre ha pasado a la historia por cuestiones legítimas. Y si llega un momento en que logramos separar esas dos facetas humanas, tal vez seamos capaces de explicarle a nuestros nietos que el cráter marciano donde viven recibe su nombre por una persona que hizo grandes logros y cometió grandes errores, y que por eso mismo tenemos que esforzarnos por conseguir logros incluso mayores y ser mejores personas que aquellos a quienes podríamos admirar más si no hubieran cometido esos errores.

[1] https://ulum.es/francisco-jose-ayala/

[2] https://ulum.es/sin-un-planeta-llamado-george-escrito-por-carl-sagan/

 

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