Abrimos nueva temporada tras las vacaciones, y qué mejor forma que conectar ambas cosas. En el mes de agosto tuve la gran fortuna de elegir Cantabria como uno de mis destinos de descanso post-laboratorio. Muchos conoceréis o seréis conocedores de sus increíbles paisajes, mezclando las vistas hacia el Mar Cantábrico con sus acantilados, montañas y profundos campos con infinitas tonalidades de verde. Un gozo para la vista de aquellos que estamos acostumbrados al litoral mediterráneo y la predominancia de pinos y arbustos medios. Sin embargo, Cantabria también es conocida por las cuevas que tiene en gran parte de su territorio, y en particular una es ciertamente conocida debido a su gran extensión, estado de conservación, e interés geológico: la cueva de El Soplao.
Esta cueva se sitúa en la Comarca Saja-Nansa, sobre una hora en coche desde la propia Santander. Fue descubierta en el Siglo XX, y durante los primeros compases de su exploración involuntaria por los mineros, algunas de sus partes fueron utilizadas tanto como atajos como también zonas donde estos trabajadores depositaban la roca que excavaban. A pesar de todo el interés geológico que encierra esta cueva, los mineros no fueron conscientes de ello y no fue hasta hace unos pocos años cuando se comenzó a estudiar todo en profundidad intentando salvaguardar al máximo posible todas las formaciones geológicas de la cueva. Sin embargo, cabe decir que los mineros tuvieron un gran respeto por la propia cueva y dejaron intacta toda la superficie que realmente no era útil para sus quehaceres.
Al entrar en la cueva se pueden ver los raíles de los carros que utilizaban para extraer los escombros, y nos comentaron que aunque en varios sitios se comenta que la extensión de la cueva es de uno 18 km, esta cifra se ha actualizado hasta los 21 km más o menos. Yo solamente pisé un km de cueva debido a que solo compré entrada para la actividad básica, pero hay otra para los más aventureros que tiene una extensión de unos 6 km. Eso nos deja con 15 km que realmente no podemos ver, algo gigantesco. Además, según nos comentaron, las galerías de las que está constituida esta enorme cueva son amplias, con un grado de conservación muy alto y llenas de formaciones típicas de este tipo de cuevas, en perfecto estado.
Como he comentado, dentro de las cuevas podemos encontrar innumerables formaciones geológicas como estalactitas, estalagmitas, banderas o columnas. Todo el mundo conoce las estalactitas o estalagmitas, esos típicos picos que están en los techos o los suelos de las cuevas respectivamente. El proceso es muy sencillo, el agua de lluvia se filtra por la porosidad del terreno y lleva consigo sales como el bicarbonato de calcio, el cual precipita en forma de carbonato de calcio y va solidificando poco a poco. Gracias a este mecanismo obtenemos todos los tipos de formaciones que os he mencionado antes. Cuando una estalactita y una estalagmita se unen, se empieza a formar una columna. Y las banderas se forman debido a que las gotas que se cuelan desde la superficie no caen en línea recta hacia el suelo sino que van resbalando lateralmente por algunas superficies. En las imágenes de abajo podéis ver ejemplos de ello.
Como seguramente os habréis dado cuenta vosotros, avispados lectores de esta humilde página, este proceso depende sobre todo de la fuerza de la gravedad que es la que “tira” de las gotas hacia el suelo y comienza toda la fiesta de la carbonatación. Sin embargo, hay en esta cueva una formación más, una a la que le da igual ese factor, una que quiso ser libre de las ataduras de una de las 4 fuerzas de la naturaleza: las excéntricas. No son exclusivas de esta cueva, aparecen en varias más repartidas por el mundo, pero en ninguna de ellas se ha llegado a ver de una manera tan concentrada como en El Soplao, llegando a densidades de (¡ojo!), 4000 excéntricas por metro cuadrado. Pues bien, las excéntricas son formaciones de tipo calcáreo también, pero que siguen un patrón de formación aparentemente “aleatorio”. A partir de un núcleo, empiezan a ramificar brazos que omiten a la gravedad de su ecuación y se expanden bajo la libertad de la aleatoriedad. De hecho, la sala más impresionante que pudimos ver en nuestra visita fue una a la que llaman la “Ópera”, llena de estas curiosas formaciones en el techo y con una sonoridad digna de las mejores piezas cantadas de Verdi o Wagner.
Lo maravilloso de esto es que no se sabe muy bien cómo surgen. Parece ser que la capilaridad es uno de los maestros de ceremonia de estas formaciones. La capilaridad se puede entender como esa propiedad que hace que tus pantalones acaben mojados hasta la rodilla cuando pisas un charco y originalmente el agua solo te llegaba hasta el tobillo. Pero más allá de esto no se sabe mucho. La gravedad queda prácticamente eliminada por este efecto de la capilaridad, pero no se sabe muy bien cómo surge este efecto, cómo sigue o por qué termina. Es lo que tiene estudiar la naturaleza, a veces le da por salirse del camino que uno creía que iba a tomar, pero eso es lo que la hace tan maravillosa de observar y comprender.
Daniel Martínez Martínez (@dan_martimarti) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó el máster Biología molecular, celular y genética. Realizó su doctorado a caballo entre el FISABIO (Fundación para el fomento de la investigación Sanitaria y Biomédica) y el IFIC (Instituto de Física Corpuscular). Su labor investigadora está centrada en el estudio de la relación entre la composición funcional y de diversidad de la microbiota humana, y el estado de salud-enfermedad de los individuos. Durante los últimos años ha mantenido una actividad de divulgación científica escrita, además de participar en la organización de eventos como Expociencia. Actualmente trabaja en el Imperial College de Londres.
«El proceso es muy sencillo, el agua de lluvia se filtra por la porosidad del terreno y lleva consigo sales como el bicarbonato de calcio, el cual precipita en forma de ácido carbónico» No. En forma de Carbonato de calcio.
Cierto es. Ya está arreglado.