Hay un zorro podrido en mi congelador

Si algún día te cruzas con un zorro atropellado en la carretera, meterlo en tu congelador podría no ser una buena idea. A ver, no me malinterpretes, el zorro del que hablo está muerto, ¡nadie está hablando de meter un zorro vivo en tu congelador! Si el zorro que te encuentras está herido puedes llamar a cualquier centro de recuperación de especies. Pero, supongamos por un momento que está muerto y eres biólogo, tienes una amplia colección de animales muertos en botes —o en su defecto, sus cráneos— y te estás planteando seriamente llevártelo a casa.

Todo esto que voy a contar lo sé porque me lo contó un amigo de un amigo, ¡no te vayas a pensar que el tarado que metió un zorro en su congelador fui yo! Pero supongamos por un momento que fui yo, solo por hacer un ejercicio mental de cómo podría haber ocurrido. Y es que, las situaciones en las cuales uno va por la carretera son muy variadas. Podría ocurrir, por ejemplo, que fueras de camino al autocine con una chica en tu primera cita, y que ella no sepa gran parte de tu vida y que, de repente, tengas que parar en mitad de una autovía, bajar al lado de un zorro muerto para acto seguido meterlo en tu maletero y seguir adelante. Eso, desde luego, suscitaría muchas preguntas, entre ellas por que cojones acabas de meter un animal muerto en mitad de una cita y de camino a ver Terminator IV. De cualquier modo así no fue como pasó. Bueno, el amigo de mi amigo dice que no pasó así, pero ¿cómo confiar en la palabra de un tipo que metió un zorro en su congelador?

Tal vez te estés preguntando para qué meter al animal en el congelador, y lo más importante, ¿en qué congelador cabe un maldito zorro? Imaginemos por otro instante que este amigo de un amigo —aunque ya habíamos quedado en que haríamos como que fui yo— tuviera un congelador listo en su campo, preparado para albergar un animal de enormes dimensiones por si la oportunidad apareciera. Y es que, para despellejar a un zorro muerto, preparar su piel para disecarlo y además obtener sus huesos, hace falta cierta preparación y tiempo. No es como llamar a tu amigo y decirle que si tiene la tarde libre se pille un par de cervezas y vaya a tu casa, cutter en mano y listo para jugar a los médicos. Aclaremos que lo de jugar a los médicos va referido al tema de abrir a un animal y sacarle sus órganos, no a lo que tradicionalmente se conoce como «jugar a los médicos», que implica ciertas prácticas sexuales entre adolescentes que no atañen al motivo de este artículo. Así pues, si uno se encuentra en mitad de una cita con un zorro muerto y lo mete en su coche —no vaya a ser que algún otro tarado lo encuentre antes y se lo lleve— hay que esperar hasta que tu otro amigo, que tampoco está bien de la cabeza, tenga algo de tiempo para ir a tu casa de campo a pasar la tarde. Así que un congelador es una buena forma de conservarlo hasta que puedas hacer tu reunión dominguera, comer paella y abrir animales muertos.

El problema de las sociedades modernas, entre otras cosas, es que uno carece de tiempo incluso para las cosas importantes de esta vida, como por ejemplo quitarle la piel a un animal muerto. Y lo que tiene el frío es que uno se fía de que podrá mantener Ad infinitum​ al zorro que te llevaste en mitad de tu cita. Pero la verdad es que eso no es así, sobre todo cuando hay una tormenta eléctrica, impacta un rayo en la central más cercana, saltan los plomos en tu casa del campo y es lunes. La mención al día de la semana no es casual, sobre todo cuando has quedado al domingo próximo y el zorro tendrá una semana por delante para hacer las cosas que suelen hacer los zorros muertos, es decir, pudrirse. Y no solo eso, sino que un congelador desconectado es, por definición, un lugar húmedo y cerrado, que puede acelerar el proceso de forma desagradable. Yo —es decir, el amigo de mi amigo— tengo el estómago preparado para situaciones de esta índole. Uno no se pasa años abriendo animales muertos sin desarrollar cierta resistencia a los olores, pero he de decir que solo he vomitado una vez al oler un zorro muerto, y fue esa. Los vapores acumulados por una semana golpearon mi rostro y la naturaleza hizo el resto. Así que llegados a este punto no solo tienes un zorro muerto y podrido en tu congelador, sino que además está cubierto de tus propios vómitos.

Una vez que te ves inmerso en esta situación, la piel del animal ya puedes darla por perdida. No así su cráneo, pero ¿cómo le cortas la cabeza a un zorro podrido cubierto de vómitos y la hierves sin que tu madre te eche de casa? La respuesta, por muy imaginativo que seas, es que no puedes, así que haces algo de lo cual te arrepentirás por muchos años. Entierras al zorro en tu campo, clavas un palo en el lugar para saber dónde está y esperas regresar un mes después para desenterrarlo. Pero claro, tu padre —que ha sido agricultor por muchos años y le molesta la tierra dura y cubierta de hierbas cuando debe plantar tomates— no sabe que ese palo es importante. No puede alcanzar a imaginar que por azares la vida, allí debajo hay un zorro muerto y cubierto de vómitos. Y claro, quita el palo para poder labrar. Y tú, un mes más tarde vas pala en mano a recuperar tu cráneo, que técnicamente no es tuyo, sino del zorro, pero después de todo el sufrimiento por poder tenerlo en tu colección ya lo consideras de tu propiedad porque él ya no puede usarlo. Y lo que ocurre es lo que suele ocurrir cuando tienes que desenterrar un cadáver y no sabes dónde está, que llenas el campo de agujeros sin encontrarlo.

Y esta historia podría acabar aquí, sino fuera porque yo —es decir, el amigo de mi amigo— sabe que el azar no da oportunidades a las mentes distraídas, y sobre todo, no te permite tener un zorro en tu colección si no tienes un arcón frigorífico listo para almacenarlo. Pero tu amigo, el que tampoco está bien de la cabeza, está en Suiza haciendo un postdoctorado, y cuando te encuentras el segundo zorro muerto —esta vez yendo con otro amigo que sabe de tu afición, por lo que te ahorras los gritos de estupor y las amenazas de llamar a la policía— sabes que esta vez su estancia en el congelador va a ser más prolongada. De todos modos, tú tienes en mente aquella vez en la cual vomitaste a un zorro podrido en tu congelador, así que ahora no vas a cometer el mismo error. El congelador no estará en tu campo, sino en tu casa —en la cual vives, limpias tu ropa y le echas leche a tus gatitos—, así que ante cualquier problema, podrás actuar rápido. Y entre medias, como sabes que tu amigo el que también está zumbado lo tendrá más complicado, buscas una alternativa.

Convencer a alguien de descuartizar animales es un proceso difícil. Si alguien que guarda zorros muertos en su congelador tuviera novia —y sobre todo, quisiera mantenerla— no le recomendaría proponérselo. De todos modos, la gente que guarda animales muertos en casa no suele tener relaciones estables, así que lo más común es preguntárselo a un amigo. Y claro, el proceso es lento y convencerlo puede llevar algo de tiempo. Como cuando un amigo de un amigo le preguntó a su novia si podía explorar otros lugares a través de los cuales meterle… bueno, tampoco hace falta entrar en detalles, pero hay ciertas ideas que es mejor no proponerlas de golpe, y descuartizar zorros muertos es una de ellas. Así que esperas unas semanas antes de dar el paso. Y lo malo que tiene la costumbre de mirar el congelador todos los días es que llega un momento en que se te olvida, sobre todo cuando tienes otras cosas en la cabeza que son ajenas a tu zorro muerto. Y finalmente pasa lo que tiene que pasar, que durante otra tormenta tu congelador se detiene de nuevo, y vuelta a empezar.

Esta vez ya vas más preparado. Es tu segundo zorro podrido en tu congelador y sabes que no hay que respirar cuando abres el arcón frigorífico. Ahora ni siquiera lo llenas de vómitos, pero claro, aquí entras en la segunda parte del problema. Transportar un zorro podrido no es fácil, sobre todo cuando vives en una ciudad pequeña, el animal huele a como huelen los animales podridos y además gotea. Decides que, para transportarlo, es una buena idea reparar el frigorífico y volverlo a congelar, porque así será más compacto y olerá menos. Pero no cuentas con que los zorros podridos que gotean dejan el suelo del frigorífico lleno de líquidos que pueden alcanzar el dedo de altura. Y los líquidos, cuando se congelan, aumentan su volumen. Esto puede producir, entre otras cosas, que el bloque de hielo  —que incluye una parte de tu zorro— ejerza mucha presión sobre las paredes del arcón frigorífico y luego haga imposible sacarlo, es decir, que se quede tan pegado al suelo que parezca un calipo rebelde que no quiere salir a enfrentarse a su destino. Así que la única solución es descongelar al zorro de nuevo y separarlo del suelo, con la esperanza de no vomitarle esta tercera vez, cosa que consigues a duras penas.

Llegados a este punto, uno podría preguntarse si tener un cráneo de zorro en tu colección merece tantos sufrimientos, y la respuesta es obvia: ¡claro que sí! Es decir, sería la respuesta que daría el amigo de mi amigo si ese amigo fuera yo, cosa que no soy. Pero si lo fuera, respondería sin dudarlo que un zorro en tu colección merece la pena todo el sufrimiento que ese pobre muchacho —que finalmente consiguió tenerlo— tuvo que padecer.

Pero esta historia tiene una moraleja más extraña si cabe. Imaginemos por un instante —Dios no lo quiera— que ese pobre muchacho no hubiera conseguido ese segundo cráneo, o que lo perdiera. ¿Debería intentarlo una tercera vez? Uno podría pensar, basándose en la experiencia, que meter zorros muertos en el congelador de casa no es una buena idea, porque el universo conspirará para que se pudra y te haga vomitar. Algo así como si Paulo Coelho hubiera tenido un hijo con Tim Burton y hubiera estudiado biología. Pero la realidad es que, por mucho que algo ocurra una vez, la probabilidad de que ocurra de nuevo no tiene por qué ser superior ni indicar una tendencia. De hecho, dos datos no son una tendencia, sencillamente puede deberse a la casualidad. Por ejemplo, uno puede caer enfermo tras visitar a su suegra y ambos sucesos no tienen por qué estar relacionados a pesar de ser desagradables. E incluso puede ocurrir que años más tarde, tras visitar a la suegra una segunda vez, vuelvas a caer enfermo. Pero, de nuevo, esto no significa que vayas a caer enfermo si por algún motivo quisieras visitarla una tercera vez. Así que si eres un tarado a quien le gusta recoger zorros muertos, lo más importante es que estés bien preparado, revises cada cierto tiempo tu congelador y, ante todo, si a pesar de todas las precauciones se te acaba pudriendo, asegúrate de enterrarlo en un lugar reconocible. El resto, como todo en esta vida, es solo cuestión de suerte.

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