Los guardabosques del mar y el cambio climático

¿Quieres saber qué relación tienen los complementos de piel del siglo XVIII con los bosques submarinos y el cambio climático? Entonces no puedes perderte esta historia.

Su protagonista es el mustélido más pesado que existe, y a su vez, uno de los mamíferos marinos más pequeños. Estamos hablando de la nutria marina. Antaño en el Pacífico vivía casi un tercio de millón de estos animales. Sin embargo, aquello que les había permitido medrar en los océanos, a punto estuvo de ser su perdición, y no es otra cosa que su piel.

Y es que, esta especie tiene un pelaje único, pues con más de 155.000 pelos por centímetro cuadrado, es el más denso de todo el reino animal. De esta forma consigue atrapar una capa de aire que la mantiene relativamente seca y cálida en las frías aguas donde  habita. Tan peculiar es esa piel que, a día de hoy, la ciencia sigue intentando recrearla para generar nuevos tejidos impermeables.

Pero no es solo peculiar, sino que fue muy apreciada para la confección de complementos. Esto llevó a su caza indiscriminada, y tanto fue así que, entre 1741 y 1911, su población se redujo hasta apenas 1000 ejemplares. En esos últimos años, el precio de sus pieles se disparó, desde poco más de 100 dólares en 1880 a más de mil en 1903.

No obstante, para descubrir la relación entre las nutrias y el cambio climático, debemos entender dónde viven y de qué se alimentan.

Una parte de las zonas donde habitan están formadas por los denominados bosques de kelp. Estos, son unos bosques submarinos repletos de biodiversidad, sustentados por unas algas gigantescas denominadas quelpos gigantes. Estos verdaderos “árboles” submarinos pueden llegar a medir entre 30 y 80 metros.

En estos parajes, las nutrias son una especie clave para un fenómeno denominado cascada trófica. En él, la desaparición de una especie determinada, normalmente depredadora, es la causa de una desestabilización en el medio que acaba afectando a todas las demás. En este caso, nuestras protagonistas se alimentan de peces, de bivalvos como los mejillones y en gran medida de erizos de mar. Si las nutrias desaparecen, las poblaciones de erizos de mar empiezan a crecer sin control. Y ¿adivináis qué comen los erizos de mar? Pues sí, se alimentan de los quelpos y acaban matándolos. Esto produce que los bosques se vuelvan cada vez menos densos, e incluso, los hace desaparecer completamente, dejando un ejército de erizos que terminan muriendo de hambre tras devorar la última alga y que, a su paso, como el caballo de Atila, han asolado campos donde no volverá a crecer la hierba.

Como consecuencia, no solo queda una zona prácticamente desierta en mitad del océano, sino que, las algas que sirven como base de los ecosistemas desaparecidos, tienen una extraordinaria capacidad de absorber el CO2, siendo auténticos pulmones submarinos (o branquias) para nuestro planeta, ayudando a eliminar grandes cantidades de este gas de efecto invernadero.

Por suerte, en su hora más oscura, una moratoria internacional prohibió la caza de nutrias marinas, y durante el siglo XX su recuperación ha sido uno de los mayores éxitos en especies marinas, consiguiendo que volvieran a habitar dos tercios de sus territorios originales. Sin embargo, todavía siguen en peligro de extinción. Y es que, una serie de derrames de petróleo sumados a su alta mortalidad por quedar atrapadas en los abalorios de pesca, han frenado en seco su recuperación en ciertas áreas.

Esta historia aún no ha acabado, las nutrias no son la solución al cambio climático, constituyen simplemente un ladrillo de la gigantesca jenga con la que estamos jugando y que terminará por aplastarnos cuando caiga. Pero se ha sugerido que sería más efectivo, para reducir el CO2 de la atmósfera, invertir dinero en su conservación en lugar de muchos de los planes que se realizan actualmente para frenar las emisiones.  Y es que, aunque la mayoría no los veamos, los bosques submarinos nos ayudan a todos. Y no mereceríamos ningún perdón si acabáramos con esos guardabosques del mar que duermen dándose la mano para asegurarse de que al despertar no los ha separado la marea.

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Más información:

Wilmers, C. C., Estes, J. A., Edwards, M., Laidre, K. L., & Konar, B. (2012). Do trophic cascades affect the storage and flux of atmospheric carbon? An analysis of sea otters and kelp forests. Frontiers in Ecology and the Environment10 (8), 409-415.

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