Texto escrito por Julián Chaves
Determinación, valentía, firmeza en los propósitos, capacidad de sacrificio y una voluntad inflexible de realizarse a sí mismos y llevar a cabo sus proyectos, son todas ellas cualidades que han impregnado el carácter de exploradores y científicos, aderezadas en muchas ocasiones con la resistencia mental y física necesaria ante la incomprensión o el rechazo de la sociedad, viciada y obscenamente saturada de rancias costumbres y dogmas heredados, muchas veces injustos y otras tantas absurdos. Si naciste en el siglo XVIII seguramente no podrás leer ULÛM y es toda una pena, pero si naciste en el siglo XVIII, eres mujer y vives para contarlo sabrás bien de lo que te hablo, y es que esta es la historia de Jeanne Baret: científica, exploradora y mujer, quién poseía multiplicadas todas esas cualidades anteriormente expuestas en las primeras líneas. Comenzamos.
Jeanne Baret vino al mundo un 27 de Julio de 1740 en el seno de una familia de campesinos de La Comelle, en la borgoña francesa, y aunque sus padres probablemente eran analfabetos ella mostró una enorme curiosidad por la ciencia desde muy pequeña. En 1760, con veinte años, su vida tomo un giro a tenor de dos sucesos que marcarían su destino para siempre, este gran cambio vino dado cuando el botánico Philibert Commerçon perdió a su mujer y contrató a Jeanne para atender las labores domésticas de su casa. Jeanne no solo entró a trabajar al servicio de Philibert si no que se convirtió en su amante y en una grandísima ayudante en sus labores de investigación, tanto que a la postre se convertiría en una avezada botánica. Por otra parte Louis Antoine de Bougainville obtendría en 1766 la autorización de Luis XV para realizar un viaje cuya misión era circunnavegar el globo, con tres objetivos principales, el primero entregar las Islas Malvinas oficialmente a España tras la Guerra de los Siete Años, el segundo abrir una ruta comercial con China y el tercero un objetivo científico para lo cual se contó con el astrónomo Pierre-Antoine Véron, el cartógrafo Charles Routier de Romainville y el ya mencionado Philibert Commerçon. Este último estaba entusiasmado con la idea en sí misma, y su amante y protagonista de este relato también lo estaba, por un lado por la imagen desoladora de pasar años sin estar junto a su amado y por otro por su espíritu científico y la curiosidad que suscitaba en ella ser partícipe de tan magnífica aventura, repleta de visitas a nuevos lugares, nuevas experiencias y nuevos descubrimientos. Solo existía un problema, las mujeres tenían prohibido poner pie en buques de guerra y estaba mal visto su participación en temas relacionados con la ciencia.
Jeanne no se resignó, se disfrazó de hombre y se enroló en la fragata Boudeuse como asistente de Philibert bajo el falso nombre de Jean Baré , asumiendo con ello todos los riesgos que ir en contra de aquellas leyes y convenciones sociales conllevaban.
Ni que decir tiene que fue difícil ocultar su verdadero sexo durante la navegación además de su relación especial con Philibert Commerçon, sin embargo tardaron casi dos años en descubrirles, y cuando esto sucedió los abandonaron en las Islas Mauricio a su suerte un buen día de 1768. Ambos se instalaron allí y se casaron, viviendo felices hasta que en 1773 Philibert murió enfermo. Jeanne, sola y sin recursos comenzó a regentar un cabaret para obtener ingresos. En 1774 se casó con un militar francés con quién pudo finalmente regresar a Francia, convirtiéndose por tanto en la primera mujer en dar la vuelta al mundo y trayendo consigo 30 cajas, con casi 6000 muestras de especies que había recogido junto a Philibert, de las cuales 3000 fueron descritas como nuevas y entre las que podemos destacar la descripción del género Bougainvillea o de la vid.
Finalmente y tras su vuelta a Francia, Jeanne fue reconocida por el rey Luis XV, el cual en vez de castigarla acorde con las leyes de la Francia de la época le reconoció su valentía otorgándole una pensión vitalicia y describiéndola como una mujer extraordinaria. Sin embargo, y a pesar de ser participe de la generación de una ingente cantidad de información científica, pasó a la historia simplemente como la amante de Commerçon, sin valorarse ni un ápice su aportación a estos descubrimientos en los siglos venideros. Pero este ingrato anonimato terminó en 2010, cuando la escritora norteamericana Glynis Ridley decidió sacar a la luz su biografía, a raíz de lo cual el botánico Eric Tepe nombró una nueva planta localizada en Perú y Ecuador en su nombre, llamándola Solanum baretiae y honrando con ello la aportación en el campo de la botánica de tan magnífica y valiente mujer.
Mujer y de muy humilde cuna, nunca recibió educación formal en ninguna universidad pero que sin embargo gracias a su curiosidad, inteligencia y arrojo consiguió vivir su sueño y convertirse en científica de pleno derecho. Si bien su reconocimiento como tal no le fue otorgado hasta siglos más tarde, desde ULÛM queremos sumarnos a este reconocimiento tardío y homenajear con estas líneas a Jeanne Baret y también a otras muchas mujeres cuya contribución a la ciencia se haya perdido bajo las sombras del anquilosado machismo de nuestra sociedad.
Fuentes:
http://chrismielost.blogspot.com.es/
Julián Chaves Naharro. Licenciado en Ciencias Ambientales en la Universidad de Valencia, Máster en Ingeniería hidráulica y medio ambiente por la Universidad Politécnica de Valencia y especializado en la gestión, restauración y conservación de cuencas hidrográficas, donde realizó una tesina sobre el cálculo de emisiones de gases de efecto invernadero en incendios forestales. Comenzó su actividad divulgadora con su blog personal “El Ambientoblog”. Deportista, agricultor, divulgador, montaña en vena, muy energético, algo subversivo y ciudadano del mundo.
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