Escrito por Ted Nordhaus , director ejecutivo del Breakthrough Institute, y Saloni Shah , analista de alimentos y agricultura del Breakthrough Institute.
Traducido por Fernando Cervera
Sri Lanka se enfrenta a una crisis económica y humanitaria cada vez más profunda, hasta el punto de tener que suspender un experimento nacional mal concebido sobre agricultura orgánica. El presidente de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa, prometió en su campaña electoral de 2019 hacer la transición de los agricultores del país a la agricultura orgánica durante un período de 10 años. En abril de 2021, el gobierno de Rajapaksa cumplió esa promesa, imponiendo una prohibición a nivel nacional sobre la importación y el uso de fertilizantes y pesticidas sintéticos y ordenando a los 2 millones de agricultores del país que se pasen a procedimientos orgánicos.
El resultado fue brutal y rápido. En contra de las afirmaciones de que los métodos orgánicos pueden producir rendimientos comparables a los de la agricultura convencional, la producción nacional de arroz cayó un 20 por ciento solo en los primeros seis meses. Sri Lanka, autosuficiente durante mucho tiempo en la producción de arroz, se ha visto obligada a importar arroz por un valor de 450 millones de dólares, llevando a que los precios internos de este alimento básico de la dieta nacional aumentaran alrededor del 50%. La prohibición también devastó la cosecha de té de la nación, su principal exportación y fuente de divisas .
Para noviembre de 2021, con la caída de la producción de té, el gobierno levantó parcialmente la prohibición de fertilizantes en cultivos de exportación clave, incluidos el té, el caucho y el coco. El gobierno también ofrece 200 millones de dólares a los agricultores como compensación directa y 149 millones de dólares adicionales en subsidios de precios a los productores de arroz que sufrieron pérdidas. Eso apenas compensó el daño y el sufrimiento que produjo la prohibición. Los agricultores han criticado ampliamente los pagos por ser enormemente insuficientes y excluir a muchos agricultores, sobre todo a los productores de té, que ofrecen una de las principales fuentes de empleo en las zonas rurales de Sri Lanka. Se estima que solo la caída en la producción de té resultará en pérdidas económicas de 425 millones de dólares.
Los costes humanos han sido aún mayores. Antes del estallido de la pandemia, el país había alcanzado con orgullo el estatus de país de ingresos medio altos . Hoy, medio millón de personas se han vuelto a hundir en la pobreza. La inflación vertiginosa y una moneda que se deprecia rápidamente han obligado a los habitantes de Sri Lanka a reducir las compras de alimentos y combustible a medida que suben los precios. Los economistas del país han pedido al gobierno que no cumpla con los pagos de su deuda para comprar suministros esenciales para su pueblo.
El popurrí de pensamiento mágico, arrogancia tecnocrática, engaño ideológico, egoísmo y pura miopía que ha producido la crisis en Sri Lanka implica tanto a los líderes políticos del país como a los defensores de la llamada agricultura sostenible: los políticos por aprovechar el compromiso de la agricultura orgánica como una medida miope para recortar los subsidios y las importaciones de fertilizantes, y los defensores de la agricultura ecológica por sugerir que la transformación del sector agrícola de la nación podía tener éxito.
Un trabajador carga hojas en una plantación de té en Ratnapura, Sri Lanka, el 31 de julio de 2021.
El viaje de Sri Lanka a través del delirio orgánico y hacia la calamidad comenzó en 2016, con la formación, a instancias de Rajapaksa, de un nuevo movimiento de la sociedad civil llamado Viyathmaga . En su sitio web , Viyathmaga describe su misión como aprovechar el «potencial naciente de los profesionales, académicos y empresarios para influir de manera efectiva en el desarrollo moral y material de Sri Lanka». Viyathmaga permitió que Rajapaksa se destacara como candidato electoral y facilitó la creación de su plataforma electoral. Mientras preparaba su candidatura presidencial, el movimiento produjo las llamadas Vistas de Prosperidad y Esplendor, una extensa agenda para la nación que cubría todo, desde seguridad nacional hasta anticorrupción y política educativa, junto con la promesa de hacer la transición de la nación a una agricultura totalmente orgánica en una década.
A pesar de las afirmaciones de Viyathmaga sobre la experiencia tecnocrática, la mayoría de los principales expertos agrícolas de Sri Lanka se mantuvieron al margen de la elaboración de la sección agrícola de la plataforma, que incluía la promesa de eliminar gradualmente los fertilizantes sintéticos, desarrollar dos millones de huertos familiares orgánicos para ayudar a alimentar a la población del país y convertir los bosques y humedales del país a la producción de biofertilizantes .
Después de su elección como presidente, Rajapaksa nombró a varios miembros de Viyathmaga para su gabinete, incluido el ministro de agricultura. El Ministerio de Agricultura de Sri Lanka, a su vez, creó una serie de comités para asesorarlo sobre la implementación de la medida, nuevamente excluyendo a la mayoría de los agrónomos y científicos agrícolas de la nación y confiando en cambio en representantes del pequeño sector orgánico de la nación; defensores académicos de la agricultura alternativa; y, en particular, el director de una destacada asociación médica que había promovido durante mucho tiempo afirmaciones dudosas sobre la relación entre los productos químicos agrícolas y la enfermedad renal crónica en las provincias agrícolas del norte del país .
Después de unos meses desde la elección de Rajapaksa, llegó el COVID-19. La pandemia devastó el sector turístico de Sri Lanka , que representó casi la mitad de las divisas del país en 2019. En los primeros meses de 2021, el presupuesto y la moneda del gobierno estaban en crisis, la falta de dólares de los turistas agotó tanto las reservas de divisas que Sri Lanka no pudo pagar sus deudas con los acreedores chinos después de una década esplendorosa de desarrollo en infraestructuras.
Y esto nos lleva a la promesa de agricultura orgánica de Rajapaksa. Desde los primeros días de la Revolución Verde en la década de 1960, Sri Lanka ha subsidiado a los agricultores para que usen fertilizantes sintéticos. Los resultados en Sri Lanka, como en gran parte del sur de Asia, fueron sorprendentes: los rendimientos del arroz y otros cultivos se duplicaron con creces. Golpeado por una grave escasez de alimentos en la década de 1970, el país obtuvo seguridad alimentaria mientras que las exportaciones de té y caucho se convirtieron en fuentes críticas de exportaciones y reservas de divisas. El aumento de la productividad agrícola permitió una urbanización generalizada, y gran parte de la fuerza laboral de la nación pasó a la economía asalariada formal , que culminó con el logro de Sri Lanka del estatus oficial de ingreso medio-alto en 2020.
Para 2020, el costo total de las importaciones de fertilizantes y subsidios era cercano a los 500 millones de dólares cada año. Con el aumento de los precios de los fertilizantes, es probable que ese dato aún fuera mayor en 2021. La prohibición de los fertilizantes sintéticos aparentemente permitió a Rajapaksa matar dos pájaros de un tiro: mejorar la situación de la nación y al mismo tiempo recortar un gasto masivo en subsidios del presupuesto público afectado por la pandemia.
Pero cuando se trata de prácticas y rendimientos agrícolas, no se puede almorzar gratis. Los insumos agrícolas (productos químicos, nutrientes, tierra, mano de obra y riego) guardan una relación fundamental con la producción agrícola. Desde el momento en que se anunció el plan, los agrónomos de Sri Lanka y de todo el mundo advirtieron que los rendimientos agrícolas caerían sustancialmente. El gobierno afirmó que aumentaría la producción de estiércol y otros fertilizantes orgánicos en lugar de fertilizantes sintéticos importados. Pero no había forma concebible de que la nación pudiera producir suficiente fertilizante a nivel nacional para compensar el déficit.
El presidente entregó su política agrícola a los verdaderos creyentes orgánicos , muchos de ellos involucrados en negocios que además se beneficiarían de la prohibición de los fertilizantes, algo que en realidad acabaría por perjudicar mucho al pueblo de Sri Lanka. La pérdida de ingresos del té y otros cultivos de exportación eclipsó la reducción de las salidas de divisas por la prohibición de fertilizantes importados. El resultado final se volvió aún más negativo debido al aumento de las importaciones de arroz y otras existencias de alimentos. Y los ahorros presupuestarios derivados de la reducción de los subsidios finalmente se vieron superados por el coste de compensar a los agricultores y proporcionar subsidios públicos para alimentos importados, que igualmente eran insuficientes.
Trabajadores en una plantación de té en Ratnapura, Sri Lanka, el 31 de julio de 2021.
La agricultura es, en el fondo, una empresa termodinámica bastante sencilla. La producción de nutrientes y energía en forma de calorías está determinada por la entrada de nutrientes y energía. Durante la mayor parte de la historia humana, la principal forma en que los humanos aumentaron la producción agrícola fue agregando tierra al sistema, lo que expandió la cantidad de radiación solar y los nutrientes del suelo disponibles para la producción de alimentos. Las poblaciones humanas eran relativamente pequeñas, menos de mil millones de personas en total, y no había escasez de tierra cultivable para expandirse. Por esta razón, la gran mayoría de los cambios antropogénicos en el uso global de la tierra y la deforestación han sido el resultado de la intensificación agrícola, el proceso de convertir bosques y praderas en tierras de cultivo y pastos. Contra las nociones populares de que la agricultura preindustrial existía en mayor armonía con la naturaleza, tres cuartas partes de la deforestación global total ocurrieron antes de la revolución industrial.
Aun así, alimentarnos requería dirigir prácticamente todo el trabajo humano a la producción de alimentos. Hace apenas 200 años, más del 90% de la población mundial trabajaba en la agricultura. La única forma de aportar energía y nutrientes adicionales al sistema para aumentar la producción era dejar la tierra en barbecho, rotar los cultivos, usar cultivos de cobertura o agregar estiércol del ganado que compartía la tierra con los cultivos o pastaba cerca. En casi todos los casos, estas prácticas requerían tierras adicionales y ponían topes a los rendimientos.
A partir del siglo XIX, la expansión del comercio mundial permitió la importación de guano, extraído de depósitos antiguos en islas ricas en aves, y otros fertilizantes ricos en nutrientes de regiones remotas a granjas en Europa y Estados Unidos. Esto y una serie de innovaciones tecnológicas (mejor maquinaria, irrigación y semillas) permitieron mayores rendimientos y productividad laboral en algunas fincas, lo que a su vez liberó mano de obra y, por lo tanto, lanzó el comienzo de la urbanización a gran escala, una de las características definitorias de la modernidad global.
Pero la ruptura verdaderamente transformadora llegó con la invención del proceso Haber-Bosch por parte de científicos alemanes a principios del siglo XX, que utiliza altas temperaturas, alta presión y un catalizador químico para extraer nitrógeno del aire y producir amoníaco, la base de los fertilizantes sintéticos. El fertilizante sintético remodeló la agricultura global y, con ella, la sociedad humana. La adopción generalizada de fertilizantes sintéticos en la mayoría de los países ha permitido un rápido aumento de los rendimientos y ha permitido que la mano de obra humana pase de la agricultura a sectores que ofrecen mayores ingresos y una mejor calidad de vida.
La aplicación generalizada de fertilizantes sintéticos ahora permite que la agricultura global alimente a casi 8.000 millones de personas, de las cuales alrededor de 4.000 millones dependen de la mayor producción que permiten los fertilizantes sintéticos para su sustento. Como resultado, los sistemas alimentarios modernos que han permitido que la agricultura global alimente a la población de la Tierra son mucho más intensivos en energía que los sistemas alimentarios anteriores, y los fertilizantes sintéticos representan una fuente importante de energía para los cultivos.
A medida que los fertilizantes sintéticos estuvieron cada vez más disponibles en todo el mundo después de la Segunda Guerra Mundial y se combinaron con otras innovaciones, como el fitomejoramiento moderno y los proyectos de riego a gran escala, sucedió algo notable: las poblaciones humanas se duplicaron con creces, pero gracias a los fertilizantes sintéticos y otras tecnologías modernas, la producción agrícola se triplicó utilizando solo un 30% más de tierra durante el mismo período.
Sin embargo, los beneficios de los fertilizantes sintéticos van mucho más allá de simplemente alimentar a las personas. No es exagerado decir que sin fertilizantes sintéticos y otras innovaciones agrícolas, no habría urbanización, ni industrialización, ni clase obrera o media global, ni educación secundaria para la mayoría de la gente. Esto se debe a que los fertilizantes y otros productos químicos agrícolas han sustituido el trabajo humano, liberando a enormes poblaciones de la necesidad de dedicar la mayor parte de su trabajo de por vida al cultivo de alimentos.
Prácticamente la totalidad de la producción agrícola orgánica sirve a dos poblaciones en extremos opuestos de la distribución mundial de ingresos. En un extremo están los aproximadamente 700 millones de personas en todo el mundo que todavía viven en la pobreza extrema. Los defensores de la agricultura sostenible llaman fantasiosamente a la agricultura que practica esta población “agroecológica». Pero en su mayor parte se trata de una agricultura de subsistencia a la antigua usanza, en la que los más pobres del mundo se ganan la vida a duras penas gracias a la tierra.
Son los agricultores más pobres del mundo, que dedican la mayor parte de su trabajo a cultivar suficientes alimentos para alimentarse. Renuncian a los fertilizantes sintéticos y a la mayoría de las demás tecnologías agrícolas modernas no por elección, sino porque no pueden pagarlos, atrapados en una trampa de pobreza en la que no pueden producir suficientes excedentes agrícolas para ganarse la vida vendiendo alimentos a otras personas; por lo tanto, no pueden pagar los fertilizantes y otras tecnologías que les permitirían aumentar los rendimientos y producir excedentes.
En el otro extremo del espectro están las personas más ricas del mundo, principalmente en Occidente, para quienes consumir alimentos orgánicos es una opción de estilo de vida ligada a nociones sobre la salud personal y los beneficios ambientales, así como a ideas románticas sobre la agricultura y el mundo natural. Casi ninguno de estos consumidores de alimentos orgánicos los cultiva ellos mismos. La agricultura orgánica para estos grupos es un nicho de mercado, aunque lucrativo para muchos productores, que representa menos del 1% de la producción agrícola mundial.
Como un nicho dentro de un sistema agrícola industrializado más grande, la agricultura orgánica funciona razonablemente bien. Los productores suelen ver rendimientos más bajos, pero pueden ahorrar dinero en fertilizantes y otros insumos químicos mientras venden a un nicho de mercado para consumidores privilegiados dispuestos a pagar una prima por productos etiquetados como orgánicos. Los rendimientos son más bajos, pero no desastrosamente más bajos, porque hay una gran cantidad de nutrientes disponibles para pasar de contrabando al sistema a través del estiércol. Mientras los alimentos orgánicos sigan siendo un nicho, la relación entre menores rendimientos y mayor uso de la tierra seguirá siendo manejable.
Sin embargo, la catástrofe en curso en Sri Lanka muestra por qué la extensión de la agricultura orgánica a cosas más allá de un nicho de mercado para consumidores privilegiados, intentando alimentar con ella a grandes poblaciones urbanas, no puede tener éxito. Un cambio sostenido a la producción orgánica a nivel nacional en Sri Lanka, según la mayoría de las estimaciones, reduciría drásticamente los rendimientos de todos los cultivos principales del país, incluidas caídas del 35% para el arroz, el 50% para el té, el 50% para el maíz y el 30% para el coco. La economía de tal transición no solo es desalentadora, es imposible.
Importar fertilizantes es costoso, pero importar arroz es mucho más costoso. Mientras tanto, Sri Lanka es el cuarto mayor exportador de té del mundo, y el té representa la mayor parte de las exportaciones agrícolas del país, que a su vez representan el 70% de los ingresos totales por exportación.
No hay forma concebible de que las ventas de exportación al mercado orgánico de mayor valor puedan compensar las fuertes caídas en la producción. Todo el mercado mundial de té orgánico, por ejemplo, representa solo alrededor del 0,5% del mercado mundial de té. La producción de té de Sri Lanka por sí sola es mayor que todo el mercado mundial de té orgánico. Inundar el mercado orgánico con la mayor parte o la totalidad de la producción de té de Sri Lanka, incluso después de que la producción se redujera a la mitad debido a la falta de fertilizantes, seguramente haría que los precios mundiales del té orgánico entraran en una espiral.
La idea de que Sri Lanka podría alguna vez reemplazar los fertilizantes sintéticos con fuentes orgánicas producidas en el país, todo ello sin efectos catastróficos en su sector agrícola y en el medio ambiente, es aún más ridícula. Se necesitaría de cinco a siete veces más estiércol animal para entregar la misma cantidad de nitrógeno a las granjas de Sri Lanka que los fertilizantes sintéticos utilizados en 2019. Incluso teniendo en cuenta la aplicación excesiva de fertilizantes sintéticos, que es claramente un problema, y otras incertidumbres, es casi seguro que no hay suficiente tierra en la pequeña nación insular se Sri Lanka para producir tanto fertilizante orgánico. Cualquier esfuerzo por producir tanto estiércol requeriría una gran expansión de las explotaciones ganaderas, con todos los daños ambientales adicionales que ello implicaría.
Sostener la agricultura en Sri Lanka, tanto para el consumo interno como para productos de exportación de alto valor, siempre iba a requerir importar energía y nutrientes al sistema, ya fueran orgánicos o sintéticos. Y los fertilizantes sintéticos siempre van a ser la forma más económica y ambientalmente eficiente de hacerlo.
El presidente de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa (centro), saluda a sus seguidores durante una manifestación antes de las próximas elecciones parlamentarias, cerca de la capital de Sri Lanka, Colombo, el 28 de julio de 2020.
Si bien la causa inmediata de la crisis humanitaria de Sri Lanka también involucra al intento fallido de manejar las consecuencias económicas de la pandemia mundial, en el fondo del problema político hay un problema matemático, y en el fondo del problema matemático hay un problema ideológico, o más bien precisamente, un movimiento ideológico global que es innumerable y pseudocientífico, que promueve afirmaciones confusas y mal especificadas sobre las posibilidades de métodos y sistemas alternativos de producción de alimentos para modificar mediante el lenguaje afirmaciones relativamente simples sobre lo que entra, lo que sale y los resultados económicos, sociales y políticos que cualquier sistema agrícola puede producir, ya sea a escala regional, nacional o mundial.
Rajapaksa sigue insistiendo en que sus políticas no han fallado. Incluso cuando la producción agrícola de Sri Lanka se estaba derrumbando, viajó a la cumbre sobre el cambio climático de la ONU en Glasgow, Escocia, a fines del año pasado, donde, cuando no eludió las protestas por su cuestionable historial sobre derechos humanos cuando era ministro de defensa de Sri Lanka, promocionó el compromiso de su nación con un revolución agrícola supuestamente “en sintonía con la naturaleza”. No mucho después, despidió a dos funcionarios del gobierno con pocas semanas de diferencia por criticar públicamente la cada vez más grave situación alimentaria y la prohibición de utilizar fertilizantes.
A medida que los agricultores comienzan su cosecha de primavera, se ha levantado la prohibición de fertilizantes, pero no se han restablecido los subsidios a los fertilizantes. Mientras tanto, Rajapaksa ha establecido otro comité, esta vez para asesorar al gobierno sobre cómo aumentar la producción de fertilizantes orgánicos en una demostración más de que él y sus asesores agrícolas continúan negando las realidades biofísicas básicas que limitan la producción agrícola.
Desafortunadamente, gran parte del movimiento mundial a favor de la agricultura sostenible no ha demostrado ser más responsable. A medida que los rendimientos de los cultivos de Sri Lanka se han desplomado, exactamente como predijeron la mayoría de los principales expertos agrícolas, los principales defensores de la prohibición de fertilizantes se han quedado en silencio. Vandana Shiva, una activista india y rostro ostensible del agrarismo antimoderno en el sur global, fue una impulsora de la prohibición, pero se quedó muda cuando se hicieron evidentes las crueles consecuencias de la prohibición. Food Tank, un grupo de defensa financiado por la Fundación Rockefeller, que promueve la eliminación gradual de los fertilizantes químicos y los subsidios en Sri Lanka, no ha tenido nada que decir ahora que sus políticas preferidas han dado un giro desastroso.
Muy pronto, los defensores de la agricultura ecológica argumentarán que el problema no fue con las prácticas orgánicas que promocionaron, sino con el movimiento precipitado para implementarlas en medio de una crisis. Pero aunque la prohibición inmediata del uso de fertilizantes seguramente estuvo mal concebida, literalmente no hay ningún ejemplo de una gran nación productora de agricultura que haya hecho una transición exitosa a una producción completamente orgánica o agroecológica. La Unión Europea, por ejemplo, ha prometido durante décadas una transición a gran escala hacia una agricultura sostenible. Pero si bien ha prohibido los cultivos transgénicos y una variedad de pesticidas, y ha implementado políticas para desalentar el uso excesivo de fertilizantes sintéticos, todavía depende en gran medida de fertilizantes sintéticos para mantener altos rendimientos, productos asequibles y seguridad alimentaria. También ha luchado contra los efectos desastrosos de sobrefertilizar las aguas superficiales y subterráneas con estiércol de la producción ganadera.
Los impulsores de la agricultura orgánica también apuntan a Cuba, que se vio obligada a abandonar los fertilizantes sintéticos cuando su economía implosionó tras el colapso de la Unión Soviética. No mencionan que el cubano promedio perdió un estimado de 4 a 7 kilogramos de peso corporal en los años siguientes. En 2011, Bután, otro de los favoritos de los fans de lo ecológico, prometió volverse 100% orgánico en 2020. Hoy en día, muchos agricultores de este reino del Himalaya continúan dependiendo de los agroquímicos.
En Sri Lanka, como en otros lugares, no faltan los problemas asociados a la agricultura intensiva y al uso intensivo de productos químicos. Pero las soluciones a estos problemas —ya sean innovaciones que permitan utilizar fertilizantes con mayor precisión, tratamientos microbianos del suelo creados con bioingeniería que fijan nitrógeno y reducen la necesidad de fertilizantes, o cultivos modificados genéticamente que requieren menos pesticidas y herbicidas— serán tecnológicas, dando a los agricultores nuevas herramientas, en lugar de eliminar las viejas que han demostrado ser imprescindibles para sus medios de vida. Los avances técnicos permitirán que países como Sri Lanka mitiguen los impactos ambientales de la agricultura sin empobrecer a los agricultores ni destruir la economía. Los defensores de la agricultura orgánica, por el contrario, seguirán comprometidos con las falacias naturalistas y desconfiado de la ciencia agrícola moderna, y por eso no podrán ofrecer soluciones plausibles. Lo que ofrecen, como ha dejado al descubierto el desastre de Sri Lanka, es miseria.
Fernando Cervera Rodríguez has a degree in Biological Sciences from the University of Valencia, where he also completed a master’s degree in Molecular Approaches in Health Sciences. His research work has focused on aspects related to molecular biology and human health. He has written content for various platforms and is an editor for Plaza Magazine and Muy Interesante. He has been a finalist for the Boehringer national award for health journalism and winner of the Literary Award for Scientific Dissemination of the Ciutat de Benicarló in 2022. He has also published a book with the Laetoli publishing house, which deals with skepticism, biomedical scams and pseudoscience in general. The book is entitled “The art of selling shit”, and another with the Círculo Rojo publishing house and entitled “In favor of animal experimentation”. In addition, he is a founding member of the Association to Protect the Patient from Pseudoscientific Therapies.
Sí que son visionarios los de la AE… con varios años de adelanto ya iban haciendo faena…
https://www.europapress.es/internacional/noticia-cerca-900000-personas-riesgo-inseguridad-alimentaria-sri-lanka-onu-20170622183041.html
¿Puedes desarrollar más tu punto para poder hablarlo?
Yo estoy vivenda en Sri Lanka i vaya creo que hay mas una falta de conocimientos sobre la pròpia agricultura i de la tecnologia que el tema de los fertilitzants realmententienennun rendiment muy bajo sobre los cultivos, el país ests cerrado mentalment a la occidentalizacion, aun que eso les esta trayendo un atraso a su desarrollo creo que tiene una visió de la independència erronea, hay cosas que deberian apdovechar però a los interès ados no les interessa que la gente levante la cabeza la religió ests. Muy. Implementada y. La corrupció también.