Chimeneas y moluscos

Texto escrito por Julián Chaves

Básicamente quemamos cosas para conseguir dinero. Bueno, dicho así puede parecer una relación un tanto absurda, pero si leemos entre líneas y profundizamos en los posibles significados de la oración podremos deducir que esta va orientada hacia una relación inequívoca entre economía y emisiones de dióxido de carbono (CO2).  Y es que las combustiones mueven nuestro mundo, no siendo estas más que la reacción entre un combustible y oxígeno, para dar como resultado agua, dióxido de carbono y energía.

Combustible + O2 → H2O + CO2 + energía

Coches, aviones, barcos, tractores, fábricas de todo tipo, sistemas de calefacción y muchos otros elementos implicados en nuestras vidas funcionan bajo estos principios químicos y es que, hasta el momento, el uso de combustibles fósiles es la piedra angular de nuestro mundo. He dicho.

Por supuesto, esta ingente cantidad de combustible quemado no pasa desapercibido para nuestros ecosistemas y es por ello que hoy os voy a hablar de la acidificación de los océanos a causa de la acumulación de CO2. Y es que el océano, al igual que el suelo y la vegetación, constituye un gran sumidero de carbono, estimándose que almacena anualmente un 25% de todas las emisiones antropogénicas (IPCC AR4. Working group 1).

Las flechas en negro representan los flujos pre-industriales, las flechas en rojo los balances de origen antropogénicos y los números de los cajones representan la variación de los acumulados. IPCC AR4. Working group 1. Figura 7.3
Las flechas en negro representan los flujos preindustriales, las flechas en rojo los balances de origen antropogénicos y los números de los cajones representan la variación de los acumulados. IPCC AR4. Working group 1. Figura 7.3

Por su puesto estamos hablando de un poder de almacenamiento muy importante y por ello se hace necesario preguntar cómo puede afectar esta circunstancia a la química de los océanos.

CO2 en el agua

El dióxido de carbono proveniente de la atmósfera reacciona con el agua del mar para formar ácido carbónico (H2CO3), este a su vez se disocia en iones bicarbonato (HCO3-) y cationes de hidrógeno [H+], siendo estos de naturaleza ácida. Por último, estos cationes interaccionan con iones carbonato [CO3 2-] para volver a formar iones bicarbonato. Bueno, vale, de acuerdo, ¿dónde está el problema?. Pues los problemas pueden ser muchos y difíciles de determinar, pero uno de ellos es que esos cationes de hidrógeno al interactuar con los iones carbonato están compitiendo desleamente con miles de bichillos marinos que utilizan estos compuestos para juntarlos con calcio y fabricar sus conchas de carbonato de calcio (CaCO3). Que te disuelvan o te quiten los ladrillos de tu casa nunca ha sido plato de buen gusto.

Por supuesto la ocurrencia de estos procesos no es homogénea y no ocurre de la misma forma a lo largo y ancho de los mares.

La heterogeneidad es grande y responde a múltiples condiciones particulares, incluso cuando hablamos a escala global. Por ejemplo la acidez es más fluctuante en zonas frías, donde la proliferación de algas en verano absorbe grandes cantidades de dióxido de carbono bajando por tanto la acidez, mientras que en invierno los ascensos de agua profunda rica en CO2 las convierten en algunas de las zonas más ácidas del planeta, al igual que ocurriría en aquellas zonas con fenómenos de upwelling o surgencias de aguas profundas, como puedan ser Sudáfrica occidental, Chile o Perú. Otros factores importantes estarían relacionados con la propia geográfica del mar, viendo por ejemplo como el Índico es en general más ácido que el Pacífico y el Atlántico, probablemente debido a que no tiene conexión con el Ártico y a la influencia de los grandes ríos asiáticos. En definitiva, estamos ante un proceso a escala global pero que tiene marcadas diferencias locales, tanto a escala temporal como espacial y que tiene como uno de sus principales efectos la destrucción de las «casitas» de muchos pequeños animalitos que campan felices por las profundidades marinas. Y originándose estas consecuencias en nuestras calles y nuestras factorías, es inevitable pensar que más allá del proceso químico has de recordar que tus acciones pueden ser precursoras de insospechadas repercusiones.

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