Capítulo 4. La cuestión técnica

Capítulo 4. La cuestión técnica

Hemos llegado a un punto donde ya hemos hablado de qué es la experimentación animal, quién se opone a ella y por qué. También hemos esbozado los argumentos a favor y en contra que se ofrecen desde la perspectiva moral. Ahora bien, mucha gente entiende que para avanzar a nivel social sí que hace falta la experimentación científica, aunque al mismo tiempo argumentan que experimentar con animales no es necesario y que existen alternativas. Hay otra vertiente de esa argumentación que afirma que la experimentación animal no arroja resultados satisfactorios, pero ¿es eso cierto?

Experimentación animal y ensayos clínicos

Basta navegar un poco por internet para encontrar numerosos sitios que ofrecen argumentos técnicos en contra de la experimentación animal, como por ejemplo la página web de la  New England Anti Vivisection Society (NEAVS). [1]

En primer lugar, dicen que el 92% de los fármacos probados en animales fallan en las pruebas con humanos. Añaden que, del 8% comercializado, más de la mitad tienen que ser retirados debido a graves efectos secundarios no detectados previamente, así que según ellos eso demostraría que experimentar con animales no es útil. En segundo lugar, suelen repetir muchas veces que está demostrado que si se lanza una moneda para adivinar cómo responderá un ser humano ante un medicamento, su predicción será tan exacta como la obtenida utilizando la experimentación animal. Por último y en tercer lugar, afirman que el requisito de tener que realizar ensayos clínicos en humanos antes de aprobar un medicamento, demuestra que los experimentos con animales no son necesarios. Ahora bien, ¿son ciertas esas tres afirmaciones?

Antes de valorar todo lo comentado, es necesario explicar una cuestión elemental para entender el tema tratado: ¿qué es un ensayo clínico? Cuando un fármaco llega a nuestras farmacias tiene que haberse demostrado que es eficaz y seguro en un largo ensayo de etapas múltiples, el cual es regulado por organismos públicos como la Agencia Europea del Medicamento (EMEA) o la Agencia Estadounidense del Medicamento y la Alimentación (FDA). Ahora bien, ¿cuál es el primer paso?

Antes de probar una sustancia en un organismo vivo hay que identificarla y tener alguna prueba de que podría tener valor, pero conseguir esa información es tremendamente complejo y depende de cada caso. Muchas veces se tienen indicios previos basados en la bioquímica, o bien se hacen batidas gigantescas de sustancias para ver si alguna tiene efectividad. Por ejemplo, la estreptomicina fue el segundo antibiótico utilizado para tratar enfermedades, pero ¿cómo llegamos hasta esa molécula?

El Doctor Selman Abraham Waksman descubrió en 1940 un antibiótico que jamás pudo llegar a utilizarse por su elevada toxicidad, la antimiocina. Más adelante aceptó como alumno de doctorado a Albert Schatz, un joven que comenzó a estudiar a un grupo bacteriano presente en el suelo, las actinobacterias. Estos organismos son altamente interesantes porque ayudan a la descomposición de la materia orgánica y, por otro lado, también tienen la propiedad de matar otras bacterias. En un momento de sus estudios, el joven Schatz se propuso un objetivo muy serio: encontrar un antibiótico para curar la tuberculosis. ¿Qué es lo que hizo el científico? Cultivar la bacteria causante de la enfermedad y agregarle sustancias extraídas de actinobacterias para ver si tenían efectos antibióticos. Finalmente, en 1943 y tras un gran número de pruebas, Schatz encontró una sustancia extraída de la bacteria Streptomyces griseus que dio un resultado positivo  —de ahí viene el nombre de la estreptomicina—. Ahora bien, ¿cómo se pasó de tener a un doctorando en el laboratorio de una universidad a salvar a millones de personas en los hospitales?

La fase previa que hemos descrito es la detección de una molécula con interés farmacológico, pero de ahí a que pueda usarse para curar hay una gran diferencia. Una vez que ya tenemos una sustancia aún queda un largo camino para demostrar que es eficaz. Los estudios iniciales de seguridad se denominan preclínicos y, cuando se establece que el fármaco podría ser seguro, es cuando comienza el periodo de estudios clínicos. Ahora bien, ¿en qué consiste todo el proceso? Esta pregunta es relevante para entender si las afirmaciones de la New England Anti Vivisection Society son reales o no.

Los estudios preclínicos comprenden todas aquellas pruebas que utilizan animales antes de aplicar un medicamento a humanos. Pero ¿pretenden estos estudios determinar si el fármaco podrá llegar a curar? No, lo que se persigue es conocer cómo actúa sobre el organismo y si puede entrañar riesgos para la salud o graves efectos secundarios. Así se pretende responder a preguntas como de qué modo se absorbe y transporta el fármaco, cómo es degradado por el cuerpo y con qué rapidez, qué células y órganos intervienen o cuáles se ven afectados por la sustancia. Finalmente, podríamos resumir todas estas cuestiones en la pregunta que realmente se intenta responder en la fase de investigación preclínica: ¿es perjudicial el candidato a fármaco?

La información derivada de estos estudios es vital para evaluar los riesgos que podría entrañar usar el producto en humanos. Si las pruebas en animales parecen indicar que el compuesto no es tóxico, entonces hay que pedir una autorización para comenzar los ensayos clínicos y avanzar en el proceso.

Los ensayos clínicos están diseñados para averiguar la dosis adecuada en pacientes, la seguridad, la eficacia, la posible existencia de efectos secundarios y los efectos a largo plazo del uso del nuevo medicamento. Todo el proceso se realiza en humanos y comprende cuatro fases sucesivas con una finalidad diferente. Si uno de los ensayos falla, entonces el fármaco queda totalmente descartado. Por otro lado, es importante remarcar que las pruebas tienen que ser realizadas y controladas por entidades y médicos independientes a la que intenta validar el fármaco. Ahora bien, ¿en qué consiste cada una de las fases?

La fase I de un ensayo clínico tiene por finalidad ver si el fármaco que no mostró problemas en animales tampoco los presenta en humanos. El compuesto se aplica a un grupo que ronda los cuarenta voluntarios sanos, pero, si no padecen la enfermedad, ¿para qué se les da el fármaco? Solamente para verificar si es peligroso. También es cierto que se puede incluir, de forma anecdótica y voluntaria, a pacientes terminales que no tienen ninguna alternativa de tratamiento, o solo utilizar pacientes terminales para procesos altamente invasivos como podría ser una técnica quirúrgica novedosa o un tipo de quimioterapia innovadora. Sí al final se demuestra que el medicamento no ha causado problemas, entonces entramos en la fase II.

La finalidad de la fase II es muy parecida a la anterior, es decir, determinar la eficacia y la seguridad del fármaco. No obstante, en este tipo de ensayo se amplía la cantidad de voluntarios hasta un número cercano a los doscientos. Además, todos tienen que ser pacientes de la enfermedad a la cual va destinada el medicamento. Puede haber varios tramos del experimento y, cuando eso ocurre, el primero intenta evaluar la dosis adecuada y el segundo si el compuesto es eficaz. Al aumentar el número de voluntarios hay más probabilidades de observar un efecto secundario raro. Además, al usar solo a enfermos, se tiene un resultado más realista que al medicar a gente sana. Es en esta fase donde fracasan la mayoría de fármacos.

Si terminamos con éxito el ensayo anterior, entonces llegamos a la fase III. La finalidad de este paso es determinar la eficacia exacta del medicamento. Se compara el nuevo producto con otros tratamientos que ya existen, también se compara a los que toman el fármaco experimental con los que no toman medicación, pero también con enfermos que toman un producto placebo sin saberlo, es decir, que una parte del grupo recibe un compuesto sin actividad farmacológica que les hace creer que están siendo medicados.

Si te estás preguntando acerca de la necesidad de incluir placebos la respuesta es sencilla: cuando alguien cree que está siendo medicado suele mejorar su bienestar psicológico, lo cual puede afectar también a su sensación de mejoría respecto a la enfermedad. De hecho, es curioso observar que los pacientes que utilizan placebos suelen mejorar ligeramente por encima del grupo que no toma nada, ya que el cuerpo también tiene cambios fisiológicos ante los cambios psicológicos. En esta fase se suele estudiar a miles de voluntarios que padecen la enfermedad, aunque a veces es imposible encontrar a un número tan grande y se trabaja con cifras inferiores.

Ahora volvamos al caso de Schatz y la estreptomicina. Supongamos que desde el momento inicial hemos superado las fases preclínicas con animales y las clínicas con humanos, es decir, que hemos pasado de tener a la estreptomicina en el laboratorio de Albert Schatz a tener a un grupo de pacientes que ha demostrado que el antibiótico tiene la facultad de curar la tuberculosis, ¿qué faltaría aún?

Cuando se finalizan todas las etapas anteriores, hay que solicitar los permisos para sacar al mercado el medicamento. No obstante, aún faltará una última prueba que se conoce como la fase IV, aunque más bien es un periodo de vigilancia. Esto se lleva a cabo por una razón sencilla: hasta el momento de la comercialización solo unos pocos miles de personas habrán probado el fármaco, así que, ¿cómo detectar efectos secundarios muy raros que afecten a menos de una persona de cada mil? Durante los siguientes años a la comercialización, se hace un seguimiento de los efectos secundarios registrados. Por otro lado, también se buscan aplicaciones aún desconocidas. De hecho y sin ir más lejos, la estreptomicina dirigida a pacientes de tuberculosis también demostró por casualidad ser útil para tratar la endocarditis bacteriana.

Durante la fase IV es posible estudiar el efecto del compuesto en varios millones de personas, así que a veces se descubren efectos secundarios que antes no se habían visto. Si los problemas detectados son demasiado graves, entonces puede que el medicamento que pasó todas las fases anteriores tenga que retirarse igualmente.

Todo el proceso descrito es muy difícil de organizar y suele tardarse una media de doce años en terminar todas las etapas. Al final, solo uno de cada mil compuestos logra concluir con éxito y llegar a las farmacias de manera definitiva. Además, la media de gasto para hacer todos los experimentos es de unos quinientos millones de euros; así que, sabiendo que cada año aparecen unos cuarenta y cinco fármacos nuevos, nos hacemos una idea de lo mucho que cuesta realizar todo el proceso.

Ahora que entendemos cómo funcionan los ensayos clínicos, también estamos en condiciones de valorar si lo que dice la New England Anti Vivisection Society es verdad, es decir, que la experimentación animal no es útil.

En primer lugar, el dato real sobre cuántos fármacos fallan durante los ensayos no es del 92%, sino que estaría más cercano al 99,9%, pero el motivo no es que en las fases previas se utilicen animales. Tal cual hemos visto, en los ensayos preclínicos lo único que se hace es descartar sustancias altamente perjudiciales utilizando animales y cultivos celulares, y es que no existe otro modo de detectar sustancias letales antes de llegar a la experimentación con humanos —la única opción sería testear compuestos sobre personas en pruebas de vida o muerte—.

El único objetivo al utilizar animales en ensayos preclínicos no es ver si el fármaco tiene utilidad, sino saber si es seguro aplicarlo en humanos y cómo hacerlo sin matar a los voluntarios. Obviamente, los animales no siempre responden como lo haría un ser humano, pero en muchos casos sí que lo hacen. El motivo de que fallen tantos compuestos no es que se utilice la experimentación animal, sino que es un proceso largo que cada vez utiliza a más personas y los problemas se detectan de forma gradual. Sobre los fármacos que se retiran al llegar al mercado, tampoco guardan relación con la experimentación animal. Sencillamente ocurre que los efectos secundarios descubiertos se amplían muchísimo al aplicar un compuesto sobre millones de personas.

Otro de los puntos expuestos por la New England Anti Vivisection Society decía que lanzando una moneda se puede saber cómo responderá un humano ante un medicamento de forma más efectiva que al usar la experimentación animal. Solo cabe decir que esta afirmación no solamente es falsa, sino que se fundamenta en el absoluto desconocimiento de qué es la experimentación animal y la estadística. La referencia que casi todas las páginas dan para este dato es un artículo realizado por el estadista David Salsburg, en el que supuestamente dice que las probabilidades de encontrar un carcinógeno —que viene a ser un producto que produce cáncer— utilizando ratones de laboratorio, son menores del 50%. Las páginas en contra de la experimentación animal afirman que sería más útil lanzar una moneda para tomar decisiones que hacer los estudios con animales; pues, si hay un 50% de probabilidades de obtener la respuesta adecuada, entonces sería lo mismo que lanzar una moneda.

Si pensamos un poco en ese razonamiento nos daremos cuenta de que no tiene sentido: en primer lugar y si el estudio fuera cierto —cosa que no he podido corroborar y dudo de manera enérgica—, significaría que la mitad de productos carcinógenos serían identificados como peligrosos usando roedores, pero lanzar una moneda al aire no deja de ser puro azar, así que según ese método etiquetaríamos a la mitad de los compuestos del planeta como carcinógenos. Un ejemplo sería el siguiente: imaginemos que tenemos que detectar dos compuestos peligrosos entre cien; si el dato fuera cierto, entonces utilizando la experimentación animal encontraríamos de media uno de los dos productos; pero en el caso de lanzar una moneda identificaríamos de media un total de cincuenta productos como peligrosos, entre los que habría uno que realmente lo sería y otros cuarenta y nueve que darían un falso positivo. Es decir, no solamente el dato es falso, sino que, aunque fuera cierto, tampoco tendría sentido utilizarlo como argumento en contra de la experimentación animal.

Por último, la New England Anti Vivisection Society afirma que la necesidad de usar a humanos para aprobar un medicamento demuestra que los experimentos con animales no son necesarios. Tal cual hemos visto, esa afirmación tampoco es cierta: los humanos siempre serán necesarios en las fases de experimentación clínica, pero no existe una manera de eliminar sustancias letales sin utilizar animales en la etapa preclínica y que al mismo tiempo no implique la muerte de seres humanos.

La conclusión de este punto es sencilla: aunque la experimentación animal no es suficiente para aprobar un fármaco, sí que es imprescindible para hacerlo sin matar a seres humanos en el proceso.

Diferencias genéticas

Otro de los argumentos utilizados en contra de la experimentación animal es que utilizar organismos con una genética tan diferente a la humana no es correcto porque las conclusiones del estudio no serían aplicables a personas. Ese planteamiento es repetido ampliamente y podemos encontrarlo, por ejemplo, en algunos artículos de la plataforma Igualdad Animal[2].

Si tenemos que dar una respuesta científica a la cuestión del parentesco genético, habría que decir que compartimos un gran número de genes con otros seres vivos, desde con las bacterias más simples hasta con las plantas y los animales que nos rodean. Eso sí, conforme nos acercamos a seres vivos más parecidos a nosotros esos genes compartidos aumentan. Por ejemplo, la levadura Saccharomyces cerevisiae —un hongo unicelular utilizado en la fabricación de pan, cerveza y vino— tiene unos 6 000 genes, de los cuales al menos el 31% son equivalentes a genes humanos. El nematodo Caenorhabditis elegans —muy parecido a un gusano de un milímetro de largo— tiene 19 099 genes, de los cuales el 40% son similares a los de nuestra especie. El ratón (Mus musculus) tiene unos 40 000 genes —nosotros también—, de los cuales el 99% tienen equivalentes en nuestra especie; así que, a grandes rasgos, podríamos decir que 400 genes nos diferencian de los ratones.

No obstante, es necesario apuntar una diferencia vital: no es lo mismo tener genes equivalentes que tenerlos idénticos. Además, lo importante en la similitud no son exclusivamente los genes, sino también la manera en la cual se regulan. Si hablamos de diferencias reales y no solo de meras equivalencias, entonces podemos dar un dato interesante: a pesar de que tenemos el 99% de genes equivalentes a los del ratón, en realidad la diferencia entre nuestros genomas es del 75%. Esto viene a decir que, aunque tenemos muchos genes que tienen funciones muy parecidas, en realidad son algo diferentes. Pero ¿ocurre lo mismo con otros animales?

Mientras que la similitud genética real entre dos humanos suele ser del 99,9%, ese mismo dato entre humanos y macacos Rhesus es del 93%, y si hablamos de genes equivalentes esa cifra es de casi el 100%. Es decir, muchos primates solo se diferencian a nivel real en su ADN en un 7% de los humanos. Eso hace que nuestra especie y algunos simios compartamos variedades de las mismas enfermedades; por ejemplo, la tuberculosis causada por la bacteria Mycobacterium tuberculosis.

Con todos estos datos alguien podría pensar que, aunque tenemos muchos genes equivalentes a los del ratón, en realidad no son idénticos y no se podrían utilizar para experimentación biomédica aplicada a humanos. No obstante, la virtud de la ciencia es que se basa en la evidencia, así que si queremos dar una respuesta podemos buscar hechos objetivos.

Si fuera cierto que las investigaciones en animales no pueden extrapolarse a humanos —o al menos servir como guía—, ¿cómo podríamos explicar los numerosos casos de avances médicos y científicos realizados mediante la experimentación animal? Pondré algunos ejemplos.

La poliomielitis es una enfermedad sin tratamiento y altamente infecciosa que es producida por un virus que afecta al sistema nervioso, causando la inflamación de las neuronas motoras, la médula espinal y el cerebro, lo cual puede producir parálisis, deformidad y muerte. Por lo general ataca a personas entre los 5 y los 15 años de edad, y como dato sobre su virulencia se puede añadir que en el año 1980 dejaba paralizados de por vida a más de mil niños al día (365 000 niños al año). Ahora bien, ¿cómo es la situación en 2016? La poliomielitis va camino de convertirse en la tercera enfermedad erradicada por el ser humano —las primeras fueron la viruela y la peste bobina— y actualmente solo cuatro niños al día quedan paralizados por la enfermedad (1 350 al año), pero ¿a qué es debido ese cambio? En gran medida a la experimentación animal.

Jonas Edward Salk, un microbiólogo nacido en 1914, fue la primera persona en desarrollar una vacuna para la poliomielitis en el año 1952. Este científico se basó en los estudios de multitud de investigadores para llegar hasta la solución, que consistía en cultivar el virus utilizando para ello células de riñón de macacos, matar los virus con formaldehído e inyectarlos en niños para producirles la inmunidad deseada. Pero el papel de la experimentación animal no solamente fue crucial en la producción de la vacuna, sino que habría sido imposible llegar a la situación previa sin ella.

Para empezar, el descubrimiento del virus de la poliomielitis fue posible en 1908 gracias  Karl Landsteiner y Erwin Popper, que inocularon en macacos un extracto de tejido nervioso de víctimas de la enfermedad. Por su parte, Simon Flexner descubrió que el suero sanguíneo de macacos infectados protegía contra la infección a otros animales. John Enders, Thomas Weller y Frederick Robbins, descubrieron que se podía cultivar el virus de la polio en células de ratones y macacos  —sin ese descubrimiento no se podría haber realizado la vacuna—. Finalmente, David Bodian también usó animales para determinar las tres cepas virulentas de la enfermedad.

Existen muchos más casos similares, por ejemplo el de los avances en el control de las células madre humanas. Pero ¿qué son exactamente? Son células que se encuentran en todos los organismos y que pueden dividirse y convertirse en cualquier tipo celular, lo cual tiene mucho valor para la regeneración de tejidos dañados. De hecho, actualmente se están haciendo muchos estudios con células madre para permitir andar de nuevo a lesionados medulares o para intentar curar a enfermos de diabetes, el mal de Alzheimer o incluso el Parkinson. Lo relevante de esta cuestión es que casi todo ese conocimiento se ha obtenido gracias a la experimentación con roedores, así que la realidad es bien diferente a la enunciada por los grupos en contra de la experimentación animal: las ciencias biológicas y médicas deben su avance a la experimentación con animales.

Alternativas a la experimentación animal

Uno de los argumentos más repetidos en contra de la experimentación animal es que existen alternativas que no implican usar animales y que son igualmente eficaces. Podemos encontrar uno de los numerosos ejemplos de ese planteamiento en la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales[3]. Pero ¿realmente existen alternativas?, ¿se puede afirmar que la experimentación animal es sustituible? A continuación analizaré las opciones más citadas desde un punto de vista técnico.

Las técnicas de imagen no invasivas como la resonancia magnética y la tomografía axial computarizada —conocida por las siglas TAC— se presentan muchas veces como alternativa a la experimentación animal. La realidad es que pueden usarse para cosas específicas dentro de la investigación científica, pero aunque gracias a ellas se han hecho grandes avances, su valor está más ligado al diagnóstico que a la investigación. Como resumen se puede decir que a pesar de que son técnicas muy interesantes, en realidad se usan para cuestiones totalmente diferentes a las que requieren experimentar con animales.

Siguiendo con una de las alternativas citadas para la experimentación animal, la epidemiología es la disciplina médica que estudia el desarrollo y la incidencia de las enfermedades en una población. El problema es que no tiene sentido presentarla como alternativa: sí, esa rama de la medicina es importante para entender una enfermedad, pero, si hablamos de investigación biomédica, la realidad es que para testar productos o entender un patógeno hace falta realizar experimentos. La información recabada por la epidemiología da las primeras pistas  —si una enfermedad contagiosa se concentra en un grupo poblacional con un estilo de vida similar, eso da muchos datos para comenzar a investigar—, pero para llegar al punto de entender la enfermedad se requiere experimentar en un laboratorio.

Otra de las alternativas propone realizar los estudios de fármacos en humanos en vez de hacerlo en animales. Dejando de lado que muchos experimentos no se hacen con finalidades clínicas, ¿sería posible hacer en exclusiva los ensayos en humanos? La respuesta vuelve a ser que no. Todo estudio clínico debe realizarse sobre personas, pero en las fases preclínicas se usan animales para descartar sustancias altamente tóxicas. Ahora bien, al final del capítulo sobre ética hicimos una pregunta, a saber, ¿es la vida de una persona igual de valiosa que la de un animal? Esa cuestión es relevante porque la única forma de realizar ensayos clínicos de forma segura para los voluntarios es utilizando animales previamente. Además, existen ciertos casos donde las consecuencias serían más terribles, ¿habría que ver si un compuesto produce malformaciones fetales utilizando a mujeres embarazadas?

El uso de células en cultivos también se propone desde muchos ámbitos como alternativa al uso de animales. Esta técnica consiste en coger unas cuantas células, ponerlas en una sopa nutritiva y dejar que se reproduzcan. Al final se tiene un cultivo de muchas células sobre el cual se puede experimentar, pero ¿es útil para sustituir el uso de animales? En primer lugar, para realizar esos cultivos muchas veces hay que sacrificar seres vivos, ya que las células tienen que salir de alguna parte. Además, la realidad es que cuando se utilizan animales es porque con los cultivos no es suficiente, ¿cómo estudiar la absorción de un fármaco en el intestino?, ¿cómo ver si produce toxicidad en cualquiera de los tipos celulares del organismo?, ¿y qué hay del transporte sanguíneo? Estos son unos pocos ejemplos de los centenares de cosas que no se pueden hacer en un cultivo de células. Finalmente, esta técnica no se puede considerar como una alternativa, a pesar de que los cultivos de células son realmente importantes en muchas investigaciones científicas. La realidad es que para muchas cuestiones de estudio se necesita un organismo vivo y con todos sus órganos funcionando.

Muchas veces también se cita a la microdosificación como alternativa a la experimentación animal, es decir, dar bajas cantidades de un fármaco a voluntarios humanos para ver los efectos que produce. En primer lugar, hay que repetir que no todos los experimentos que usan animales van dirigidos a estudios clínicos; no obstante, ¿es válida esta idea? La microdosificación sí que se usa durante las etapas de investigación clínica para afinar la dosis adecuada en humanos. Ahora bien, esta técnica no permite saber si un compuesto es nocivo en las etapas preclínicas por una cuestión vital: antes de empezar los experimentos no se sabe qué es una dosis baja y una dosis alta, ya que eso es una de las cosas que se intenta averiguar en las etapas con animales. ¿Qué pasa si lo que consideramos una dosis baja mata al paciente? Por otro lado y aunque pudiéramos intuir qué es una dosis baja, también habría que probar dosis altas para saber qué cantidad puede ser interesante desde el punto de vista médico. Es decir, la microdosificación es una técnica habitual en etapas clínicas, pero si no se quiere acabar con la vida de un gran número de personas, primero se debe afinar el proceso usando animales.

También se habla mucho del uso de modelos matemáticos para no utilizar animales en los laboratorios, es decir, extrapolaciones matemáticas obtenidas a partir de los datos biológicos que ya se conocen. La realidad es que, aunque esos modelos se usan desde hace décadas, no sirven para evitar la experimentación animal: una simulación por ordenador no puede predecir toxicidad, qué dosis de un fármaco es segura, cómo reaccionan las células de un órgano ante un estímulo y tampoco sirve para producir proteínas de alto valor añadido o para mejorar la productividad de las explotaciones ganaderas. Los modelos matemáticos sirven para muchas cosas, pero no para sustituir a la experimentación animal.

Por último y en lo referido al uso de animales con finalidad docente, muchos grupos en contra de su uso didáctico argumentan que es innecesario y que se puede aprender lo mismo con modelos de plástico, cadáveres donados a la ciencia o mediante simulaciones informáticas. No obstante, la realidad es que las prácticas docentes tienen por objetivo enseñar ciertos procesos fisiológicos o adquirir experiencia quirúrgica, y la única forma que existe de hacerlo es utilizando organismos vivos. En otros casos sí que es cierto que hay alternativas para la docencia básica; sin ir más lejos, la base de datos NORINA (A Norwegian Inventory of Alternatives[4]) recoge mucha información sobre material didáctico que no requiere del uso de animales. En definitiva, la realidad es que todos esos recursos ya llevan usándose desde hace décadas, pero para que un futuro investigador adquiera competencias básicas tiene que utilizar animales en el proceso de aprendizaje.

Hemos hecho un repaso general a muchas de las alternativas que se citan en los círculos contrarios a la experimentación animal. Actualmente, algunas de esas propuestas ya se usan en los laboratorios, aunque no pueden sustituir al uso de animales. De hecho, la experimentación animal solo está permitida cuando no existen otras opciones, aunque de eso hablaremos con más profundidad en el capítulo sobre legislación.

La conclusión de este apartado es sencilla: las técnicas citadas como alternativas para la experimentación animal existen y pueden reducir la cantidad de seres vivos utilizados, pero no pueden sustituir su uso por completo y, de hecho, ya se utilizan actualmente en todos los laboratorios.

La experimentación animal y sus peligros

Otro argumento difundido en contra de la experimentación animal es que es peligrosa para el ser humano, pero ¿en qué se fundamentan para decirlo? En que los productos obtenidos, al estar testados en animales, pueden no ser fiables y producir graves problemas de salud al ser aplicados a humanos. Ahora bien, ¿existe algo de verdad en esas palabras?

La talidomida casi siempre aparece ligada a esas afirmaciones. Sin ir más lejos, podemos encontrar un ejemplo en la asociación Anima Naturis[5]. La talidomida fue un fármaco comercializado por primera vez en 1957 en Alemania Occidental. Era vendido sin receta médica como sedante y contra las náuseas del embarazo. El problema surgió cuando, después de usarlo, nacieron unos seis mil bebés con focomelia, una malformación grave de las extremidades que se caracterizan por su escaso tamaño. En ese periodo el fármaco ya había sido comercializado en todo el mundo y, aunque Alemania se llevó la peor parte, también se reportaron unos diez mil casos fuera del país. Más tarde se descubrió que el causante de la malformación era la talidomida. Llegados a este punto, los grupos en contra de la experimentación animal achacan la tragedia a que los efectos adversos no se produjeron en animales, y que al dar el salto a humanos se originaron las malformaciones como consecuencia de confiar ciegamente en la experimentación animal.

La realidad es que la experimentación animal no tuvo nada que ver con esta historia, sino las malas prácticas que, por aquel entonces, eran habituales. Si nos remontamos a los años cincuenta del siglo pasado, lo primero que hay que tener en cuenta es que las cosas se hacían de manera muy diferente: los ensayos clínicos eran de mala calidad y el caso de la talidomida no fue una excepción. El control de los ensayos clínicos no estaba casi regulado, así que la empresa que lo comercializó —por aquel entonces llamada Chemie Grünenthal— lo lanzó al mercado sin realizar ensayos con varios modelos animales y una fase larga de experimentación con humanos, es decir, con lo que hoy en día sería de cumplimiento básico. De hecho, la empresa afirmó que sí que hizo los experimentos en animales, pero la realidad es que mintió o fueron insuficientes, ya que a pesar de que los estudios iniciales en ratones expuestos a la talidomida no mostraron el mismo efecto que en humanos[6], la realidad es que en estudios más intensivos y desde el año 1962 se han visto los mismos efectos en ratas, ratones, conejos y gallinas[7].

En 1962 y gracias a la labor de la Food and Drugs Administration, se impidió la venta del fármaco en los Estados Unidos de América, todo ello a pesar de las presiones de la empresa para su aprobación. Fue entonces cuando se comenzó a sospechar que Chemie Grünenthal omitió datos sobre la seguridad y eficacia de la talidomida. Por aquella época y a partir de la tragedia, se decidió que todo ensayo clínico debía ser controlado por una organización independiente a la empresa fabricante del fármaco. Finalmente, se aprobó en el país la Ley Kefauver-Harris, que reguló de manera muy estricta el proceso de supervisión y aprobación de los medicamentos. Algunos años después, el resto de países copiaron ese modelo y llegaron a la legislación actual, que regula todo el proceso de ensayos preclínicos y clínicos que se describió anteriormente.

Como conclusión, se puede decir que la historia de la talidomida se debió a que en el pasado no existía una regulación eficiente sobre cómo aprobar medicamentos. Por ello, la normativa actual es tan restrictiva y requiere tantos años para la aprobación de un fármaco.

El caso de la talidomida no es el único usado como argumento en contra de la experimentación animal. Al clioquinol se le acusa de dejar ciegas a 30 000 personas en Japón. ¿El motivo? Haber sido testado en animales. Ahora bien, la realidad es que unas 10 000 personas que supuestamente tomaron el fármaco en los años sesenta desarrollaron un síndrome llamado neuropatía mielo-óptica aguda —llamado SMON por sus siglas en inglés—, el cual producía ceguera, parálisis y muerte. Pero ¿por qué solo en Japón y durante esa década? El clioquinol se usó durante muchos años antes de la epidemia y los casos de SMON cayeron mucho antes de su retirada, lo cual hace sospechar a muchos médicos que, o bien el fármaco no tuvo nada que ver y se debió a otro patógeno —se baraja la posibilidad del virus Inoue-Melnick—, o que el responsable fue la interacción de otro compuesto incluido en el medicamento. Hasta la fecha, ningún ensayo con clioquinol ha logrado demostrar una relación entre el compuesto químico y el SMON, y eso que actualmente aún se usa para tratar infecciones víricas y de protozoos.

Es decir, en este caso la respuesta es mucho más simple: el SMON es independiente del clioquinol. No obstante y aunque tuviéramos dudas, el fármaco fue probado durante décadas en humanos, lo cual descarta cualquier relación causal con la experimentación animal.

Podríamos seguir con muchos otros ejemplos citados en contra del uso de animales, como el de la teropterina, el benoxaprofeno o el tamoxifeno, pero todas las cuestiones aquí relatadas se pueden concluir de una manera lógica y clara: ¿cómo podría ser culpable la experimentación animal de que un fármaco produjera efectos adversos? Hemos explicado anteriormente todo el protocolo de autorización de un medicamento, y es de sobra conocido que no se puede vender sin antes haber sido probado en miles de humanos durante un proceso que dura unos doce años. Es decir, la experimentación preclínica con animales no es la parte más importante y desde luego que no persigue validar el fármaco, sino descartar sustancias peligrosas. No nos olvidemos de una cuestión elemental: la mayoría de efectos adversos graves como los descritos aquí se observan también en animales.

Finalmente, las evidencias científicas son claras: experimentar con animales no es un peligro y se habría evitado una tragedia si se hubiera hecho en el caso de la talidomida.

Muertes por el uso de fármacos

Existe una variante del argumento anterior en contra de la experimentación animal, a saber, que los fármacos que se venden y han sido testados en animales producen muchas muertes al año porque la experimentación animal es una técnica peligrosa. No obstante, hay una parte obvia del argumento que sus defensores prefieren no tener en cuenta: como ya se ha dicho, ningún fármaco puede venderse sin haber sido probado en humanos. Bajo ese dato se puede concluir fácilmente que la experimentación animal no puede ser la responsable del fracaso de un fármaco. Ahora bien, ¿cuántas personas mueren cada año a causa de los fármacos que consumimos?

Lo primero que tenemos que tener claro es que la medicina y la farmacología no son una panacea: toda acción humana siempre conlleva un riesgo. Las negligencias médicas o las reacciones impredecibles ante fármacos son eventos que por ahora no se pueden controlar, pero los seres humanos tendemos a pensar que la tecnología solucionará todos los problemas. La realidad es bien diferente: las modernas técnicas médicas salvan millones de vidas, pero también es cierto que algunos pacientes se quedan por el camino.

A veces es duro plantearlo así, pero la medicina moderna es una cuestión de números. Albert Sabin fue un médico polaco (más tarde se nacionalizó como estadounidense) que estudió la poliomielitis. Tal cual hemos comentado antes, Jonas Salk ya había desarrollado una vacuna contra la enfermedad, pero tenía una desventaja: a pesar de que era efectiva a la hora de prevenir la mayoría de las complicaciones de la poliomielitis, no impedía la infección intestinal. Por su lado, la vacuna de Sabin era mucho más fácil de administrar que la de Salk, ya que no requería inyectar al paciente, sencillamente tenía que comerse un terrón de azúcar impregnado con el virus de la poliomielitis debilitado. Además, sus efectos eran más duraderos e impedía la infección intestinal, por lo que se rompía completamente la cadena de contagio del virus y era más efectiva no solo para proteger al vacunado, sino para frenar la enfermedad en sí misma.

Como la vacuna de Sabin era más barata y generaba una inmunización más eficiente, se pudo terminar con la enfermedad en casi todos los rincones del mundo. Ahora bien, a diferencia de la vacuna inyectable de Salk, la oral podía tener efectos secundarios: una parte muy pequeña de los niños desarrollaba la enfermedad y podían quedar paralizados o morir. No obstante, las vidas salvadas en comparación con las muertes a causa de la vacunación ascienden a millones.

Hoy en día, la vacuna contra la poliomielitis es totalmente segura al combinarse la técnica oral y la inyectable. Ahora bien, ese conocimiento tardó en llegar muchas décadas, ¿tendrían los médicos que no haber vacunado a los niños hace cincuenta años hasta que la técnica empleada no fuera cien por cien segura? Habrían muerto millones de niños y otro tanto habría quedado paralizado de por vida. Sí, es duro plantearlo de esta manera, pero la medicina que salva millones de vidas también tiene efectos secundarios que matan a unos pocos. Actualmente se estima que, de cada mil niños no vacunados, uno muere de una enfermedad evitable con la vacunación, en cambio, solo uno de cada diez millones de los vacunados fallece a causa de los efectos secundarios.

Llegados a este punto deberíamos ser pragmáticos: la medicina moderna puede afectar a una minoría, pero el balance de vidas salvadas es muy elevado. Podríamos elegir vivir en un mundo sin medicina moderna donde la viruela, la poliomielitis, y decenas de enfermedades más diezmaran a la población cada poco tiempo, o podemos verlo desde la perspectiva de que la medicina moderna tiene un pequeño precio a pagar.

La experimentación animal persigue hacer más seguras las técnicas médicas, pero en lo que concierne al tema de este libro cabe destacar que los efectos secundarios no tienen nada que ver con la experimentación animal. La ciencia no avanza rápido y aún se requiere de mucha investigación. Por ejemplo, la quimioterapia salva a mucha gente y al mismo tiempo también tiene efectos secundarios graves. Sin embargo, la realidad es que no existe ninguna otra alternativa actual para curar algunos tipos de cáncer.

Conclusiones

Hemos analizado algunos de los argumentos técnicos que se utilizan en contra de la experimentación animal, pero esta parte quedaría inconclusa sin una matización: la experimentación médica no es la única que utiliza animales.

A pesar de que los argumentos en contra de la experimentación animal se centran en los aspectos sanitarios, la realidad es que si observamos la clasificación también hay muchas investigaciones dirigidas a otros campos del conocimiento, desde estudios ambientales hasta investigaciones agroalimentarias. En lo que se refiere a la cuestión técnica, solo cabe añadir un apunte importante: esas investigaciones tampoco podrían llevarse a cabo sin el uso de animales.

En cuanto a la investigación con fines sanitarios, muchos grupos dicen que todo lo que se podría conseguir en el campo de la biomedicina se puede hacer sin utilizar animales, pero eso es rotundamente falso. ¿Qué alternativas hay si queremos avanzar en el conocimiento biológico y médico y no usar la experimentación animal? La única alternativa viable sería experimentar con humanos en contra de su voluntad, de hecho, así se contemplaba en la ley promulgada por Hitler sobre experimentación con humanos para evitar la utilización de animales.

Muchos dirán que acabo de hacer una comparación desafortunada, pero no lo es: actualmente no existe una alternativa a la experimentación animal y la sociedad tiene que tomar una decisión. ¿Hay que esperar décadas o siglos antes de obtener una alternativa eficaz que evite matar animales?, ¿queremos retrasar la cura de enfermedades como el sida, el cáncer, la esclerosis múltiple o el mal de Alzheimer?, ¿cuántos humanos tendrán que morir antes de que eso ocurra?, si nunca se encuentra una alternativa real a la experimentación animal, ¿habría que renunciar a ese conocimiento?

Todas esas cuestiones solo pueden ser respondidas a nivel individual, pero del mismo modo que el capítulo anterior concluía con una pregunta sin respuesta universal, a saber, ¿vale lo mismo la vida de un humano que la de cualquier otro animal?, este capítulo sí que tiene una conclusión clara: los argumentos técnicos en contra de la experimentación animal son falsos.

[1] http://neavs.org/about/las-preguntas-mas-frecuentes

[2] http://www.igualdadanimal.org/experimentacion

[3] http://faada.org/causas-1-experimentacion-animal

[4] https://norecopa.no/norina

[5] http://www.animanaturalis.org/543

[6] Teratogenic effects of thalidomide in rabbits, rats, hamsters, and mice. I.D. Fratta et at. Toxicology and Applied Pharmacology. 1965

[7]The teratogenic activity of thalidomide in the rabbit. S. Fabro and R. L. Smith. Department of Biochemistry, St Mary’s Hospital Medical School, London. 1966

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