Capítulo 3. La cuestión moral

Capítulo 3. La cuestión moral

Hemos tenido una introducción sobre qué es la experimentación animal y la historia de los grupos que están en su contra, pero ahora me gustaría analizar una cuestión: ¿debería prohibirse?

Si profundizamos en la pregunta veremos que hay tres cuestiones clave que están directamente relacionadas. La primera es si debería permitirse la utilización de animales en investigación científica por motivos morales, la segunda si a nivel técnico existen problemas o si hay alternativas al uso de animales, y la tercera cómo se encuentra actualmente la experimentación a nivel legal. Hasta que no hagamos un recorrido por esas tres cuestiones no podrás dar una respuesta personal a la pregunta, así que tendremos que dedicar un capítulo a cada una de ellas.

Comenzaremos con la cuestión moral, ya que, la valoración de si debe prohibirse, no es exclusivamente una cuestión científica: toda práctica o tecnología desarrollada dentro de una sociedad debe someterse al escrutinio de la ética. Así que, antes de analizar las cuestiones legales o técnicas, habrá que preguntarse si es éticamente correcto utilizar animales en nuestro beneficio.

Argumentos morales

Muchos de los sectores que están a favor de la experimentación animal tienden a una simplificación del problema: es muy fácil argumentar olvidando que en este tema existe una vertiente subjetiva que depende de la moral individual, así que la cuestión no puede resolverse solamente con argumentos científicos. Me refiero a que, dentro de los movimientos escépticos, a veces se compara de forma falaz a los movimientos en contra de la experimentación animal con cuestiones  pseudocientíficas: es un hecho que las terapias alternativas como la homeopatía no funcionan, pero que la experimentación animal esté bien o mal no es un hecho objetivo.

Uno de los principales enfoques filosóficos para oponerse a la experimentación animal está centrado en el utilitarismo. Anteriormente ya introdujimos al filósofo Peter Singer, el cual adaptó los postulados del utilitarismo al tema de la experimentación animal. Los seguidores de estas tesis argumentan que la valoración moral de un acto depende de las consecuencias que genera. Según esta vertiente filosófica tenemos que hacernos una pregunta clave, ¿mantener nuestro sistema actual de consumo genera más sufrimiento global? Aquí entramos en un terreno importante, ya que estas personas argumentan que no existen razones para pensar que la capacidad de sufrimiento de los animales sea diferente de la humana. Según ellos, aunque eso no exige que sean tratados como personas, sí que nos obligaría a replantearnos nuestra interacción con ellos.

Pero ¿a qué se debe ese papel tan importante de la capacidad de sufrir? Los movimientos civiles que han reclamado la igualdad de clases, sexos y razas, nunca la han pedido por motivos de inteligencia, fuerza, capacidad económica, destreza o habilidad mental, pues se entiende que los derechos son independientes de esos factores. Los utilitaristas afirman que históricamente se ha utilizado la capacidad de sufrimiento para reclamar la igualdad de derechos, pues si no llegaríamos a una situación donde las personas con fuertes deficiencias mentales no los tendrían. Por todo esto llegan a la conclusión de que, a pesar de que los animales son menos inteligentes, sí que tienen la misma capacidad de sufrimiento que un humano y, por ello, tienen la misma base primordial que nosotros para considerar que tienen derechos.

Otro argumento alejado del utilitarismo para oponerse a la experimentación animal está centrado en la responsabilidad deontológica humana. Los filósofos que afirman que la moralidad es independiente de las consecuencias proponen que existen acciones que no deben realizarse incluso si la inacción produce consecuencias negativas. Uno de los mayores defensores de aplicar esa idea a la experimentación animal es el filósofo Tom Regan, quien argumenta que los animales no humanos tienen derechos por estar vivos y tener habilidades cognitivas parecidas a las nuestras. Por ello propone que, a pesar de que pueden salvarse millones de vidas experimentando con animales, no es correcto hacerlo, del mismo modo que tampoco estaría bien comérselos.

Regan justifica que, aunque los animales no tienen capacidad de hacer valoraciones morales, sí que deben ser tratados con igual respeto que un humano, del mismo modo que otorgamos derechos a los recién nacidos a pesar de que no entienden la moralidad. Como las tesis de Regan no están centradas en la capacidad de sufrimiento, no se aplican a todos los animales, sino a los que tienen deseos, percepción compleja del entorno, memoria y emociones, además de sentimientos de placer y dolor.

Otras vertientes filosóficas no creen en la igualdad total, sino en otorgar algunos derechos básicos como el de no ser propiedad de nadie. Los defensores de este argumento comparan la situación de los animales con la esclavitud humana del pasado, en la cual había ciertas leyes para proteger el bienestar del esclavo, aunque al mismo tiempo se reconocía que tenían un dueño. Este grupo sostiene que centrarse en el bienestar animal empeora el problema, pues favorece que sean vistos como meras propiedades a las cuales se puede poseer dentro de unos límites. Estás personas defienden que sea reconocido el derecho de los animales a no ser propiedad y no ser utilizados con fines alimenticios o de experimentación científica.

Existen muchos más argumentos dentro de los grupos opuestos a la experimentación animal, aunque los tres que he expuesto de forma breve recogen la gran mayoría de planteamientos en contra del uso de animales. En el siguiente punto analizaremos esos argumentos morales para ver hasta qué punto pueden ser válidos.

Otro punto de vista

Si vamos a hablar de derechos y de moralidad, convendría apuntalar bien ambos términos, ya que su ambigüedad genera parte del problema. Cuando hablamos de derechos nos referimos a lo que se concede o reconoce a alguien. La justificación de ese reconocimiento es variada: podemos hablar de derechos que se obtienen al nacer o que se dan por la pertenencia a un grupo. También hay derechos que se heredan y otros que se compran —alquilar una casa te da derecho a estar dentro de ella—. Es decir, hablar de derechos es algo oscuro desde el punto de vista conceptual y articular eso de forma jurídica es muy complicado.

Por otro lado, hablar de derechos también requiere hablar de quién los concede, a quién se le otorgan, cuánto duran y qué consecuencias tendría negárselos. Cuando un estado habla de derechos ya es harina de otro costal. En primer lugar, esos derechos son difíciles de revocar, todo ciudadano puede ejercerlos cuando hay igualdad de condiciones y hay consecuencias por su incumplimiento. O así es como debería ser. Pongamos por ejemplo un caso básico: según el artículo quince de la Constitución Española, todas las personas tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Eso implica que si alguien mata a otra persona debería de haber consecuencias legales, pero incluso en algo tan básico existen contradicciones, ¿qué ocurre si un ciudadano es atacado por otro y en la defensa de su integridad física le quita la vida? Hablar de derechos no es algo que se pueda hacer a la ligera.

Anteriormente mencionamos a Tom Regan. Este filósofo propone que los animales tendrían derechos por estar vivos y tener habilidades cognitivas parecidas a las nuestras; ya que, aunque no tengan la capacidad de hacer valoraciones morales, también existen humanos que carecen de esa habilidad. Ahora bien, si analizamos la cuestión nos daremos cuenta de que los derechos solo tienen sentido si pueden ser ejercidos; por ejemplo, la legislación reconoce la supresión de ciertos derechos cuando el individuo no tiene las habilidades mentales suficientes para tomar decisiones. Por otro lado, hay muchos derechos que solo son reconocidos una vez alcanzada la mayoría de edad. Es decir, solo puede hablarse de derechos en una comunidad de seres capaces de hacer juicios morales y entender los conflictos entre su propio interés y lo que es justo, por lo que el mero hecho de estar vivos no es el origen de nuestros derechos. Hay casos extremos donde lo que he dicho no es aplicable, pero creo que es una visión más completa que la argumentada por Tom Regan.

Por otro lado, hay gente que propone un único derecho para los animales: el de no ser propiedad de alguien. Los defensores de este argumento hacen una analogía con la esclavitud humana, aunque ¿se puede hablar de esclavitud animal? Muchos autores sostienen que no, ya que los animales no tienen una comprensión compleja del mundo que les rodea. Pero entonces, ¿no sería esclavitud forzar a trabajar o experimentar con disminuidos psíquicos?

Para hablar de esclavitud deben darse muchas condiciones y, aunque el sometimiento de la voluntad es crucial, no lo es menos saber si tiene sentido hablar de esclavitud en algunos grupos animales: un perro que vive con una familia no vive esclavizado y privado de libertad. Sencillamente el concepto de esclavitud no tiene sentido para la mayoría de animales por sus características psicológicas, del mismo modo que no tiene sentido hablar de machismo aplicado a un gallo que deja el cuidado de las crías en las manos de la gallina.

También hemos visto que Peter Singer propone que, para valorar si la experimentación animal debe ser permitida, tenemos que ver el problema desde un punto de vista utilitarista y adoptar la posición que genere menos sufrimiento. Según este filósofo, la posición más sensata sería que, aunque no tratemos a los animales como personas, sí que habría que hacerlo con el máximo de los respetos, y eso implicaría no comérselos o experimentar con ellos. Si nos acercamos a esta posición vemos un primer punto controvertido, ¿por qué todo debe de estar basado en el sufrimiento?

Pongamos un ejemplo para ilustrar el problema: la insensibilidad congénita al dolor es una enfermedad rara provocada por daños en los nervios que transmiten la información sensorial, así que un paciente con esta enfermedad es incapaz de sentir dolor. ¿Debería de tener menos derechos esa persona? Ahora entramos en la segunda parte del argumento: el dolor no tiene por qué ser físico. Se podría argumentar que, aunque no exista dolor, sí que hay sufrimiento psicológico ante una injusticia, pero ¿tienen todos los animales la capacidad cognitiva suficiente para entender el concepto de justicia? La respuesta es no.

De este modo, la afirmación de que no existen razones para pensar que la capacidad de sufrimiento de los animales sea diferente a la humana es falsa si nos centramos en la parte psicológica, pues la estructura cerebral de un animal no humano es diferente a la nuestra. En cuanto a la habilidad para sentir dolor físico, sí que es cierto que posiblemente no difiera mucho entre humanos y el resto de animales, pero si alguien insistiera en que la capacidad física para sentir dolor es condición suficiente para conferir derechos legales, en ese caso también habría que dárselos a las cucarachas, los mosquitos, los gusanos, los ácaros del polvo y a la gran mayoría de animales del planeta, pues su habilidad fisiológica para sentir dolor es muy similar a la nuestra. De hecho, los receptores del dolor característicos de los vertebrados —llamados nociceptores— se han encontrado en multitud de invertebrados como gusanos, moluscos y artrópodos[1].

De todos modos, podemos ver esto desde otro punto de vista: la capacidad para sentir dolor es importante, pero aún lo son más las habilidades cognitivas del animal. No obstante, no hay que desdeñar el sufrimiento del resto de seres vivos, y por ello los procesos dolorosos realizados en laboratorios se llevan a cabo bajo anestesia. Los científicos se dan cuenta de que es moralmente reprobable ocasionar dolor sin una justificación, pero el problema ocurre cuando la bondad hacia los animales se quiere transformar en la obligación legal de ponderar el dolor animal y el humano por igual.

Expandiendo el problema

Hay un terreno intermedio donde la moral puede encontrar objeciones: muchas personas estarán a favor de matar a una cierta cantidad de animales para salvar a seres humanos, ahora bien, ¿qué ocurre con la experimentación animal que no está destinada a salvar vidas?

La experimentación agroalimentaria generalmente intenta aumentar la producción de alimentos o mejorar sus propiedades, la biotecnológica está dirigida a producir compuestos que a veces no tienen interés sanitario, la investigación medioambiental intenta detectar, entre otras cosas, contaminantes para proteger a la fauna silvestre. Por último, también hay investigaciones biológicas que no persiguen una aplicación práctica a corto plazo.

Si intentamos ser coherentes, nos daremos cuenta de que la investigación biológica podría tener una aplicación sanitaria; por ejemplo, los avances en genética y fisiología pueden ser la base de la medicina del futuro. Pero ¿qué hacer con el resto de investigaciones?, ¿está bien sacrificar animales para mejorar los rendimientos ganaderos? Se podría argumentar que así se salvará de la escasez alimentaria a la población del futuro, pero sospecho que no sería un buen argumento porque nadie sabe qué pasará a tan largo plazo. De todos modos aquí hay una cuestión básica: cuanto más rendimiento se obtenga de las explotaciones ganaderas, también produciremos un impacto ecológico menor. En cuanto a la investigación ambiental, si el objetivo es preservar la flora y la fauna salvaje, las implicaciones éticas también serían diferentes.

Todas estas preguntas debes responderlas tú, ya que no hay una solución científica para cuestiones que pertenecen al terreno de lo moral, pero de todos modos voy a lanzar una reflexión: si se llega a la conclusión de que la experimentación animal es moralmente reprobable y que habría que prohibirla, entonces también habría que poner sobre la mesa la prohibición de la venta de carne, leche y huevos.

Mucha gente argumentará que para tener una vida sana hace falta comer carne, pero eso no es cierto si se hace una dieta vegana con las debidas precauciones[2]. Por otro lado y admitiendo que necesitáramos una pequeña cantidad de productos animales, ¿realmente comemos carne con fines alimenticios? La realidad es que no. Mucha gente en occidente muere por enfermedades cardiovasculares derivadas del sobrepeso y la mala alimentación, debido a que comemos más de lo necesario y en las proporciones equivocadas. De hecho, la Organización Mundial de la Salud ha advertido muchas veces acerca del consumo excesivo de carne y de los problemas de salud asociados a ello.

No deberíamos ser hipócritas: cuando uno se junta a comer unas hamburguesas con sus amigos no lo hace por necesidad alimentaria, sino por placer, ya que reduciendo el consumo de carne y sustituyéndola por verduras y productos vegetales no solo supliríamos las necesidades básicas, sino que mejoraría nuestra salud. Así que, si vamos a preguntarnos si hay que permitir la experimentación animal cuando no persigue salvar vidas humanas, también habría que preguntarse si hay que prohibir el consumo de carne, ¿dónde están los límites?

Como conclusión final de este capítulo, creo que la cuestión moral puede resumirse en una única pregunta que cada cual debe responder por sí mismo, ¿vale lo mismo la vida de un humano que la de cualquier otro animal?

[1]  A new paradigm for operant conditioning of Drosophila melanogaster. G. Wustmann. Et al. Journal of Comparative Physiology. 1996

[2] Beyond meatless, the health effects of vegan diets: findings from the Adventist cohorts. Lap Tai Le et al. Nutrients. 2014

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