A favor de la experimentación animal (Audiolibro) – Capítulo 1 – Algo de historia

 

Dedicado a Pau y a todos aquellos para

quienes la ciencia no llegó a tiempo.

 

Introducción

Soy consciente de que este libro tiene un título controvertido: la experimentación animal es un tema rodeado de mucho desconocimiento y rechazo por gran parte de la ciudadanía. Por otro lado, las asociaciones que se muestran en su contra son numerosas y están compuestas por gente muy concienciada. Por ello, este ensayo no pretende generar polémica y mi mayor deseo es el respeto y la veracidad.

No obstante y a pesar de ese intento de objetividad, quien lee estas líneas merece saber que mi opinión acerca de la experimentación animal es favorable, así que, aunque este libro tiene algunas dosis de opinión, te invito a sumergirte en los datos ofrecidos y las preguntas generadas. Puede ser que al final nuestras opiniones sean diferentes, pero creo que valorarás positivamente haber leído argumentos nuevos.

He dicho que este es un tema controvertido. De hecho, si vamos a los datos podemos ver que vivimos en una sociedad dividida: en 2010 se publicaron los resultados del Eurobarómetro nº 340, titulado La ciencia y la tecnología, y en él se vio que la media europea a favor del uso de animales en investigación científica era del 44%, mientras que el 37% estaba en desacuerdo. España registró la tasa más alta de gente a favor y en total había once países con más del 50% de consentimiento ciudadano. Por el contrario, en Luxemburgo solo el 29% estaba a favor, habiendo cuatro países más dónde menos del 50% aceptaba esas prácticas (Finlandia, Eslovenia, Francia y Suecia). [1]

También resulta interesante ir más allá del dato puntual y ver la evolución temporal: si nos vamos a esa misma encuesta, pero del año 2005, observamos que Europa ha pasado de un 34% en contra al 37% actual, es decir, la sociedad cada vez rechaza más la experimentación animal.[2]

No es posible comparar esos porcentajes con los últimos eurobarómetros porque dejaron de incluir las preguntas sobre experimentación animal, pero en los Estados Unidos de América podemos encontrar datos más recientes. El Pew Research Center publicó en 2015 una encuesta sobre la opinión ciudadana acerca de temas científicos, y en ella se vio que la media de americanos que estaba en contra de la experimentación animal era del 50%, cuando esa cifra fue del 43% en 2009.

Además, se pueden observar otras tendencias que confirman que la sociedad evoluciona hacia una postura negativa en este tema. Por ejemplo, en la misma encuesta comentada anteriormente, la media de ciudadanos en contra era del 56% en menores de treinta años, pero del 42% en mayores de sesenta y cinco, así que el relevo generacional se está produciendo con un grupo de población que se opone a la experimentación animal.[3]

Si avanzamos un poco veremos que este es un tema altamente polémico, ya que tiene implicaciones que se extienden a cuestiones científicas, legales y morales. ¿Hasta qué punto es lícita la experimentación animal?, ¿es posible el avance médico sin ella?, ¿existen alternativas?, ¿qué dice la legislación actual? Abordaremos todas esas preguntas a lo largo del libro e intentaremos desmitificar alguna de las respuestas.

Ahora sería interesante apuntalar bien el tema que vamos a tratar, así que empezaré con la pregunta más básica, ¿qué es la experimentación animal? Si pretendemos dar una respuesta objetiva, podríamos definirla como el uso de animales en ambientes controlados para realizar estudios científicos. Ahora bien, ¿qué tipos tenemos? La experimentación animal es muy variada y nos adentraremos en su clasificación, aunque por el momento será suficiente con lo que se ha definido aquí.

Para terminar tengo que hacer una última reflexión: soy consciente de que este libro puede generar polémica y mentiría si dijera que lo he escrito sin miedo. Tal vez no conozcas mucho acerca de este tema —y por eso estás leyendo este libro— pero, dentro de los movimientos en contra de la experimentación animal, hay una minoría que es muy agresiva.

También hay que decir que confío en la buena voluntad de las personas que se oponen a la experimentación animal, ya que su posición nace del respeto a la vida y de unas convicciones morales muy fuertes. No obstante y antes de iniciar este texto, veo imprescindible dejar claro que no es un tema fácil de exponer, ya sea por la complejidad del asunto o por lo que se juegan las personas que intentan hablar de él libremente.

[1] Special Eurobarometer 340 / Wave 73.1 – TNS Opinion & Social

[2] Special Eurobarometer 224 / Wave 63.1 – TNS Opinion & Social

[3] Americans, Politics and Science Issues. Pew Research Center, 2015.

Capítulo 1. Algo de historia

Antes de hablar directamente de la experimentación animal, creo que puede ser muy ilustrativo explicar el contexto histórico de la misma, pues desde sus inicios hasta la actualidad no solo han cambiado las técnicas que se utilizan en los laboratorios, sino que también ha evolucionado la forma de oponerse a ella.

La experimentación animal es muy antigua: Galeno en el siglo II d.C. ya la practicaba, Richard Lower en el siglo XVII realizó la primera transfusión de sangre utilizando perros y Charles Darwin y Louis Pasteur la usaron de manera intensa durante todo el siglo XIX para el avance de la ciencia básica y la medicina. No obstante, la oposición a la experimentación animal es igualmente antigua y comenzó casi al mismo tiempo.

De manera anecdótica podemos decir que, en el siglo XVII, el médico irlandés Edmund O’Meara calificó de tortura la disección de animales vivos. Ahora bien, aunque hubo intensos debates en la Europa del siglo XVIII sobre si el sufrimiento animal era justificable para aumentar el conocimiento científico, la realidad es que hubo que esperar hasta el 1822 para que apareciera la primera ley completa de protección animal, que fue promulgada por el parlamento inglés y a la cual le siguió en 1876 la primera ley que regulaba la experimentación animal.

Como dato memorable hay que decir que uno de los grandes promotores de esa ley fue el naturalista inglés Charles Darwin, que aunque no estaba en contra de la experimentación animal sí que estaba a favor de regularla.

Hasta ese momento hubo cierto debate sobre la cuestión, pero la realidad es que no había un movimiento fuerte en contra de la utilización de animales en la investigación médica. Esto comenzó a cambiar cuando en 1824 se fundó en Reino Unido la Real Sociedad para la Prevención del Maltrato Animal.

Si avanzamos en la historia vemos que el movimiento en contra de la experimentación animal aún no existía, así que hubo que esperar hasta el siglo XX para que se organizara, y lo creas o no, todo se debió a la estatua de un perro.

The Brown Dog affair

Antes he mencionado la disección de animales, pero me gustaría aclarar de qué estamos hablando. La conocida como vivisección no es otra cosa que hacer cirugías en animales vivos para hacer experimentación científica o actividades docentes. Por ejemplo, había muchos cirujanos que practicaban con cerdos anestesiados antes de dar el salto a personas, o muchos experimentos que consistían en seccionar quirúrgicamente nervios de animales para ver qué ocurría e identificar sus equivalentes en humanos.

Ahora volvamos a situarnos históricamente: a finales del siglo XIX el movimiento en contra del maltrato animal había comenzado a organizarse. Todo esto se tradujo en que en el Reino Unido —una de las potencias científicas del momento— comenzó a forjarse una fuerte oposición a la vivisección. Además, como la reina Victoria también estaba en su contra, la comunidad científica fue puesta en el punto de mira de la sociedad.

El movimiento en contra de la vivisección cada vez era más fuerte. Al mismo tiempo, el número de experimentos se multiplicó por sesenta en el Reino Unido desde el año 1875 hasta el 1900, por lo cual, el choque de trenes ideológicos era imposible de detener.

En 1876 se firmó el primer tratado que regulaba la experimentación animal gracias a la presión de los colectivos que estaban en su contra, al apoyo de la reina de Inglaterra y a un sector de científicos que reclamaban más regulación. La nueva ley estipuló que los animales debían ser anestesiados siempre y cuando esto no interfiriera con el experimento. Además, solo podían ser utilizados una vez y después tenían que ser sacrificados. Cuento todo esto para que se entienda el clima de conflicto que se respiraba en la época victoriana respecto a la experimentación animal, lo cual explica qué ocurrió a continuación.

A lo largo de la historia han existido personas valientes, pero si algo requirió coraje por parte de la sociedad fue el movimiento feminista que luchó a lo largo del siglo XIX y XX por la igualdad de la mujer, y una de esas personas fue Emilie Augusta Louise «Lizzy» Lind af Hageby.

Lizzy nació en 1878 en el seno de una familia acomodada de Suecia, se educó en Inglaterra y estudió en el famoso colegio de élite Cheltenham College que, entre otras destacadas alumnas, contó con la famosa arqueóloga Maud Cunnington, la escritora May Sinclair o la sufragista y defensora de los derechos de la mujer Annette Bear-Crawford. Esa educación le dio unos conocimientos y una cultura superiores al de la mayoría de mujeres de su época, que tristemente se veían abocadas al abandono de los estudios y al matrimonio. Lizzy tuvo suerte y al vivir una situación económica sin preocupaciones pudo viajar por el mundo, acumular experiencias, leer y escribir. Comenzó su activismo dando conferencias en oposición al trabajo infantil, la prostitución, a favor de la emancipación de la mujer y, finalmente, también sobre los derechos de los animales.

Después de estas experiencias, Lizzy se fue a París junto a otra mujer sueca, Leisa Katherine Schartau. Visitaron el Instituto Pasteur y conocieron de primera mano en qué consistía la vivisección. Tras esa primera impresión decidieron unirse a una sociedad antiviviseccionista.

Lizzy fue promovida a la presidencia de la asociación al poco tiempo de comenzar su activismo, así que al verse en esa situación decidió en 1902 que tenía que viajar a la Escuela de Medicina junto a su amiga Leisa. ¿Cuál era su objetivo? Obtener educación médica para comprender cómo se realizaban las vivisecciones.

Ahora es cuando vamos al otro lado de la historia. A principios del siglo XX, en la Universidad de Londres, había dos científicos muy relevantes: Ernest Starling y William Bayliss. Estos fisiólogos utilizaban la vivisección en perros para continuar con los trabajos del médico ruso Ivan Pavlov.

Recordemos que las leyes sobre la experimentación animal se habían endurecido en las últimas décadas, así que Bayliss y Starling habían adquirido una licencia para viviseccionar animales. Pero ¿qué hacían en el laboratorio? Seccionaban nervios concretos en los animales para entender si el sistema nervioso ejercía algún control sobre el páncreas. De hecho, descubrieron que ahí era donde se producían los jugos digestivos al detectar un aumento de la acidez en los intestinos. Además, verificaron que todo ese proceso no se producía mediante el control nervioso, sino gracias a un reflejo químico que resultó ser nuevo para la ciencia. Fue de este modo como se descubrieron las hormonas, que básicamente son compuestos químicos que regulan la actividad de otros órganos después de ser transportados hasta allí.

Bayliss y Starling también hicieron muchas contribuciones en otros campos de la fisiología, pero lo que no se podían imaginar era que en sus lecciones se iban a colar dos activistas en contra de la vivisección: Lizzy Lind af Hageby y Leisa Katherine Schartau.

Las activistas asistieron en total a cien conferencias y unas veinte vivisecciones, y finalmente escribieron un libro contando sus experiencias y titulado The Shambles of Science: Extracts from the Diary of Two Students of Physiology[1]. En un capítulo del libro relataron que William Bayliss realizó una vivisección con el objetivo de explicar algunos conceptos de fisiología a sus estudiantes. El animal era un perro Terrier y, a pesar de la situación, los estudiantes de fisiología parecían divertirse y hacer bromas a costa del animal muerto. Al final del capítulo, también acusaban a Bayliss de no anestesiar bien al perro. El fisiólogo se defendió de las acusaciones e insistió en que lo relatado no era cierto, así que exigió una disculpa pública por las partes del libro que le involucraban y dañaban su imagen de investigador científico. Como no hubo una disculpa pública, Bayliss presentó una demanda y a finales de 1903 comenzó el juicio.

Durante el proceso, Starling fue llamado como testigo y admitió haber cometido una ilegalidad: había usado el perro dos veces en dos clases diferentes antes de sacrificarlo, pero alegó que quiso matar menos animales y que por eso lo reutilizó. Por su parte Bayliss —que fue quién realizó la vivisección— testificó que sí que le había administrado suficiente anestesia al perro y detalló su composición. El movimiento antiviviseccionista llevó a un veterinario que acusó al científico de que la anestesia descrita no era suficiente, pero un veterinario que representaba al organismo independiente del Royal Veterinary College dijo que la dosis administrada por Bayliss sí que era adecuada. Además, el científico explicó que había una cuestión cierta en lo relatado por las activistas: el perro tenía algunos espasmos durante la vivisección porque padecía Corea, un trastorno neurológico que produce movimientos involuntarios.

Por su parte, todos los testigos declararon que el perro había permanecido inconsciente durante la intervención, pero las activistas sostuvieron como única prueba que no olía a anestesia. Finalmente, se entendió que no había corroboración posible para lo que Lizzy Lind af Hageby y Leisa Katherine Schartau sostenían en su libro.

Al final del juicio, el jurado determinó que Bayliss tenía la razón y que había sido difamado, lo cual afectaba a su carrera de investigador científico. Como indemnización se le pagaron cinco mil libras, dinero que donó en su totalidad a la Universidad de Londres para su uso en investigación científica. No obstante, el resultado del juicio no contentó al movimiento en contra de la vivisección y convirtieron al perro sacrificado por Bayliss en un símbolo.

En 1906 los activistas inauguraron en el distrito de Battersea (Londres) un monumento en honor al perro, y fue entonces cuando los problemas empezaron de nuevo. A la estatua le acompañaba una placa que decía: Hombres y mujeres de Inglaterra, ¿cuánto tiempo dejaremos que ocurran estas cosas? Los estudiantes de medicina protestaron enérgicamente con actos de vandalismo contra el monumento, que tuvo que ser protegido por la policía después de sufrir varios ataques.

Finalmente, en diciembre de 1907, ocurrió la desgracia que se estaba gestando: mil estudiantes de medicina se manifestaron en contra del monumento y ocurrieron fuertes disturbios que involucraron también al movimiento a favor del sufragio femenino, los sindicalistas y cuatrocientos oficiales de policía, en lo que se conocieron como las revueltas del perro marrón. El ayuntamiento tuvo que proteger día y noche la estatua, pero algunos parlamentarios se quejaron de que hacerlo costaba setecientas libras anuales, así que finalmente mandaron retirar el monumento en 1910[2].

La evolución del movimiento

Nos hemos quedado en el Reino Unido de principios del siglo XX, pero al mismo tiempo estaban sucediendo cosas en el resto del mundo. El caso del perro de Bayliss ayudó a la difusión de las ideas antiviviseccionistas, y gracias a eso el movimiento creció enormemente. Por otro lado, la comunicación entre las asociaciones contra la crueldad de los animales, los grupos en contra de la vivisección y el movimiento vegetariano —que más tarde evolucionaría al movimiento vegano— estaba ayudando a que todas las asociaciones convergieran en un ideal común: exigir derechos para los animales y criticar la experimentación animal.

Mientras esa idea crecía, el movimiento en contra de la experimentación animal se iba forjando, pero al mismo tiempo encontró un aliado inesperado en la Alemania nazi: Adolf Hitler.

Ya hemos comentado que, a principios del siglo XX, el único lugar con leyes estrictas, claras y completas sobre la experimentación animal era Reino Unido, pero cuando en 1933 el partido nazi llegó al poder en Alemania, este aprobó un gran conjunto de leyes para la protección de los animales. Básicamente se trataba de unas medidas similares a las inglesas, e incluso se llegó a prohibir la caza y la vivisección animal —que más tarde sería otra vez legalizada y estrictamente vigilada—. De hecho, Hitler era afín al movimiento vegetariano y promovió su práctica entre los principales líderes del partido nazi.

Cuando el horror llegó a Alemania y se aprobó el exterminio de judíos, gitanos y demás colectivos, Hitler autorizó la experimentación en humanos como alternativa al uso de animales.

El resto de la historia es de sobra conocida: una guerra mundial, campos de concentración, bombas atómicas, experimentos horribles y la destrucción de un gran número de países. Cuando la guerra terminó se descubrieron los documentos que demostraban que se habían realizado experimentos científicos usando a civiles en contra de su voluntad, así que se inició un serio debate a nivel mundial sobre cómo debía realizarse la experimentación científica. El resultado de ese debate fue el Código de ética médica de Núremberg, que expone los principios que deben cumplirse al hacer experimentación con seres humanos. Entre otros puntos se estipuló que un paciente debe ofrecer su consentimiento antes de experimentar con él, que se le deben explicar todos los detalles del experimento y que, además, solo puede experimentarse con humanos si previamente se ha probado la seguridad del procedimiento en animales de laboratorio.

Después de la Alemania nazi, la experimentación animal se extendió como metodología para hacer avanzar la medicina y la ciencia. Por otro lado, el consumo de carne por habitante se incrementó hasta niveles nunca vistos, y por ello en la década de 1950, ante el aumento del uso de animales en investigación y alimentación, dentro del movimiento a favor de los derechos animales se comenzó a hablar de un nuevo concepto: la acción directa.

A principios de 1960 todos los colectivos en defensa de los animales se unieron ante un enemigo común: la caza. En este episodio de la evolución del movimiento en contra de la experimentación animal tuvo un papel muy relevante el psicólogo Richard D. Ryder, uno de los reformadores de la Hunt Saboteurs Association[3], creada por el periodista John Prestige en 1964. Básicamente ese movimiento empezó con acciones no violentas; por ejemplo, impregnar el bosque de falsos olores para confundir a los perros utilizados por los cazadores. Pero entonces un debate se instaló en la asociación: ¿debían de hacerse acciones violentas?

Los partidarios de la violencia argumentaban que los animales tenían derechos y que la única forma histórica de reivindicarlos era con el uso de la fuerza. Se pusieron en tela de juicio no solo las acciones en contra de la caza, sino también a la experimentación animal y la ganadería. Finalmente, Richard D. Ryder fue elegido miembro del consejo de la organización y más tarde fue su nuevo presidente.

Durante todo ese proceso, Ryder comenzó a escribir cartas a diversos periódicos y a repartir folletos en las universidades. Fue en aquellas protestas donde acuñó el término de especismo, que critica la postura de tratar de forma diferente a los animales no humanos solamente por no ser de nuestra especie.

Ryder intentó apaciguar las ansias de violencia dentro del movimiento, pero no pudo evitar que muchos miembros aún fueran partidarios de ese cambio de rumbo.

Por aquella época ya estaba cobrando forma el movimiento en contra de la experimentación animal, el cual tenía sus orígenes en los antiviviseccionistas y el grupo de saboteadores de la caza. Finalmente, en el año 1973, ya se comenzaba a hablar de forma directa de la prohibición de la experimentación animal y del movimiento a favor de los derechos animales, y fue entonces cuando llegó el libro que acabó de darle forma: Animal liberation[4].

Peter Singer era un filósofo que residía en Oxford, lugar que el movimiento en contra de la experimentación animal tenía en su punto de mira. Singer desarrolló unas ideas propias que le llevaron al veganismo y, además, a pensar que la utilización de animales por parte del ser humano era una opresión para el resto de especies. Inspirado por los movimientos de liberación racial y sexual, este filósofo acuñó el término de liberación animal para la lucha de los derechos de los animales. Además, aplicó al debate filosófico el principio del utilitarismo, que viene a decir que un acto es correcto si nos lleva a un incremento de la felicidad para el mayor número de individuos. Singer argumentaba que no había motivo para suponer que el sufrimiento animal era diferente del humano, así que esa reflexión nos debía llevar a una conclusión: nuestro sistema está asentado en el sufrimiento injusto de otras especies que nos sirven de alimento.

Si bien Singer se centró en la alimentación, Richard D. Ryder publicó dos años después su libro Victims of Science: The Use of Animals in Research[5], donde aplicaba muchas de las ideas de Singer a la experimentación científica. A la vez que Ryder, muchos otros escritores publicaron libros similares donde se exigía el reconocimiento del sufrimiento animal y se pedía la prohibición de utilizarlos en el laboratorio.

Mientras todo esto sucedía, otra persona entró en escena: el estudiante de derecho Ronnie Lee. Cuando el debate sobre la violencia se instaló en la Hunt Saboteurs Association hubo un grupo de socios que, mostrando su descontento al no poder utilizar la violencia de forma más intensa, se escindió y formó su propio grupo. Comenzaron atacando físicamente a cazadores, pero cuando Richard D. Ryder puso el punto de mira sobre la experimentación animal también comenzaron sus ataques a la Universidad. En noviembre de 1973, algunos militantes de ese grupo incendiaron un laboratorio de investigación de la empresa Hoechst Pharmaceuticals. Se autodefinieron como una organización guerrillera dedicada a la liberación de los animales y continuaron con sus acciones violentas de manera intensa.

Finalmente fueron juzgados y encarcelados por sus actos, pero tras la puesta en libertad de Ronnie Lee, se juntaron de nuevo y fundaron el Frente de Liberación Animal (ALF). Este grupo incrementó sus dosis de violencia que se traducía en amenazas, intimidación e incendios.

No obstante, algunos miembros creían que aún tenían que ser más violentos, así que decidieron dar el salto a los ataques físicos contra personas. Fue así como nació la Animal Rights Militia[6], a la cual muchas autoridades judiciales consideran el brazo armado del Frente de Liberación Animal.

Uno de los ideólogos de ese movimiento violento es el filósofo Steven Best, quien considera que los animales no tienen capacidad de lucha, así que los defensores de sus derechos están legitimados a realizarla por ellos. Desde 1980 hasta la actualidad, el grupo ha mandado numerosas cartas bomba a políticos —Margaret Thatcher recibió una de ellas—, han puesto coches bomba contra biólogos que utilizan la experimentación animal, han perpetrado intentos de asesinato contra científicos como el doctor Andor Sebesteny de la Fundación de Investigaciones Oncológicas Británica (ICRF) y han intentado hacer envenenamientos masivos en señal de protesta.

Algunos ideólogos originales del movimiento argumentan que la lucha animalista tiene que ser filosófica y moral, pero el Frente de Liberación Animal y la Animal Rights Militia —considerados en los países donde operan como organizaciones terroristas— siempre han defendido que la lucha es parte necesaria de la revolución que quieren llevar a término. En la actualidad existen varias tendencias dentro del movimiento y la violencia ha cobrado mayor importancia, aunque es cierto que no es la posición mayoritaria de los activistas en contra de la experimentación animal.

Al mismo tiempo que todo esto pasaba, otras personalidades llegaron al movimiento con nuevas ideas. Henry Spira fue el iniciador de las primeras campañas de desprestigio y creó las listas de la vergüenza de organizaciones que usaban animales. Sus campañas más notables fueron en contra de la investigación cosmética, y en particular contra la multinacional de productos de belleza Revlon.

Spira publicó anuncios en las primeras páginas de algunos periódicos, mostrando fotografías de conejos con los ojos dañados por la experimentación y señalando directamente a Revlon. La empresa quedó acorralada por la mala prensa y tuvo que dejar de testar sus productos en animales.

Finalmente, en la década de 1990, las bases filosóficas del movimiento en contra de la experimentación animal quedaron asentadas en dos ideas: que los animales deberían tener derechos legales y que la experimentación científica tenía que ser prohibida.

[1] Podría traducirse como El matadero la de Ciencia: Extractos del diario de dos estudiantes de fisiología.

[2] Como dato curioso es remarcable que, en el lugar donde estuvo el monumento original, actualmente se puede ver otra estatua al perro sacrificado, que fue instalada décadas después.

[3] Traducido sería la Asociación de Saboteadores de la Caza.

[4] Traducido al español sería Liberación animal

[5] Traducido del inglés sería Víctimas de la ciencia: el uso de animales en investigación.

[6] Traducida al español como Milicia de los Derechos Animales.

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