Test de inteligencia, racismo y catolicismo.

Este artículo tiene tres ejes temáticos: la utilización de los test de inteligencia para justificar teorías racistas; la polémica sobre Cyril Burt, acusado de fraude científico; y por último una breve presentación de datos sobre el poder académico de la iglesia católica. Los tres temas en el fondo forman parte de un mismo problema: la manipulación de la ciencia para justificar ideas reaccionarias.

Empecemos por el primer punto: los test de inteligencia. Estos fueron creados, en Francia en el año 1905, por Alfred Binet, quien utilizaba estos test como herramienta pedagógica que permitía de una manera rápida clasificar alumnos y conocer cuáles eran sus puntos fuertes y cuáles eran las disciplinas que había que reforzar.

En 1908 Henry Herbert Goddard tradujo al inglés los test de Binet y los difundió por Estados Unidos. Goddard pronto descubrió que la población latina, negra y los emigrantes del sur y este de Europa, obtenían unos resultados muy inferiores a la población blanca de origen anglosajón, es decir, que había una clara relación entre el cociente intelectual (en adelante CI, en inglés IQ Intelligence Quotient) y el origen racial. Goddard concluyó que los test realmente medían la inteligencia y que el hecho de que hubiese “razas” con mejores medias en los test y otras con peores era debido a que la inteligencia se hereda genéticamente.

En 1909 Cyril Burt (1883-1971) hizo un estudio en el Reino Unido en el que realizó test de inteligencia a niños y adolescentes de clases altas y de clases bajas, también a hijos de miembros de la famosa Royal Society y a hijos de obreros. Según Burt los resultados mostraban claramente que la inteligencia es heredable. Además, afirmó que la estratificación social y económica se corresponde a las habilidades intelectuales, es decir, los ricos son más listos que los pobres y por eso son ricos.

Durante la 1ª guerra mundial el ejército estadounidense realizó de una manera masiva test a sus soldados y los resultados mostraban de nuevo que los clasificados como negros (afrodescendientes), latinos, pobres y emigrantes del sur y este de Europa tenían unos CI mucho más bajos que la media. Estos datos dieron alas al racismo y al clasismo, que de hecho ya llevaba décadas siendo defendido como hipótesis plausible por parte de la comunidad científica (darwinismo social y frenología). Además, estos resultados tuvieron unas consecuencias políticas importantes, ya que se utilizaron como argumento en los debates que llevaron al Congreso de los EEUU a aprobar la Immigration act 1924 que señalaba una serie de discriminaciones nacionales, que premiaban con facilidades para emigrar y cuotas más altas a los europeos de países anglosajones, germánicos y escandinavos (en Australia hoy en día aun funciona una ley de emigración parecida) y limitaba la emigración de otros países.

Aquí hay que hacer un inciso, ante la dificultad de responder a la pregunta de qué es la inteligencia, se daba por sentado que de hecho los test de inteligencia sí que medían la inteligencia. Un psicólogo llamado E.G. Boring definía la inteligencia como aquello que miden los test de inteligencia… Esto, igual que las teorías racistas, no convencieron a todo el mundo, de hecho pronto surgieron las críticas, por ejemplo, las realizadas por el antropólogo Franz Boas, gran admirador de la cultura inuit (fue salvado por los esquimales cuando se perdió en el transcurso de una expedición científica en Canada) quien criticó estas pruebas acusándolas de etnocéntricas.

Los test diseñados por Cyril Burt y por otros especialistas de la época trataban de estudiar y medir la inteligencia como si de la altura o el peso se tratara. El tipo de preguntas que se realizaban solían tener como criterios el rendimiento académico y aptitudes y habilidades valoradas laboral y socialmente en la cultura occidental, en concreto por las clases altas e instruidas (de ahí la crítica de ser pruebas etnocéntricas). Lógicamente, al tener los test esos criterios, aquellas personas que académica o socialmente no estaban entre los grupos de los socialmente considerados “triunfadores” ni participaban de sus valores, obtenían unas puntuaciones bajas en las pruebas, es decir, tenían unos coeficientes intelectuales bajos.

La crítica a las teorías deterministas de Goddard y Burt consistían en achacar las diferencias a factores ambientales y sociales, es decir, si tus padres no han cogido en la vida un bolígrafo, lo más probable es que tú tampoco estés demasiado familiarizado con los libros y el mundo académico y, por lo tanto, difícilmente te vas aclarar con unos test de inteligencia que se hacen con papel, boli e instrucciones por escrito.

Para refutar las críticas, Burt diseño unos experimentos que consistían en buscar por todo el Reino Unido a hermanos que hubiesen sido educados en ambientes diferentes; especialmente se interesó por los hermanos gemelos separados al nacer, por ejemplo, dados en adopción a diferentes familias de diferentes clases sociales y de diferentes ambientes. El resultado no podía ser más claro, a pesar de haber sido separados y criados en ambientes diferentes los gemelos obtenían unos mismos CI con apenas unas pocas décimas de variación. Esto probaba que había una clara determinación genética y biológica en los resultados de CI obtenidos.

Gracias a estudios de esta clase, Cyril Burt ganó prestigio y comenzó a elaborar sus propios test de inteligencia. Con el tiempo, estos test fueron adoptados en la prueba conocida como “Eleven Plus”, que es un examen que durante décadas funcionó en el Reino Unido y que consistía en una especie de reválida para clasificar a los estudiantes británicos y dirigirlos a diferentes centros de enseñanza.

Desde sus primeros trabajos de investigación en 1909 hasta su muerte en 1971, mantuvo una actividad académica prolífica e incansable, es decir, durante más de 60 años Burt publicó numerosos libros y artículos en revistas científicas. Gracias al prestigio alcanzado, en 1942 Cyril Burt fue elegido presidente de la British Psychological Society, también recibió premios y reconocimientos por parte de la Sociedad Estadounidense de Psicología (APA). Por si fuera poco, Burt recibió el aristocrático título de Sir, otorgado por la mismísima reina de Inglaterra. Por cierto, también era uno de los más destacados socios de la British Eugenics society (sociedad eugenésica británica) y fue impulsor de las asociaciones y clubs para personas con alto CI.

Sus ideas y teorías tuvieron fuerte resonancia, aparecían en los libros de texto de la década de los 60 y 70 e influyeron en las explicaciones biologicistas de los fenómenos sociales, por ejemplo en 1969, Arthur Jensen publicó en la Harvard Educational Rewiew un artículo en el cual defendía que la mayor parte de las diferencias entre blancos y negros en los resultados obtenidos en los test de CI se debían a causas genéticas y evolutivas.

Las implicaciones políticas de estas teorías eran más que evidentes, y recordemos que en estas fechas en EEUU se estaban produciendo fuertes protestas por parte de los afrodescendientes, protestas por el fin de la segregación racial, por la igualdad social y por los derechos, son los años de Martin Luther King y también de los Black Panther. En otros lugares del mundo como en Sudáfrica la política de segregación racial, apartheid, duró hasta 1992. La ciencia no estaba al margen de este campo de batalla.

Las implicaciones no sólo eran raciales, sino que también tenían una lectura social: quienes más ingresos y dinero tenían eran quienes más CI y al revés, esto servía para justificar desde un supuesto punto de vista darwiniano, evolutivo y biológico, las desigualdades sociales y el orden social y económico capitalista.

En 1972, al poco de la muerte de Burt, el psicólogo L. Kamin revisó las cifras de los estudios de Burt sobre gemelos e indicó que estas no eran creíbles ya que durante 11 años siempre y en todos los casos Burt había dado la misma media final con similitud de hasta tres decimales y que, en cambio, cuando los experimentos eran repetidos por otros psicólogos realizando test de inteligencia a gemelos que se habían educado separados, los resultados eran completamente diferentes a los obtenidos por Burt y mostraban una mayor diferencia de CI. De hecho, en esa época hubo hasta tres equipos de investigación que hicieron estudios de ese tipo y que desmentían los resultados de Burt.

La sospecha comenzó a convertirse en acumulación de evidencias, después de la muerte de Burt se revisaron sus libretas de apuntes, pero gran parte de sus materiales no existían, como excusa se dijo que habían sido destruidos. Burt había afirmado haber hecho un exhaustivo seguimiento de hasta 53 parejas de gemelos entre los años 1955 y 1966, realizando test periódicos. Se empezó a buscar a las 53 parejas de gemelos estudiados por Burt, la mayoría de ellos no apareció por ningún sitio y tampoco había pruebas de que en algún momento hubiesen existido; además, la cantidad de casos de gemelos separados era exageradamente extraña y elevada. Por otro lado se buscó a dos de sus principales colaboradoras, Miss Conway y Miss Howard, y sorprendentemente no aparecieron por ningún sitio. Finalmente, la secretaria de Burt reconoció que los artículos firmados por estas supuestas científicas y publicados en una revista editada por Burt, eran en realidad artículos escritos por Burt.

El escándalo saltó definitivamente a la luz. Los partidarios de Burt, liderados por Jensen (el del artículo que afirmaba que la causa de la inferioridad en el CI de la población negra era por motivos genéticos) defendieron la memoria de Burt y achacaron a imprecisiones involuntarias y a falta de cuidado los errores y extrañas cifras dadas por Burt.

En 1979, Hearnshaw publicó el libro “Sir Cyril Burt: Psicologist”, su autor en un principio había iniciado la investigación con la esperanza de defender la memoria de Burt, pero finalmente había llegado a la conclusión de que las acusaciones eran válidas y que todos los indicios indicaban a que Burt había inventado las cifras y había falsificado escandalosamente experimentos y datos. El libro de nuevo encendió la polémica.

En 1980 el British Journal of Psychology (principal medio de expresión de la asociación de psicólogos británicos, la cual había sido presidida por Burt) publicó una recesión (invalidación) del libro que Hearnshaw había escrito sobre Burt, pero en este artículo de recesión se reconocía que “dejando de lado la cuestión del fraude, la pura verdad es que la evidencia decisiva de sus datos sobre el CI son científicamente inaceptables” y se lamentaba que esos datos hubiesen entrado en casi todos los libros de texto de psicología. De esa manera se daba al difunto Burt el beneficio de la duda, pero se reconocía que sus datos y estudios no eran de fiar. Hoy en día la controversia de si hubo fraude deliberado o no, continúa vigente, aunque muchas pruebas apuntan a que sí lo hubo.

Aunque la figura de Burt había perdido prestigio, la teoría sobre la determinación hereditaria de la inteligencia no decayó, de hecho, se vio potenciada por miles de pruebas de test de inteligencia realizadas en EEUU y también por otras realizadas en otros países. En 1994 se publicó el libro “The bell curve”, traducido al castellano como “La Campana de Gauss”) que afirmaba que las diferencias en los índices de cociente intelectual entre razas tenían un fuerte componente de origen genético hereditario (entre un 40% y un 80%). Además, vinculaba estas diferencias al nivel socioeconómico, de manera que si una persona tenía un CI alto tendía a ascender socialmente aunque su medio inicial fuera de clase baja y al revés. El punto más polémico era el de la clasificación de datos por grupos étnicos y raciales: la media de los blancos norteamericanos era de 103; los latinos tenían una media de 89; los afroamericanos 85; las personas de origen asiático 106; finalmente los clasificados como judíos tenían 113. La polémica estaba servida.

Las críticas a este libro no se hicieron esperar y encontraron algunos buenos argumentos que ponían en cuestión la afirmación de que las diferencias genéticas son la principal causa de las diferencias en el CI. Para refutar las tesis de “The bell curve” se utilizó la teoría que se conoce como “efecto Flynn” que se basa en un estudio realizado por el científico James Flynn, en el que comparaba tests aplicados a dos generaciones distintas de jóvenes holandeses de 18 años, una de 1952 y otra de 1982. Los resultados mostraban que con el paso de los años había un aumento constante y paulatino en el CI. Después Flynn reunió datos de 30 países y observó que el CI medio mundial parecía aumentar en 3 puntos por década. El mismo Flynn indicó que esto se debía a cambios sociales, en concreto a la mayor cantidad de gente realizando estudios académicos y adquiriendo una cultura basada en la escritura y la lectura.

Sin embargo, algunos estudios realizados en EEUU a niños dados en adopción mostraban que los niños negros que habían sido educados en familias blancas tenían buenos resultados en los test de inteligencia, pero continuaban dando resultados inferiores a los niños blancos adoptados. La psicóloga Elsie Moore revisó estos estudios e hizo otros nuevos. Tomó como requisito que los niños adoptados tuvieran situaciones lo más semejantes posibles, ya que observó que en los estudios precedentes no se tenía en cuenta que por motivos raciales los niños blancos solían ser adoptados antes y los niños negros solían pasar más tiempo en los orfanatos. Así pues, Elsie Moore tuvo en cuenta que los sujetos de estudio hubiesen sido dados en adopción a la misma edad y a familias adoptivas con contextos parecidos. Las conclusiones dejaron en relieve la importancia del factor ambiental y tumbaron muchos de los argumentos esgrimidos por los partidarios de las tesis racistas. Con esas premisas los resultados en los test de CI eran mucho más igualados y apenas había diferencias significativas. Un dato curioso era que los niños de cualquier “raza” adoptados por familias blancas alcanzaban medias de CI 13 puntos por encima de los que fueron acogidos por familias negras. Esto muestra que el contexto donde se educa y desarrolla un individuo es clave. Un ejemplo, que sirve de símil: un culturista consigue tener grandes músculos por el entrenamiento constante y por la alimentación, y no tanto porque haya heredado genéticamente los músculos de sus padres.

Actualmente los test siguen teniendo vigencia y nuevas versiones renovadas y actualizadas son utilizadas como orientación académica y también en pruebas de selección de personal. Los test se utilizan porque resultan útiles, pero lo que hay que tener claro es que una cosa es el CI y otra cosa distinta es lo que en lenguaje ordinario llamamos inteligencia. Utilizando otro ejemplo: es de sentido común que hay alumnos con malos resultados académicos, pero que son muy inteligentes y otros que obtienen buenas notas a pesar de tener una inteligencia mediocre… En este artículo no vamos a profundizar mucho más en el concepto de inteligencia, simplemente nos quedamos en que la inteligencia no es exactamente lo que miden los test de inteligencia.

Al igual que el concepto de inteligencia, otros muchos conceptos utilizados en las humanidades y en las ciencias sociales son extremadamente abstractos y resbaladizos. En las llamadas ciencias sociales y humanas la situación es mucho más compleja que en las ciencias naturales. Muchos de los hechos sociales no se pueden repetir y en muchos casos su interpretación depende de factores políticos y subjetivos. Por ello, con frecuencia algunas de las teorías que se presentan como científicas tienen de por medio mucha ideología. Evidentemente, esto no significa que en estas disciplinas no se pueda llegar a verdades científicas y con consenso. Por ejemplo, es un hecho objetivo y hay pruebas claras de que en 1936 comienza la guerra civil española; ahora bien, a la hora de valorar e interpretar los hechos se produce un alejamiento de la objetividad y del consenso científico entre historiadores, por ejemplo, hay disputa sobre la cantidad de víctimas (las estimaciones más a la baja hablan de 100.000 muertos y otras llegan a dar la cifra de 1.000.000 de muertos), también a la hora de conceptualizar hay grandes diferencias (unos hablan de alzamiento, otros de golpe de estado, otros de revolución social).

En cambio, ciencias como la física, la química, la geología y la biología tienen unos parámetros más claros, los objetos de investigación son mensurables empíricamente y tienen una realidad objetiva menos susceptible de interpretaciones y valoraciones ideológicas. Los hechos observados se repiten de una manera constante y frecuentemente se pueden matematizar con facilidad, dando lugar a fórmulas de validez universal. Estas características hacen que estas ciencias tengan comunidades científicas cohesionadas entorno a una serie de importantes consensos (aunque en algunos detalles puedan haber algunas diferencias y debates).

La psicología tiene un pie en las ciencias de la salud, otro en la biología, otro en las ciencias sociales y otro más en las humanidades, está a medio camino entre las diferentes familias de ciencias y dentro de ella hay una pluralidad de planteamientos y enfoques. La historia de la psicología se asemeja a un campo de batalla permanente, donde numerosas corrientes y escuelas llevan en algunos casos más de un siglo de enfrentamiento. La fragmentación de la comunidad de psicólogos es tal que si uno visita a diferentes especialistas encontrará de todo… incluso algunos de los cursos y terapias publicitados desde los colegios oficiales de psicología son claramente pseudocientíficos y tienen unas bases más místicas que empíricas. Así las cosas, no es raro encontrar casos de psicólogos, con plazas de funcionario en la seguridad social, recomendando flores de Bach a sus pacientes.

La presencia de pseudociencia, misticismo e ideología reaccionaria no es únicamente un lastre presente en la psicología (también, hay profesionales de la psicología serios que no pecan de estos defectos). En España, desgraciadamente, la ideología nacionalcatólica tiene un ingente poder en el mundo académico. Es escandaloso el suculento negocio que tiene la iglesia católica con las universidades privadas, en la práctica se le está dando a la iglesia el privilegio de expedir titulaciones universitarias sin que haya un control de calidad exterior.

Lamentablemente, el poder e influencia de la iglesia no se limita a las universidades privadas, también en la universidad pública encontramos facultades como las de derecho donde abundan los departamentos tomados por profesores miembros del Opus Dei que introducen planteamientos y teorías reaccionarias maquilladas con tecnicismos.

El daño es especialmente evidente en las ciencias sociales y las humanidades. Prueba de esto último son las biografías de los miembros de la “Real Academia de Ciencias Morales y Políticas” que incluyen a “prestigiosos científicos” como el cardenal Rouco Varela o Rodolfo Martín Villa (expresidente de Sogecable, actual directivo de ENDESA y con una orden internacional de detención por los crímenes contra los derechos humanos cometidos cuando era gobernador civil de Barcelona en los últimos años del franquismo). No son dos casos excepcionales, abundan los “numerarios” (así se autodenominan los miembros de esta institución pagada con nuestros impuestos) de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas que cuentan entre sus méritos un pasado como altos cargos falangistas. Lo mismo o peor sucede en la “Real Academia de la Historia” donde además de condes, duques y antiguos altos cargos de la época franquista también encontramos a Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, famoso por su lucha contra lo que él llama “el imperio gay”.

El poder desproporcionado de la cultura nacionalcatólica es tal que actualmente la asignatura de religión hace media en la nota del bachillerato. Está considerada una asignatura optativa que cuenta tanto como las otras materias, es decir, se equipara a cursar dibujo técnico o una segunda lengua extranjera (francés). Los profesores de religión, siguiendo directrices, puntúan a la mayoría de alumnos con 9 y con 10. A efectos prácticos esto no sólo significa que los alumnos de bachillerato dejen de estudiar las otras asignaturas y dediquen tiempo a una materia basada en una visión mítico-mágica de la realidad, también significa que la religión cuenta a la hora de baremar la nota de acceso a la universidad. Otra consecuencia importante es que de la nota media también dependen las becas. Por todo esto, en el curso pasado y en el actual se han multiplicado las matrículas de religión en el bachillerato. Incluso los alumnos ateos y aquellos que tienen una religión no católica están cursando la asignatura vaticana, porque si no lo hacen quedan en desventaja.

En los dos últimos años se han creado cientos de plazas de docentes de religión que se añaden a las miles de las ya existentes. Ese dinero lo paga el Estado a la iglesia católica, que es la que paga y manda sobre el profesorado de religión y les impone las condiciones laborales. Los profesores de religión que ejercen en los institutos públicos no pasan ninguna oposición y son designados a dedo por obispos y arzobispos. Ha habido muchos despedidos por motivos relacionados con la “moralidad”, por ejemplo profesores que tienen relaciones sexuales sin estar casados. Se ha llegado a despedir a alguna profesora de instituto público a mitad de curso porque había quedado embarazada sin estar casada. Así que hoy por hoy, mientras muchos jóvenes y no tan jóvenes tienen que emigrar para poder sobrevivir, los seminarios y cursos de formación religiosa tienen una edad dorada ya que el “mercado” demanda docentes de religión.

Hemos visto en este artículo como a nivel internacional algunos prejuicios reaccionarios como los racistas llegaron a influir en la interpretación de las investigaciones e incluso llegaron a crear teorías equivocadas con pretensión de ser verdades científicas. Por otro lado, hemos visto como a nivel español actualmente una ideología reaccionaria como el nacionalcatolicismo influye en el mundo académico e incluso utiliza la etiqueta de ciencia para instituciones que poco tienen de científicas.

Por último y para no ser parcial, hemos de reconocer que los prejuicios reaccionarios no son los únicos prejuicios ideológicos que influyen e interfieren sobre la ciencia, también la ideología progresista y lo “alternativo” a veces la contaminan. Con esto no quiero decir que haya que renunciar a los posicionamientos ideológicos en el día a día, pero sí intentar que a la hora de hacer ciencia no se produzca un sesgo cognitivo que nos haga confundir deseos e intereses con la realidad.

Bibliografía recomenda:

Carles Lalueza, “Races, racisme i diversitat. La ciència, una arma contra el racisme”. Edit Bromera/Publicacions de la Universitat de València. Roca, E. (2007).

Richard Lewontin, Leo Kamin y Steven Rose, “Not in Our Genes: Biology, Ideology and Human Nature”. Pantheon Books (1984). Traducida al castellano como “No está en los genes”.

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