Capítulo 7. Una opinión personal
A lo largo de este libro mi intención ha sido la de informar, pero tal y como avisé en la introducción, mi opinión es clara al respecto: yo estoy a favor de la experimentación animal. Aunque es imposible escribir sobre un tema sin marcarlo con los pensamientos propios, también he intentado ser objetivo en las cuestiones técnicas y ofrecer datos contrastados y de calidad, pero no quisiera terminar este libro sin lanzar un análisis más personal de todo lo que he comentado.
En primer lugar, soy consciente de que el sufrimiento animal es un tema importante a tener en cuenta, pero al mismo tiempo la legislación es muy estricta y los casos de malas prácticas científicas —que los hay— son muy raros en la mayoría de países industrializados. También es cierto que queda un largo camino por recorrer en algunos países con legislaciones menos éticas, y ese será un reto importante durante los próximos años. Al mismo tiempo, también se investiga cada vez más para obtener alternativas a la experimentación animal, pero la realidad es que por el momento no existe un sustituto real.
Puede que estés a favor o en contra de algunas de las cosas que he expuesto durante este libro, pero en la travesía que hemos recorrido a lo largo de estas páginas, mi mayor intención ha sido la de enfocar todo desde el respeto más absoluto por la gente que no opina lo mismo que yo. Por eso, estés a favor o en contra, creo que puede ser interesante que se entienda qué lleva a una persona que ama la naturaleza, los animales y a la vida en general, a estar dispuesto a experimentar con animales o a posicionarse en favor de esas prácticas.
Muchos podrán pensar que el enfoque de este libro está equivocado y que me tendría que limitar a explicar la realidad de forma accesible, pero hay casos donde la ciencia no es solamente conocimiento y también cambia nuestra vida para siempre. Por eso la labor de un comunicador científico no es solamente hablar de temas técnicos de manera accesible, sino también plantear las preguntas adecuadas ante las cuestiones tecnológicas que tienen implicaciones morales. De este modo, las personas pueden decidir libremente —y bien informadas— qué es lo que quieren hacer, porque si existe una libertad más importante que la de expresión es la de pensamiento.
Ahora bien, para que sea posible comunicar correctamente hace falta un estado general de libertad de expresión, pero tristemente y en el caso de la experimentación animal, existe una amenaza violenta contra aquellos que hablan públicamente a su favor. Esto lo digo desde la experiencia propia y no desde la opinión personal: hace algunos años creé un espacio divulgativo en una red social para hablar de experimentación animal, pero todos los científicos que intentamos comunicar ideas obtuvimos insultos y amenazas de muerte —en mi caso fueron casi un centenar—. Además, diversos grupos difundieron durante más de dos años mi fotografía y datos personales, recibiendo correos intimidatorios e insultantes durante todo ese periodo.
Honestamente, creo que la mayoría de gente que se opone a la experimentación animal lo hace de manera pacífica y desde la compasión por los animales, ya que el desconocimiento de lo que ocurre dentro de los laboratorios hace que muchas personas se decanten por el proteccionismo y la duda razonable. Además, siento el mayor de los respetos por personas como Lizzy Lind af Hageby o Peter Singer, que llevaron el debate del bienestar animal a la opinión pública cuando el tema aún no estaba regulado.
También resulta curioso ver que, la misma gente que a veces critica la experimentación animal, consume sin saberlo medicamentos que han sido testados y creados gracias a la experimentación animal. De hecho, yo mismo estaba en contra del uso de animales de laboratorio cuando era pequeño, ya que cuando miraba a los ojos de las mascotas que crecieron conmigo, no podía imaginarme un mundo sin ellas: al fin y al cabo eran parte de mi familia.
Más adelante estudié biología y fui descubriendo que había cuestiones necesarias para el avance de la ciencia y la medicina que requerían utilizar animales. Eso sí, al analizar los datos descubrí que eran una fracción despreciable en comparación a los destinados para el consumo de su carne. Pensando en todas esas cosas me acordé mucho de un buen amigo que tuve cuando aún era un niño pequeño.
Pau era alegre, curioso y le encantaba jugar al fútbol. Muchos días traíamos un balón al colegio, pero un día nos dijo que ya no podría jugar con nosotros. Me acuerdo de pocas cosas de mi amigo, aunque hay algo que nunca olvidaré: el día que nos enseñó un pequeño gotero que llevaba anclado a su brazo. Yo nunca había visto algo así, pero ese día fui consciente de que mi amigo tenía una enfermedad.
La fibrosis quística es una dolencia muy frecuente que afecta al organismo entero, causa una muerte prematura y reduce la calidad de vida. Sus pacientes tienen dificultades para respirar y, además, padecen infecciones pulmonares crónicas que suelen hacerse resistentes al tratamiento con antibióticos. Los enfermos de fibrosis quística acumulan un moco espeso y pegajoso que afecta a los pulmones, los intestinos, el páncreas y el hígado. Cuando se produce un daño pulmonar grave se necesita urgentemente un trasplante, pero a mi amigo no le llegó a tiempo. Pau pasaba largas temporadas en el hospital, aunque un día los profesores nos explicaron que esta vez se había ido para siempre: murió siendo un niño al que le gustaba jugar al fútbol con sus amigos.
Se estima que una de cada veinticinco personas de ascendencia europea es portadora de una mutación que produce la fibrosis quística, pero para que se manifieste la enfermedad, ambos padres tienen que ser portadores y, además, darse otros factores que aún no se comprenden del todo bien.
Tengo tres sobrinas pequeñas y las he visto crecer sin que tengan que padecer enfermedades que antes mataban a uno de cada diez niños. Mis padres ya han superado con creces los cincuenta años de edad y, aunque mi abuela murió cuando yo era un niño, hoy en día la dolencia que la mató es curable. Además, colaboré durante cuatro años en un grupo de investigación que intentaba buscar estrategias curativas para la hepatitis C, pero he sido testigo de cómo pasaba de ser una enfermedad terrible a ser curada gracias a la experimentación clínica. Muchas personas que conozco se han recuperado y han dejado atrás la perspectiva de una muerte lenta y una vida llena de problemas asociados a la enfermedad.
Si cuento todo esto es por un motivo razonable: yo no quiero dejar de pagar el precio que supone el avance científico, y mucho menos renunciar a lo que ya hemos conseguido. Vivimos en una sociedad donde cada vez es más común escuchar casos de personas que mueren a causa de abandonar la medicina científica: padres que no quieren vacunar a sus hijos o tratarlos con antibióticos; personas que eligen pseudociencias como la homeopatía, el biomagnetismo o la terapia ortomolecular en lugar de alternativas científicas reales; o gente que a causa de su desconocimiento ataca de forma intensa a la misma medicina que posiblemente le ha salvado la vida.
En la actualidad, enfermedades como la viruela o la poliomielitis no acaban con la vida de millones de personas, la quimioterapia ha logrado reducir la mortalidad por cáncer, y hay retrovirales que permiten vivir con normalidad a los pacientes infectados con el virus del sida.
A pesar de que algunas personas no quieran aceptar la evidencia, casi todos los avances que hemos descrito en este libro habrían sido imposibles sin la experimentación animal. Ahora bien, hay mucha gente que lo niega diciendo que las personas que vivían en épocas pasadas sí que tenían vidas largas y saludables, pero la realidad es diferente y solo hay que abrir un libro de historia para darse cuenta.
En el siglo XIX, Napoleón Bonaparte fue uno de los hombres más poderosos del mundo. El emperador tuvo solamente un hijo: Napoleón Francisco José Carlos Bonaparte, que fue conocido como Napoleón II. Ahora bien, si avanzamos un poco llegaremos al momento en el que Napoleón I abdicó después de la Revolución de los cien días. Su hijo quedó en el exilio como emperador de Francia, pero el que reinó cuando se restauró la monarquía fue Luis XVIII de Borbón. Cuando este murió al poco tiempo de gota y gangrena, su hermano Carlos X heredó el reino, pero lo perdió en la Revolución de Julio y murió poco después de cólera. Pero entonces, ¿dónde estaba Napoleón II cuando pudo reclamar sus derechos sobre el trono del país? En su cama muriendo a causa de la tuberculosis.
Los dos reyes previos murieron de gangrena y cólera, y el único hijo del hombre más poderoso de principios del siglo XIX no pudo evadir a la muerte porque la estreptomicina no se conocía.
Es decir, hoy en día tenemos más posibilidades de sobrevivir que el hombre más importante de hace doscientos años, de hace cien o incluso de hace cincuenta, y eso es posible gracias a la medicina moderna derivada de la experimentación animal.
Solo me queda por decir que quiero vivir en un mundo donde podamos vencer definitivamente a la tuberculosis, al sida, al cáncer, a la fibrosis quística y a todas las enfermedades posibles. Deseo un lugar mejor para los hijos que me gustaría tener algún día y quiero vivir lo suficiente para ver cómo los transgénicos, la terapia génica y las células madre, revolucionan la sociedad. Y esa es la razón por la que yo estoy a favor de la experimentación animal.
Fernando Cervera Rodríguez has a degree in Biological Sciences from the University of Valencia, where he also completed a master’s degree in Molecular Approaches in Health Sciences. His research work has focused on aspects related to molecular biology and human health. He has written content for various platforms and is an editor for Plaza Magazine and Muy Interesante. He has been a finalist for the Boehringer national award for health journalism and winner of the Literary Award for Scientific Dissemination of the Ciutat de Benicarló in 2022. He has also published a book with the Laetoli publishing house, which deals with skepticism, biomedical scams and pseudoscience in general. The book is entitled “The art of selling shit”, and another with the Círculo Rojo publishing house and entitled “In favor of animal experimentation”. In addition, he is a founding member of the Association to Protect the Patient from Pseudoscientific Therapies.
Nos comemos todo tipo de animales, en nuestro beneficio o placer. La experimentación ética en animales me parece muy acertada, al menos como está la tecnología al día de hoy.
Ya sé mas o menos la ideología que tiene Ud.,pues creo haber visto uno o dos de sus vídeos en youtube,así que no me sorprende las opiniones que vierte,respecto a éste tema y a otros,que la mayoría son contrarias a las mías,dicho esto en uno o tres días estaremos en contacto.Un saludo.
Gracias por amenazarme por hablar libremente de un tema, usted demuestra con su amenaza que la divulgación en este tema es muy necesaria.
De que amenaza habla ?……..si le digo que en uno o tres días estaremos en contacto es para debatir sobre este tema y sinceramente me olvidè, pero no lo amenacé ni lo insulté, Ud. sí, que soy pseudoterapeuta, no sé por que lo dice, pero me parece que tiene una idea de persecución,hágase ver ,pues deseo que esté muy bien.Un saludo,cuídese mucho y BENDICIONES.
Abrazos de Luz de venus para usted. Que tenga un buen día y Jehová le bendiga.
En la vida, si uno quiere hacer siempre lo correcto, debe intentar sortear todo tipo de contradicciones, porque, de lo contrario, cualquier posición ética o social, y cualquier comentario, se puede volver en contra y dejarnos con el culo al aire.
Por eso, el campo de visión y del tiempo, debe abarcar el mayor espacio posible; y no sólo físico y de nuestras actuaciones; también el de las ideas, y el de los pensamientos a medio, corto, y largo plazo. Y, también, nuestra memoria debe soportar y estar preparada para comulgar con cien mil peripecias. Y me parece tan difícil lidiar con tan enorme ejército de elementos, que no podría posicionarme en contra de la investigación animal, sin incurrir en mil y una contradicciones. Y eso que no he leído el libro de Fernando Cervera, pero no lo necesito para ser coherente con lo que expongo en este comentario.
Ciertamente, para estar en contra del maltrato animal, también se debe estar en contra de su sufrimiento, en contra de no respetar sus derechos inherentes a su condición, como especie animal (considerando las distintas existentes, y la multitud de animales que pueblan este planeta). Pero antes debemos preguntarnos qué es un animal, qué entendemos por animal (porque el ser humano también es un animal, y con su permiso -y a veces sin él- se avanza en la ciencia al incorporarse a dicha investigación).
Porque igual tenemos claro qué animales son los ratoncitos, los monos, etc. Porque muchos, aun considerando que un pez, una cucaracha, una serpiente, etc. son animales, seguramente mirarían hacia otro lado, si sólo estos «bichos» fueran objeto de investigación en los laboratorios científicos. Y es que no podemos ser tan contradictorios, de modo que configuremos a la carta nuestra especial concepción del mundo animal, como si deshojáramos una margarita: “este animal sí, este bicho, no; este gatito es muy lindo, esta víbora venenosa, no”.
Y tampoco debemos creernos que un muslito o una pechuga de pollo, son alimentos salidos de la huerta o que colgaban de la rama de un árbol. Y claro, si resulta que me gustan mucho las alitas, y las pechugas empanadas, o una buena chuleta a la piedra, o un solomillo gratinado, y vamos a pensar que el “solomillo” sólo es una popular canción italiana, pues…
Yo creo que el debate debe centrarse en la humanidad y el respeto con el que tratamos a los animales, hasta que decidamos llevarlos al laboratorio o a la cazuela, pues, la verdad, no veo la diferencia.
Y también, dentro de esa humanidad de trato, está el pensar que este modo de utilizarlos en el laboratorio, para bien de la Humanidad, sólo será una etapa más o menos larga en la evolución del Hombre, pero que, en nuestra mente se halla y anhelamos, que la fecha de caducidad de tal servicio, llegue más pronto que tarde.
Muchas gracias por tu reflexión y por tu comentario. ¡Un abrazo!