El club de la corbata del RNA

Francis Crick. James Watson. Erwin Chargaff. George Gamow. Leslie Orgel. Richard Feynman. Alexander Rich. Max Delbrück. Nicholas Metropolis. Sydney Brenner. Melvin Calvin. Cualquier estudiante de ciencias reconocerá al menos uno de los nombres que acabo de relatar. Algunos quizá incluso los reconozcan a todos ellos. No es de extrañar, pues todos y cada uno de ellos han sido algunos de los mejores científicos del siglo pasado. Alguno todavía lo es, de hecho. No en vano una buena parte de los nombres que he puesto han sido merecedores de premios Nobel en sus respectivas áreas, y cada uno de ellos daría para varias entradas en esta página. Algo que puede que suceda algún día, pero no este. ¿Por qué he citado entonces a todos estos científicos, a priori, tan dispares? La respuesta es tan simple como inspiradora: el club de la corbata de RNA.

Todo comenzó cuando Gamow, un físico teórico ruso, leyó el trabajo de Watson y Crick publicado en Nature, en 1953. Quedó tan emocionado y asombrado por lo que habían descubierto que inmediatamente les envió una carta donde les pedía reunirse con ellos lo antes posible para hablar sobre el tema. Este encuentro tuvo lugar finalmente en Nueva York, donde Gamow y Crick establecieron el primer contacto de lo que después sería una de las mejores muestras sobre el ímpetu colaborador tan necesario en la ciencia. El científico ruso, junto con Watson, formó el susodicho club al siguiente año con el objetivo de averiguar cuál era la conexión entre los aminoácidos y el propio código genético. Para ello tuvo la genial idea de que esta tarea no solo dependía de biólogos sino que merecía un enfoque más interdisciplinar, por lo que se eligieron como miembros del club a físicos, matemáticos, químicos y biólogos. Toda una declaración de intenciones.

El club lo formaban 20 miembros, uno por cada aminoácido. Además de 4 miembros más que representaban a las cuatro bases del RNA (adenina, citosina, uracilo y guanina). Al formar parte de este selecto club, cada miembro recibía una corbata con un diseño del RNA bordado en ella, idea original de Orgel, pero diseño final de Gamow. Además, cada uno recibía un pin con el código de tres letras del aminoácido correspondiente al que había sido asignado. Así pues, por ejemplo, Gamow era la alanina (ALA), Feynman la glicina (GLY) y Crick la tirosina (TYR). Además, con el paso del tiempo también se les dieron ciertos sobrenombres a algunos de los componentes. Crick era el pesimista, como buen inglés.

Pero claro, con toda esta gente, ¿se consiguió algo realmente o solo era una buena excusa para poder quedar a beber cerveza y fumar? Tenemos que tener en cuenta que aunque el club se intentaba reunir unas dos veces al año, las restricciones geográficas de los componentes nunca hizo posible que el grupo entero se reuniera en ninguna de ellas. Pero a pesar de ello las reuniones siempre eran de tono amistoso, donde entre cerveza y cerveza se propusieron varias ideas que luego resultaron ser ciertas. Claro está, también pasó al contrario. Dentro de las correctas hay que destacar dos de ellas: primero, mediante matemáticas Gamow dedujo correctamente que para tener un abecedario de 20 aminoácidos diferentes, el número mínimo de letras de RNA necesarias era de 3. A este triplete codificador Sydney Brenner le llamó codón. Y segundo, Crick también propuso que debía haber algún tipo de molécula que llevara a los aminoácidos hasta el molde para insertarlos en la cadena proteica, y que, además, debería haber un tipo de molécula diferente para cada aminoácido. Hoy en día se conoce que esto es cierto, es el RNA de transferencia.

Al cabo de unos años el grupo se desintegró cuando el trabajo empezó a primar sobre la diversión, y sobre todo, cuando vieron que eran necesarios experimentos para poder corroborar las hipótesis. Y cualquier persona que se dedique a ciencia sabe que para hacer experimentos hacía falta dinero, que no tenían. Sin embargo el ejemplo del club de la corbata del RNA es inspirador por varias razones. Primero de todo, la colaboración es necesaria en ciencia. Siempre es beneficioso que haya algo de rivalidad entre grupos, pero eso no debería sobrepasar el nivel de batalla de argumentos basados en la razón para convertirse en batalla de egos, como ocurre muchas veces. Segundo, la colaboración tiene que ser interdisciplinar en ocasiones, el contacto entre científicos de otras ramas es beneficioso ya no solo por lo que uno conoce más o menos, sino por la forma de pensar que se tiene. En ciencia hay un modo de pensar más o menos definido, pero hay detalles que cambian según la rama en la que hayas “crecido”, lo cual aporta matices muy interesantes a cómo se afrontan los problemas. Y tercero, la ciencia se ha de basar en la ilusión por descubrir las leyes que gobiernan la realidad. Gamow, un físico teórico, se sintió sobrecogido por el descubrimiento de cómo era la molécula sobre la que se asienta la vida actual. Ese ímpetu es el que nos hace caminar por las vías mal iluminadas y asfaltadas del desconocimiento con el fin de saber qué hay al final del camino, y por hacerlo más accesible a futuras generaciones. Ellos han de llegar más lejos que nosotros.

PD: bonus track, pinchad en el siguiente enlace si queréis oír al bueno de Crick hablando sobre este club. Siempre es una delicia escuchar a este tipo de personas.

ENLACE AQUÍ

El club de la corbata del RNA comentarios en «4»

  1. Yo pensaba que sí habían llegado a hacer experimentos. ¡Yo quiero una de esas corbatas!. Una cosa, hay un typo, la tirosina es Tyr.

    1. Por lo que he leído llegaron a proponer varios, pero les faltaba la pasta. Creo que sí que les concedieron unos fondos, pero de todas formas el grupo se acabó desintegrando. Yo más que una corbata quiero una camiseta 😀

      Gracias por la errata, se me había escapado 😉

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *