Arde París

Era agosto de 1944 y faltaban pocas horas para que las fuerzas aliadas liberaran París de la ocupación nazi. La Catedral de Notre Dame, entre otros muchos monumentos, estaba hasta arriba de cargas explosivas. Hitler, desde su Cuartel General de Rastenburg, en la Prusia Oriental, perdía los nervios por momentos, ya que ceder París tras cuatro años de ocupación era un duro golpe. Pero tenía un plan: hacerla volar por los aires.
 
El general Dietrich von Choltitz tenía una orden personal y muy concreta por parte del Führer. Resistir hasta el último hombre y destruir París, su belleza y su cultura, con cargas explosivas que ya estaban localizadas en los monumentos más representativos de la ciudad, y además arrasar los barrios más emblemáticos. Sin cuartel. Pero Von Choltitz se negó.
 
Llegado el momento, el general desobedeció, dejando a Hitler con su famosa pregunta sin una respuesta satisfactoria —al menos para él— al otro lado del teléfono, ¿arde París? Preguntó. Al final, la ciudad estalló, pero de una forma muy diferente. Un levantamiento civil, sumado a la llegada de los soldados aliados (entre ellos muchos españoles), puso al general contra las cuerdas. Choltitz no apretó el botón de destruir, pero sí que resistió hasta el último hombre. Y cuando llegó el momento y fue arrestado, justamente por soldados españoles, aceptó la rendición de su ejército frente a Leclerc a cambio de que conservaran la vida. Nunca sabremos si, como él dijo, no destruyó París porque habría sido un crimen monstruoso contra la cultura, o si en realidad trataba de ganarse el favor de los vencedores. Tal vez fueran ambas cosas, pero fuera como fuere, París y sus monumentos sobrevivieron a la barbarie, y cuando Dietrich von Choltitz murió en 1966, muchos oficiales franceses acudieron a su funeral.
 
Pero, setenta años más tarde, arde París. La Catedral de Notre Dame, junto a siglos de arte, historia y cultura, han cedido ante el fuego. Libros que jamás volverán a leerse, vitrinas que han desaparecido para siempre, esculturas y cuadros que se han convertido en humo. Lo que la barbarie no pudo hacer, lo ha terminado la casualidad. Tal vez un cortocircuito en un enchufe, un cigarrillo mal apagado, o cualquier evento insignificante que se ha llevado por delante una parte de la cultura y la historia de la humanidad.
 
Pero los humanos somos tenaces. Hemos aprendido a leer libros quemados en bibliotecas olvidadas [1], a resucitar civilizaciones gracias a piedras rosetas que nos han abierto puertas al pasado para comprender mejor nuestro futuro, e incluso hemos logrado aplicar las ciencias forenses para alumbrar nuestra prehistoria. Así que, tal vez, un día veamos surgir de sus cenizas a la Catedral de Notre Dame, y mientras tanto, puede que el dolor por su pérdida nos haga apreciar más aún otras joyas culturales igual de importantes que aún no han ardido, y ante todo, es posible que ser testigos de la destrucción de todo un símbolo cultural que ha marcado los últimos siglos, nos haga entender de una vez por todas que nada es eterno, pero que por eso es importante luchar por mantener nuestra cultura. Porque, al final, cuando todas las catedrales hayan ardido, los museos queden expoliados y reducidos a escombros y nuestras ciudades sean ruinas, los herederos de la antorcha del conocimiento sentirán fascinación por nuestra cultura igual que nosotros la hemos sentido por los griegos, los fenicios, los babilonios o los romanos. Hagamos que les merezca la pena.
 

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