Agricultura sin suelo: reflexiones hidropónicas

Texto escrito por Julián Chaves

Todos hemos visto alguna vez campos agrícolas, y sabemos perfectamente que las lechugas no nacen en el supermercado. Dicho esto, es de suponer que establezcas una rápida conexión mental entre sistema agrícola y suelo, visualizando un determinado cultivo ocupando tu campo visual, con su estructura biológica creciendo sobre una base que puede abarcar toda la gama de los marrones, rozando a veces los tonos rojizos y en otras tantas la zona amarillenta de la paleta. Esto es siempre y cuando estemos hablando de agricultura “tradicional”, en aquella donde el cultivo es dependiente del suelo que la sustenta, captando los nutrientes desde la solución acuosa del mismo, estando la cantidad de nutrientes disponibles y en general, la fertilidad del suelo, condicionada por características como la textura, el pH o la cantidad de materia orgánica

Composición óptima volumétrica de un suelo cultivado
Composición óptima volumétrica de un suelo cultivado

 

Esquema básico de nutrición de los cultivos. Fuente: MAGRAMA
Esquema básico de nutrición de los cultivos. Fuente: MAGRAMA

 

Pues existe otro tipo de agricultura que no necesita de suelo, es denominada como hidroponía, y su fundamento radica en favorecer el crecimiento de los cultivos haciendo circular por las raíces una solución acuosa donde se hallan los nutrientes necesarios para el desarrollo vegetal y donde no se necesita un suelo a la manera tradicional, sino un soporte, que bien puede ser un sustrato inerte como perlita, piedra pómez, lana de roca o bien puede estar constituido de canales de poliuretano, polietileno o PVC (sistema NFT).

Esquema de funcionamiento del sistema NFT para cultivos hidropónicos. Fuente: http://blog.zonadecultivo.es/
Esquema de funcionamiento del sistema NFT para cultivos hidropónicos. Fuente: http://blog.zonadecultivo.es/

 

Este tipo de agricultura puede resultar a priori muy novedosa, pero se habla de que los famosos jardines de Babilonia fueron pioneros en estas técnicas, y se sabe ciertamente que los aztecas fueron capaces de utilizarlas eficientemente. Pero no fue hasta el siglo XIX cuando estas técnicas se desarrollaron en los términos en las que se conocen actualmente, a raíz de las investigaciones en el campo de la fisiología vegetal que fueron asentando el concepto que se exponía en el primer párrafo de la entrada, y que afirma que las plantas obtienen nutrientes de la solución acuosa del suelo. La ciencia básica es precursora de la técnica y la ingeniería, primero la “a” y luego siempre la “b”, no lo olvidéis gobernantes del mundo.

No me voy a detener en contar los detalles de esta técnica, pues eso ya está escrito y desarrollado por otros que saben mucho más que yo de la cuestión, y es que en esta entrada quiero hacer hincapié en las virtudes y desventajas de esta técnica si hacemos un ejercicio de imaginación y visualizamos un potente desarrollo futuro, del cual desconocemos absolutamente su probabilidad de ocurrencia.

La no dependencia del suelo ofrecería la grandísima ventaja de poder cultivar en pisos, aumentando así los rendimientos por unidad de superficie de una manera muy significativa, además la agricultura no solo podría llevarse a cabo en las zonas rurales sino que podría ocupar muchas zonas urbanas como pudieran ser las partes altas de los edificios. Por otro lado esto también paliaría la problemática derivada de la urbanización masiva de zonas muy productivas antaño y que ahora están completamente hormigonadas. También la necesidad de controlar con precisión las características de la solución acuosa facilitarían el correcto crecimiento y un adecuado estado sanitario de los vegetales. Todo ello en su conjunto podría elevar la cantidad de alimentos producidos y contribuir a la seguridad alimentaria mundial, siempre y cuando no nos apetezca especular con las cosas del comer.

Por otro lado, y como os podréis imaginar, es una técnica cara, pues es necesario para su adecuado funcionamiento un gran control de todos los parámetros influyentes y eso siempre cuesta dinero. Además, y sin saber todavía lo que sucederá en ese futuro imaginario, la realidad es que este tipo de agricultura se da fundamentalmente en la producción bajo invernadero de hortalizas, y creo que todavía queda lejos ese día en el que existan a escala comercial campos de cereal hidropónico, viñas hidropónicas o frutales hidropónicos. La siguiente cuestión que nos hace dubitar acerca de su posible expansión es que la necesidad imperiosa de contar con recursos hídricos abundantes, lo cual puede suponer un motivo más que suficiente para descartar la técnica en muchas zonas. Y si contamos con cantidad de agua suficiente como para implantar el sistema tendremos que pensar donde arrojamos los efluentes, cargados de nutrientes, y potenciales contaminadores de ríos y acuíferos. Esta última cuestión se suele solucionar, tal y como aparece en el esquema de arriba, mediante la recirculación de la solución nutritiva, frente a lo cual tendremos que vigilar de cerca los patógenos y la composición exacta de ese líquido circulante que da la vida a nuestros cultivos, a fin de no malograr nuestras cosechas.

Quizás en un futuro imaginario esos inconvenientes serán pulidos hasta resultar casi insignificantes, permitiendo un poco la expansión y desarrollo de la técnica, llenando nuestras ciudades de huertas flotantes y potenciando una parte de un sector más que necesario mientras sigamos comiendo comida. Pero en ese futuro imaginado al igual que en este presente sentido, vendrá alguien y te hará rellenar veinte nuevos formularios, te obligará a sacar diez o doce licencias y te hará abonar dos o tres nuevas tasas de dudosa utilidad y justicia, antes de que plantes ni una sola planta, ahogándote así en los tediosos plazos burocráticos del Reino. Y amigo, contra eso no hay ciencia que valga.

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