En los últimos años hemos asistido al auge del género “zombie” en diversos formatos. Desde libros magníficos como Guerra Mundial Z de Max Brooks a los libros del autor gallego Manel Loureiro, los cómics de The Walking Dead (y su adaptación a serie), o películas como 28 Días Después o la comedia británica Shaun of the Dead (y sus… “continuaciones”). Obviamente en los videojuegos también se ha notado esa tendencia y han salido a la venta decenas de juegos aprovechando la temática de gente con ansia de materia gris ajena. Ahí tenemos el Dead Island, el Dead Rising , el Plantas vs Zombies, el Dying Light, la saga de los Resident Evil… En fin, tenemos tipos de juego para dar y tomar, para que cada uno se quede con aquello que más le gusta. Desde los más arcades y sencillos de manejar, hasta otros más realistas en los que interactúas con otros jugadores humanos y donde no te puedes fiar ni de tu sombra.
En esta entrada nos vamos a centrar en uno de ellos, un juego que fue un hito en la anterior generación de consolas. Hablamos del juego The Last of Us (TLoU), producido por la compañía Naughty Dog, responsable de unos cuantos juegos que siempre han sabido alcanzar cotas de diversión altísimas en todas las generaciones. Son los responsables de la saga Crash Bandicoot en PSX, los Jak&Daxter de PS2, la saga Uncharted en PS3 y PS4, y también del juego que nos ocupa en esta entrada. Normalmente ha sido una compañía que ha optado por una diversión directa en sus juegos, logrando un equilibrio muy bueno entre historias (simpáticas en los primeros juegos y más aventureras en los Uncharted) con una forma de jugar muy directa, sencilla, pero altamente adictiva. Sin embargo TLoU supuso un cambio de paradigma en la forma de hacer juegos dentro de Naughty Dog, y se apostó por una historia seria, adulta, y con muchas implicaciones éticas.
Qué es The Last of Us
TLoU nos pone en la piel de Joel tras un intenso prólogo donde vemos los primeros instantes de la epidemia que ha arrasado prácticamente toda Norteamérica. Momentos más tarde, la acción nos sitúa 20 años más tarde, Joel sigue vivo y trabaja como contrabandista en un mundo desolado por el agente infeccioso, tratando de sobrevivir día a día como mejor puede. En medio de la rutina entra en acción un personaje, Ellie, una niña de 14 años, que cambiará el curso de su vida. Ambos emprenderán un viaje a lo ancho del continente norteamericano en el que se enfrentarán a numerosos peligros, muchos de ellos de parte de los propios humanos, ya que la sociedad ha retrocedido a niveles donde solo sobreviven aquellos que tienen menos restricciones morales. De todas formas no nos olvidemos, parte del protagonismo recae sobre los infectados, y la gracia de este artículo viene por la explicación científica de esta infección.
En casi todos los libros, películas y juegos que he nombrado antes se intenta dar una explicación racional a la infección de turno. Hay veces que lo hacen con más o menos acierto, aunque es interesante ver que normalmente se intentan dar argumentos relativamente científicos a la aparición de estos descerebrados “individuos”. A pesar de que se quiera mantener cierto rigor científico, normalmente caen en las soluciones más típicas y de pronto aparecen virus o bacterias creados en laboratorios subterráneos. Sí, esos bichejos creados por grupos de científicos liderados por algún lunático que son capaces de crear bacterias y virus sintéticos a más velocidad de la que Craig Venter patenta los propios genes humanos. Como argumento a mí no me parece mal y da para jugar con ello, aunque sea algo ya manido y gastado. Sin embargo, la explicación que ofrece TLoU para su pandemia me parece mucho más elegante a priori como biólogo por varias razones: no usa bacterias ni virus (yay!); utiliza un organismo existente que infecta a varios tipos de insectos produciéndoles algo parecido a la “zombieficación”; y por último, qué leches, mola mucho.
Bienvenidos al mundo de los hongos
Pues sí, los culpables de la infección en TLoU existen en la realidad. Eh, no, ¡para! No hace falta que empieces a empaquetar todos los víveres necesarios para sobrevivir durante 2 meses en las montañas de Cuenca. Existen en la realidad, sí, pero no han llegado a infectar a humanos. Eso es bueno. Los pobres bichos que tienen que sufrir esta infección son los insectos, y no pocos tipos de ellos. El agente infeccioso son hongos del género de los cordyceps, unos hongos ascomicetes bastante graciosos y muy simpáticos como veréis ahora. Una vez uno de estos hongos infecta al infeliz insecto, su micelio invade y empieza a reemplazar los tejidos internos del hospedador. Esto condiciona que los insectos adquieran ciertos comportamientos atípicos que les hacen situarse en zonas más o menos altas para que, tras morir, las esporas puedan abarcar un radio amplio de infección. Uno de los ejemplos más conocidos de este tipo de hongos es el que existe entre la especie Cordyceps unilateralis y ya hormiga carpintera Camponotus leonardi, y que se puede decir que es el caso que inspiró al juego.
La forma en la que actúa este hongo no está totalmente descubierta, aunque según parece, las esporas del Cordyceps penetran en la cutícula de la hormiga por medio de algún tipo de actividad enzimática. Una vez dentro, empieza a consumir algunos tejidos no vitales del hospedador, a la vez que le modifica el comportamiento de tal forma que la hormiga comienza una agónica pero imparable subida a un punto alto donde ancla sus mandíbulas firmemente para, finalmente, morir y servir de sustrato para que el hongo pueda terminar de crecer y desarrollarse. Este punto es muy importante, pues de no fijar el cuerpo de la hormiga mediante sus mandíbulas a la planta, éste se caería al morir. El micelio sale del cuerpo de la hormiga y al cabo de un cierto tiempo comienza a liberar esporas que infectarán en un amplio radio de acción. El cómo afecta al cerebro del insecto para modificar su comportamiento no se sabe con certeza, pero parece que tiene que ver con los circuitos dependientes de dopamina.
Uno de los aspectos más simpáticos y graciosos de este hongo es que hay una grandísima cantidad de especies dentro del género cordyceps, y cada uno de ellos está especializado en un tipo de insecto. Los mecanismos de acción variarán de una especie a otra, pero normalmente tienen el mismo fin: modificar el comportamiento del hospedador para adquirir una posición de ventaja sobre la que esparcir sus esporas. Puede sonar en cierto modo terrorífico, pero eso no es nada comparado con este maravilloso fragmento del documental Planet Earth de la BBC, por sir David Attenborough. Parad tres minutos de leer y ved el vídeo, por favor. Es un ejemplo magistral de cómo hacer cine de calidad en un documental, acompañado de una música que podríamos decir que es… perfecta para la ocasión.
(Aquí tenéis una versión con subtítulos por si acaso)
Uno de los aspectos más interesantes de este suceso es el que comenta justo al final Attenborough en este fragmento. La infección de los hongos cordyceps no tiene por qué significar algo malo sino que puede servir como control de la población. A saber, cuanto mayor es el número de individuos en una población de hormigas, mayor será la probabilidad de ser infectadas por estos hongos. Y cuanto menor sea, más complicado lo tendrá para añadir esbirros a su legión de hormigas descerebradas. Éstas, además, tienen mecanismos de defensa tanto inmunitarios como comportamentales ya que, cuando descubren que un individuo ha sido infectado, lo llevan lo más lejos posible del hormiguero para que su conversión produzca el daño mínimo. En teoría, es posible que un solo hongo sea capaz de afectar un hormiguero entero aunque no parece que pueda destruirlo. No olvidemos que estos hongos necesitan de su hospedador para sobrevivir, por lo que es necesaria la coexistencia de ambos en un cierto equilibrio. Y por último, ¿no son impactantes las últimas imágenes de todos los insectos siendo infectados por los cordyceps? Más abajo os dejo una especie de museo de los horrores (aunque a mí me parecen bastante bonitos) con varios ejemplos.
¿Llegaremos a ser zombies por los cordyceps?
La respuesta es no. A priori, claro. Pero mucho ha de cambiar la cosa como para que la humanidad salga a las calles como hordas de zombies sin prestar atención al entorno, dejándose llevar por las masas y sin ser capaces de razonar… Bueno, esto ya pasa en la realidad, pero no es por un hongo sino por otras causas. Sin embargo, la infección por un hongo no podría desencadenar todo esto que se sepa. Modificar el cerebro de una hormiga y el cerebro de un humano es algo tan extremo como viajar en bici desde tu casa a la panadería, o intentar hacerlo desde tu casa hasta Júpiter. La complejidad de un sistema y otro no tiene absolutamente nada que ver, además de que nosotros contamos con un sistema de defensa mucho más sofisticado que un insecto. Pero de todas formas, si todo esto fallara, personalmente no creo que la infección llegase muy lejos. Antes cerramos fronteras y disminuimos el peligro de infección.
Galería de los horrores
Para terminar la entrada, os dejo una serie de imágenes para que veáis la magnitud de la diversidad del género Cordyceps. Dan, como mínimo, respeto.
Daniel Martínez Martínez (@dan_martimarti) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó el máster Biología molecular, celular y genética. Realizó su doctorado a caballo entre el FISABIO (Fundación para el fomento de la investigación Sanitaria y Biomédica) y el IFIC (Instituto de Física Corpuscular). Su labor investigadora está centrada en el estudio de la relación entre la composición funcional y de diversidad de la microbiota humana, y el estado de salud-enfermedad de los individuos. Durante los últimos años ha mantenido una actividad de divulgación científica escrita, además de participar en la organización de eventos como Expociencia. Actualmente trabaja en el Imperial College de Londres.
¡Me ha encantado el artículo! Es un placer leer en ULÛM algunos tipos de artículo que no encuentro en otros sitios, y eso me hace estar cada vez más convencido de que estamos haciendo un buen trabajo creando algo que al menos está diferenciado.