Hoy os vengo a relatar uno de los mayores misterios en el mundo de la ciencia. Atrás quedan las meras cuestiones superficiales como de qué está hecha la realidad, cuál es la ecuación maestra del universo, hasta dónde podrá llegar el ser humano una vez podamos editar libremente nuestro genoma, o la posibilidad de viajar en el espacio y llegar a colonizar sistemas planetarios. Nada, todo eso es una mera distracción sobre un hecho fundamental que lleva estudiándose décadas y cuya respuesta no se ha sino rascado superficialmente. ¡Ay! Qué dura es la vida del investigador frente a las cuestiones más profundas de la materia. Aviso que no todos vosotros, queridos lectores, tendréis la suficiente fortaleza mental para poder soportar el tema de esta entrada, porque… ¿os habéis dado cuenta de que si uno come espárragos, la orina huele diferente?
Unos dirán que sí, que es evidente que la orina adquiere un olor penetrante y ciertamente molesto, mientras que otros dirán que no se habían dado cuenta en su vida, que no huelen nada. Y oh, amigos míos, he aquí el meollo de la cuestión (dobles sentidos aparte), porque ¡ambas partes tienen razón! Pero entonces, ¿de quién es la culpa de poder o no oler este supuesto compuesto? Bien, hasta ahora se habían planteado dos hipótesis excluyentes una de la otra: la primera puede ser que lo que varía es la capacidad de producción del compuesto químico que huele, es decir, que hay personas que metabolizan alguna parte del espárrago que causa el olor mientras que otras no pueden; y la segunda hipótesis tiene que ver, precisamente con la capacidad para oler ese compuesto, por lo que todo el mundo tendría la capacidad de generar el compuesto oloroso pero no todos serían capaces de olerlo.
Ambas hipótesis cuentan con ejemplos que apoyan su posibilidad. Por ejemplo, la trimetilaminuria, que también se conoce como el síndrome de olor a pescado, es un desorden genético que produce cantidades anormales de trimetilamina al no poder metabolizarla, causando que el individuo tenga un olor muy fuerte a pescado muerto en el sudor, el aliento y la orina. La situación de no poder oler ciertas sustancias es bastante más habitual y su origen puede ser tanto genético como externo, ya sea por mocos (recordad esos catarros invernales), o incluso producido por meningitis o neurosífilis. Una fiesta, vamos. El problema con el primer caso, la producción del elemento que huele, es que en el caso de los espárragos no se sabe seguro cuál puede ser. Hay varios candidatos, entre los que podemos encontrar serios candidatos como el metanotiol o algunos sulfatos como dimetil y trimetil sulfatos. Puede ser uno, puede ser otro, pero lo más seguro es que cualquiera sabe.
Sin embargo, también podría ser que se junte el pan con las ganas de comer y tengamos individuos que ni produzcan la dichosa molécula olorosa, ni tampoco sean capaces de olerla. De todas formas, las proporciones de gente que puede producir orinas olorosas varía mucho dependiendo del lugar, así como las personas capaces de identificar ese olor. Seguramente, la existencia de estas diferencias sea cierta, lo que no es tan seguro es que sea la que se conoce actualmente ya que una buena parte de los datos provienen de estudios que han utilizado métodos con sesgos a la hora de medir cualquiera de las dos capacidades. Lo que sí que parece probable es que hay diferencias a la hora de ser capaces de captar el característico olor de la orina tras ingerir espárragos, y hay evidencia genética que podéis ver en el enlace número [1]. Por lo visto, una única variación en un nucleótido (conocido como SNP, de Single Nucleotide Polymorphism) tiene bastante que ver en ello. Una de las conclusiones que comentan los autores es que el hecho de oler o no, no es un asunto de todo-o-nada sino que, como en todo cuando estudiamos sistemas biológicos, hay grados.
Así pues, este misterio de la biología y la condición humana ha avanzado algo en los últimos años pero no ha sido completamente resuelto. Solo aquellas mentes más atrevidas ante la inmensidad del desconocimiento podrán hacer frente a esta casi-eterna pregunta que ha azotado a nuestra especie desde hace, por lo menos, alguna década. El día que se descubra la respuesta final, la humanidad habrá dado un paso determinante hacia delante, hacia el conocimiento completo de la vida, el universo y todo lo demás.
PD: la foto de portada es obra de @rmh555
Daniel Martínez Martínez (@dan_martimarti) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Valencia, donde también realizó el máster Biología molecular, celular y genética. Realizó su doctorado a caballo entre el FISABIO (Fundación para el fomento de la investigación Sanitaria y Biomédica) y el IFIC (Instituto de Física Corpuscular). Su labor investigadora está centrada en el estudio de la relación entre la composición funcional y de diversidad de la microbiota humana, y el estado de salud-enfermedad de los individuos. Durante los últimos años ha mantenido una actividad de divulgación científica escrita, además de participar en la organización de eventos como Expociencia. Actualmente trabaja en el Imperial College de Londres.